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Crónica de la nada

Tags: nada
Donde el autor trata de justificar su disparatado texto y su carencia de ideas, apelando al ridículo argumento de que sus neuronas están de vacaciones o en huelga. 

Quiero escribir. El problema es que no se me ocurre ningún tema. Creo que mis neuronas están de vacaciones o se han declarado en huelga, aunque desconozco su posible lugar de descanso y no sé Nada sobre su pliego de reclamos. Otra posibilidad –que me resisto a admitir- es que las susodichas se encuentren medias oxidadas por falta de uso o utilización inadecuada.


Debo alejar ese pensamiento. Esta falta de ideas es temporal. Voy a concentrarme, a recordar, a buscar anécdotas, personajes, vivencias que pueda contar. Vamos, Rolly, escarba en tu memoria, enfócate en un viaje, en un pueblo, tal vez en un día de fiesta con procesión y plegarias, con bombardas y sahumerios, con danzantes y músicos, con harta cervecita y tragos de fantasía.

Ya me estoy animando. Recuerdo a unas chinas diablas de miradas seductoras, y minifaldas encogidas que me incitan a… ¡no!, ¡alto!, lo dejo ahí. Van a creer que mi creatividad solo se aviva al evocar el bailoteo insinuante de una señorita de sonrisa fulminante. No hay duda, debo cambiar de remembranza para no estropear -¿aún más?- mi reputación.

Cero celebraciones y muchachas danzarinas. Caminata. ¡Una caminata! Eso está mejor. En dichas historias escasean las chicas minifalderas. Lo que sobra es el cansancio, los calambres y, en las primeras aventuras, las ampollas. ¡Oh, no!, ahora voy a parecer un debilucho, eso atenta contra mi imagen de viajero de pasos vencedores y andar incansable.


No digo irresistible porque me da roche y después van a estar murmurando que me promociono descaradamente, cuando en verdad soy como un pan que no se vende y firme candidato para quedarme vistiendo santos o santas. Qué horror.  Descarto la caminata por ser atentatoria a mis intenciones de conquistador y mis afanes casamenteros, inubicables todavía, pero por algún lado deben de estar.


Sin fiesta y sin andanzas. Qué me queda. Un pueblo, una playita o paraje de altura. No está mal. Cuento como llegué y lo describo. Suena simple, sencillo, papayita, pero –ahí está el maldito pero que todo lo malogra- si mi pensante está de vacaciones o en huelga, se refugiará en la ley del mínimo esfuerzo, entonces, mis párrafos serían un derroche de “hermosos”, “fantásticos”, “espectaculares” y “bellísimos”.


En ese caso preferiría apagar la máquina y darle la victoria a la pantalla en blanco. Me niego a escribir en modo folletín turístico. La situación amerita medidas extremas. Es hora de cachetearme, de tirar de las últimas mechas de mi ya casi extinta cabellera. Es hora de recurrir al guapeo, a las arengas, a los sapos y culebras, a las frases cargadas de ira que anuncian mi retiro prematuro de las lides periodísticas.


A las musas ni las llamo. Ellas me ignoran o me miran de lejitos. Ya no me susurran frases al oído. En parte es mi culpa. A veces o muchas veces, no seguí sus sugerencias y me despaché por mi cuenta y riesgo. Se resintieron, pues, y me dejaron tirando cintura. Se estarán riendo de mi aturdimiento y quizás –bien extremistas resultaron- hasta azuzando a mis neuronas para que sigan en huelga.


Hoy ninguna estrategia funciona. Ni los recuerdos ni los gruñidos. Solo me mantiene mi terquedad. Quiero elaborar un texto. ¿Sobre qué?, no tengo ni idea. Empezaré a teclear las palabras que se me ocurran, palabras que formarán frases sin sentido, las cuales terminarán redondeando párrafos descabellados que dirán poco o nada, o, visto desde otra perspectiva, tratarán sobre la nada.


Nunca he escrito sobre la nada. Me falta experiencia en ese tema que transciende a lo periodístico-viajero y se interna en las profundidades reflexivas de la filosofía. Caray, suena muy complicado. En mi cerebro hay menos luces que en una noche de apagón. Lo peor o lo realmente dramático es que no tengo ni un mísero fósforo que me permita alumbrar una idea.


Al tacho con lo de la nada filosófica por temor al papelón, la mofa y el escarnio. Mi situación es desesperada. Quizás mi única salida sea la de armar un escrito sobre nada importante. En ese menester, si es que les presto oído a los comentarios de mis críticos, soy bastante ducho. Y es que no faltan por ahí o por allá, algunas voces que espetan con desparpajo que eso de viajar y escribir no es cosa seria.


"Vacaciones disfrazadas". "Vagancia convertida en periodismo". "Notas de relleno en diarios y revistas". Eso dicen y si no fuera por el apagón en el que me encuentro, ni siquiera los mencionaría, pero en estas circunstancias debo admitir mi agradecimiento hacia ellos. Sus argumentos me sirven para completar un par de párrafos e ir sacudiéndome de a pocos de la pereza neuronal.


Después de todo y a pesar de todo logré escribir. Eso sí, no me pregunten de que va este texto porque en verdad no lo sé. Acordemos, entre ustedes y yo, que trata de nada y que de la nada también se puede hacer un relato. Si es bueno o malo, es otro cantar. Lo único que alegaré en mi defensa es que prefiero una pantalla llena de palabras -mis palabras- al vacío irritante y retador de un monitor en blanco.


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