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Imbricaciones, el último libro de la filósofa francesa Jules Falquet "Mujeres latinoamericanas en sus luchas colectivas produjeron las teorizaciones más interesantes del mundo"

La autora de Por las buenas o por las malas y Pax neoliberalia llegó a la Argentina para participar de La Noche de las Ideas. Para ella, la ola conservadora que tiene en sus cimientos la doble estrategia del neoliberalismo: convencer a través de la institucionalización pero, si eso no basta, recurren a la violencia, y "las Mujeres son centrales, porque tienen un papel central en la organización de la producción, incluyendo el trabajo de reproducción social".


Falquet subraya que las actuales protestas en Francia son "las mayores en decenios". . Imagen: Andres Macera

En su último libro, Imbricaciones, Jules Falquet retoma las experiencias y las conceptualizaciones del Combahee River Collective, que en 1979 publicó una declaración feminista negra. “Ellas dijeron, y eso fue muy fuerte en la época, racismo, patriarcado, capitalismo y heterosexualidad, que también a mí me interesa mucho que hayan resaltado la heterosexualidad”, cuenta la filósofa, apenas llegada a la Argentina para participar de la Noche de las Ideas, en Rosario, la primera escala de un viaje que la llevará también a Neuquén y Montevideo, para después volver rápidamente “a clase o a la huelga” en Francia contra los recortes a las pensiones, donde “la gente se está ilusionando porque ciertamente son las protestas más grandes en varios decenios. Son las marchas más grandes desde un tiempazo. Sin embargo, el gobierno es el más necio, es un gobierno horrible, de extrema derecha”. Desde 2002 vive en París, y da clases en la Universidad de París 8 St. Denis, además de integrar el Laboratorio de Estudios e Investigación sobre las Lógicas contemporáneas de la filosofía (LLCP). En su libro, vuelve sobre movimientos como los de Chiapas y El Salvador, que conoció de cerca, así como también al Movimiento Sin Tierra en Brasil. “Lo principal que quisiera decir es que son las mujeres de esos movimientos y, en especial, mujeres indígenas, mujeres afros, campesinas que a veces no hablan español o portugués, que a veces son analfabetas, quienes colectivamente en sus luchas han producido no sólo las resistencias prácticas, sino las teorizaciones que se me hacen más importantes, más interesantes”, subraya.

Esas teorizaciones “no han sido producidas en las universidades, ni mucho menos, han sido producidas por las luchas de esas mujeres y por eso quiero recordar su participación, hasta con sus nombres y apellidos. En el libro lo intento dejar claro. Quiero subrayar su contribución invaluable. Digamos que son los elementos más de avanzada del pensamiento del continente y el continente tiene los pensamientos y los análisis más avanzados del mundo”.

En un español perfecto, Jules Falquet desarrolla las líneas de sus ideas. “Ellas, en el 79 hablan de imbricación de sistemas de opresión y yo lo retomo, pero transformo lo de sistemas de opresión, que se me hace difícil de operativizar, hasta de definir o de entender, a veces, lo cambio por implicación de relaciones sociales de opresión de sexo, que influyen para mí en la dimensión de la sexualidad, de raza y de clase y eso me permite también desnaturalizar toda la parte que sería más de identidades, que a veces queda como una cosa implícita tanto en la propuesta de sistemas de opresión como más todavía en la propuesta de interseccionalidad”, define su propuesta. “Si lo de interseccionalidad es lucha por la justicia, la transformación social ahí firmó con las dos manos pero, digamos, para mayor precisión teórica a mí me resulta más fuerte, más radical y más operativizable lo de imbricación de relaciones sociales estructurales de explotación de clase, sea de apropiación, en el caso de sexo y raza. Por eso prefiero el término de implicación”, continúa sobre su último trabajo, en el que usa ese concepto para “analizar o para entender, mejor dicho, diferentes luchas”. Estuvo en Chiapas y en El Salvador. “Me tocó acompañar muy de cerca, yo hacía investigación sobre la participación de las mujeres en el proceso revolucionario armado del FMLN en El Salvador y primero, sobre la escolarización en las mujeres indígenas en Chiapas, antes del levantamiento zapatista y luego, cuando se dio el levantamiento zapatista, yo estaba viviendo todavía en El Salvador y con muy fresca la experiencia de la salvadoreñas. Y me interesó mucho ver las semejanzas y las diferencias también entre la lucha de las salvadoreñas y la lucha de las mujeres de los pueblos originarios de Chiapas”, relata sobre el germen de su libro. Aclara que su participación fue desde su posición “de persona blanca, primermundista, mujer feminista lesbiana y de clase privilegiada pero a la vez luchando en contra del capitalismo, del racismo y del patriarcado heterosexual”.

