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Crítica | Still Free (Vadim Kostrov, 2023)

|| Críticas | ★★★★☆
Still Free
Vadim Kostrov
El Verano es un espejismo


Miguel Martín Maestro
Valladolid |

ficha técnica:
Rusia, 2023. Título original: Пока, Свободный. Dirección, guión, montaje, fotografía: Vadim Kostrov. Duración: 31 minutos.

La carrera cinematográfica del director ruso va creciendo de la misma manera que permanece inédita en España. Hay un anhelo crítico, quizá teñido de cierto elitismo por haber podido disfrutar de su filmografía más representativa a través de plataformas sin acceso generalista, para que esta obra alcance algún tipo de difusión. Resulta imposible imaginar su estreno masivo, su repercusión mediática. No es un cine para ello porque parte de lo íntimo y casi autobiográfico (podría eliminarse lo de autobiográfico) para trascender a temas generales que no sólo afectan a las personas que filma sino al conjunto de una generación y, en ocasiones como en Still free, de un país. Nacido en 1998 en Nizhny Tagil, región de Sverdlovsk, Rusia; con un talento cinematográfico descomunal poco habitual a su edad y que viene demostrando desde su primera obra, Loft underground, explota a nivel internacional con su trilogía de 2021, Orfeo, Verano e Invierno, utilizando su región natal para situar los esquemas argumentales de sus películas, apenas esbozos o bocetos que se rellenan a base de observación. Reflexión silenciosa, quietud y melancolía supuran de las heridas pocas veces verbalizadas, pero evidentes, que arrastran sus protagonistas; estamos ante el terreno de una ficticia no ficción, hay una intención documentalista, pero hay un esfuerzo cinematográfico en cada plano para separar su obra del mero testimonio en imágenes construyendo auténtico cine que radiografía a su generación lanzando un directo mensaje de socorro.

Centrándonos en Still free, cuyo título original es Adios Svobodnyy, su esquema formal mantiene las señas características de su cine aunque ahora nos encontramos ante un mediometraje. La primera es el encabezamiento con una cita bíblica; algo que no implica que su cine sea religioso pero sí hay un aroma espiritual en sus propuestas, un acercamiento a la naturaleza interior de sus personas sin que ello haya de traducirse automáticamente en experiencia mística. Nada de eso se refleja abiertamente salvo esos encabezamientos a modo de prólogo que no dejan de ser inherentes al artista ruso que ha perdurado con los años, desde Tolstói y Dostoyevski, al referente cinematográfico de Tarkovski, poesía y reflexión como la de éste pero mirando directamente a los veinteañeros. Además, como en los anteriores ejemplos de su trilogía, la frase extraída de los evangelios viene muy a cuento: «ahora estos tres permanecen; fe, esperanza y amor; pero el mayor de ellos es el amor. Cor 13:13», porque si algo trata de demostrar la película es la fuerza del amor, la implicación entre la pareja protagonista mientras el amor es palpable y, es más que probable que este amor concurre con la poca fe y poca esperanza que mantienen hacia su futuro, donde la relación no va a bastar para sobrevivir.

La película seguiría un esquema binario que se abre y cierra sobre sí misma, dos personajes principales, chico y chica enamorados, dos días de vacaciones de verano a orillas del río Zeya, dos instantes en dos días diferentes, dos despedidas simétricas con la cámara de Vadim siguiendo a la pareja mientras les perdemos de vista de espaldas cuando regresan andando hacia la ciudad, dos referencias expresas a que están siendo filmados y lo saben, «¿Vadim filma no?», «no sabes cómo ayudas aquí con la cámara», dichas en cada uno de los dos días, dos atardeceres y una cita bíblica al comienzo y una recreación personal de la misma al finalizar. En el medio lo que sería «une partie de champagne» contemporánea con un grupo de jóvenes conocidos del director que se muestran abiertamente espontáneos ante la cámara, pero que no dudan aprovechar esa filmación para exponer sus miedos más próximos en la Rusia de 2020. Él se muestra optimistamente pesimista ante la posibilidad de renunciar a su ingreso voluntario en el ejército; ella no quiere hablar del futuro y cree que cuando comience la universidad será posible mantener la relación incluso si Kostya tiene que seguir enrolado. Así, mientras la cámara acompaña a los cuerpos, rostros y caricias de Kostya y Katya, el aparente calor del verano que termina va enfriando nuestro ánimo como la caída de la tarde enfría el cuerpo de Katya que se refugia bajo la toalla. La aparente luminosidad que rodea al periodo estival va dejando paso a ese oscuro invierno que se aproxima pero que se anticipa pensando en el futuro inmediato. El mundo que se quiere entra en contradicción con el mundo en que se vive, y la pareja, aún muy joven, empieza a darse cuenta de que el amor no lo puede todo. Para Kostya parece mucho más fácil expresarlo mientras para Katya hay aún ese resto de rebeldía infantil con el que si algo no es mirado no existe, o si de algo no se habla terminará por desaparecer.

Sin artificiosidades la cámara capta la luz del momento (qué bien se ve eso en la trilogía mencionada), el declive del día penetra en nuestras retinas a la misma velocidad que parece contagiar lo festivo del día de playa de un peso melancólico que se acrecienta cuando nuestra joven pareja se dirige hacia su destino inmediato dándonos la espalda, y es cuando nuestra mente no puede dejar de pensar qué va a ser de ellos meses después. La oscuridad que se vislumbra no es solo la física, sino la vital. La apariencia juguetona de la propuesta, los cuerpos al sol, los chapuzones festivos van tiñéndose de realidad; y la realidad hasta para unos jóvenes que no llegan a los 20 años se tiñe con la peor política posible, la que ellos mismos llaman autocracia cuando todo el mundo dice que es democracia, la de un estado militarizado que prescinde de opiniones y realiza imposiciones, donde el deseo de romper el contrato con el ejército es una muestra más de ingenuidad que de realismo. Vadim ha compartido unos días de verano en ese remanso que se aproxima al invierno filmando poéticamente a su pareja elegida (su película Verano bebía del mismo espíritu relajado y sin obligaciones) pero ahora, como ya hizo en su anterior cortometraje Ya videl, lo político no puede quedarse en la nebulosa de lo interpretable y se ve en la obligación de tomar partido en una parte final, con fundido en negro y parlamentos escritos, donde nos cuenta lo que desconoce que haya podido suceder a Kostya y Katya después de ese verano, porque en 2022 todo se puso boca abajo en Rusia al decidir invadir Ucrania sus dirigentes; de ahí su último grito, su última parábola, su gran deseo «for peace, youth, joy and summer, with hope, faith and love, STOP THE WAR». Por mi parte sigue aumentando el deseo de seguir el camino de este cineasta, tan joven y tan consolidado al mismo tiempo, un lujo en tiempos de uniformidad visual y argumental. Un hombre y una cámara apenas necesita nada más para crear arte con mayúsculas.




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