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EL SILENCIO DE DIOS

Cuando los silencios brillan por su ausencia, están iluminando nuestras carencias. (Anónimo)


El silencio de Dios no es tal, la sordera del hombre, sí.

A menudo la falta de algo es provocada por el exceso de su contrario, y cuando del silencio se trata, el ruido de fondo de nuestras vidas hace que no nos percatemos de él cuando en realidad nos está interpelando.

Dios siempre nos habla, y más si cabe a través de sus silencios.

Los creyentes estamos constantemente esperando que Dios nos hable, que nos ayude en nuestras pruebas, que conteste a nuestras oraciones. Pero cuando no tenemos respuesta, la que necesitamos no la que queremos, o no la entendemos, o no queremos escucharla. Cuando la angustia nos acecha, a menudo, interpretamos su silencio como una desatención, un abandono. Exigimos una respuesta que nos complazca. Y si no es así, consideramos que Dios no nos responde, y sentimos su silencio como un desamparo.

A un relámpago siempre le sigue unos momentos de silencio antes de que se oiga el estruendo del trueno. El tiempo que dura este silencio nos sirve para determinar la distancia a la que se produce. La utilidad del silencio, en este caso, sirve para medir.

En nuestras vidas los silencios de Dios nos invitan a reflexionar, a escudriñar nuestros corazones, nuestras mentes, a medir nuestra fe en Él.

El silencio no solo es una respuesta, sino también una invitación a buscar aquello que no sabemos encontrar mediante la paciencia, la humildad, la obediencia, la escucha.

El silencio de Dios está lleno de contenido, el de los hombres es un vacío abismal. Por ello cuando intentamos comparar el uno con el otro solo podemos errar.

El amor de Dios tiene mil caras y una de ellas se expresa no diciéndonos nada que podamos oír, para que nos concentremos en querer sentirlo a Él, a su Gracia, a su amor infinito.

Algunas palabras se revisten de silencio para clamar más y mejor su propósito.

En la música los silencios son una parte fundamental de la partitura, realzan las notas, enmarcan las melodías, puntúan los compases. De la misma manera los silencios de Dios son una parte esencial de nuestra vida. Sin ellos, ni podemos, ni sabemos, comprender algunas de sus enseñanzas. Y lo más importante, siempre son un reto a nuestra fe, para que no nos olvidemos de que Dios no tiene que demostrarnos nada, mas nosotros sí, debemos ser lo suficientemente humildes para querer acercarnos a Él, incluso más allá de nuestro raciocinio.

Un ritmo musical sin silencios es como una vida sin Dios, es todo menos un ritmo, una vida.

Ante el silencio de Dios busca sus susurros y sentirás la brisa de su palabra.

La diferencia entre la suerte y la providencia de Dios está a menudo en los silencios de Dios que nos invitan a pensar que no hay nada que Él deje al azar tan solo nos deja nuestro libre albedrío para que decidamos nuestro camino: si hacia Él, si fuera de Él.

Cuando sientas un silencio de Dios busca su “para qué”, nunca busques su “por qué”, eso es potestad divina. El “para qué” siempre nos invita considerar las cosas buscando e interpretando su propósito porque todo lo que Dios hace, incluso sus silencios, son para fin de bien de sus hijos. Amen

Dios es el verbo, intentemos ser el oído.

¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?

1 ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
2 ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
Con tristezas en mi corazón cada día?
¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?
3 Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío;
Alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte;
4 Para que no diga mi enemigo: Lo vencí.
Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalara.
5 Mas yo en tu misericordia he confiado;
Mi corazón se alegrará en tu salvación.
6 Cantaré a Jehová,

Porque me ha hecho bien. (Salmo 13)

Que Dios os bendiga, Alfons
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