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Mujeres de periferias urbanas en Perú resisten la crisis a costa de su bienestar



Mientras cocinaba en un lateral de su vivienda de madera y calamina, Mercedes Marcahuachi contó su larga jornada diaria de trabajo para atender las necesidades de su hogar y los requerimientos del comedor comunitario donde ofrece 150 raciones diarios al precio solidario de 0,80 dólares, en uno de los asentamientos de Ventanilla, una “ciudad dormitorio” de Lima, la capital peruana. Imagen: Mariela Jara / IPS

A las cinco de la mañana, cuando la neblina cubre las calles y el frío picotea la piel, Mercedes Marcahuachi ya está de pie para realizar sus labores en Pachacútec, la zona más poblada del municipio de Ventanilla, en la provincia de Callao, conocida por albergar al mayor puerto marítimo de Perú.

“Si no me levanto a esa hora el tiempo no me alcanza”, comenta a IPS esta mujer de 55 años mientras muestra el área de su vivienda donde funciona una “olla común” que abrió en 2020 para responder a la necesidades de alimentación de su comunidad durante la pandemia de covid y que mantiene por el endurecimiento de la crisis económica interna.

Surgida como un proyecto especial de viviendas a finales de los años 80, no fue hasta el 2000 en que se inició la población masiva de Pachacútec cuando alrededor de 7000 familias en extrema pobreza que habían invadido áreas privadas en la zona sur de Lima, fueron trasladadas aquí por el entonces gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000).

Se caracteriza por su población migrante de diferentes regiones del del país y por la situación de pobreza. Sobre un área de 531 hectáreas, habitan unas 180 000 personas, cerca de la mitad de los más de 390 000 del distrito de Ventanilla, y 15 % de la población del Callao, estimada en 1,2 millones en 2022.


“Cuando llegamos en el año 2000 aquí no había agua ni desagüe, era muy difícil la vida, mis hijos estaban chicos, con las vecinas nos apoyábamos para salir adelante, ahora ya tenemos felizmente, pero falta transporte para llegar hasta el mercado; no tengo economía para pagar los pasajes, por eso ahorro al ir caminando y de regreso ya pago movilidad porque no aguanto el peso”: Julia Quispe.

Marcahuachi llegó a ese gran arenal a los 22 años con el sueño de un techo propio. Había dejado la casa familiar en Yurimaguas, en la región amazónica de Loreto, para trabajar y ser independiente. Y no ha parado de hacerlo desde entonces.

Ya cuenta con su propia vivienda, de madera, y cada tramo de paredes, techo y piso es resultado de su extenuante trabajo. Tiene dos cuartos, para ella y para su hijo de 18 años, un baño, una sala y una cocina.

“Yo soy madre soltera, me he sacado la mugre (esforzado mucho) trabajando para lograr lo que tenemos. Ahora quisiera poder ahorrar para que mi hijo postule a la policía, él tiene un trabajo y con eso juntaremos”, señala.

Pachacútec, un asentamiento del municipio portuario de Ventanilla, cuenta con 180 000 habitantes venidos de diferentes regiones del país y distritos de Lima, la capital peruana. Las condiciones de pobreza y precariedad incrementan los trabajos de cuidados de las mujeres, considerados roles femeninos por los estereotipos de género. Imagen: Mariela Jara / IPS

Laboró años como vendedora en una tienda de confección en el centro de Lima, colindante con Callao, y luego dentro de Ventanilla hasta jubilarse. Hace tres años creó la Olla Común Emmanuel, para la que el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social le aporta los alimentos no perecederos.

Ese comedor comunitario funciona en un extremo del patio alrededor de la vivienda y ofrece 150 raciones diarias de comida al precio subsidiado de tres soles (0,80 dólares), con los que compra verdura, carne y otros productos para incorporar a las comidas.

Se siente satisfecha del servicio que presta a su comunidad, al auxiliar a las familias de peores recursos. «Yo no gano ni un sol con lo que hago, pero me siento contenta de apoyar a mi pueblo», comenta.

Sus labores incluyen atender su propio hogar y todos los requerimientos para asegurar las 150 raciones diarias de comida en el asentamiento Emmanuel al que ella pertenece, uno de los 143 que existen en Pachacútec.