-Usted recupera los saberes de lxs oprimidxs, y hace sus aportes en ese sentido, en un escenario de cada vez mayor concentración, no sólo de la riqueza sino también del conocimiento.

-Desde las Universidades, veo lo importante que es combatir el sistema neoliberal de transformación, tanto de la producción como de la difusión del conocimiento. Ciertamente, ha habido una industrialización, una neoliberalización y privatización de esos saberes. Eso se remonta a la lógica de los 90 y sobre todo, a la lógica de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los acuerdos internacionales de comercio, donde se empiezan a privatizar los bienes y servicios, entre los cuales está la educación. Eso es todo un proceso de neoliberalización de las universidades, de las revistas, de las escuelas secundarias, primarias, kinder. Y eso lo tenemos que combatir. El avance es diferente según los países. Es mucho más fuerte en Chile, en Francia ya nos están metiendo bastante la cuchilla. Es muy importante intentar combatirlo. Sabemos que las universidades son parte del aparato ideológico de Estado pero también podrían ser, y en algunos países lo han sido más, lugares de resistencia. Entonces, en esa tensión estamos. Yo tampoco me hago ilusión de que a través de las universidades, sobre todo las francesas, vaya a haber una revolución. Pero digamos que son espacios para pelear y también sabemos que hay exclusión de muchas categorías sociales, en base al sexo, en base a la raza -esto en Francia es tremendo- y en base a la clase también. En esos lugares también se pueden dar batallas y sobre todo no hay que dejarlos vacíos, no hay que dejarlos totalmente libres para el pensamiento más reaccionario. Sin embargo, en Brasil, por ejemplo, es muy fuerte y en Francia está cada vez más fuerte, esa cosa reaccionaria, desde los propios ministros y ministras. En Francia nos dijeron que hay gente en la universidad que no hace ciencia, que hace política y están intentando combatir con fuerza, tanto las reflexiones y teorizaciones feministas, como antirracistas y decoloniales. Somos sus adversarios y lo ponen clarísimo.

-Y esto tiene mucha resonancia en los medios masivos de comunicación…

-Por supuesto y esos medios, hay que subrayar, estaban en manos de los millonarios y vendedores de armas. Ahora, es no más de millonarios. Están en manos de una clase social muy específica y no hacen información, hacen pura venta de contenido y de publicidad. No tienen nada que opinar de la ciencia.

-En la Argentina, recientemente, se vivió un proceso de institucionalización de los feminismos, ¿qué riesgos se enfrentan?

-Entiendo que la dinámica de institucionalizar, que viene con financiamiento, ya sea del Estado o de instituciones internacionales, o de cooperación, es un movimiento que viene desde finales de los 80 y los 90, precisamente en el momento de vuelco neoliberal y lo que se discutió mucho en el movimiento feminista de este continente, con toda la lógica del encuentro de Beijing, cuando la ONU, de la mano del Banco Mundial y el FMI, empezó a invertir mucho dinero en el movimiento feminista de mujeres, para apaciguarlo. Por un lado, para aprovecharse de la fuerza propositiva y toda la reflexión y, por otro lado, para controlar. Bueno, yo soy adversaria de la institucionalización, yo sé que dicen que eso permite políticas públicas, pero se me hace que fundamentalmente es un problema, una pérdida de fuerza propositiva, de contenido. Y que en los estados, sobre todo los neoliberales, no tienen efectos. Su propósito es el maquillaje, más que nada.

-En este momento se está viviendo en el mundo, y en América Latina, una ola conservadora antifeminista, con altos niveles de violencia, que tiene como enemigo declarado al feminismo.

-Por un lado, no es sorprendente, porque realmente, lo que en los años 90 intentó hacer la ONU, fue la cooptación del momento feminista. Mi primer libro se llama Por las buenas o por las malas y el primero es por las buenas, es la captación ideológica, es todo el dinero para oenegeizar el movimiento feminista, todo el discurso de “vamos hacia la igualdad de género”, y esos son los 90. Ese análisis también es un análisis del movimiento feminista de aquí del continente, de su parte de su rama autónoma, no lo invento yo. Es la parte de creación de consentimiento. Luego, la otra parte, es la parte de violencia, de coerción, porque siempre están esas dos dimensiones. El neoliberalismo baja la mascarilla y entonces queda la parte de pura violencia y eso está en mi segundo libro Pax neoliberalia, que analiza cómo, cuando dejan de lograr convencer, desatan una violencia y así como en el proceso de convencer eran fundamentales las mujeres y la tematización del género, en la otra fase de violencia, otra vez las mujeres son centrales, porque tienen un papel central en la organización de la producción, incluyendo el trabajo de reproducción social.

