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Crítica | Suzhou River (苏州河, Lou Ye, 2000)

|| Críticas | ★★★★☆
Suzhou River
Lou Ye
Ciudades que ya no existen


Miguel Martín Maestro
Valladolid |

ficha técnica:
China, Alemania, Francia, 2000. Título original: Su Zhou he / 苏州河. Dirección y guión: Lou Ye. Productores: Philippe Bober, Nai An. Música: Jörg Lemberg. Fotografía:Wang Yu. Montaje: Karl Riedl. Producción: Dream Factory, Essential Films. Reparto: Zhou Xun, Jia Hongsgeng, Nai An, Yao Anlian, Hua Zhonkai. 82 minutos.

Cuando esta película china triunfa en Rotterdam en el año 2001 en España la cinefilia apenas conoce autores procedentes de ese país como Cheng Kaige y Zhang Yimou . Es más, ambos empezaban a dar muestras de desfallecimiento notable y acomodación a las normas. Lo más chino que se nos ofrecía desde las carteleras comerciales, porque lo que no llegaba a los cines no existía ni había manera de conseguir, fue el revival del wuxia a través de los millones de dólares que se proporcionaron a Ang Lee para rodar aquella olvidable Tigre y dragón. De la quinta generación de cineastas chinos a la sexta hubo que esperar el reconocimiento internacional de una figura como Jia Zhang ke con Naturaleza muerta en el año 2006, película que le convirtió, y se mantiene, en uno de los habituales de nuestra cartelera, pero, gigante como es, el país ofrece multitud de cine olvidado, desconocido, directamente despreciado. Mientras Zhang Yimou decía adiós al cine comprometido ese mismo año 2000 con Happy times para después rebajarse a la comercialidad de Hero o La casa de las dagas voladoras, un contemporáneo suyo, de menor reconocimiento y carrera menos longeva y productiva sacaba adelante un proyecto como Suzhou river ofreciendo un relato complejo, poliédrico, enfermizo, sensual, criminal, absolutamente contemporáneo y lleno de guiños cinéfilos. Salirse de la norma suele colocarte fuera del objetivo, es más cómodo dejarse llevar por la corriente y ofrecer cine a paletadas como pienso al ganado. Afortunadamente de la mano de Atalante se recupera ahora en España esta estimulante película.

Muchas cosas llaman la atención en Suzhou river, la primera mostrar una ciudad que empieza a ser demolida. La Shanghái de 2000 no se parece en nada a la de 2010 ni a la de 2020. Aunque se haya pretendido filmar en ambientes marginales, en construcciones donde parece que la lluvia cae tanto dentro como fuera de las casas (nadie puede igualar esa sensación como la transmite Tsai Ming Liang), aunque se omita el barrio colonial francés y británico, casi lo único que se ha salvado de la demolición en la ciudad, ahí está el Bund, el paseo fluvial que ahora se ha convertido en una estampa tan reconocible para Shanghái como el Skyline para Manhattan, y sin embargo, en el año 2000 casi nada de ello existe, apenas media docena de rascacielos al otro lado del río, ni muestra de los megapuentes, megatúneles, metros... Lou Ye filma un mundo a punto de terminar para dar paso al festejo del capitalismo salvaje y al enriquecimiento sin control. Esta película es un precedente del mismo espíritu que atraviesa Naturaleza muerta y Historias de Shanghái de Jia Zhang ke (2006 y 2010), un mundo que se ha decidido que desaparezca y deje paso a otro cuya evolución y consecuencias se desconoce. En medio quedan las personas, acostumbradas a un hábitat que se ha decidido que ha de abandonarse; unos dóciles irán donde les manden, otros terminarán en la delincuencia, el alcohol, las drogas, la prostitución. Lou Ye mezcla esta historia de contaminación, de río muerto, de maquinaria a punto de demoler cualquier cimiento que huela a antigüedad con un relato de amor fou criminal que choca la mano con el espíritu libre de Á bout de souffle tanto como guiña constantemente su estructura al Vértigo de Hitchcock.

Si los personajes se mueven entre los neones decadentes de los prostíbulos camuflados de locales con shows musicales y el romanticismo ciego de la juventud que no ve más allá de sí misma, la cámara sí que sabe situar a sus actores en medio de la ciudad, reflejar su ritmo y vitalidad, su ir y venir. Como una sinfonía la película tendría cuatro tiempos. La presentación de la primera pareja de la que sólo vamos a conocer a ella; sólo filma y sólo narra al reclamo del local convertida en sirena, pero nunca le vemos o nuca vemos más que su sombra, su espalda. Hasta su nombre queda oculto, ella se llama Mei Mei. En el segundo movimiento conoceremos la historia de amor inacabable de Mardar hacia Moudan, que desfallece cuando el primero secuestra a la segunda para cobrar un rescate. El tercer movimiento mezcla a la primera pareja con Mardar, motorista de la mafia que ha terminado en prisión y regresa al río Suzhou para cumplir su promesa de buscar para siempre a Moudan si ella desaparece, encontrándose con Mei Mei, en una escena espejo con el descubrimiento que el primer hombre tiene de Mei Mei, mujer que para Mardar pasa a ser una Moudan camuflada, dos mujeres que se parecen como gotas de agua y en la obsesión de Mardar comienza el acoso para que le reconozca que es su antiguo amor. Aquí las resonancias a la pareja Scottie-Madeleine del clásico por antonomasia de Hitchcock se hacen inevitables, hasta la música de Jörg Lemberg parece extraída de la compuesta por Herrmann para la película de 1959. El cuarto movimiento es el de la apoteosis, el de las revelaciones, el de las soluciones, el del sacrificio y el del cierre del círculo que termina donde empezó, y que cuando lo oímos por primera vez creemos que estamos en el preámbulo de la historia cuando, realmente, asistimos a su final.

Su ritmo constante, la iluminación y los primeros planos, puntuados por la música, nos acercan al binomio Wong Kar wai-Doyle (será casualidad, pero 2000 es el año también de Deseando amar), aunque aquí el glamour, el estilo, la escenografía coreografiada ceden paso al mundo del hampa para introducir un contrapunto que rompa la monotonía del drama romántico a tres (¿o cuatro?) bandas. Las parejas de la película funcionan a modo de espejos, Mardar-Moudan y él-Mei Mei parecen los mismos y, en ocasiones, la confusión alcanza la figura del trío diluyéndose entre todos ellos hasta desembocar en la tragedia. Hay un «fatum» que atraviesa los fotogramas que anticipa un sentido mortuorio del relato, «si desaparezco, ¿me buscarás siempre?», «siempre», «¿toda la vida?», «si», «no te creo». El amor incondicional parece sometido a término; Lou Ye juega con esa idea del romanticismo decimonónico para hacerlo pedazos en las dos historias con las que su película se desdobla y se multiplica hasta que unas escenas parecen ser continuación de la precedente sabiendo que los protagonistas no pueden ser los mismos. Si alguna duda cabe de que el amor es caduco para Lou Ye su ignoto protagonista nos lo dice, «pude haber corrido tras ella, pude haberla buscado toda la vida, no lo haré porque nada dura para siempre, tomaré otro trago y cerraré los ojos esperando que otra historia comience»; así es la historia del cine, una sucesión de historias a lo largo de más de un siglo y que no pueden anclarse sin evolucionar y mutar. El director, cuando siente que su primer protagonista desfallece y no sabe cómo continuar el relato es capaz de darle la palabra a otro personaje para que complete lo que nos falta por saber. Suzhou River es uno de los grandes acontecimientos de este año.




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