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Sonia Montecino: “Hay una mirada irresponsable de todos lados respecto de qué es el feminismo”


Sonia Montecino, premio Nacional de Humanidades. FOTO: SEBASTIAN RODRêGUEZ/AGENCIAUNO

Premio nacional de Humanidades, la antropóloga y académica dará una charla sobre los desafíos del Feminismo el próximo 8 de marzo, en la Casa Central de la Universidad de Chile. En esta entrevista adelanta algunas de sus reflexiones. Habla de la distancia entre el feminismo intelectual y la gente común, que ha dado lugar a malos entendidos y a la aparición de movimientos regresivos. Cree que es imperativo abordar el tema de la violencia y las funas, que, por cierto, no comparte. "No creo que el feminismo en sí mismo sea una confrontación con el otro", dice.

La escuela Feminista italiana delineó un concepto que a Sonia Montecino le hace mucho sentido: affidamento. Una palabra, explica la antropóloga, que nació en Milán y que alude al apoyo y a la confianza mutua entre mujeres. A reconocerse en las similitudes, pero, sobre todo, “en las diferencias de saberes, experiencias, sensibilidades, edades, pertenencias; diversidades entendidas no como conflicto, sino como fuerza común para el cambio”.

Premio nacional de Humanidades, la autora de Madres y huachos abraza ese concepto al hablar de sus maestras y compañeras de ruta, como Loreto Rebolledo, María Teresa Planella, Adriana Valdés y Diamela Eltit, entre otras. También, al referirse a las pioneras del feminismo en Chile, como Amanda Labarca o Elena Caffarena.

Con sus singularidades, todas ellas aportaron al discurso feminista desde la paz, subraya.

-Las feministas de la primera mitad del siglo XX vivieron las dos guerras mundiales y generaron una propuesta de paz muy fuerte. Si tú lees a Gabriela Mistral, Elena Caffarena, Amanda Labarca, a todas las mujeres que en Chile crearon el movimiento feminista, te vas a dar cuenta de que la paz aparece como un elemento fundamental. Ya en la dictadura, el feminismo denuncia las violencias del Estado, lo que llaman las violencias patriarcales -dice.

En 2018 estalló una nueva ola: el Mayo feminista. Las tomas de las universidades se multiplicaron en el país, con el pañuelo verde al cuello como distintivo. Para Sonia Montecino, fue un momento simbólico que visibilizó una pluralidad de demandas y puso en escena a una nueva generación.

-Es un momento que marca la asunción de una nueva generación, con demandas y performances muy disruptoras que van a provocar conflictos. Y que se focaliza en la violencia sexual y en los femicidios. Si en dictadura las demandas eran por democracia o más derechos civiles, ahora el nudo es la violencia a la que los cuerpos femeninos están sujetos. Y eso copa la agenda feminista -dice.

Autora de una obra donde dialogan la antropología, la literatura y los estudios de género, su campo de investigación atraviesa desde la identidad femenina a los saberes indígenas, los mitos y el patrimonio culinario. Hace unos meses, Sonia Montecino publicó Constelaciones culinarias del Choapa y planea profundizar su estudio de esa provincia. Por estos días trabaja en un novedoso proyecto: Diario perruno, “una especie de etnografía o autoetnografía de la tenencia de perros”. Y con la compañía Teatro de Bolsillo prepara la adaptación de Cuadernos de Economía Doméstica, libro que rescata el trabajo de la mujer como dueña de casa.

A seis años de la eclosión del Mayo feminista, Sonia Montecino reconoce algunos avances en la situación de las mujeres. Tal vez, el mayor de ellos sea la sensibilización respecto de las inequidades.

-Se ha avanzado en el sentido de que el discurso social y político necesariamente debe tener un horizonte de respuesta a las desigualdades de muchos hombres y mujeres. Hay una conciencia bastante más amplia y generalizada respecto de las desigualdades.

¿Cuáles son los desafíos del feminismo hoy?

En el mundo de la academia, a nivel global, estamos en deuda con una responsabilidad frente a las definiciones de la mujer. O sea, qué entendemos por feminismo, qué entendemos por género, qué es ser mujer. En algún punto la academia ha avanzado en sus definiciones, pero la traducción de esas definiciones ha producido muchos malos entendidos. Y las personas tienden a acantonarse en esas palabras y en sus propias tendencias ideológicas. Hoy todo parece feminista. No creo que exista un feministrómetro, porque el feminismo es una corriente cultural, pero si todo es feminista, nada es feminista. Estamos en un período de oscurantismo intelectual, donde hay poco debate; las cosas cada vez se piensan menos y aparecen más como emociones que como conversaciones donde podamos intercambiar puntos de vista. Todos tienen un cartel: esto es feminista, esto es género, y ahí te das cuenta de la superficialidad con que estamos hablando. Creo que el mundo académico tiene una responsabilidad y un papel muy importantes que jugar. Otra cosa que tenemos que debatir son las funas y las condenas a priori.

