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María Claudia Albornoz, de Santa Fe, es la vocera de La Poderosa. Portavoces del feminismo villero que "cambia la vida"

La nueva referente sufrió el crimen hídrico que fueron las inundaciones de 2003 y desde entonces -cuando integró la Carpa Negra- se quedó en las calles. El mes pasada, Nacho Levy le traspasó la vocería de la organización asamblearia que crece en villas de todo el país y de América Latina. Empujan una ley para que el trabajo de las cocineras comunitarias sea reconocido como lo que es: el sostén de la vida en los barrios. 

Mari Vega, referente de la Poderosa en Rosario y María Claudia Albornoz, vocera de la organización. . Imagen: Andres Macera

El 29 abril de 2003 el agua del río Salado arrasó con el barrio Chalet y con su casa, donde vivía con su mamá y su hijo de 5 años, donde trabajaba como peluquera. María Claudia Albornoz, la Negra, no podía imaginar que 20 años después sería anunciada como nueva vocera de la Poderosa, una organización que diseminó asambleas a lo largo y ancho de barrios populares en todo el país y algunos de América Latina. Rita Segato y Ana Cacopardo fueron testigos de ese traspaso, de manos de Nacho Levy, referente histórico y fundador, en el marco de Proyecto Ballena. Feminista villera, así se define La Negra. “Fue impresionante y me parece que muestra claramente la forma democrática en que nos movemos. Decimos que un movimiento, si no tiene movimiento, pierde la esencia. Nosotras no queremos perder la esencia. Veníamos trabajando mucho, porque estábamos muy convencidas de que la Poderosa nos cambia la vida, les cambia la vida a las barriadas donde las vecinas y los vecinos se juntan en asamblea y piensan en la política barrial. También decimos que donde no hay política estatal, hay política barrial y esa es la Asamblea que nosotros construimos en toda Latinoamérica”, dice La Negra. Lo que pasó ese día fue importante pero lo vio como una continuidad. “Lo que sí cambió es que mucha gente nos felicitó, nos abrazó, se puso muy feliz. Mucha gente que está en el mundo de la política, del activismo y también veo mucha alegría de parte de otras feministas. Nosotras, como feminismo villero, entendemos cómo lo construimos. Otras, que no entienden cómo se construye el feminismo villero, estaban realmente muy felices y todavía me siguen abrazando en las marchas o en la calle. En Buenos Aires, me paran y me dicen: 'vamos, compañera, fuerza compañera'”.

Es sábado. La Negra viajó en ómnibus desde Buenos Aires -adonde va más de una vez por semana- hacia Santa Fe, con una escala intermedia en Rosario para la entrevista. Mientras se fuma un pucho en la parada de taxis, antes de salir para el barrio, cuenta sobre sus viajes, la expansión de la Poderosa en América Latina, cómo se hicieron escuchar en la 9ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, en México, donde clamaron -en junio de 2022- “necesitamos hablar de narcotráfico”.

La Negra se convirtió en vocera como parte de una estrategia. “Es la transformación de Nosotras Diciendo, que son las vocerías, que muestran por qué es tan importante ser portavoz -tener voz, portar voz- y eso lo aprendimos porque aprendimos que si estamos calladas, las cosas nos pasaban y encima no las podíamos decir, y cuando las decís podés resolver o podés visibilizar y podés tratar de cambiar una política pública”, cuenta La Negra, que estudió trabajo social en Santa Fe antes de las inundaciones. Y entonces, a través de los grupos operativos, plantea una praxis transformadora.

Por eso considera que si el feminismo villero toma la palabra puede “cambiar la mentalidad inclusive de una sociedad que muchas veces piensa desde lugares bastante contaminados por empresas de medios de comunicación que te comen la cabeza, que están bancadas por grupos económicos que quieren que nosotras seamos el enemigo. Por eso, nos dicen que somos las planeras, que no hacemos nada, que queremos vivir del Estado. Nosotras decimos que el Estado vive de nosotras, porque si no tuviéramos todo el trabajo que tenemos en los barrios populares, esta Argentina hubiese implosionado”. Así de claro.