Estudios diversos, entre ellos el del Banco Mundial: Resurgir fortalecidos, evaluación de pobreza y equidad en el Perú, indican que en el país la pobreza es mayormente urbana, contrariamente a lo que sucede en buena parte de los países latinoamericanos, una tendencia iniciada en 2013 que se acentúo y permanece con la pandemia.

Para 2022, si bien se registró una mejora en la actividad económica nacional, la calidad del empleo es menor y los ingresos de las familias disminuyeron.

Mercedes Marcahuachi, residente en Pachacútec, una gran zona en la provincia de Callao, en la costa central de Perú, caracterizada por la pobreza y la desigualdad. En la pandemia creó una olla común, como se llaman localmente a los comedores comunitarios, que funciona en su vivienda, para atender las necesidades alimentarias de la población más vulnerable de su barrio, Emmanuel. Imagen: Mariela Jara / IPS

En Pachacútec, en el extremo norte del Callao se palpa esa dureza en el cotidiano.

Solo las dos avenidas principales están asfaltadas, mientras que las incontables calles ascendentes alrededor de las cuales se organizan los hogares son de tierra, pedregosas o de arena. Las tareas de limpieza son de nunca acabar pues el polvo se infiltra por las ranuras de paredes de madera y techos de calamina, los materiales que dominan en las viviendas.

Además, los comercios de alimentos y de otros bienes básicos están lejos, por lo que es necesario tomar el transporte público de ida y de vuelta, lo que hace más caro y arduo el día a día.

Pero es una tarea ineludible para las mujeres, quienes por sus estereotipados roles de género están a cargo del trabajo de cuidados: limpiar, lavar, adquirir los alimentos, cocinar, cuidar de los niños y los adultos con discapacidades o mayores.

Es el caso de Julia Quispe, quien a sus 72 años es responsable de múltiples tareas, como cocinar diariamente para su familia, que incluye a su esposo, su hija que trabaja fuera y sus cuatro nietos que van a la escuela.

Julia Quispe, a sus 72 años, sigue haciéndose cargo del cuidado y la alimentación de su familia, lo que incluye desplazarse hasta el lejano mercado para hacer las compras así como dar de comer a su marido, su hija y sus nietos. Lo hace a costa de su propia salud, pero esta residente en Pachacútec, un asentamiento cercano a Lima, la capital peruana, dice que nunca trabajó cuando se le pregunta. Imagen: Mariela Jara / IPS

Ella cuenta a IPS que tiene prolapso, que se siente mal de salud, pero que ya dejó de ir al hospital porque “es por gusto”, por una razón u otra, la curación que necesita no se concreta.

En esas condiciones asume la compra diaria en el mercado, la cocina, la limpieza, y la atención de sus nietos y de su esposo, quien producto de una caída ha quedado con lesiones en la espalda que dificultan su movilidad.

“Cuando llegamos en el año 2000 aquí no había agua ni desagüe, era muy difícil la vida, mis hijos estaban chicos, con las vecinas nos apoyábamos para salir adelante, ahora ya tenemos felizmente, pero falta transporte para llegar hasta el mercado; no tengo economía para pagar los pasajes, por eso ahorro al ir caminando y de regreso ya pago movilidad porque no aguanto el peso”, relata.

Pero a la hora de hablar de ella, Quispe dice que nunca trabajó, que solo se dedicó y se dedica a su casa, replicando la mirada de gran parte de la sociedad que no valora el rol de las mujeres en la familia: alimentar, asear la vivienda, cuidar a las criaturas, propiciar un entorno saludable, lo que se extiende a ocuparse de tareas en el barrio para la mejora colectiva.

Se trata de unas tareas, además, que en condiciones de pobreza y precariedad, como las de Pachacútec, resulta una responsabilidad extenuante a costa de su propio bienestar.

Las calles que dividen Pachacútec son de tierra, arena o pedregosas, lo que implica la presencia constante del polvo en los hogares, situación que incrementa las horas que las mujeres tienen que dedicar a la limpieza de sus viviendas, en este asentamiento densamente poblado de Ventanilla, un municipio costero vecino de Lima. Imagen: Mariela Jara / IPS

Reconocer el trabajo de cuidados de las mujeres

“Las mujeres urbanas en pobreza son personas que han migrado e invertido mucho de su tiempo y trabajo en construir su vivienda propia, atender a sus hijos y tejer comunidad, barrio. Tienen menos acceso a educación, bajos salarios sin protección social ni descansos por lo que son también pobres de tiempo”, explicó a IPS Rosa Guillén, socióloga del no gubernamental Grupo Género y Economía.

