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Las mujeres mayas en Guatemala, decididas a tejer justicia social

Hoy en día en Guatemala, son mayoritariamente las Mujeres quienes visten la indumentaria tradicional, ya que mucha población masculina ha sustituido su vestimenta originaria por la occidental. © Aurore Bayoud


Llamativos y fascinantes, los vestidos mayas, -llamados güipiles- también son los símbolos de una historia de exclusión y resistencia. En Guatemala, ya existe una gran presión social para abandonar el uso de la indumentaria indígena. Sin embargo, en el pueblo de San Antonio Aguas Calientes se organizó un consejo de tejedoras y France 24 trató de hilar con ellas el relato de una triple opresión: racista, patriarcal y capitalista.

"Y ahora, miren a su alrededor: el jardín está lleno de los mismos colores que usamos para nuestros tejidos". Hoy es taller de combinación de colores para las aprendices tejedoras. Reunidas en una casa de un pueblo guatemalteco, una veintena de mujeres saca inspiración de la naturaleza para sus futuros tejidos.

El sol vespertino realza los colores de las prendas tradicionales que todas llevan. En Guatemala, donde más del 44 por ciento de la población se declara indígena según un censo nacional del 2018, esas telas hacen parte del paisaje tanto como la tortilla de maíz.

Sin embargo, su perennidad ha estado y sigue estando amenazada. Razón por la cual se formó hace medio año este consejo de tejedoras de San Antonio Aguas Calientes: 11 mujeres decididas a dar a los tejidos indígenas el reconocimiento que merecen.

Convertirse en una tejedora

Dos veces a la semana, reúnen a sus 15 alumnas, no solamente para enseñarles a tejer sino para convertirlas en tejedoras. En efecto, al salir del taller de tres meses, las estudiantes tendrán que saber manejar el urdidor, conocer el significado de los diseños ancestrales, adquirir paciencia y disciplina, y sobre todo: aprender a valorar el arte al que pronto darán vida entre sus manos.

Esos conocimientos, las maestras los heredaron de sus mamás o sus abuelas, como suele ser la tradición. Y con la creación del grupo, ellas abrazaron ese rol para sus 15 discípulas: "La idea del taller es rescatar esa transmisión de conocimiento", explica a France 24 Lilian Lisetth Zamora, una de las maestras.

En ese pueblo de 11.000 habitantes, las mujeres suelen ser "maestras, secretarias o amas de casa", enumera Lilian Lisetth. "Pero hay una escasez de empleo aquí, entonces para trabajar muchas se van todos los días a la capital", -a unas dos horas de distancia. "Regresan tarde y cansadas, por lo que no tienen el tiempo de enseñar a sus hijas a tejer", agrega.

Sin embargo, la progresiva desaparición de esta transmisión familiar no es la única explicación al distanciamiento de algunas mujeres con la vestimenta de sus raíces.

"Nuestros tejidos no son disfraces"

Desde un tiempo ya, "indumentaria" reemplazó a la expresión "traje típico" en el vocabulario de estas compañeras organizadas, con el fin de quitarle la connotación folklórica: "Nuestros tejidos no son disfraces", recalca Lilian Lisetth.

Y a lo largo de las clases, es lo que pretenden inculcar a las asistentes: "Poco a poco recuerdan que ese arte viene de nuestros ancestros, y reconocen su valor histórico. Cuando uno se siente bien con la indumentaria, la valora".

Para las profesoras, ensayando diferentes combinaciones de colores en círculo alrededor de una mesa, la lección es más que asimilada. Cuando se les pregunta qué significa llevar la indumentaria hoy en día, contestan en coro: "¡Orgullo!" Y las risas se entrelazan con los hilos.

Este orgullo se ha elevado como una muralla frente a años de discriminación, que todas, sin excepción, han vivido en carne propia. "Cuando buscamos trabajo, basta con llegar a la puerta de la empresa con la indumentaria para recibir un "No hay empleo para usted", cuenta por ejemplo Flavia López, otra maestra. "O te preguntan si sabes leer", agrega Olinda García, con dos quetzales -el ave emblemática de Guatemala- suspendidos de sus orejas.

De usar pantalones a soñar con su boutique de güipiles

Esa discriminación, Heidy Guachín la conoce bien. Esa alumna de 29 años dejó de usar la indumentaria durante cuatro años para ahorrarse comentarios y miradas despectivas. Ahora, no hay mujer que luce su güipil con más orgullo.

Entró al taller con la firme intención de poder tejer sus propias prendas: "Pronto voy a estrenar" se ríe, emocionada. Pero al cabo de unos minutos, revela la otra razón por la que se la ve tan concentrada hilando con el desatador: hace apenas unos meses fue admitida a una beca para empresarias. Y en la casilla "proyecto", Heidy confía con estrellas en los ojos que escribió "negocio textil".

Su sonrisa también se va alargando a medida que relata el día de las fotos oficiales con otros alumnos de la beca. La consigna era llegar "con pantalones y ropa cómoda". Heidy mandó entonces un selfie con su indumentaria a la encargada, acompañado del mensaje "Así es como me visto. ¿Hay algún problema?".

