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Ñuke Mapu, Maka Ina, Tlali Nantli… la Pachamama


Hueiya Alicia Cahuiya, vio cómo miles de insectos morían achicharrados atraídos por la luz o envenenados por los tóxicos en el aire que emanan los mecheros del campamento petrolero, allá en el bloque No. 43 del Yasuní. Sus lágrimas le mojaron la cara y sintió una angustia infinita pues el territorio sobre el que se levantaban esas hogueras era el antiguo cementerio de los líderes waorani. Ahí estaban su abuelo, los hombres de su familia. Ya no podría visitarlos. Ellos, sus espíritus, ya no tenían casa.

Alicia es una guerrera waorani. Nació libre y creció en este lugar ─el más biodiverso del planeta─, en medio del verdor de los árboles, el canto de los pájaros y el agua fresca de los ríos. Hoy, la lucha por la defensa de su territorio y de los otros pueblos indígenas que están en aislamiento voluntario, los Tagaeri y Taromenane, la llevaron hacia la Asamblea de su país, Ecuador, a las ciudades y al mundo protestando y exigiendo que se respeten sus territorios. Y que cierren los pozos petroleros. Y que el petróleo ecuatoriano del Yasuní quede indefinidamente bajo la tierra.

─Los ancianos me dijeron «Alicia, tú tienes que decir basta a los petroleros porque ellos están contaminando, nos achican nuestros territorios». Ellos dejaron en mí sus voces.

¿Qué hace que Hueiya en la Amazonía ecuatoriana, Máxima Acuña en los Andes peruanos, Bettina Cruz en Oaxaca México, Ana María Fernández de la comunidad yukpa en Venezuela, Carolina de Moura en Brumadinho Brasil, sigan luchando contra el extractivismo y las grandes empresas, por la conservación de la Naturaleza y sus territorios, a pesar del peligro que representa?

─Yo tengo que seguir defendiendo nuestro territorio como lucha de la mujer ─dice Hueiya.

¿Por qué las Mujeres están en primera fila de la lucha medioambiental?

─Yo defiendo porque es mi casa, porque es Yasuní donde yo nací, yo soy mamá, yo dejo sangre, doy luz a mis hijos. Es mi casa.

Las mujeres, al igual que la Naturaleza, tenemos una experiencia histórica como objetos de explotación. La Naturaleza aparece como una fuente de recursos que el hombre «debe» aprovechar, hacer uso de todo lo que nos da. Es un regalo de… ¿Dios?

Los mitos fundacionales de la religión judeocristiana lo subrayan:

Dios los bendijo diciéndoles: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Dominen sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1, 28).

Después del “pecado”, Dios dijo a la mujer: “Aumentaré mucho tus sufrimientos durante los embarazos y darás a luz con dolor. Irás detrás de tu marido y él te dominará” (Génesis 3, 16).

«Desde el inicio del patriarcado, las mujeres de todo el mundo fueron también tratadas como «naturaleza», desprovistas de racionalidad, con su cuerpo funcionando de la misma manera instintiva que los otros mamíferos. Al igual que la Naturaleza, podían ser oprimidas, explotadas y dominadas por el hombre», dicen las ecofeministas María Mies y Vandana Shiva en el texto Mujeres, Voces y propuestas. Ecofeminismo, teoría, crítica y perspectivas.

Las mujeres y la Naturaleza somos ambas productoras y reproductoras de la vida, tenemos una profunda conexión entre nosotras. El sistema capitalista patriarcal desconoce (pero controla y aprovecha) ese valor e impulsa una economía de acumulación apropiándose de nuestras riquezas y fuerza de trabajo. Este sistema condena a las mujeres, a las personas de la diversidad y a la Naturaleza, a la pobreza y opresión.

