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El hambre como consecuencia de la desigualdad y la violencia contra las mujeres en América Latina

En Guatemala, Mujeres luchan contra el hambre en sus comunidades. Foto: Miguel Ángel Pérez González/Acción contra el Hambre

En América Latina y Caribe la brecha entre mujeres y hombres que sufren hambre es la más desigual del mundo, una realidad que se ha exacerbado no solo debido a la desigualdad financiera, potenciada a su vez por la masiva expulsión de mujeres del mercado laboral por la pandemia, sino también al retroceso en la cobertura de los programas de salud sexual y reproductiva y al nivel de Violencia de género que ellas sufren.

Así lo ha determinado la organización Acción contra el Hambre que, por medio de una publicación denominada ‘Mujeres en la Lucha contra el Hambre’, alerta y visibiliza las necesidades apremiantes de las mujeres en los territorios latinoamericanos en los que trabaja, donde el hambre -consecuencia de la desigualdad, la exclusión y la violencia-, pone a las mujeres en una situación de especial vulnerabilidad.

“A nivel global, la diferencia entre hombres y mujeres que padecen inseguridad alimentaria es de más de 4 puntos porcentuales, con un 31,9 % de mujeres y un 27,6 % de hombres. Sin embargo, en América Latina, esta brecha se amplía a 11,3 puntos porcentuales, la más pronunciada del mundo. Es imperativo que se tomen medidas urgentes para abordar esta desigualdad y garantizar la seguridad alimentaria de las mujeres en la región”, explica Benedetta Lettera, responsable geográfica para América Latina de Acción contra el Hambre.

Para la organización son los registros sobre la violencia de género los que muestran “en toda su magnitud la situación de vulnerabilidad al que están expuestas las mujeres” en la región y la urgencia de actuar.
El hambre y la violencia contra las mujeres

Cuando la región intentaba recuperarse del impacto de la pandemia, la guerra en Ucrania ha generado una inflación global dando lugar a una importante crisis de coste de la vida que ha perjudicado en mayor medida a las mujeres.

En Guatemala, por ejemplo y según datos del informe, la tasa de inflación se ha duplicado con relación al año 2022, alcanzando el 13,2 %, lo que repercute en la capacidad adquisitiva de las familias.

Se trata del aumento de precios más pronunciado en los últimos 15 años. El costo de la canasta básica se encuentra en 475 USD (abril, 2023), mientras que el salario mínimo no agrícola oscila entre los 436 y 400 USD, siendo este último el salario más frecuente en las maquilas (industria manufacturera) en las que principalmente trabajan mujeres.

“Según el Global Gender Gap Report 2025, Guatemala es el país con la peor situación para las mujeres en toda América Latina y el Caribe, en lo que se refiere al acceso a oportunidades económicas. En este contexto es, como de costumbre, la mujer, pobre, rural e indígena la más afectada. Ante la imposibilidad de alcanzar ingresos suficientes para adquirir los alimentos básicos que requiere una familia, la inseguridad alimentaria se convierte en una constante”, advierte el informe.

Pero a esta realidad es incluso peor para las mujeres y niñas que son víctimas de la violencia armada, como en el caso de Colombia.

Para las mujeres y niñas, las restricciones ligadas a la violencia significan reducir aún más su movilidad, afectada ya previamente por los roles preestablecidos en las comunidades rurales, priorizando el desplazamiento de los hombres y adolescentes varones por los riesgos de contexto y excluyéndolas de roles productivos o de generación de ingresos.


“Estos factores disminuyen los aportes económicos generados por las mujeres, incrementando su dependencia frente a los integrantes masculinos del hogar”, dice el documento.
Las mujeres que migran en América Latina

El fenómeno migratorio afecta especialmente a mujeres y niñas, quienes enfrentan riesgos y violencias en todas las etapas de su trayecto como discriminación, violencia basada en género o la trata de personas con fines de explotación sexual.

Según el informe, entre las motivaciones de las mujeres para emigrar destaca su propósito de brindar un mejor futuro para sus hijos. Casi el 40% de las mujeres ha tenido que pedir un préstamo para realizar el viaje migratorio o han recurrido a sus ahorros por trabajo (25%) y ahorro por venta de posesiones (17%).

“Por lo general, ante los altos cobros a las que son sometidas en los países de tránsito o los asaltos, terminan sin dinero para costear el viaje, por lo que se ven forzadas a trabajar de forma precaria o a caer en mendicidad, lo que agrava las situaciones dolorosas y traumas que ya de por sí viven durante un recorrido migratorio de hasta 7.000 kilómetros en algunos casos, que se extiende a lo largo de semanas”, detalla Acción contra el Hambre.

Cuando llegan a un determinado país, las mujeres enfrentan una dificultad adicional para acceder a condiciones laborales justas.

En Colombia, el 55,4% de las mujeres migrantes manifiestan que no pueden movilizarse para conseguir empleo a causa de las responsabilidades familiares y, por ende, no puede acceder a mejores condiciones de vida.

La mejora en su acceso a ingresos e independencia económica podría ayudar a reducir su vulnerabilidad no solo frente a la inseguridad alimentaria, sino también frente a la violencia basada en género, la cual, según el informe, se acentúa en mujeres venezolanas, quienes han visto cómo la violencia contra ellas aumentaba un 31% entre 2019 y 2020. “Factores como la xenofobia, su estatus migratorio irregular, o los prejuicios relacionados con la sexualidad percibida de las mujeres, las sitúan en una situación de alta vulnerabilidad”.

Mujeres en la lucha contra el hambre

Debido a esta realidad, a lo largo de la región hay valiosas mujeres que trabajan para acabar con el hambre y la pobreza en sus comunidades.

Una de ellas es Ángela, una profesora que sabe que su labor garantiza no solo la educación, sino también, la seguridad alimentaria de los niños y niñas. Ella vive en Putumayo, Colombia, una comunidad que ha sido constantemente afectada por la presencia de distintos grupos armados no estatales.

En la escuela en donde ella trabaja hay 14 estudiantes matriculados, de ellos, solo 5 tienen acceso a alimentación escolar. “Yo también tomo de mi salario para ellos, no los voy a dejar aguantando hambre, si tenemos comida para 5 la multiplicamos para los 14, yo sé que vienen sin desayunar y cuando vuelven a sus casas no prueban bocado de comida”, indica Ángela, quien no solo destina de sus recursos para la alimentación de sus estudiantes, sino también para materiales educativos.

En Perú, Deima y Yanelia, madres voluntarias, decidieron asumir el manejo temporal de un albergue para familias migrantes. Para Deima los recursos que se tienen en el espacio bastan y sobran si por encima de todo prevalecen las ganas de contribuir, de generar un cambio. Lugares como estos permiten a las mujeres salir a trabajar y generar recursos económicos para la alimentación.

Por Cristina Bazán
Fuente: Efeminista


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