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Doom Patrol, la serie de T.V. Un comienzo soñado - La Columna de Logan.


Déjenme que les cuente un poco sobre la Doom Patrol. Tal y como su nombre
 lo indica, este grupo está condenado, fue así desde sus comienzos y lo sigue 
siendo al día de hoy. A diferencia de otros grupos de “héroes”, no solo de la
 editorial D.C. sino también de su directa competidora, este singular equipo 
suele tener que lidiar con enormes nubes grises siempre precipitando sobre
 sus cabezas, tanto fuera como dentro de la ficción, y esa pesada carga lo 
ha transformado en algo especial, en una agrupación de culto, en un equipo 
que su sola mención despierta interés, aún cuando varias de sus muchas 
encarnaciones son más bien dignas de ser olvidadas.

El día de hoy me dispongo a reseñar el episodio piloto de la nueva serie 
live action de D.C., la Doom Patrol, pero antes voy a dedicarle unos 
párrafos a cuestiones relevantes sobre la historia del equipo en el papel,
 aún cuando para poder disfrutar de este primer capítulo no es necesario 
tener absolutamente ningún tipo de información previa, solo porque creo
 que esta agrupación lo merece, y ya.


Ese maldito escocés…

Cuando no sabés nada de historietas podes opinar que la Doom Patrol es 
(o fue) la respuesta de D.C. al éxito de los mutantes marvelitas, máxime 
teniendo en cuenta la naturaleza del equipo y algunas similitudes que 
animan este inútil debate, como la peculiaridad de que el líder y guía de 
esta agrupación en casi todas sus encarnaciones en papel sea paralítico o
 el hecho de que casi siempre hayan recibido el rechazo de aquellas 
personas que intentan salvar. La realidad es que esta agrupación fue
 creada por Arnold Drake y Bob Haney para la My Greatest Adventure #80 
con fecha de portada de junio de 1963, mientras que nuestros conocidos
 mutantes tuvieron su introducción en la ya clásica The X-Men #1  con 
fecha de septiembre del mismo año, pero ambos grupos tuvieron un
 comienzo errático (al menos en lo que se refiere a las ventas), y en el 
caso del primero, las aventuras del 1er volumen finalizarían en la  
Doom Patrol #121, con fecha de portada de septiembre-octubre de 1968, 
y de una manera atípica: con la muerte de todos sus protagonistas.



Y este final anticipado pero original y muy dramático marcaría a fuego 
al grupo y la franquicia. La tragedia teñida de sangre cobrándose víctimas 
sería un elemento reiterativo en las posteriores encarnaciones, acentuando 
el estatus de “condena” que estos muchachos cargaban. Otro factor a tener 
en cuenta cuando se los compara con los mutantes es que ni unos ni otros
 fueron realmente “populares” dentro de ambas editoriales en sus
 comienzos, de hecho, todo lo contrario: fueron marginados en la ficción 
y también en las ventas, un motivo más para descartar la estúpida idea
 que la Doom Patrol fue una creación que surgió en respuesta a algo que
 estaba realmente funcionando y haciendo estragos con los números en
 la vereda de enfrente. En el caso de los mutantes, el éxito se comenzaría 
a cimentar recién de la mano de Len Wein y Dave Cockrum en la  
Giant-Size X-Men #1 de 1975, el “relanzamiento” de este grupo que 
derivaría en la llegada del canadiense John Byrne en los dibujos y sobre
 todo del arribo de Chris Claremont en los guiones, el verdadero alma 
máter de esta franquicia, responsable de transformarlos en un equipo
 redituable que capturó la atención de medio planeta en los ya lejanos ‘80.

En el caso de la Doom Patrol, el éxito llegaría… nunca. Estos marginados
 de D.C. Cómics jamás fueron populares, nunca fueron un éxito de ventas,
 jamás tuvieron incontables series paralelas relacionadas con ellos, decenas
de video-games adaptando sus historias, varias series animadas y un puñado
 de películas live-action. La Doom Patrol es un grupo de culto que solo 
conocen y han leído aquellos lectores versados en la materia super-heróica,
 y gran parte de lo que se ha hecho con ellos en el papel es pura basura
 imposible de digerir, aún cuando la misma supuestamente fue escrita por 
personas que eran “fanáticas” de estos condenados personajes.