El narco acecha

La conversación transcurre en Los Pumitas, un barrio de Rosario ubicado en una amplia zona llamada Empalme Graneros. Llegar allí es viajar hacia los márgenes, aunque no sean tantas las cuadras de distancia con el centro. La precariedad de las calles, las zanjas, van copando el paisaje. Pegada a la casa de la Poderosa, una casa de dos pisos resulta conocida. Es que ahí atrás nomás está la vivienda sin revocar del Salteño, el narco al que lxs vecinxs fueron a buscar después del asesinato de Máxi Jerez, de 11 años.

“Salimos a decir porque tenemos que decir, porque las tripas nos piden que digamos, que salgamos a hablar, por más que tengamos miedo. Porque el miedo no lo perdemos, tampoco somos tontas. Cuanto más visibles seamos, también eso es protección”, dice La Negra.

Están la Negra y Mari Vega, referente del barrio, que se tuvo que ir a vivir a otro lado. Cuando vuelve, como esta vez, aprovecha para visitar a su mamá, de la que siempre fue “como garrapata”. Para hacer la entrevista, se sientan en el patio de La Poderosa. En las inmediaciones, el camión de Gendarmería es lo primero que llama la atención, a unos 100 metros. Hay algunos gallos dando vueltas y un terreno sin construir que no llega a ser una plaza. En el lugar brindan 600 raciones de comedor por día cuando comienza el mes, para llegar a más de 1000 a medida que la gente del barrio se queda sin plata. “Cada vez estamos peor y a veces llegamos a pagar la cuenta que sacamos para comer el mes anterior y cuando cobramos, nos volvemos a quedar sin plata. Cuando terminamos de pagar unas cuentas, nos endeudamos con otras”, relata Mari y cuenta que en su barrio “hoy en día hay mucho cartoneo. Otra cosa no hay. Y más cuando decimos que venimos de este barrio, es complicado. A algunos de mis compañeros les han preguntado ‘si venís de este barrio, yo sé que sos re trabajador ¿pero tenés la misma maña que tienen los demás?’. A veces muchos la pensamos y nos gustaría cobrar el sueldo que cobran ellos (lxs narcos), pero también sabemos a todo lo que nos exponemos, porque lo que ganamos en lo material lo perdemos en seguridad y también terminamos perdiendo a nuestros hijos”. De esa manera relata la disyuntiva de muchas y muchos.

Otras apuestan a la organización popular. Las cocineras que trabajan diariamente en Los Pumitas son 20, les dolió interrumpir la actividad durante dos meses porque la cosa se había puesto espesa. Por eso, se reunieron con las autoridades y les pidieron una mayor presencia estatal. “Más o menos en diciembre ya veníamos sintiendo que todo se picaba, que todo venía desgastándonos y las familias que vivíamos acá corríamos riesgos. En enero pedimos reunión para exigir seguridad y que el Estado nos mandara las cosas, como los camiones que puedan venir a vacunar, que puedan venir a hacer los DNI, los boletos educativos y todo eso, para que el Estado estuviera presente en el barrio y pudiera, no sé si salvar la vida de Maxi, pero sí sacarnos de este contexto. La pérdida de Maxi fue muy dolorosa y a la vez una bomba de miedo para todo el barrio”. Tenía 11 años, lo mataron el 5 de marzo. A Mari la toca de cerca porque lo conoció desde que nació. Fue la persona que acompañó a la mamá en la cesárea.

Dos meses tuvieron que cerrar. “Qué miedo nos da, pero a la vez, también tenemos que entender que este monstruo fue mucho más grande que la pandemia, porque ni siquiera el coronavirus nos paró como nos paró el narcotráfico en nuestro barrio”, dice Mari. Mientras tanto, siguieron acompañando a quienes sufrían violencia de género, y manteniendo la presencia en el barrio, hasta que pudieron volver a abrir. Mari, por seguridad, debió irse a vivir a otro lugar, con sus tres hijos.

