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Florencia Freijo: “La violencia tiene que dejar de ser el lugar en donde los varones construyen su identidad masculina”

Florencia Freijo
Foto: Alessandro Maradei

Antes de presentar su charla “Amar con condiciones” en Montevideo, la escritora argentina conversó con la diaria sobre las relaciones desiguales de poder en los vínculos sexoafectivos y qué preguntas tienen que replantearse los varones.

La politóloga y escritora argentina Florencia Freijo asumió desde hace algunos años la tarea de divulgar a través de sus redes sociales, charlas, talleres y libros distintas cuestiones que afectan de manera desigual a las Mujeres. Algunos de los temas que ha puesto arriba de la mesa tienen que ver con la carga mental, las brechas económicas, la violencia patrimonial, la distribución de las tareas de cuidado y las diferencias entre la crianza de niñas y niños. Siempre con un mismo objetivo: hacer que la información y el conocimiento lleguen a la mayor cantidad de personas posible.

La autora de Solas (aun acompañadas) (2019), (Mal) educadas (2021) y Decididas: Amor, sexo y dinero (2022) también ha profundizado en las desigualdades que se generan en el marco de los vínculos sexoafectivos entre mujeres y varones. Y cómo eso, en muchos casos, sienta las bases para que ellos ejerzan violencia de género. Alrededor de estas cuestiones es que gira la charla “Amar con condiciones”, que Freijo presenta este miércoles en la Sala Movie del Montevideo Shopping. Unas horas antes conversó con la diaria.

Amar con condiciones es la contrapartida de pensar en el amor irracional. En general, cuando hablamos del amor desde la Antigüedad y de los mitos sobre qué significaba enamorarse en diferentes lugares del mundo, hablamos de un estado en el que uno pierde la cabeza. De alguna manera, hasta biológicamente, hay una etapa del enamoramiento en donde efectivamente la segregación de ciertas hormonas nos genera un estado de euforia que parece que no nos permite ver completamente la realidad. Ese estado de ilusión inicial está muy bien, pero en un determinado momento empieza a verse permeado por los mandatos de esta educación sobre cómo tiene que amar una mujer –y cómo tiene que amar un varón también–. En este cómo tiene que amar una mujer se da la idea de una abnegación en donde, si hay amor, no me miro a mí misma, porque, si me miro a mí misma, no estoy amando al otro. Esto trae aparejados muchos problemas, porque, en definitiva, ¿cuál es el fin del amor? El establecimiento de un vínculo afectivo. Entonces, pensar que en algo tan fuerte como el establecimiento de un vínculo no tiene que haber una puesta de condiciones es un error que las mujeres pagamos muy caro, porque cuando el amor se diluye, vemos que las mujeres no están en la misma situación en la que empezaron, sino que están más empobrecidas y más cansadas. ¿Por qué? Porque dieron mucho de sí mismas. Dieron tanto de sí mismas que incluso, muchas veces, acceden a “pruebas de amor”, un concepto que sigue muy latente, y que puede generar relaciones basadas en la violencia. En algún momento nos tenemos que hacer la pregunta: ¿cómo puede ser que la mayoría de las mujeres, en algún momento, estuvimos en una relación sexoafectiva con tintes de violencia o violenta? Y, si no lo estuvimos, conocemos a alguien muy cercana que sí. Si vemos los datos de femicidios, en general, se dan sobre todo dentro de parejas sub 45 años, por lo cual una variable que podríamos analizar es cómo se establecen las relaciones de pareja durante la juventud. Hay tanto para desandar.

¿Por qué hablar, revisar, cuestionar o hacer una charla sobre el amor?

Por suerte, el amor ha sido siempre un tema que se ha tratado de poner dentro de los estudios de género, para visibilizar cómo se generan relaciones desiguales de poder dentro de los vínculos sexoafectivos. Lo que yo veo con preocupación es que muchos de esos abordajes han sido sobre la idea de que la solución a esos problemas es una especie de comportamiento femenino que tiene que ver, por ejemplo, con la libertad sexual. Como que la contrapartida de amar demasiado es experimentar sexualmente con muchas personas. Y, si bien yo no hago una lectura en relación a que eso esté bien o esté mal, creo que nada que le dé la misma fórmula a un montón de personas es correcto, porque las personas somos todas diversas. Entonces, me parece que en realidad lo que hay que empezar a encontrar es un denominador común de respeto en las condiciones entre hombres y mujeres que deje de empobrecer a las mujeres y de ponerlas históricamente a cargo de las tareas de cuidado.