¿Es lo que algunos han llamado feminismo punitivo?

Yo no lo llamaría así, ni siquiera diría que es feminismo. Son respuestas a un tipo determinado de problemas reales, que existen, pero no necesariamente es feminismo. El feminismo como movimiento ético, político, busca transformar las relaciones sociales de género, busca un mundo que no sea autoritario ni violento; esa ha sido la vocación del feminismo. El feminismo siempre ha sido reflexivo y autocrítico, y creo que esa es una de las razones de su éxito. Por eso no usaría esa palabra, como otros que hablan de feminazis y me parece de una vulgaridad tremenda. Creo que lo que tenemos que conversar es cómo producimos una reflexión frente a un determinado tipo de hechos que están relacionados con desigualdades, con vulnerabilidades. Es importante tocar el tema de las redes de respuestas que empiezan a imitar, por mímesis, el poder: condenamos sin racionalizar, sin pensar, y muchas veces se destruye la vida de seres humanos. No quiero decir que no haya problemas, pero no son modos de encararlos. Creo que es un problema social que tenemos que discutir entre todos. Vivimos en un contexto de violencia.

Sonia Montecino cita un ejemplo reciente: la agresividad del público hacia Javiera Contador en el Festival de Viña. “Es muy simbólico: ahí vemos una persona que no tiene cómo defenderse expuesta a la horda. ¿Por qué nos gusta ese monstruo?”, se pregunta. Y agrega:

-¿Qué buscamos con estas respuestas violentas, con estas funas? Tomamos la justicia, entre comillas, en nuestras manos, amparados en la noción de víctima, que sin duda a veces es real, pero muchas veces es una construcción. El feminismo lo que ha dicho todo el tiempo es que no somos víctimas, tenemos agencia, porque tenemos conciencia de lo qué somos y de dónde estamos.

Para la autora, el tercer desafío tiene que ver con la coherencia: si la demanda feminista hoy se centra en la violencia del cuerpo, cómo afrontar y aun tomar partido en las guerras que se libran en el mundo, donde las mujeres son tratadas como botines de guerra.

-Lo ideológico, estoy con este o con otro, impide ver precisamente que las mujeres, los niños y las niñas son objeto de la guerra más terrible, de violencia sexual. Se genera entonces una situación un poco cínica, en la cual condenamos unas cosas por un lado y por otro lado las dejamos pasar. Ese sentido ético que definió al feminismo se pierde en esta banalidad.

Los sentimientos y la razón

En los últimos dos años tuvimos dos procesos constituyentes. Si uno propuso una Constitución de perfil feminista, el otro presentó un texto que podía limitar los derechos de las mujeres. Ambos fueron rechazados. ¿Cómo lee esto?

Si uno mira a la luz de la historia estos dos textos, creo que perdieron los indígenas y las mujeres. Me parece que la sociedad chilena no quiere excesos, no quiere pasarse para la punta, y en el discurso aparecía que la primera Constitución era feminista, entre comillas. Entonces, en un contexto no reflexivo, la palabra genera rechazos. Pero tampoco es una sociedad absolutamente conservadora, porque si lo fuera hubiera aprobado la otra Constitución. No queremos irnos ni para un lado ni para el otro. Y cuando digo que las mujeres y los indígenas son los que pierden es porque son los sujetos que nos generan más preguntas; preguntas civilizatorias, estructurales, que tienen que ver con cómo nos construimos como sociedad. Y las respuestas a esas preguntas no queremos darlas: a la mayoría de la gente esto le provoca miedo. Y las demandas quedaron en un impasse, en un callejón sin salida.


¿Advierte una distancia entre el feminismo intelectual y político y la gente común?

Hay una distancia, y a la vez yo hago una crítica al discurso ilustrado, académico, porque tampoco hay una claridad respecto a lo que es el devenir de todos estos conceptos que utilizamos. Creo que de pronto hay una visión muy moderna, muy fragmentaria de las cosas, y se transmiten fragmentos. Y los fragmentos, si tú no sabes cuál es el contexto, generan una disrupción, un equívoco de qué significa y hacia dónde va. Y esto es peligroso, porque permite que aparezcan discursos muy regresivos, muy conservadores y muy poco elaborados, que pretenden entregar “claridad” a la sociedad. Eso es lo peligroso de esta disociación, porque si yo no logro transmitir lo que hay detrás de un concepto y de una política, es muy fácil que estas corrientes discursivas fuertemente conservadoras se instalen. Y todo aquello que dices, incluso la palabra mujer, la palabra género, se banalizan, se vacían de contenido y son utilizadas ideológicamente. Ahora Milei en Argentina prohíbe el lenguaje inclusivo, no se habla más de perspectiva de género. Y, claro, mucha gente no entiende qué es perspectiva de género. Y si no se entiende, si no lo explico, se puede interpretar para cualquier cosa. Hay que poner atención a esto.

