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Feminismo y deporte. La conquista de espacios para mujeres en el triatlón


Feminismo y Deporte. Una aproximación a su tratamiento.

En el presente trabajo me propongo abordar la situación actual de las Mujeres que maternan en el ejercicio del derecho al ocio, entendido como el derecho a disponer de tiempo para la realización de actividades que resulten ajenas a cualquier acción relativa a la crianza, el cuidado de otro y la actividad remunerada o empleo, en sus diversas formas.

Me centraré específicamente en la disciplina deportiva de Triatlón[1], por tratarse de un deporte que implica una exigencia de tiempo y esfuerzo físico que resulta significativo, y que sirve para ilustrar en tal caso la diferente participación que existe en dicha disciplina en el ámbito amateur entre Hombres y mujeres.

Se desarrollará aquí una primera aproximación a la temática que pretende ser una introducción al tema, para luego profundizarlo con entrevistas, recolección de datos y análisis de casos particulares.

El eje central del trabajo busca poner en evidencia que, aun cuando estamos transitando un nuevo modelo de ejercicio de la paternidad, lo cierto es que en lo esencial el tiempo y otros privilegios de los que disponen los hombres en relacion a las mujeres –en el marco de un vínculo en el que ambos son progenitores- siguen siendo potestad casi exclusiva de estos, quienes mantienen los centros de poder intactos en su beneficio.

Lo señala Jokin Azpiazu Carballo[2]: “Hoy en día, sin embargo, los hombres parecen estar afrontando la paternidad desde otro lugar: cercanía afectiva y emocional, interés en las competencias y la educación, deseo de compartir tiempo con las criaturas, crianza más cercana…Y, sin embargo, esta imagen de cambio choca con los datos y con las experiencias que obtenemos si aplicamos una mirada relacional, que incluya no solo a los hombres heterosexuales que son padres, sino también a las mujeres con las que comparten —en la mayoría de los casos— la tarea de la crianza, y a sus entornos cercanos —familia, grupo de amigos/as, etc (…) Siguen siendo muy pocos los que, ante la crianza, se plantean pausar sus carreras profesionales —o de otro tipo— para dedicarse a ello. Y las horas que dedican los hombres a sus criaturas siguen siendo las horas «divertidas» (…) Otras cuestiones relacionadas con la crianza (las no siempre apetecibles reuniones con el profesorado, el acompañamiento en caso de enfermedad, la ayuda en los deberes del colegio…) siguen quedando en manos de las mujeres que, ellas sí, se encuentran a menudo, después de un parón de unos años para la maternidad, reincorporándose a mundos —sus empleos, sus aficiones, sus expresiones artísticas, simplemente salir de copas— donde no es tan fácil ubicarse de nuevo.”

¿Todo se trata del poder? O cómo se renuncia a él.

Existe un cambio en los roles o papeles que el género masculino ha ido adoptando en su rol de progenitor/cuidador/educador que no puede ser desconocido. Ahora bien, como señala Carballo[3]: “…el cambio en las identidades no necesariamente conlleva una transformación del desequilibrio de poder entre hombres y mujeres en el aspecto relacional-político.”

Recordemos, en principio, que el reconocimiento del trabajo doméstico, como un área de explotación, supuso un cuestionamiento de las estrategias y políticas tradicionales de izquierda, que nunca lo habían incluido en su concepto de “trabajo” ni en las luchas de los sindicatos.

Dalla Costa[4] señala que lo que el ama de casa produce dentro de la familia no es solo un valor de uso, sino la propia mercancía “fuerza de trabajo” que el marido puede vender posteriormente como trabajador asalariado, y expone asi claramente que la productividad del ama de casa es la precondición para la productividad del trabajador (hombre) asalariado: es la base para el proceso de acumulación capitalista.

Feminismo y deporte. La conquista de espacios para mujeres en el triatlón

En el mismo sentido, Rosa de Luxemburgo[5] señala en relacion al modelo de acumulación capitalista de Marx, la falencia que presenta el mismo en relacion a la inclusión del “entorno y estratos no capitalistas” para la ampliación de la fuerza de trabajo, de los recursos y de los mercados. Y ahí se ubican, desde luego, las tareas de cuidado, que, a través de la división sexual del trabajo, son invisibilizadas y están exentas de la protección que sí tiene el trabajo asalariado.

