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LA DECISIÓN

Cuando se habla de la decisión, lo importante no es quien la toma sino quien la asume. ¿O es todo lo contrario? (Anónimo)

Todos tomamos decisiones cada día, algunas voluntariamente y otras forzadas por los acontecimientos. Es más, podemos hasta llegar a tomar decisiones que ni nos damos cuenta que lo hemos hecho.

Los hombres somos ávidos de decidir, no dejando a nadie el privilegio de resolver por nosotros. Creemos que cuando somos amos y señores de nuestro destino las cosas, si bien no tienen porque ir a mejor, como mínimo son de nuestra autoría y eso nos da más seguridad. ¿En quién más confiar que en nosotros mismos, en nuestra pericia, en nuestra experiencia? Y si bien diría también en nuestra sapiencia, nunca me atrevería a decir en nuestra sabiduría.

Y uno se puede preguntar qué diferencia hay entre sapiencia y sabiduría, ¿no es lo mismo?

Pues no, no es lo mismo. Y su diferencia hará que nuestras decisiones sean las correctas o lo intenten torpemente.

Cada vez que tomamos una decisión en base a nuestros conocimientos, nuestra experiencia, nuestra intuición hacemos uso de nuestra sapiencia y esta tiene las limitaciones inherentes a nuestra vida y nuestra capacidad de interpretarla.

Pero si en lugar de decidir nosotros nos encomendamos, de corazón y en plena sinceridad, a nuestro Señor Jesucristo, entonces transformamos nuestra sapiencia en sabiduría porque solo de su mano podemos hacerlo.

Contrariamente a lo que se nos enseña la sabiduría no se obtiene mediante el alto grado de conocimiento que podamos adquirir por nuestros estudios o nuestros esfuerzos propios. Como lo dice la Biblia el principio de la sabiduría es el temor de Dios y ese respeto nos invita a entregarle él nuestras decisiones, a confiar en su infinito amor hacia nosotros que hará que sus consejos sean los mejores que podamos seguir.

Cuando nos enfrentamos a un reto lo primero que pensamos es como lo vamos a solucionar. Raramente nos paramos a pensar lo que haría Jesús en nuestro lugar, y menos todavía le solicitamos sus consejos y esperamos que nos inspire mediante su providencia.

Otro atributo antagonista a la decisión es la paciencia porque si ya hemos decidido ¿de qué sirve esperar? Y si esperamos que Dios nos guie y no responde, mejor decidamos antes de que se nos pase el arroz. Estos razonamientos que podría firmar yo en muchas de las situaciones, que me ha tocado vivir en momentos decisivos, son una manifestación obvia de nuestra inmadurez espiritual. Si Dios no responde, tal vez quiere que seamos pacientes. Tal vez quiere que le busquemos más y dejemos nuestro ego de lado. Tal vez también quiere que nuestra espera se nutra de reflexión, de compartir con tus allegados hasta que Él nos lleve por el buen camino.

Es muy difícil discernir el grano de la paja a la hora de tomar una decisión y cuanto más importante más compleja se nos aparece. Pero cuando decidimos encomendarnos a Dios las cosas cambian porque entonces Él nos llevará de la mano hacia lo que más nos conviene.

Cuando pienso en Lutero e imagino lo que tuvo que ser para él decidir enfrentarse a la sacrosanta iglesia, solo se me ocurre imaginármelo orando, orando y orando para que Dios lo guiara y así fue. Todos somos mini Luteros porque si bien nuestras decisiones no cambiaran el devenir de la iglesia sí puede cambiar nuestro porvenir para siempre y eso merece tener el mejor consejero posible, el Espíritu Santo que mora en nosotros.

No se trata de esperar milagros espectaculares que nos guíen, mas sí de buscar al Señor y pedirle, pedirle, pedirle con profundidad y sinceridad de corazón que nos ayude en nuestro cometido. Es un acto de humildad tan sencillo como difícil para nuestro ego. Pero es lo mejor y lo único que deberíamos hacer cuando estamos a las puertas de tomar lo que consideramos una decisión importante, dejar que la providencia de Dios nos guie. A más de uno esto le sonara a renuncia o cobardía a mí me parece el único camino a emprender manifestando y haciendo vivo el temor de Dios que nos inclina a él.

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:8-9)

Que Dios os bendiga, Alfons
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