Usted habla de la apropiación de los cuerpos como máquinas de trabajo, más allá de la explotación capitalista.

Yo me apoyo en toda la corriente del feminismo materialista francófono y en especial, ahí de Colette Guillaumin, una socióloga que murió hace poco. Ella desarrolla la teoría del sexage y es precisamente la idea de que hay varios grupos sociales que son creados, no a través de la relación de explotación, que es una relación propia del modo de producción capitalista, sino que históricamente, antes del sistema de producción capitalista, hay varias formas de esclavitud y hay varias formas de servidumbre. Y ella construye su concepto de sexage diciendo que es un fenómeno semejante. Tanto en la servidumbre como en la esclavitud, en sus diferentes formas históricas, que son muy variadas, como en la situación de las mujeres en el mundo occidental, la característica común es que no se ha llegado aún a que la gente sea dueña de sí misma, reconocida como dueña de sí misma y capaz de diferenciar una cosa que llamamos fuerza de trabajo y que la podemos vender en el mercado laboral. Esas personas, sea por raza, sea por sexo, o por las dos cosas, no son reconocidas, no son consideradas como dueñas de sí mismas. Entonces, por eso decimos que hay una apropiación individual privada y una apropiación más fuerte, todavía más invisible, pero más eficiente, más fundamental, que es la apropiación colectiva. Guillaumin dice que es una apropiación del tiempo, del cuerpo y de los productos del cuerpo, también sexuales, y también que es la obligación de cuidar a los miembros del grupo que pertenece a quien las apropia.

-Ahí entramos en el tema del valor econòmico del trabajo de la reproducción social.

-Es una clave muy interesante para reflexionar también sobre el cuidado y tal vez desromantizarlo un poco y sobre todo, para insistir en la enorme cantidad de trabajo invisible, gratis que las mujeres hacen para los hombres que están gozando de perfecta salud, que están muy bien, no están ni viejos ni enfermos ni son bebés ni nada, pero sí son cuidados por mujeres. Es una cantidad de trabajo increíble y nos hacen creer que eso se hace naturalmente por amor, pues no, es parte de una lógica de organización del trabajo.

-¿Un reclamo por el valor de ese trabajo puede poner en jaque al neoliberalismo?

-Ojalá lo pusiera en jaque, yo creo que permite entenderlo mejor, pero a la vez yo creo que es importante visibilizar históricamente no solo las mujeres en el marco de la familia heterosexual, clase media, sino que también muchas mujeres racializadas, en el marco del servicio doméstico y o de la esclavitud, porque en realidad no es una novedad. Es decir, porque la palabra cuidado es casi romántica, pero también es limpiar los baños. En fin, cosas que no son nada románticas y que a veces no están dirigidas, siquiera a una persona, dependiente o independiente. Entonces, todo ese trabajo históricamente se puede poner forzosamente a cargo de gente esclavizada y se ha hecho mucho en la historia, de gente en servidumbre y también se ha hecho mucho en la historia, de gente feminizada o de una combinación de eso.

-¿Cómo se analiza desde la imbricación?

-Para mí, la perspectiva de la imbricación de relaciones de sexo, de raza y de clase ayuda a entender eso históricamente y a ver cómo diferentes sociedades van imponiendo diferentes equilibrios. Por ejemplo, en el mundo occidental, ahora, parte de las mujeres de cierta clase y raza, están descargadas del trabajo reproductivo. También los hombres están todos descargados. Antes era un servicio público, ahora que lo desbaratan para, más o menos mantener la paz, importan mano de obra feminizada y racializada, pero en otro momento podrían decidir que mejor no lo van a hacer así y que todo va a recaer en las mujeres en general. Mandan a la gente migrante de vuelta y vuelven a poner esos trabajos en el hombro de las mujeres locales. Pero esa gestión de los desequilibrios, esa gestión de a quién se le va a encargar el trabajo pesado y no remunerado o casi no remunerado, en términos raciales, sexuales y de clase, a quién se lo va a encargar, ese debería ser el tema central de nuestras luchas. Una parte de esa pregunta sobre el trabajo de reproducción social, que yo prefiero antes que cuidado, es quién va a cultivar la tierra, quién nos va a alimentar. Eso queda totalmente invisibilizado, pero históricamente, durante milenios, la gente campesina ha sufrido también un peso pesadísimo y no es casual, que en el campo la gente sea esclavizada, o en servidumbre.

Por Sonia Tessa
Fuente: Página/12


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