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Crítica | Civil War

|| Críticas | ★★★☆☆
Civil War
Alex Garland
Tan cerca… que deje de importarte todo


Raúl Álvarez
Madrid |

ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Civil War. Director: Alex Garland. Guion: Alex Garland. Productores: Elisa Alvares, Timo Argillander, Gregory Goodman, Andrew Macdonald, Allon Reich, Joanne Smith, Kenneth Yu. Productoras: A24, DNA Films, IPR.VC. Fotografía: Rob Hardy. Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury. Montaje: Jake Roberts. Reparto: Kirsten Dunst, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen McKinley Henderson, Jefferson White, Nelson Lee, Nick Offerman, Greg Hill, Edmund Donovan.

En War Photographer (Christian Frei, 2001), el gran James Nachtwey relata sin un ápice de autocomplacencia ni de falso heroísmo el ABC del fotorreportero de guerra. En un momento dado, mientras Frei le pregunta sobre la importancia del periodismo como garante de la libertad, y también sobre la tragedia que habría supuesto ver morir a otros compañeros durante el ejercicio de su profesión, Nachtwey, con su frialdad de otra dimensión, deja una respuesta para la historia: «Solo es mi trabajo, y hay que estar tan cerca… que deje de importarte todo». Civil War no es una mala película, pero su discurso nunca está a la altura ni mucho menos supera la de esta reflexión acerada de Nachtwey. Y esto, en una cinta que es esencialmente discursiva –desde luego, la más de Alex Garland– le causa un problema serio de credibilidad y calado a la tesis de su propuesta: una defensa romántica del reporterismo de guerra y una crítica antibelicista y antimilitarista.

Garland lo intenta por activa y por pasiva acercándose a modelos conocidos, el más obvio es La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, Stanley Kubrick, 1987), a la que cita de manera literal y formal en varias secuencias, en especial la del francotirador. Pero no le sale un golpe sordo y rotundo, como tampoco le salió en Men (2022), en relación con el patriarcado, ni en Devs (2020), en relación con el multiverso, ni en Ex Machina (2014), en relación con la inteligencia artificial, ni en Aniquilación (Annihilation, 2018), en relación con el Apocalipsis. Que no son mediocridades si uno analiza lo artístico y lo narrativo; lo temático y sus conclusiones son harina de otro costal. ¿Cuándo ha volado Garland? Sencillo, cuando ha puesto sus guiones en manos de otros cineastas capaces de elevar sus premisas ocurrentes a ideas con peso. Véase Danny Boyle –28 días después (28 Days Later…, 2002), Sunshine (2007)– o Mark Romanek Nunca me abandones (Never let me go, 2010)–.

Ellos sí supieron desbrozar el material original de Garland de caprichos dramáticos para incluir en su lugar soluciones visuales sin trucos y discursos hasta cierto punto novedosos. Me explico remitiéndome a Civil War, pero lo mismo valdría para sus otros filmes. Cuando Garland quiere epatar a toda costa o decirle al espectador que está viendo un momento significativo, recurre a una canción cuyo tono contraste con el de las imágenes –la escena del bosque incendiado, la muerte de Sammy (Stephen McKinley Henderson)– y/o pone en boca de algún protagonista algunas palabras de ánimo sentencioso, conclusivas y supuestamente profundas. En fin, nos dice cuándo debemos emocionarnos, qué debemos pensar y dónde se esconde el Mal. Esta manía es quizá y por desgracia su marca de agua tanto delante como detrás de las cámaras, cuando oficia de novelista. En Civil War, acaso porque sus temas son más comunes y conocidos por el gran público, esta obsesión se ha multiplicado hasta el punto de resultar irritante. Apenas hay una escena en la que Garland no machaque el espectador con las mismas consignas: la guerra es mala, una guerra civil es aún peor, ya no hay periodistas como los de antes, internet es un asco, los jóvenes no mejoran a los veteranos, el trabajo destruye la vida personal, siempre mueren los mejores, etcétera, etcétera. Nada nuevo, o peor, nada no contado antes y mejor.

Anulado ese plano de la narración por su propio artífice, queda lo habitual, un autor de género que sabe jugar con códigos e imaginarios en secuencias planificadas y montadas con un diapasón en la mano. Ahí rara vez falla el Garland director y guionista, dotado de un pulso envidiable para generar tensión y desconcierto con una puesta en escena sostenida en elementos mínimos. Desde La playa (novela), es evidente que sabe invocar la irrupción de lo extraño en entornos cotidianos. Las secuencias de la fosa común y el asalto final a la Casa Blanca valen la entrada al cine. Si Civil War funciona como historia básica y hasta resulta atractiva en determinados pasajes dramáticos, los que se sitúan en un intersticio singular entre el cine «indie» inglés de los años noventa y las demandas formales de las actuales plataformas de «streaming», es precisamente porque está armada con los mimbres del thriller. Lo demás huele a pólvora mojada y deja una impresión de orfandad.

Donde sí gana la partida la película es en lo concerniente a los imaginarios, en este caso una guerra civil en Estados Unidos. Siempre me ha llamado la atención la histórica falta de películas que abordaran de manera directa el conflicto Norte-Sur, quizá porque ningún estudio se la ha querido jugar reabriendo heridas. Desde luego que hay películas sobre este momento histórico –El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, Clint Eastwood) es en este sentido una película audaz y única–, pero la producción es incuestionablemente magra en comparación con otros episodios históricos, como escasas son las películas sobre la guerra de Independencia. Pues bien, Civil War llena de pronto ese vacío con un caudal de imágenes a cuál más incómoda. Vaciada de su manida retórica y sus consignas políticamente correctas, la última película de Alex Garland brilla cuando mete el bisturí en el audiovisual insólito: americanos contra americanos en un entorno de barbarie irracional. Como un encuentro casual entre 28 días después y The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023).

Cuando la destrucción del Memorial de Lincoln o la Casa Blanca es obra de extraterrestres, o cuando al presidente lo asesinan unos terroristas coreanos, esas violaciones de la patria son tolerables por el público desde un punto de vista moral porque la ofensiva es exterior. Aquí Garland le da la vuelta al tablero y se monta una versión contemporánea de la guerra civil americana, en la que la brutalidad de los soldados no opera en lejanos desiertos ni en junglas tropicales, sino en territorio amigo y contra hermanos. Causa zozobra el tercio final de Civil War porque es el único momento en que Garland entiende su propia teoría sobre la violencia y su representación. Asusta lo imposible, no lo inimaginable. Aunque esto, como tantas otras cosas, ya estaba en Kubrick. ♦


«Causa zozobra el tercio final de Civil War porque es el único momento en que Garland entiende su propia teoría sobre la violencia y su representación. Asusta lo imposible, no lo inimaginable. Aunque esto, como tantas otras cosas, ya estaba en Kubrick».





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