Prueba de esta afirmación es que, recién en el año 2015, y a raíz de la sanción del nuevo CCCN se reconoció un valor económico a las tareas de cuidado y atención de las hijas e hijos[6].

Sin lugar a dudas, la nueva visión que se implementa de a poco en torno a las “tareas domésticas” o “tareas de cuidado” constituye un avance en el reconocimiento de derechos a quienes las realizan pero, en la mayor parte de los casos, dan forma a un nuevo sistema de explotación que recae sobre las mujeres, principalmente sobre aquellas que además han ingresado al mercado del trabajo asalariado y que, al mismo tiempo, maternan y cuidan.

En efecto, la inserción de las mujeres en el empleo formal no ha venido acompañada de una inserción de los hombres en el trabajo de reproducción social en sentido proporcional. Esto provoca lo que se ha denominado la “doble jornada” o “doble presencia” que implica tener que coordinar simultáneamente la presencia en ambos ámbitos.[7] Por tanto, supone una peor calidad de trabajo, ya que cada presencia conlleva una contrapartida de ausencia, traducida en una desigual participación en ambos ámbitos.

De esta forma volvemos al punto de inicio: el cambio que se viene desarrollando en las identidades no implica, necesariamente, romper con los desequilibrios en las matrices de poder.

Gramsci[8] explica la hegemonía como el proceso mediante el cual una relación de poder se mantiene de forma invisible, siendo aceptada sin generar un deseo de resistencia.

La visibilidad del modelo hegemónico de masculinidad que está siendo “superado” está ocultando – a su vez- el bosque de masculinidades más respetadas, pero no necesariamente menos opresivas que se siguen desarrollando. El modelo hegemónico, el que pasa desapercibido, es hoy mucho más discreto y menos aparentemente adscrito al “machismo”, lo cual no significa que sea más igualitario: no reivindica una supremacía masculina, pero la practica de manera cotidiana. El acceso desigual al goce de los mismos derechos entre hombres y mujeres asi lo manifiesta.

El deporte como derecho humano. Las barreras que aun no se rompieron.

El 18 de diciembre de 1979, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que ha sido ratificado por nuestro país y que goza de jerarquía constitucional conforme el art. 75 inc. 22 de la CN.

Un año antes, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, (UNESCO), estableció en la Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte, aprobada por su Conferencia General en su reunión número 20, que: «Todo ser humano tiene el derecho fundamental de acceder a la educación física y al deporte, que son indispensables para el pleno desarrollo de su personalidad».

En tanto que la Carta Olímpica, estatuto que rige al Comité Olimpico Internacional, en su octavo principio fundamental señala: «La práctica del deporte es un derecho humano. Toda persona debe tener la posibilidad de practicar deporte según sus necesidades.”

Tal como lo manifiesta Antúnez (2001)[9], el deporte debe ser considerado como una actividad, entre las demás, donde la mujer pueda desarrollarse al igual que los hombres, como en política, ciencias o cualquier otra, con igualdad de oportunidades para obtener los mejores resultados.

Como principio general, la participación de la mujer en el deporte no es diferente a la historia de ésta en la sociedad. Al ser el deporte un ámbito público, su incorporación en él se va efectuando de forma inequitativa, con obstáculos y barreras erigidas por los estereotipos culturales, salvo algunas excepciones.

Si nos remitimos a la aplicación concreta de lo señalado a la disciplina de Triatlón, vemos que, en las competencias realizadas en nuestro país, en las categorías que abarcan entre los 30-34 años, 35-40 años y 40-44 años, tenemos una participación de hombres que superan en hasta un 600% la participación de mujeres en la misma disciplina. [10] Al tiempo que mientras que nos acercamos a las edades de maternidad/paternidad la cantidad de mujeres se mantiene estable mientras que la de los varones se incrementa notablemente.