La Naturaleza nos brinda los alimentos, las medicinas, la vivienda y la vestimenta. Ella nos cuida. Las indígenas y campesinas saben usar sus productos, piden permiso y agradecen. En la Naturaleza encuentran la explicación a la vida y la morada de sus antepasados. Encuentran su diversión, su descanso, todo lo necesario para su bienestar, el de su familia y su comunidad. Las mujeres son recolectoras de sus mejores semillas para conservarlas. La Naturaleza es madre y maestra. La cultura Shuar de la Amazonía ecuatoriana y peruana tienen a Nunkui, diosa de las chacras y los cultivos. Ella les enseñó a cultivar, a hacer cerámica. A cantar a la tierra y al amor. Ella les salvó del hambre regalándoles la yuca, su principal alimento.

A las mujeres nos han responsabilizado del cuidado de nuestras familias, de las personas enfermas o con alguna discapacidad. Pero el sistema patriarcal capitalista no reconoce el valor económico de ese trabajo, ni el de la Naturaleza. Más bien, promueve y controla la opresión que le permite seguir lucrando de ello. Le “damos haciendo el trabajo” y no le cuesta nada. Las mujeres terminamos sosteniendo y perpetuando el sistema.

Las mujeres luchan para defender su casa-territorio, la Naturaleza. Y nombran a sus propios cuerpos como territorio. Ellas viven en su cuerpo todas las agresiones patriarcales y se identifican con las agresiones que sufre la Naturaleza. La Madre Tierra es violada al igual que las mujeres. Abren la tierra para sacar sus entrañas. La secan, la matan. ¿Qué significa, si no, cavar agujeros profundos, minería a cielo abierto o socavones, en el seno de la tierra? ¿Qué pasa cuando las mujeres deben ir a buscar agua, pastorear ovejas, ir solas a las chacras o ciudades, expuestas a la violencia de machos que creen que ellas son de su propiedad y tienen el poder de violarlas?

Hueiya cuenta cómo las empresas petroleras se meten a su casa-territorio, lo destruyen y las familias tienen que esconderse en el bosque. En la Amazonía las plantas mueren contaminadas y los animales huyen. Ya no tienen dónde vivir ni comer.

Las mujeres kukamas en la Amazonía peruana dicen que en los ríos vive gente. Quienes se ahogan no mueren, van a vivir en las profundidades. Si el río se contamina o se seca, ¿a dónde irán? Tampoco podrán visitarlos, no habrá lugar. Como en el cementerio waorani de los antepasados de Hueiya.

Las empresas petroleras y mineras ensucian sus ríos, dejando a sus hijos e hijas en la orfandad, sin alimentos del cuerpo y ni del alma. La Pachamama no aguanta más los siglos de destrucción a que ha sido sometida y cambia sus ciclos regulares. Huracanes, inundaciones, sequías. El cambio climático como reacción a la expoliación y al maltrato sufrido.

Las mujeres se unen, protestan, luchan con sus cuerpos-territorio. Se multiplican las manifestaciones feministas, ambientalistas, antimineras. En las grandes ciudades y en los lugares más remotos, reclaman por la vida, el cuidado del planeta, el futuro de niños y niñas. Están en resistencia.

Las mujeres abogan por el Sumak Kausay, por nuevos paradigmas, recuperar las formas colectivas de vivir. El retorno al campo y la soberanía alimentaria, el respeto a la Naturaleza, la conexión profunda con la Pachamama, Ñuke Mapu, Maka Ina, Tlali Nantli… que en tantas culturas se nombra en femenino.

Hueiya, Alicia Cahuiya, Presidenta de la la Asociación Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE) y dirigenta de la Confederación de las Nacionales Indígenas del Ecuador (CONAIE), se enfrenta a las petroleras, a algunos dirigentes indígenas que se han dejado comprar, al poder político nacional y transnacional.

─Los gobiernos nos han violentado y las voces de las mujeres nos hemos unido para el cuidado del medioambiente. El gobierno debe entender que la selva no es territorio vacío, no es una mercancía. ¡Déjennos vivir como waorani!

Este 20 de agosto, dile Sí al Yasuní

y a Quito sin minería en el Chocó Andino.
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Por Tachi Arriola Iglesias
Comunicadora Social feminista, productora de Radialistas Apasionadas y Apasionados.
Fuente: La Periódica 



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