Una vida distinta

Mari habla suave y sabe perfectamente lo que quiere decir. La conversación es pausada. La Negra explica que la referencia se arma así, con compañeras que toman la palabra desde sus asambleas en diferentes lugares del país. “Al principio no quería saber nada, porque para mí era una organización más que venía al barrio a querer jugar con la necesidad que teníamos los vecinos y estaba muy en contra”, rearma Mari su historia de militancia. Llevaba a los chicos a la escuela, hacía los mandados, pero no se relacionaba con sus vecinas. “Después de conocer y de tanta insistencia con las asambleas, decido ir a una, para ver qué había ahí. Cambió algo en mí. Y después, fui a un foro de Buenos Aires. Para mí eran unas vacaciones. Salía por primera vez a otro lugar que no fuera Rosario. Recuerdo que había mucha tierra, hacía mucho calor y los chicos se habían llenado de granos”, trae sus recuerdos.

Nora de Cortiñas tuvo mucho que ver con la nueva vida de Mari. “Todos estaban emocionados porque estaba Norita, y yo decía ¿quién es Norita? ¿por qué tanto? Hasta que me acerqué y la escuché hablar… Escucharla a ella y después a otras vecinas de la organización de Buenos Aires me hizo flashear, volví flasheando que la Poderosa era un cambio, y que este barrio lo necesitaba, que necesitaba más compañeras que estuviéramos convencidas de que tenemos una salida y que podíamos cambiar la vida de muchas personas, asimismo las nuestras, porque yo recuerdo que cuando entré sufría violencia de género y me costaba mucho contarlo”. El relato de Mari sale a borbotones. “Fue un antes y un después, porque me cambió totalmente la vida”.


Imagen: Andrés Macera.

A Mari tampoco le gustaba el feminismo antes de la Poderosa. “Siempre cuento, y ahora me da vergüenza, que cuando tuve un trabajo, que era en negro, que no podía llevar al jardín a mis dos primeros hijos, ni acompañarlo en los actos, porque trabajaba de las 8 de la mañana a las 5 de la tarde y me perdí muchas cosas. Solamente salía cuando los chicos estaban enfermos, perdía el día de trabajo para llevarlos al hospital. Y tenía muy metido que con los planeros estaba todo mal, porque no me dejaban llegar al trabajo, que las Madres de Plaza de Mayo eran unas chorras, porque cuando pasó todo el lío acá de Juan José Paso y Travesía (uno de los proyectos de Sueños Compartidos fue en Rosario), con las viviendas, decían que ella se habían robado todo. Esto para mí es muy flashero. Es lo mismo que me pasó con el feminismo. Teníamos la iglesia muy metida en la cabeza y decía ‘están todas locas, qué van a ir a caminar tantas cuadras, a cortar las calles, a desnudarse, a hacer todo el lío que hacen’. Dije que nunca haría esto, nunca estaría como esas locas. Descubrí que esa locura era sana y hoy soy parte de esa locura. No estoy arrepentida para nada”.

Silencio. Las palabras de Mari vuelven a llenar el aire. Algún gallo canta por ahí, un grupo de pibes pasa caminando. “Así que la Poderosa me cambió un montón, me abrió el mundo gigante que hoy vivo y no me arrepiento ni me arrepentiría nunca de todo lo que logramos y de todo lo que cosechamos”, dice.


Salir de abajo del agua

María Claudia, La Negra, la escucha con atención. “Es una construcción que viene de mucho tiempo, la Poderosa va a cumplir 20 años y nace después del 2001, en un contexto muy doloroso pero que también nos llevó a las bases, al barrio, a discutir y así es como llega Nacho Levy a Zabaleta y se queda”, cuenta la vocera. Y por eso, hoy siente felicidad que “tiene que ver con un proceso que se inició hace mucho”.