De esas mujeres, generalmente, un bajo porcentaje ha sido madre – y que además optan por tener sólo un (1) hijo para poder recuperar rápidamente su derecho al ocio -y muchas de ellas, cuando lo son, deben alejarse de la práctica deportiva por un tiempo para dedicarse a las tareas de cuidado.

En efecto, el desarrollo de las mujeres en el deporte se ve influenciado por diversos factores de tipo institucional, social y escolar, los cuales se han conjugado en contra de la equidad.

Entre los factores sociales influyentes, el de mayor peso es la familia, donde se desarrollan como hijas, esposas y/o madres según la etapa que vivan. En muchos casos, se ven en la disyuntiva de sacrificar o aplazar la maternidad por el deporte o dejarlo para convertirse en madre. Es decir, los roles sociales que se le imponen a la mujer obstaculizan el crecimiento deportivo, además de que en la mayoría de los casos implica adaptarse a un espacio hecho por y para hombres a través de los siglos.

Desde un análisis general, vemos que las desigualdades en el campo laboral y en la esfera doméstica, entre otras posibles, dificultan la construcción de una identidad emancipada en el caso de las mujeres. Esta situación supone una cierta limitación en la construcción que las mujeres realizan de sí mismas como sujetos de derecho en relación al ocio, y por lo tanto también sus actitudes hacia este tiempo.

En el caso de los hombres, por el contrario, la paternidad no constituye un obstáculo no solo para la participación en las competencias sino además para contar con el tiempo suficiente para entrenar diariamente y prepararse para ellas.

Y aquí resulta sumamente relevante la consideración a varias cuestiones que confluyen: la asunción de responsabilidades en las tareas de cuidado respecto de cada progenitor, la disponibilidad de tiempo de ocio suficiente para el entrenamiento que un deporte amateur asi requiere [11], asi como contar con un ingreso salarial que permita afrontar las erogaciones que la práctica de tres disciplinas en simultaneo implica. Todas inequidades que influyen directamente en el derecho al ocio de las mujeres.

La ya mencionada Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer en su artículo 16 establece que: “Los Estados Partes adoptarán todas las medidas adecuadas para eliminar la discriminación contra la mujer en todos los asuntos relacionados con el matrimonio y las relaciones familiares y, en particular, asegurarán en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres:d) Los mismos derechos y responsabilidades como progenitores, cualquiera que sea su estado civil, en materias relacionadas con sus hijos; en todos los casos, los intereses de los hijos serán la consideración primordial”

Mas allá de la legislación vigente y de las obligaciones que asuman los Estados, la continuidad del rol social que sitúa a las mujeres como principales proveedoras de los cuidados familiares y de las atenciones domésticas, no solo influye en su menor disponibilidad de tiempo sino también en los significados que otorgan a su ocio.

De hecho, para las mujeres que son madres, la responsabilidad sobre otras personas -fundamentalmente los hijos/as y la pareja- precede a sus necesidades de ocio (Shaw, 1999[12]). Cabe destacar una línea de trabajo centrada en estudiar el impacto que la ética del cuidado tiene en el tiempo de ocio de las mujeres, concretamente, un estudio llevado a cabo por Eileen Green, Sandra Hebron y Diana Woodward (1990)[13], pone en evidencia que la percepción que las mujeres tienen sobre sí mismas como sujetos de pleno derecho en relación al tiempo de ocio guarda una estrecha relación con su grado de aceptación de la ética del cuidado.

En otras palabras, cuanto más fuerte es el compromiso con el ideal de mujer promovido por el patriarcado, más dificultades tienen las mujeres para sentirse merecedoras del ocio en términos comparativos con sus compañeros varones.

Esta situación pone de manifiesto cómo “la división sexual en función del género sustenta la identidad individual” (Sánchez, 2012, p. 89)[14], hasta el punto de condicionar, en el caso femenino, la capacidad de representarse en otras identidades fuera del rol madre-esposa.

No es lo mismo adaptarse a la realidad que transformarla.