¿Cuáles son esas “condiciones” para amar?

A grandes rasgos: la economía, la distribución del tiempo, las relaciones sexuales. Sobre esto último, hay una situación que es que venimos educadas y educados del porno; las mujeres remiten no tener orgasmos con parejas heterosexuales, pero sí tenerlos mediante la masturbación, entonces no es un tema de anorgasmia, sino de brecha orgásmica de género. Por lo tanto, tenemos que empezar a hablar de cómo, dentro de las relaciones sexuales, en las parejas, las mujeres están educadas para comportarse como geishas y anular su placer. Incluso no son pocas las que remiten que sus parejas no les habilitan el sexo oral, por ejemplo, y ellas a ellos sí. Entonces, hay algo de la estimulación femenina que se borra, porque no hay tiempo.

La segunda condición es cómo se va a manejar la economía. Acá hay que entender que las economías son distintas en una pareja, entonces obviamente pagar 50/50 no es igualdad. Además, obviamente va a haber distintos niveles de compromiso con la realidad económica del otro a medida que la relación se va formalizando.

Por otro lado, el tema del uso del tiempo es clave en términos de cuánto tiempo se le va a dedicar a la pareja o al proyecto de vida. A veces cuando hablo me voy directamente a parejas más grandes, que ya están consolidadas como familia, pero veo la distribución desigual del uso del tiempo en chicas muy jóvenes. En 2019, por ejemplo, salió un estudio de Unicef en Argentina que contaba cómo las adolescentes de 15 años trabajaban el doble de tiempo dentro de sus hogares que sus hermanos varones. Entonces, ya hay una educación en la que el uso del tiempo es desigual entre hombres y mujeres. En las parejas sexoafectivas de temprana edad también se da una diferencia en la distribución del uso del tiempo, porque el mandato de cómo la mujer tiene que llegar preparada para amar y para ser amada es distinto que el del varón. Acá se cruzan varios mandatos: el de belleza, el de la “buena mujer”. Pensando en el mandato de la buena mujer, veamos la cantidad de mujeres que le terminan comprando el regalo del Día de la Madre a sus suegras, pero el regalo del Día del Padre para el suegro no se lo compra el varón. Otro mandato que se cruza es el de cuidadora, que incluye hasta pedir los turnos médicos, y que está en cualquier tipo de unión.

Las mujeres históricamente nos hemos hecho cargo de la gestión de las emociones nuestras y del otro: en las familias, en los vínculos con varones. Es lo que la periodista española Ana Requena Aguilar llama “trabajo emocional”, que define como esos “cuidados con los que cargamos las mujeres en nuestras relaciones en nombre del amor”.

El tiempo de la gestión emocional como variable –de hecho, en (Mal) educadas lo hablo– es fundamental porque es la gestión de la salud de la pareja. Entonces, propongo que vayamos a terapia, propongo decodificar tus emociones, propongo decodificar también lo que te pasa con tu familia. Y esto no lo veo como malo. Lo que veo como malo es que ese trabajo sea invisible y que no se valore. Mi frase es: no hay que ser pedagogas del amor. Uno quiere vincularse con alguien que quiera también aprender y no necesitar que alguien le enseñe, porque, si no, es un peso más. Pero sin duda la pedagogía del amor, que es de la que habla Ana, la resolución de la tensión, de la falta de palabras, de la falta de darles formalidad a las emociones de lo que está atravesando una pareja, está sobre nosotras. Porque nosotras estamos educadas para eso.

¿Qué tipo de amor queremos?

