La nuca más expresiva del Hollywood dorado. El tipo que podía aguantar, impasible, las más alocadas tropelías ajenas. Para que perdiera la compostura hacía falta una fiera, una retahíla de cadáveres o un avión asesino. Sin ser una estrella del musical, poseía el mejor sentido del ritmo que se puede encontrar en la pantalla, la ciencia oculta necesaria para hacerse con una escena que se presentara escabrosa, el conocimiento del momento exacto de iniciar una Sonrisa o de besar a una mujer. . . Curtido en las lides del acróbata, conservaba la facultad de controlar su cuerpo a su antojo y de modelar así una interpretación con un gesto. Creó, película tras película, una personalidad atractiva, con cierto distanciamiento que ocultaba sus intenciones y retaba a sus oponentes a indagar en su misterio, con su sonrisa franca, mitad irónica, mitad recurso para ganar tiempo y decidir si esa es la noche en que ha de convertirse en el ídolo de Nueva York o en un corazón solitario ...