Salvando las diferencias en torno a la naturaleza de derechos, hago propias las consideraciones vertidas en el trabajo “Surcando olas y contra-olas: una mirada paritaria a los derechos políticos de las mujeres en América Latina”[15], donde al analizar los principales obstáculos que impiden el acceso de las mujeres al ejercicio de sus derechos políticos en paridad, señalan, entre varios “nudos”, los mismos remarcados aquí en torno a los “patrones culturales patriarcales, discriminatorios y violentos, y el predominio de la cultura del privilegio”[16], asi como “una división social del trabajo e injusta organización social” en virtud de la cual el avance de las mujeres en la vida económica y pública no ha significado necesariamente un aumento de la corresponsabilidad de los hombres en las tareas del hogar y de cuidados, lo que reproduce cíclicamente un modelo de hogar marcado por patrones patriarcales.

Las cuestiones que hasta aquí he traído con motivo de la desigualdad de género que observo diariamente en las posibilidades deportivas de las mujeres en contexto de maternidad – particularmente en el Triatlón- son claramente cuestiones que se replican en detrimento de las mujeres en todos los ámbitos de la vida de relacion y que vemos que no suceden con sus pares masculinos, también en contexto de paternidad.

En su Recomendación General Nº 19[17] sobre la violencia contra la mujer, la CEDAW dejo en claro que violencia contra la mujer es toda aquella que menoscaba o anula el goce de sus derechos humanos y sus libertades fundamentales, entendiendo por tales:e) El derecho a igualdad ante la ley;
f) El derecho a igualdad en la familia;
g) El derecho al más alto nivel posible de salud física y mental;
h) El derecho a condiciones de empleo justas y favorables.

Y agrega además que: “La negación de sus responsabilidades familiares por parte de los hombres puede ser una forma de violencia y coerción. Esta violencia compromete la salud de la mujer y entorpece su capacidad de participar en la vida familiar y en la vida pública en condiciones de igualdad.”

La realidad nos demuestra que no solo existen múltiples violencias que se mantienen incólumes en el ejercicio diario de la vida de las mujeres, sino que además, no se perciben como tales desde los propios ejecutores de ella.

Por ello es que entiendo necesario “poner sobre la mesa” las desigualdades coyunturales, cotidianas con las que las mujeres nos enfrentamos día a día y nos limitan en nuestro desarrollo como personas en sentido amplio, como titulares de derechos. De los mismos derechos.

Las relaciones de poder en el binomio patriarcado-capitalismo atraviesan todos los ámbitos de la vida diaria de cada mujer que se desarrolla en ese contexto hostil y, en mayor o menor medida, con mayor o menor profundidad, erosionan su condición de ser igual a los demás por el solo hecho de una característica arbitrariamente construida, como lo es el género.

Como señala Judith Butler: “…Lo universal empieza a ser articulado precisamente a través de los desafíos a la formulación que ya existe, y el desafío proviene de aquellos a quienes no incluye, de aquellos que no tienen derechos a ocupar el lugar del “quien” pero que, sin embargo, exigen que lo universal como tal les incluya.”[18]

Empecemos entonces a exigirnos en todos los espacios, como parte de un universal que no nos ha sido dado como propio, pero que nos pertenece.

Por Por María Ximena Praderio
Abogada (UBA). Especialista en derecho laboral y realizando estudios de género. Violencia patrimonial con perspectiva de género.
Madre y deportista amateur
Fuente: Diario Digital Femenino