La Negra llegó en 2017. “Venía de una lucha histórica del 2003, como sobreviviente de la inundación de Santa Fe, con un bagaje y un aprendizaje muy grande en esa lucha. Cuando nosotros llegamos a la plaza en julio del 2003, el 29 de julio, y pusimos una carpa, fuimos aprendiendo. Yo no conocía a las Madres de Plaza de Mayo que vivían en Santa Fe, yo creía que estaban únicamente en Buenos Aires. Si bien mi familia es una familia de luchadores. Mi viejo era sindicalista y mi mamá tenía mucha conciencia social”, relata.

La Carpa Negra es un símbolo de la lucha por justicia tras las inundaciones del 2003, que afectaron a 130.000 personas “en el oeste más empobrecido de la ciudad”. “Ahí nos juntamos de diferentes barrios y decidimos una mañana, después de que ya pasaron tres meses de que habíamos sufrido el golpe más grande de nuestras vidas, que nos íbamos a quedar en la plaza. Ahí estuvimos 198 días peleando por justicia”, rememora. Llegaron a llevar a juicio a los inundadores y si bien el fallecido ex gobernador Carlos Reutemann nunca fue acusado -las complicidades judiciales eran potentes- pudieron demostrar que el ingreso del agua del río Salado a través de una defensa inconclusa no fue ninguna catástrofe natural, sino un crimen hídrico. “Hoy en Santa Fe decís la Carpa Negra y la gente sabe qué es. Eso me parece que es una construcción de memoria que va a quedar en el tiempo”.

Joaqui es el hijo de la Negra. Entonces tenía 5 años, ahora es un joven referente de La Poderosa en barrio Chalet. “El Joaqui tenía cinco años cuando nos inundó Reutemann. Y cuando estábamos en la plaza, Joaquín miraba a la Casa de Gobierno y decía: mamá, vamos a llevar una manguera y vamos a inundar la casa así Reutemann se da cuenta de lo que nos pasó”, cuenta su mamá.


Feminismo villero

Desde la Carpa Negra, sin abandonar desde entonces la lucha, la Negra llegó a La Poderosa. “Eso es lo que hacemos, sentarnos en las asambleas y cuando nos sentamos en la ronda de mujeres y disidencias, contar y transformar muchas ideas que teníamos en función de crecer. Y así entendimos que las cocineras estábamos haciendo un trabajo que era fundamental para mucha gente en la Argentina”.

Con el observatorio villero le ponen números a la vida en los barrios populares. “Hacemos estadística, algo que nos parece muy importante para pelear la política pública. Empezamos a contar. ¿Cuántos comedores tenemos? Bueno tenemos 158. ¿Cuántas compañeras trabajan? 1700 ¿Cuántas son mujeres? Casi el 80% ¿Cuántos platos de comida hacemos en todo el país? 44.000. Entonces empezamos a contar, porque tenemos mucha comunicación, las asambleas se comunican mucho. Es fundamental entender que la organización no sostiene y que nosotras somos las que sostenemos la organización, valorar todo ese trabajo”.

Durante la pandemia, sostuvieron la vida en los barrios. Y lo siguen haciendo. “Fue realmente una explosión, porque no dábamos abasto. Muchas nos enfermamos de la cabeza, a mí nunca me había pasado, pero hasta tuve ataques de pánico, pensando cómo íbamos a hacer para dar de comer, para hacer las viandas, porque se cerraba todo, porque conseguir trabajo era re difícil y nosotros no teníamos la heladera llena, era el día a día. Si vos no haces la changa, no tenés para comer. Bueno, todo eso nos llevó a entender que el trabajo que hacíamos era esencial, desde las que gestionan para conseguir el recurso para cocinar esos alimentos hasta las que cocinan”.

