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Crítica | El valle de la esperanza

|| Críticas | ★★★★☆
El Valle de la esperanza
Carlos Chahine
Esposa, madre, mujer


José Martín León
Telde (Las Palmas) |

ficha técnica:
Líbano, 2023.Título original: La nuit du verre d'eau. Dirección: Carlos Chahine. Guion: Carlos Chahine, Tristan Benoît. Producción: Chantal Fischer, Sabine Sidawi, Hanah Taïeb. Productoras: Coproducción Líbano-Francia; Orjouane Productions, Autres Rivages, 13 Prods, Les Quatre Cents Films. Fotografía: Thomas Bataille. Música: Antonin Tardy. Montaje: Gladys Joujou. Reparto: Marilyn Naaman, Nathalie Baye, Pierre Rochefort, Antoine Merheb Tarb, Talal Jurdi, Ahmad Kaabour, Christine Choueiri, Joy Hallak, Rubis Ramadan, Rabih El Zaher.

LEl debut como director del actor libanés Carlos Chahine sorprende por la sencillez con la que aborda un melodrama familiar enmarcado en un momento histórico muy concreto, el de la crisis del Líbano de 1958. Tres meses de tensiones políticas y religiosas que sacudieron al país árabe, con los musulmanes alentando al gobierno a fusionarse con una República Árabe Unida que rechaza a la comunidad cristiana maronita, provocando una serie de protestas callejeras, atentados y asesinato, que pusieron en jaque a toda la sociedad. El valle de la esperanza enclava su historia lejos de estas revueltas, a pesar de que, en todo momento, se palpa en el ambiente la incertidumbre sobre hasta dónde estas podrían llegar. El director, también coguionista junto a Tristan Benoît, no pretende profundizar en el conflicto bélico, sino que utiliza aquel momento de nerviosismo y crispación general para mostrar otro tipo de conflicto, más íntimo e individual, el que viven tres jóvenes hermanas que, pese a pertenecer a una familia cristiana de la alta sociedad, se sienten prisioneras en una jaula de oro construida por los hombres que las rodean. La acción se sitúa en aquel turbulento verano de 1958, cuando las protagonistas se encuentran de vacaciones en unas “plácidas” vacaciones en el Valle Sagrado, aparentemente a salvo de la violencia que sacude Beirut y sus alrededores.

Chahine dibuja un microcosmos caracterizado por un marcado patriarcado, donde el padre, un hombre influyente y dueño de la mayor parte de las tierras del lugar, hace y deshace a su antojo las vidas sentimentales de sus hijas, a las que trata de unir en matrimonio con hombres de los que ni siquiera están enamoradas, pero que facilitarían relaciones sociales beneficiosas para la economía familiar, mientras que la esposa, simplemente, acepta sin rechistar las decisiones del marido. Las diferentes personalidades de las tres hijas están muy bien definidas, a pesar de que el protagonismo recaerá sobre una de ellas, la más mayor, Layla, ya casada (y no felizmente) y madre de un niño de siete años, Charles, desde cuya mirada (repleta de esa confusión normal de la edad) se observa buena parte de los acontecimientos. Desde las primeras escenas de la película se evidencia la falta de amor de la mujer hacia un esposo que se mete en su cama para saciar sus necesidades sexuales, aun cuando ella deja claro que está cansada y que no le apetece. Unos momentos íntimos que destilan cierta crudeza, al hacer partícipe al espectador del papel sumiso de una mujer que no puede decir que no. Si Layla representa (al menos, de cara a la galería) a la esposa, madre y mujer perfecta que su familia exige, Eva, la hermana mediana, se presenta como una joven soñadora y romántica empedernida, que fantasea con vivir un amor como los que muestran esas fotonovelas a las que es adicta, algo que se presenta como bastante incierto, ya que sus padres ya están fraguando su próximo matrimonio por conveniencia. Luego está Nada, la más pequeña y rebelde. A sus 17 años, tiene claro que su prioridad en la vida es labrarse una formación como ingeniera en Beirut, y que, si se tiene que casar, lo hará por amor, al tiempo que mantiene una relación clandestina con un humilde chico musulmán del lugar.

La película alterna las asfixiantes circunstancias que rodean a sus personajes femeninos, víctimas de decisiones tomadas por los hombres (padres o maridos), con algunos breves pasajes, más distendidos, que muestran la sororidad que hay entre ellas, una complicidad y una necesidad de protección que nacen de la supervivencia dentro de ese patriarcado. Las tensiones entre facciones religiosas no resultarán tan claves en el despertar (como mujer, como ente independiente) de Layla, como lo será la influencia de una anciana veraneante francesa, Hélène, que viaja junto a su hijo René. La mujer, que ha estado casada en tres ocasiones, alardea de haber tenido múltiples amantes y de haber viajado por medio mundo, hace que Layla vea que no está obligada a mantener para siempre sus sacrificados roles de esposa insatisfecha y madre de un niño que ya empieza a mostrar unos primeros síntomas de tiranía machista, consciente de que su condición masculina le otorga un papel dominante, incluso sobre su propia madre, a la que no duda en mandar o amenazar con crueldad. El valle de la esperanza, además de contar con una cuidada factura, que recrea a la perfección el Líbano de la década de los cincuenta –la fotografía de Thomas Bataille capta toda la belleza de esas montañas entre las que transcurre la historia–, extrae lo mejor de un grupo de actores donde la cara más popular es la veterana Nathalie Baye en el papel de Hélène, aunque es la debutante Marilyn Naaman quien brilla enormemente en su encarnación de Layla, una mujer que empieza a reunir las fuerzas suficientes para romper con el futuro que habían planeado para ella. Se trata, sin duda, de una notable ópera prima que funciona muy bien a varios niveles. Por un lado, como drama de autodescubrimiento, con un poderoso retrato femenino que persigue el empoderamiento en unos tiempos en los que las mujeres soñaban con una libertad muchas veces inalcanzable. La manera en la que Layla evoluciona a lo largo de la película, descubriendo que su valor como mujer va más allá de lo entregada que sea como esposa o madre, está reflejada con gran acierto, a través de esa subtrama de adulterio que funciona como posible válvula de escape hacia la tan ansiada libertad, muy en la línea de Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). Pero no solo se muestra la represión que vivían ellas, ya que también se apunta levemente la homofobia existente, tan normal en sociedades machistas, a través de un vecino que sufre las burlas de todos, por sus tendencias homosexuales. Por otro lado, la cinta entrega un sutil fresco de la vida en una región asentada en arcaicas tradiciones y creencias, donde se confiaba la salud de los enfermos a curanderos a los que se peregrinaba, o se rezaba a estatuas de vírgenes que lloraban sangre en las iglesias, supuestamente por el sufrimiento que les causa ver cómo los hombres se mataban entre sí por cuestiones políticas y religiosas, algo que, tristemente, no ha cambiado, ya que el fanatismo religioso sigue siendo una de las mayores lacras del planeta, causa del mayor número de guerras. El valle de la esperanza supone, por todo ello, una espléndida carta de presentación para este nuevo realizador, un melodrama rodado con la sutileza y la elegancia de los grandes clásicos, adornado por un mensaje tan actual como el de la lucha de mujeres valientes contra los patriarcados. Muy recomendable.




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