[1] El triatlón implica la realización combinada de tres disciplinas: Natación, ciclismo y pedestrismo, lo que implica una carga de entrenamiento de siete días a la semana, en turnos que oscilan entre una y dos horas y que a veces implican entrenar dos turnos en un mismo día. Las variaciones se van a presentar por las distancias a cubrir en las eventuales competencias, por lo que a mayor distancia mayor volumen de entrenamiento y mayor ausencia de mujeres –también- en esas modalidades.
[2] | Jokin Azpiazu Carballo, “Cambios en las relaciones de poder. Masculinidades y Feminismo”, Virus editorial, 2017.
[3] Id. Ap. 1
[4] Mariarosa Dalla Costa y Selma James, “El poder de la mujer y la subversión de la comunidad”, Siglo XXI, 1975.
[5] Rosa de Luxemburgo, La acumulación de capital, Editorial Orbis, 1985 en Maria Mies, “Patriarcado y acumulación a escala mundial”, Ed. Traficantes de sueños, 2019.
[6] ARTICULO 660 CCCN.- Tareas de cuidado personal. Las tareas cotidianas que realiza el progenitor que ha asumido el cuidado personal del hijo tienen un valor económico y constituyen un aporte a su manutención.
[7] Beatriz Llanos, 2019, ONU Mujeres y PNUD.
[8] La idea de hegemonía en Gramsci es presentada en toda su amplitud, operando no solo en lo político y económico, sino sobre todo en lo moral y lo cultural. Gramsci define cultura como: “organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior consciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida sus derechos y sus deberes” (Gramsci, Socialismo y Cultura, en Sacristán, 2004:15). Ahora bien, esto no se da de forma espontánea ni individual, sino paulatinamente. Se da primero por la reflexión de unos pocos y luego la de toda una clase. En este contexto, tanto cultura como política son definidas teóricamente desde la praxis política, mostrando una vez más, la imposibilidad de desprender lo teórico de la rea­lidad concreta.
[9] Antúnez, M. (2000). Participación de la mujer en la elaboración y concreción de políticas deportivas. Efdeportes.com, 5, 26
[10] Según el sitio oficial de IronMan (www.ironman.com) que organiza competencias de triatlón en diversos lugares del mundo, en las competencias realizadas en la ciudad de Buenos Aires en el año 2019, para las edades de 30-34 años participaron 21 mujeres y 114 hombres, para 35-39 años 27 mujeres y 156 varones, en la categoría de 40 a 44 años, 27 mujeres y 185 varones. Para el año 2022 en las edades de 30-34 años participaron 30 mujeres y 103 hombres, para 35-39 años 31 mujeres y 155 varones, en la categoría de 40 a 44 años, 26 mujeres y 179 varones. Como vemos, a medida que nos acercamos a las edades de maternidad/paternidad la cantidad de mujeres se mantiene mientras que la de los varones se incrementa notablemente.
Los dos triatlones más importantes del país, que se celebran en las ciudades de Santa Ana y La Paz en la provincia de Entre Ríos, arrojan una participación similar: la cantidad de mujeres a lo largo de los años oscila entre las 40 y las 50 participantes mientras que en los hombres siempre exceden los 400.
[11] Se calcula un promedio de 16 hs semanales de entrenamiento, que supone por ejemplo para la natación y el ciclismo, el trasladarse a un club o circuito preparado para ello, que muchas veces y en torno a las distancias, agrega tiempo adicional del que hay que disponer. También incluye, desde luego, las horas necesarias de descanso para que el cuerpo pueda recuperarse del esfuerzo físico (cosa que en época de hijos pequeños puede ser más difícil) asi como una alimentación especifica que –también- implica mayor dedicación al momento de su planificación y preparación y que muchas veces viene a incrementar la labor del progenitor que tiene a su cargo las tareas domésticas.
[12] Shaw, S. M. (1999). Gender and Leisure. En E. K. Jackson y T. L. Burton (Eds.), Leisure Studies. Prospects for the Twenty Century (pp. 271-281). Pennsylvania: Venture Publishing.
[13] Green, E., Hebron, S., y Woodward, D. (1990). Women’s leisure, what leisure? London: McMillan Education.
[14] Sánchez, A. (2012). La división sexual del trabajo docente: procesos discursivos y realidades sobrevenidas. Revista Electrónica de Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 42(15,3), 85-91.
[15] Beatriz Llanos, 2019, ONU Mujeres y PNUD.
[16] 14. CEPAL (2017). Estrategia de Montevideo para la implementación de la Agenda Regional de Género en el Marco del Desarrollo Sostenible hacia 2030. Santiago de Chile, pág. 16.
[17] 11º período de sesiones (29/01/1992)
[18] Bedin, Paula, “Debates y redefiniciones en torno a la universalidad: hegemonía y movimientos sociales. convergencias y divergencias entre Judith Butler y Chantal Mouffe”, en Critica Contemporánea, Revista de Teoría Política N°5, diciembre de 2015.


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