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Crítica | Sin malos rollos

|| Críticas | ★★★☆☆
Sin Malos Rollos
Gene Stupnitsky
Sí puedes comprar mi amor


José Martín León
Telde (Las Palmas) |

ficha técnica:
Estados Unidos, 2023.Título original: No Hard Feelings. Director: Gene Stupnitsky. Guion: John Phillips, Gene Stupnitsky. Producción: Justine Ciarrocchi, Jennifer Lawrence, Naomi Odenkirk, Marc Povissiero. Productoras: Sony Pictures, Odenkirk Possiviero Entertainment, Excellent Cadaver. Distribuidora: Sony Pictures. Fotografía: Eigil Bryld. Música: Mychael Danna, Jessica Weiss. Montaje: Brent White. Reparto: Jennifer Lawrence, Andrew Barth Feldman, Laura Benanti, Matthew Broderick, Natalie Morales, Scott MacArthur, Ebon Moss-Bachrach.

Resulta curioso cómo un subgénero como el de la comedia adolescente norteamericana ha soportado tan bien el paso de los años, convirtiéndose en el nostálgico retrato de una forma de entender el fervor juvenil de una época donde el amor estaba mucho más idealizado que en la actualidad y la rebeldía, tanto contra el sistema como contra los profesores y los padres, era muchísimo más light. En multitud de películas de los 80 asistimos a la representación de todos los arquetipos que habitaban los pasillos de los institutos (la chica popular, guapa e inalcanzable; el típico pardillo enamorado de ella, marginado y casi siempre inteligente; el deportista cachas, sin demasiado cerebro...), y fue el mítico director y guionista John Hughes quien mejor supo reflejar todo aquello en un puñado de títulos que, a día de hoy, han trascendido en pequeños clásicos. ¿Quién es capaz de no recordar Dieciséis velas (1984), El club de los cinco (1984), La chica de rosa (1986) –todas dirigidas por Hughes– o Una maravilla con clase (Howard Deutch, 1987) sin esbozar una sonrisa de cariño? Pues bien, Gene Stupnitsky, realizador de la gamberra Chicos buenos (2019), parece querer rescatar gran parte del espíritu de aquellas cintas en su nuevo trabajo, Sin malos rollos (2023), que, aunque nace como vehículo de lucimiento de la impresionante vis cómica de Jennifer Lawrence –esa que descubrimos en No mires arriba (Adam McKay, 2021), donde se alejaba con acierto de sus papeles de heroína aguerrida en Los juegos del hambre o X-Men y de los personajes dramáticos que le brindaba David O´Russell–, va un paso más allá, emergiendo como una modélica comedia veraniega que, al igual que el filme anterior de su director, dosifica estupendamente los gags más bestias dentro de una historia, en el fondo, mucho más tierna y políticamente correcta de lo que su fachada deja entrever. Ya la presencia misma en el reparto de Matthew Broderick, mítico protagonista de una de las películas adolescentes emblemáticas de los 80, Todo en un día (1986) –otra de las obras cumbres de Hughes–, donde dio vida al carismático Ferris Bueller, supone toda una declaración de intenciones.

Sin malos rollos apoya el peso de la historia sobre el personaje interpretado por Jennifer Lawrence, esa desastrosa Maddie que, a sus 32 años, aún no ha alcanzado la madurez y el equilibrio que su vida necesita. Además de sufrir una fuerte alergia al compromiso que le hace desechar a todo hombre que le demuestre ir algo más en serio de lo que es una noche de sexo, vive acuciada por las deudas y está a punto de perder la casa que heredó de su madre. A ello se suma el hecho de quedarse sin el coche con el que desempeña sus servicios de Uber, por lo que su existencia parece haber tocado fondo. Sin duda, un personaje ideal para que la actriz, caracterizada siempre por su espontaneidad y por no tener pelos en la lengua, pueda desplegar todo su potencial cómico y transgresor. No en vano, Stupnitsky fue guionista de Bad Teacher (Jake Kasdan, 2011), donde Cameron Díaz encarnó a otra fémina igual de irresponsable y malhablada que Maddie, por lo que sabe muy bien lo que se trae entre manos. La idea de poner a su antiheroína en la encrucijada de aceptar la propuesta de unos controladores padres de clase alta (efectivos Matthew Broderick y Laura Benanti) para que, a cambio de un vehículo de alta gama, seduzca a su inexperto hijo de 19 años, a punto de abandonar el nido para ir a la universidad, es lo suficientemente atractiva como para generar un buen puñado de hilarantes gags, basados en la contraposición de dos caracteres tan opuestos como el de Maddie y el bobalicón Percy. Al igual que en aquel hito teen de los 80 que también fue No puedes comprar mi amor (Steve Rash, 1987) –del que podría considerarse reverso gamberro–, un romance forzado y sustentado en la mentira –recordemos que allí una popular animadora aceptaba 1000 dólares de un chico sin éxito para ligar a cambio de hacerse pasar por su novia durante un mes–, termina despertando sentimientos verdaderos entre la extraña pareja, por mucho que el camino esté plagado de comprometedores inconvenientes.

Pese a que Lawrence es la dueña y señora de la función, en una actuación arrolladora que brilla tanto en las escenas de humor más físico –brutal el momento en la playa, tan valiente y arriesgado para una estrella de su categoría, o aquel otro gag en el que Maddie es rociada con un spray antivioladores, absolutamente descacharrante–, como en las que muestra su cara más vulnerable –su mirada al ver a Percy interpretar al piano una versión de Maneater, de Hall & Oates (inmejorable tema central de su banda sonora) transmite toda la magia del enamoramiento verdadero–, hay que reconocer que la película no sería tan buena ni tan divertida sin la aportación del joven Andrew Barth Feldman, sin duda, uno de los grandes descubrimientos del año. Él aporta a su Percy, un chico introvertido que no tiene ninguna prisa en sacarse el carnet de conducir o empezar a salir con chicas, ante la desesperación de unos progenitores que temen que se convierta en carne bullying en la universidad, unas dosis de simpatía y encanto que terminan encandilando al público y a la propia Maddie, esa diosa tan perfectamente diseñada que parecería salida de la misma La mujer explosiva (John Hughes, 1985) para cumplir todas las fantasías sexuales del chaval. La química entre Lawrence y Feldman fluye con una frescura que, salvando las distancias, recuerda a la de otra joven pareja reciente, la de la magna Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson, 2021). Y es que, por encima de la picardía de sus típicos chistes erótico-festivos, Sin malos rollos termina siendo una comedia romántica de manual, que invierte los roles que habíamos conocido en los 80 –aquí (por fin) es la chica quien lleva la iniciativa sexual, mientras que el chico, de personalidad más romántica y conservadora, se lo pone difícil, resistiéndose a caer en sus redes–, donde, eso sí, todos los elementos funcionan como un reloj para arrancar las risas en más de una ocasión. Tal vez se le podría reprochar ser menos agresiva y rompedora de lo que prometía, ya que acaba incurriendo en todos los tópicos del género que quería subvertir, pero lo cierto es que lo que ofrece es un ejercicio de comedia bien escrito, protagonizado por personajes más carismáticos de lo habitual y con un ritmo que no desfallece en ningún momento de sus 103 minutos de metraje. Tampoco se le puede pedir mucho más a un producto de estas características, diseñado para arrastrar al público más joven a las salas de cine este verano, que, además, demuestra que los registros interpretativos de Jennifer Lawrence siguen sin conocer techo, destapándose como una actriz cómica de primer orden a la que querremos ver desatarse en pantalla más a menudo.




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