Para el hombre vanidoso la rectitud de su vida es una suma de curvas más o menos cerradas que vistas de lejos parecen una recta pero que de cerca delatan su oprobio.

Podríamos pensar que la rectitud no admite compromisos, eso solo es verdad cuando los compromisos no admiten rectitud.

Cuando todo es presa de la codicia la rectitud es la última vela que brilla en las tinieblas de nuestra condición.

El que proclama su rectitud acaba de torcerla porque la honradez es un atributo humilde y discreto no un estandarte vistoso que se exhibe.

La integridad de una persona está basada en lo recto que quiera que sea su vida y para ello hasta cuanto y cuando está dispuesta a luchar contra sí mismo para conseguirlo.

Cuanto más grande más fácilmente cede la vara ante su propio peso como el hombre cuanto más grande su ambición más fácilmente caerá en la tentación.

La rectitud de nuestra sociedad es un espejismo fugaz, su iniquidad una realidad palpable y nuestra fe, un oasis esperanzador en medio de este desierto mundano.

Enséñame, Jehová, tu camino y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos. (Salmos 27:11)
Que Dios os bendiga, Alfons
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