Cada persona va a generar su formato de qué es para sí misma sentirse amada y esto no es fijo, va cambiando a medida que esa pareja va avanzando, con los años. Para poder transitar ese cambio, tengo que saber cuáles van a ser mis condiciones, porque, en definitiva, cualquier vínculo se trata de negociar: espacios, condiciones, etcétera. El paraguas de todo esto es que, sin duda, para poner condiciones, necesito tener acceso a la información. Yo no puedo firmar un contrato si no conozco sus cláusulas. Para conocer las cláusulas, necesito dos cosas: conocer a la otra persona –por supuesto que eso se va a ir dando con el tiempo– y conocerme a mí misma, pero sobre todo conocer cuál es la matriz social en donde se sigue inscribiendo a la pareja y qué cosas va a exigir esa matriz social del hombre y de la mujer. Porque tengo que ver si voy a estar dispuesta a cambiarla o no. Porque después pasa que vienen las mujeres con un trabajo enorme de acceso a la información y dicen “pará, esto no me copa”, o “con razón estoy tan cansada”. Pasa en la pareja, en los lugares de trabajo. Ahí hay una estructura social. Pero cuando lo ponen sobre la mesa a la hora de negociar, desde la otra parte dicen: “no, yo esto no lo acepto”. “¿Cómo no vas a ser tan buena madre de relegar tu trabajo y mandar a nuestro hijo a que se enferme a una guardería, si nuestro hijo te necesita a vos?”: te lo dice tu pareja, te lo dice tu suegra, te lo dice tu madre; imposible salir de ahí. Por otro lado, las mujeres acceden a la información sobre lo que la sociedad les va a exigir cuando ya están dentro del problema. Ahí les es más fácil entender esto. Mientras no están ahí, piensan “esto es muy exagerado”, “esto no es así”, “esto ya cambió”. Y de repente se dan cuenta de que el mundo no cambió tanto, ya están adentro y no lo pueden decir porque el entorno no se los facilita.

¿Qué preguntas y cuestionamientos tienen que hacerse los varones?

Los varones se tienen que replantear que la violencia tiene que dejar de ser el lugar en donde ellos construyen su identidad masculina. La identidad masculina no puede estar supeditada a un mandato de la violencia, bajo ningún punto. Tienen que aprender que tener una mujer poderosa al lado no les saca poder, que el poder puede estar repartido entre hombres y mujeres. Que su masculinidad no se ve menguada por el poder de una otra. Tienen que aprender que las mujeres también somos voces de autoridad. Los varones se escuchan entre varones. El más deconstruido va a escuchar sobre amor deconstruido de un varón, no escucha charlas de amores deconstruidos de una mujer. Tienen que aprender que ellos son fundamentales en las tareas de cuidado y de responsabilidad hacia sus hijas e hijos. Que la ciencia, profundamente misógina, ha tratado de explicar la necesidad de la abnegación de la madre para el único fin de sacar a las mujeres de la vida pública y profesional.

A veces da la sensación de que las mujeres estamos revisando la forma de vincularnos sexoafectivamente con varones, pero a ellos no les llega el mensaje. ¿Lo ves así?

Lo que las mujeres expresan como sus problemáticas sociales sigue siendo entendido como los “problemas de las mujeres”, por fuera de los problemas universales, aunque tengas un movimiento feminista de millones y millones de mujeres. Esto tiene que ver, lamentablemente, con algo muy difícil todavía de cambiar, que es el universo de las representaciones sociales, a través de los sesgos cognitivos; acá hay algo que opera a nivel psicológico, y hasta que no cambie realmente a nivel social no va a haber un cambio. Cuando escribí Decididas me propuse tratar de explicar por qué, si había tanto cambio a nivel social, el mundo no cambiaba. ¿Qué estaba pasando? Porque incluso las mismas mujeres que ven la necesidad de cambio repiten patrones de conducta dentro de las parejas, ya sea por el hecho de ceder, porque no les queda otra, porque lo hacen inconscientemente, por un montón de razones. Lo que pasa es que no es tan fácil cambiar ni la actitud individual ni la actitud social. Entonces, para mí, es mucho más complejo que pensar que a los varones no les importa. Para mí es que no se sienten afectados y, peor, no se perciben como parte del problema. Siguen pensando que es algo que les pasa a las mujeres cuando de pronto son la caperucita roja que justo se equivocó de camino y se cruzó con un lobo extraordinario, cuando hay que entender que la violencia masculina no es extraordinaria, es ordinaria, porque la vivimos todas. Todo el mundo conoce mujeres violentadas en diferentes aspectos, pero nadie conoce varones que violentan, entonces las cuentas están raras. Tenemos que entender que, como dice Rita Segato, aunque nos cueste, por momentos estamos en una guerra hacia las mujeres.

Por Stephanie Demirdjian en Movimientos feministas
Fuente: La Diaria.es


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