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AYUDAR

Ayudar a los demás tan solo es ayudarse a sí mismo. (Anónimo)


Una mano tendida, ayuda, una mirada negada, desampara. Es tan sencillo como implacable, por mucho que queramos huir de ello, y si bien, a veces tendemos la mano, lo más frecuente es que esquivemos las miradas necesitadas.

El hombre tiene tanta necesidad de ayudar como de ser ayudado, aunque no sea consciente de ello.

Es asombroso ver la capacidad que tiene la sociedad para generar focos de ayuda para los necesitados, la ONGs, las asociaciones cristianas y de otras religiones, etc…Pero nadie se plantea que no serían necesarias si amaramos y ayudáramos, al cotidiano, a nuestros semejantes.

Es como si el tener toda esta estructura de “beneficencia” nos vacunara de nuestro propio egoísmo, nos liberara de nuestra responsabilidad cívica, de nuestro compromiso cristiano.

El cinismo de nuestra sociedad se ve en que, es capaz de generarnos nuestras propias excusas para evitar que seamos conscientes de nuestra falta de amor hacia los demás. Y si le añadimos a ello nuestra condición humana, tenemos el coctel perfecto del pecado.

Sentir la necesidad de ayudar siempre parte del amor que tenemos en nosotros. Es la mejor forma de agradecer las bendiciones que recibimos. Eso sí, siendo conscientes de que nuestra ayuda es un regalo de Dios del cual solo somos meros ejecutores.

Ayudar envanece al necio y hace más humilde al sabio. La ayuda no nos pertenece, es autoría divina para nuestras vidas y la de los demás.

Uno se siente bien cuando ha ayudado a su prójimo y se siente mejor cuando se lo agradece al Señor. Porque el poder ayudar es una bendición tanto para el auxiliado como para el ayudador.

Jesús nos pide amar a los demás como a nosotros mismos, podríamos también decir: ayudar a los demás como a nosotros mismos. El problema es que, cuando de ayuda se trata, tenemos la tendencia a priorizar nuestra necesidad a la de los demás porque eso es lo que nuestra sociedad nos inculca.

Cuando uno tiene una vida equilibrada, y bendecida por el Señor, se siente con la necesidad, por no decir obligación, de devolver un poquito de todas las bondades de las que disfruta, y eso mediante la ayuda a los demás. No siempre pensamos en ello, es más tenemos tendencia a olvidarnos de los demás cuando estamos saciados de nosotros mismos.

Las ayudas tienen múltiples facetas, las más terrenales son financieras, las más espirituales son divinas, pero entre estos dos extremos hay un sinfín de posibilidades, de oportunidades que cruzan nuestro camino.

La mirada puede ser una mano tendida al corazón de aquel que está desamparado. Cuando sobran las palabras, los gestos son una forma preciosa de apoyar y ayudar a nuestros semejantes. Una abrazada, una presencia silenciosa, el amor de una sonrisa compasiva, todos estos gestos son expresiones silenciosas que claman su amor.

Ayudar a los demás no nos da ningún privilegio. Tampoco nos ensalza como personas, porque tan solo obedecemos a Dios nuestro padre, aplicando las enseñanzas y el ejemplo de Jesús.

Los que hacen de este comportamiento una oportunidad de vanagloriarse, no son nada más que fariseos del siglo XXI. Y hay muchos más de lo que uno podría pensar.

La obra del Señor es discreta, no fomenta ruidos intempestivos, no magnifica a sus jornaleros porque solo somos eso, obreros de, y para la Gloria de Dios.

Las grandes gestas no son las que más ayudan, pues suelen envanecer a sus autores. Las pequeñas proezas, esas mismo que no otorgan ninguna notoriedad, mas sí, mansedumbre y obediencia a nuestro Padre, esas sí que son piedra de ayuda para los necesitados y para nosotros mismos.

No nos olvidemos nunca del autor de todo aquello que hacemos en su nombre: Dios. Porque si bien actuamos, solo por su Gracia es.

1 Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: 2 «Los maestros de la ley y los fariseos enseñan con la autoridad que viene de Moisés. 3 Por lo tanto, obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra. 4 Atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo. 5 Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar en la frente y en los brazos porciones de las Escrituras escritas en anchas tiras, y ponerse ropas con grandes borlas. 6Quieren tener los mejores lugares en las comidas y los asientos de honor en las sinagogas, 7 y desean que la gente los salude con todo respeto en la calle y que los llame maestros. (Mateo 23: 1-7)


Que Dios os bendiga, Alfons
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