El movimiento tuvo un peak entre 2018 y 2019. En un estudio publicado el año pasado se veía a menos personas identificadas con el feminismo. ¿Cómo lo aprecia usted?

Han pasado muchas cosas, y no se han analizado. Tuvimos el estallido, que yo llamé un terremoto social, y luego vino la pandemia. Dos fenómenos sociales que nuestra sociedad no ha sido capaz todavía de entender. Cuando piensas en esos años, tres años de nuestras vidas, en que la calle se metió dentro de las casas, pasaron muchas cosas: los temas de las violencias, los arreglos familiares, las relaciones. Salimos de eso y tuvimos que votar, entonces empezó una cosa vertiginosa que impidió la reflexión. Y respecto de lo que dices, creo que tiene que ver con esta mirada irresponsable de todos lados respecto de qué es el feminismo. Si tú le explicas a la gente y si la gente se hace el esfuerzo de leer respecto a qué es el feminismo, es absurdo decir ya no me identifico con el feminismo. Porque el feminismo es una corriente cultural que va a estar allí hasta que la sociedad cambie. Pienso que muchos de estos descalces conceptuales y este mismo efecto de las funas, de las violencias, que no es el debate de las ideas, podría producir esa respuesta. Y, de hecho, tú los ves en la academia y en muchos lugares, esta reacción de ah, mejor no hablemos. Pero también puede corresponder a que el movimiento feminista tiene momentos de auge y caída, pero va a estar ahí. El movimiento feminista, tanto local como mundial, es uno de los pocos movimientos que ponen en escena una mirada crítica hacia un tipo de relación que funda otras relaciones. Hay algo en nuestra vida cultural como humanos en esta comunidad que hemos construido, donde hombres y mujeres representamos todo lo que tiene que ver con el ejercicio del poder y con una manera de vivir en este mundo. El movimiento feminista, con sus distintas variantes, va a traer a escena esto. Y eso es un logro.

¿El feminismo entonces está alejado de la confrontación, como algunos lo ven?

Ese es un estereotipo. Yo no creo que el feminismo en sí mismo sea una confrontación con el otro, porque justamente las mujeres hemos vivido esas confrontaciones contra nosotras durante casi toda la historia. Cuando te decía que hay una ética feminista, tiene que ver precisamente con una interrogación constante a lo que es el poder, cómo se construye, y a las violencias. Esas confrontaciones han aparecido de manera mucho más radical en las mujeres jóvenes. ¿Por qué? Porque hay una acumulación de transmisiones respecto de la violencia. También responde a una generación, tanto hombres como mujeres, que ha sido criada entre algodones, como muchas veces se ha dicho. No te puedo tocar o no te puedo decir una cosa porque estoy hiriendo tus sensibilidades, ¿no? Y la consideración de esas sensibilidades es muy importante. De hecho, el feminismo planteó esta idea de cómo los sentimientos tienen que ir juntos con la razón. Por ejemplo, si tú lees a Julieta Kirkwood, ella reflexiona en torno al resentimiento. Ella se hace la pregunta: ¿Cómo el movimiento feminista tiene que elaborar ese resentimiento? Porque, claro, el resentimiento te puede llevar muchas veces a acciones que tengan que ver con la violencia. Y ahí te equiparas, estás reproduciendo esta mimesis clásica del poder. Creo que nos ha faltado reflexión y la puesta en escena de esta ética en un contexto donde la violencia está instalada como lenguaje.

¿Cómo ve la actitud de los hombres en este contexto?

Veo a muchos con miedo, pero también a otros reflexionando sobre sus acciones, sus modos de relacionarse; también observo, pero es un fenómeno que lleva años, que hay en varios sectores un revanchismo frente a la amplitud de esferas que las mujeres van copando. No creo que sea una sola la actitud, sino que varía de acuerdo a las posiciones biográficas. El aumento de la violencia contra las mujeres debería leerse también como una respuesta a la verificación de las masculinidades, muchos hombres no soportan los nuevos roles de las mujeres, porque cuestionan los suyos. Se hace imprescindible una conversación social que sea capaz de analizar los cambios que se están produciendo: salió recién un estudio sobre la disminución de la fertilidad en países donde los hombres contribuyen menos a los trabajos domésticos.

Por Andrés Gómez
Fuente: La Tercera


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