Cuando llegó el día de la foto, entre todos los estudiantes, Heidy resaltaba con sus diseños de San Antonio Aguas Calientes: "Varios se tomaron fotos conmigo, querían saber de dónde venía la tela, cómo se hacía…"

Una revancha para la que un día se sintió obligada a llevar pantalones… "Eso también lo aprendí con ese grupo, a entender que uno no tiene por qué avergonzarse. Esas telas que llevamos tienen un gran valor ancestral. Ahora me sé defender, y sé defender mi indumentaria", concluye Heidy con determinación.

Una vía de empoderamiento económico

En el jardín de Lilian Lisetth, vigiladas desde la cima de un árbol por una lora verde manzana, son muchas las alumnas que ya comparten esa honra que confiere el uso de la indumentaria. Tanto más cuanto que lo hacen desde San Antonio Aguas Calientes, un pueblo con una especificidad: el doble brocado, una técnica muy fina de un tejido de doble cara. "Y no es para nada, ¡es mucho más difícil!", insiste Lilian Lisetth.

A modo de demostración, la profesora ostenta con orgullo una tela de un azul turquesa profundo ornada de elegantes diseños. Concebido en cuatro meses, ese güipil vale 4.000 quetzales (500 dólares).

Pero antes de llegar a ese nivel de dexteridad, las alumnas deben primero aprender a tejer las "guardas", unas prendas "muy vendibles", y que necesitan menos tiempo de trabajo. "Se venden 15 o 20 quetzales, y así las niñas tienen algo de dinero, aunque sea para el recreo", explica Lilian Lisetth.

Efectivamente, otro de los objetivos de esa organización es que las alumnas puedan aportar a la economía familiar. Guatemala es el tercer país de Latinoamérica con más personas en situación de pobreza extrema, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Por lo que cada año, unos 300.000 guatemaltecos intentan emigrar a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. Y el departamento de Sacatepéquez no se salva de esa tendencia.

Lilian Lisetth cuenta que una de sus alumnas dejó de acudir a las clases un tiempo. "Cuando le pregunté el por qué, se echó a llorar. Su hermana se había ido a Estados Unidos a buscar trabajo, y su partida era muy dolorosa para ella", recuerda la maestra con una mirada resignada.

Colectivas poderosas desde temprana edad

Y si tejer ofrece a las mujeres una vía de empoderamiento económico, también crea lazos de solidaridad entre quienes lo aprenden aquí. "En esa zona, hay mujeres con muy pocos recursos. Les cuesta reunir hasta de qué comer, y aun así siguen usando la indumentaria. ¡A esas mujeres, les quiero rendir homenaje!", afirma Lilian Lisetth, recobrando su ánimo.

Pero la solidaridad de la profesora y de sus compañeras va más allá. Planean llevar cantimploras de agua a las aldeas más remotas, donde ese servicio básico casi no llega. "Cuando fuimos a visitarlas, unas mujeres me preguntaron si era candidata a alcaldesa!", se ríe Lilian Lisetth. Lo que no cumple la Alcaldía, lo puede la organización poderosa de unas mujeres comprometidas.

A otra escala, esa sororidad también se entrevé en la forma de relacionarse de las más jóvenes: si a una le hace falta un hilo de tal color, siempre encuentra una compañera para regalarle. "Todas nos apoyamos. Yo aquí ya tengo varias amigas", sonríe Leilan Maria José, de 13 años, sin parar de tejer.

El grupo de San Antonio Aguas Calientes es solo una muestra de lo que en Guatemala está logrando el colectivo de las tejedoras. Esa formación es independiente pero recibió el apoyo de su hermana mayor para el financiamiento de los hilos y del mobiliario: la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez (Afedes).

Organizarse contra la mercantilización de la cultura maya

Ese movimiento de tejedoras de nivel departamental lleva desde 1988 obrando para el derecho de los pueblos indígenas a la autodeterminación, así como para el empoderamiento de las mujeres Kaqchikeles.

Y desde Afedes, esas luchas ya han tomado un giro legal: en 2014, sus integrantes iniciaron un proceso para exigir al Estado guatemalteco normativas para proteger los diseños textiles de los pueblos indígenas. "Cuando una fábrica se roba nuestros diseños, no nos dan crédito, y menos una retribución. Aparecen como creación del diseñador", lamenta Angelina Aspuac, coordinadora de Afedes.

Entre los logros del movimiento está también la resolución, en 2020, de la Corte de Constitucionalidad a favor de una acción legal que denuncia el Instituto Guatemalteco de Turismo por utilizar la imagen de las tejedoras como objeto de folklorización y comercialización.

La mercantilización de la cultura indígena es efectivamente otra de las batallas que libra el movimiento de las tejedoras. Una batalla que están enarbolando solas, sin ONG de por medio, desafiando así su exclusión de la esfera pública.

Angelina Aspuac lidera ese proceso político con determinación: "Hay una grave escasez de participación de las mujeres en Guatemala, sin hablar de mujeres mayas. Aquí, las alcaldesas y diputadas se cuentan con los dedos de una mano".

Y así, hilando ideas y diálogos, ese colectivo va redefiniendo los roles de las mujeres indígenas en las comunidades, demostrando de paso que estos tejidos finos, con formas de marimba y volcán, no solo son ornamento, sino que cuentan el poder de culturas antiguas y vigentes.

Por Aurore Bayoud
Fuente: France24


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