Durante la pandemia hubo otro golpe, la muerte de Ramona Medina por “desidia estatal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”. Ramona mostró que no había agua en la villa 31, se transformó en la vocera. “Unas semanas después se enferma y cuando muere, esa bronca por sufrir todas las injusticias se transforma en más organización. No salimos a romper nada, a quemar nada, sino que nos sentamos a pensar. Pudimos entender que teníamos que salir a pelear una ley, porque era trabajo lo que hacíamos”, sigue su relato La Negra. “Lo hacemos con amor, porque sino no podríamos hacer nada de lo que hacemos, pero también somos trabajadoras. Entonces empezamos a contar cuánto tiempo nos lleva la elaboración de la comida. Cuando hicimos todos los números, empezamos a preguntarle al Estado”.


Una ley esencial

A duras penas consiguieron los datos del Renacom (Registro Nacional de Comedores). “Ahí pudimos elaborar también un concepto que es la trabajadora de la triple jornada, porque nosotras escuchábamos a la feministas hablar de la doble jornada, y decíamos que nos faltaba algo. Nosotras trabajamos dentro de nuestra casa, en changas, como vendedoras ambulantes, o limpiando las casas de otras familias que tampoco nos registran. Y después trabajamos en lo comunitario, porque si no existiera todo el trabajo que hacemos acá, estaríamos en peores condiciones en todos los barrios”. La claridad expositiva de Albornoz exime de mayores comentarios.

“Pedimos ayuda y así hicimos la ley, la presentamos en el Congreso de la Nación y ahora la estamos militando comisión a comisión”, sigue el relato. Recuerda que tienen que debatir, también, con los mensajes de odio que se propalan -de forma privilegiada- en ciertos medios que las acusan de no hacer nada. “Empezamos a ver que en la Cámara de Diputados y Diputadas, por ejemplo, en año electoral, dicen ‘estoy en campaña’ y no trabajan en el Congreso y eso dijimos: ‘pará, no éramos nosotras las que vivíamos del Estado’. Y les empezamos a decir: ‘está bien que ustedes estén de campaña, está bien porque es parte de la política, pero las horas de trabajo en el Congreso tienen que hacerse’. Entonces, ahí preguntamos ¿Quién vive del Estado? ¿Cómo es esto? Nos dijeron un montón de cosas que no eran así y ahí lo estamos caminando, muy convencidas, porque empezamos a hablar con otros movimientos sociales, que tenían la misma o más cantidad de cocineras”.

La narración de La Negra se para en una pregunta: “¿Por qué no salimos antes a pelear por las trabajadoras que son esenciales, si se hacen 10 millones de platos de comida por día en la Argentina?” y recuerda -con un “dolor enorme”- que ni siquiera les dieron prioridad en la vacunación. “Y seguíamos ahí en la línea de fuego, que era la línea complicada, porque nosotras seguíamos cocinando porque la gente necesitaba, las vecinas y los vecinos necesitaban ese plato de comida”.

La Negra tenía 38 años cuando la inundaron y 50 cuando pudo terminar el secundario con el plan Fines. Asegura que recién pudo reconocerse feminista cuando conoció el feminismo villero. “Dije ‘este es mi feminismo’, porque el feminismo blanco no me resultaba porque yo soy negra, el académico me sobrepasaba porque no entendía los conceptos; el feminismo popular, pero yo conocía a algunas que no vivían en barrios populares y decían que hacían feminismo popular. Cuando conocí a la Poderosa dije ‘este es mi feminismo, con el que yo me siento identificada. Esto es parte mía’. Entonces, cuando te sentas en Ronda y las vecinas hablamos de por qué vivimos en el barrio donde vivimos, de dónde vienen nuestras familias, por qué nos criaron como nos criaron, por qué a nuestras madres les pasó lo mismo. Bueno, ahí empezamos a construir ese feminismo villero que cada vez crece más y cada vez tiene más fuerza”

Por Sonia Tessa
Fuente: Página/12


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