Tal es el caso de Paul Kupperberg, declarado fan del grupo quien tuvo
 no una sino dos oportunidades de poder escribir una serie regular con 
estos personajes, y en ambos casos fracasó. Fracasó no solo en lograr
 que el título vendiera bien, también falló en intentar entregar algo decente, 
porque todas las historias que escribió para la Doom Patrol no pasan de la
 media de calidad de esos años, y en algunos casos son realmente
 vomitivas. Situaciones trilladas, pobre desarrollo de personajes, diálogos 
acartonados y un puñado de dibujantes con menos ideas que el gabinete 
de nuestro presidente, incluyendo un novato Erik Larsen que, para colmo,
 cuando a él se le cantaba, modificaba los plots de Kupperberg sin avisarle,
 con la complicidad del editor, supuestamente para mejorar la narrativa 
de la historia. Precioso: dos pelotudos complotando entre sí sin saberlo 
para sabotear mes a mes el cómic.


Por suerte, esta historia tiene un giro gratificante, y por supuesto el mismo
 lo da Grant Morrison, quién entra a hacerse cargo de la Doom Patrol en 
el #19 de este nuevo volumen, justo después de un fatídico y aburrido
 crossover con el mega evento Invasion!, en el cual uno de los integrantes 
muere, otro renuncia y otro queda en coma. Nuestro héroe escocés 
prácticamente le da cero bola al trabajo de Kupperberg y sin necesidad 
de cagarse en la cronología reciente se las ingenia para realizar un reboot 
en una època en la que esa palabra ni siquiera existía en el dialéctico 
nominal del lector de historietas, y lleva el título hacia donde quiere,
 incorporando elementos del dadaísmo y el surrealismo para la 
construcción de la estructura de las historias, tomando como referentes
 los trabajos de William S. Burroughs, Brion Gysin, Heinrich Hoffmann 
e incluso nuestro Jorge Luis Borges, transformando así al cómic en una 
de las series regulares más bizarras y llamativas de fines de los ‘80, 
llamando incluso la atención de personas ajenas al medio.

Grant estuvo al frente de la serie desde el #19 hasta el #63, el cual es,
 irónicamente, el último número que sale bajo el sello de D.C. Cómics
En reemplazo de Morrison entra Rachel Pollack, una escritora de novelas
 y tarotista que se volvió fanática de la etapa del escocés y se acalambró
 las manos de tantas cartas enviadas al editor de la serie para hacerse 
cargo de la misma. Su 1er número, el #64, sale bajo el sello de Vertigo,
 el imprint de D.C. para desarrollar proyectos para lectores maduros, y 
si bien sus historias son bastante más interesantes que las del muerto de
 hambre de Kupperberg, lamentablemente palidecen ante la etapa de  
Morrison, la cual, con el paso del tiempo, se transformó en paradigmática 
y un punto de referencia obligado para los muchos guionistas que se hicieron 
cargo años después, repetidas veces, de intentar “resucitar” esta agrupación.

El único que, a mi entender, logró capturar la esencia de esos inigualables
 44 números de Morrison fue Gerard Way, quién desde su posición
 de editor de otro imprint de D.C., Young Animal, se hizo cargo de
 escribir los guiones de la nueva encarnación de la Doom Patrol, y nos 
devolvió esa magia fatalista confusa y surrealista que la agrupación había 
perdido. Pero dejemos la persona de Way para otra entrada de esta semana, 
por el momento concentrémonos en lo que es realmente importante: si lo 
que estoy exponiendo acá, en estos párrafos, no solo es mi apreciación 
personal sino también, en mayor o menor medida, una opinión unánime 
sobre estos pobres bastardos condenados, era un requisito


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