“Por años ellas cuidan a sus familias, a sus comunidades, realizan trabajo productivo pero salen de la pobreza con mucha dificultad y lentitud por las desigualdades asociadas a su género”, destacó.

Añadió que “aun así, están planificando el desarrollo de sus familias, invierten lo poco que ganan en educar a sus hijos, arreglar el hogar, comprar sábanas, colchón, están pensando en el ahorro para que estudien en las vacaciones escolares”.

Recuperando el enfoque de la economía feminista, sostuvo que es necesario que los Estados valoren la importancia del conjunto de tareas del cuidado de las personas, familias, comunidades y ambiente para el progreso de la sociedad y para enfrentar el cambio climático, invirtiendo en educación, salud, buenos trabajos y posibilidades reales de jubilación.

«Acá es para llorar, pero ¡qué ganaría con eso!, me tengo que sobreponer», confiesa a IPS Ormecinda Mestanza, vecina de Pachacútec desde 2004, quien se desplazada diariamente hasta la capital Lima, la capital peruana, para trabajar y ganarse el sustento, en viajes con varios transportes y que le llevan entre dos y tres horas. Imagen: Mariela Jara / IPS

Ormecinda Mestanza tiene 57 años y desde hace nueve vive en Pachacútec. Compró el terreno pero no cuenta con el título de propiedad y es una angustia permanente para ella, pues al tiempo que debe invertir en el trabajo para su sustento diario, debe encajar el que necesita para el seguimiento a sus papeles.

“Acá es para llorar, pero qué ganaría con eso, me tengo que sobreponer, porque esto poco que ve usted es todo lo que tengo y por lo tanto es lo más preciado para mí”, revela a IPS dentro de su vivienda hecha de maderas y calamina, un cinc fundido.

Todo está limpio y en su lugar, pero sabe que eso dura poco por la cantidad de polvo que cubrirá su piso y sus enseres, y la llevará a iniciar nuevamente el aseo.

Ella trabaja en Lima, como limpiadora en un hogar y como ayudante de cocina en un restaurante, en jornadas intercaladas. Llega tomando dos o tres unidades de transporte público y empleando de dos a tres horas según sea el congestionamiento del tráfico vehicular.

“Me levanto a las cinco de la mañana para alistarme y desayunar y llego a mi trabajo tarde, me llaman la atención. ‘¿Por qué vienes tan lejos a trabajar?’ me dicen, es que el pago del día en Pachacútec es muy bajo, 30 o 40 soles (de 10 a 12 dólares) y no me alcanza”, detalla.

Logró comprar el terreno con ayuda de familiares, después que tras 30 años trabajando en el hogar de una familia, sus empleadores se fueron al extranjero y descubrió que al contrario de lo que aseguraban no habían hecho los aportes para su jubilación. «Nunca pensé llegar a esta edad así, pero no quiero molestar a mi hijo que tiene sus propias preocupaciones», manifiesta.

Según cifras oficiales, en Perú, un país de 33 millones de habitantes, 70 % de personas en pobreza estaba en áreas urbanas en 2022.

Y entre las jurisdicciones con un índice superior a 40% está el Callao, que tiene categoría de provincia constitucional, con un régimen especial en su pequeño pero muy denso territorio, en la costa central, y que limita al norte y al este con Lima, de la que forma parte de su periferia metropolitana.

De hecho, el municipio de Ventanilla es conocido como «ciudad dormitorio» porque buena parte de la población trabaja en Lima o en la capital provincial, también llamada Callao. Por la lejanía de los puestos de trabajo sus habitantes invierten hasta cinco o seis horas en ir y volver, por lo que en sus viviendas prácticamente solo duermen, y poco, en los días laborales.

Para la especialista Guillén no puede seguir en la invisibilidad la carga de trabajo que soportan las mujeres y su infravaloración, más en periferias urbanas como las de Callao.

“Necesitamos una política de largo plazo que empiece hoy garantizando educación igualitaria a niñas y niños, e impulsando sin distinción de género carreras que aparecen como femeninas por estar centradas en los cuidados”, dijo.

Agregó que si se logra más igualdad se tendrá mayor democracia y progreso. “Así vamos a poder cuidarnos mejor como familias, sociedad y a la naturaleza, que es nuestra casa grande”, remarcó.

Fuente: IPS


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