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Ibone Olza: “Además de elegida, la maternidad tendría que ser gozosa”

La psiquiatra, directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y referente del activismo por los derechos de las madres reivindica en ‘Palabra de madre’, una experiencia maternal con más comadreo y mucho placer.

DAVID F. SABADELL


El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no incluye en su corpus la palabra “maternar”, un término que según Ibone Olza “todas reconocemos fácilmente porque es el curro que hacemos a diario”. Pero sí incluye “enmadrar”, que es encariñarse un “excesivamente” con su madre, como si alguien pudiera querer demasiado a su madre, señala Olza con ironía. 

Autora de varios ensayos en los que divulga lo que ella llama la “mirada perinatal” —Parir, Psicología del embarazo o Lactivista, entre otros— y directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, Ibone Olza es un referente del activismo por los derechos de las madres y una voz autorizada en un asunto que ha revuelto las instancias médicas a raíz de la propuesta de reforma de la ley del aborto: la violencia obstétrica —Olza ha sido perito en el caso de Nahia Alkorta, que ha conseguido la segunda condena del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer a España por este tipo de violencia—. 

En Palabra de madre (Vergara - Penguin Random House, 2022) aborda todos estos temas desde una perspectiva íntima, poética y cálida, la que le confiere el uso de la primera persona y el hecho de empezar en clave conciliadora: “Lo hice lo mejor que pude”, se dice a sí misma. Olza reivindica un mundo donde la Maternidad incluya más comadreo y mucho placer. Aunque a día de hoy las ecuaciones conciliatorias no nos dejen ni soñarlo.

Hasta ahora has firmado textos muy situados, aunque siempre de corte científico. Pero en Palabra de madre hablas de tu propia experiencia con la maternidad.

Ahora que miro hacia atrás, creo que había algo de duelo al inicio de este libro, una necesidad íntima de trabajar ese duelo de esto que a veces llamaban “el síndrome del nido vacío”. Lo mío no era un nido vacío exactamente, pero sí era un duelo el darme cuenta de que ya no estaba criando. Tenía la necesidad de entender cómo había sido mi experiencia maternal y ese proceso me ha llevado a hacer las paces con mi experiencia de los años. Creo que me estaba juzgando muy duramente y ahora veo que eso es colectivo. 
Necesitamos muchos más relatos de maternidad para poder imaginar alternativas. Parte del problema ahora es que nos cuesta muchísimo imaginar una alternativa al patriarcado

La primera frase del libro es “lo hice lo mejor que pude”...

Sí, y esa frase ha sido un mantra, porque yo estaba ahí con el látigo también. La propuesta es: “Voy a dejar este látigo”. Inicialmente era una cosa para mí, era mi diario íntimo. Lo que pasa es que luego fue creciendo. Me daba mucho pudor y a la vez entendí, precisamente viendo a otras autoras, que eso es algo que nos pasa mucho a las mujeres cuando escribimos. Nos cuesta darle valor a nuestra vivencia, nos cuesta compartirla, tenemos miedo al juicio externo. Sin embargo, cuando consigues traspasar eso y lo compartes, te das cuenta que es supervalioso. 

¿Lo tuyo es escritura ensimismada?

Me dolió que Elvira Lindo dijera eso porque es alguien de quien no te lo esperas. Se habla de cómo Javier Marías consiguió hacer universal su ensimismamiento, y eso lo hace un autor que aspiró al Premio Nobel. Pero cuando lo hace una madre… Creo que la maternidad y la crianza son dos de los temas más universales.

¿Entonces no sobra ningún relato sobre maternidad?

¡Me irrita que se diga eso porque creo que falta tantísimo! Necesitamos muchos más relatos de maternidad y de paternidad y de crianza y de cómo se recorre todo ese inicio de la vida. Necesitamos leerlo precisamente para poder imaginar alternativas, también a nivel político y a nivel social. Parte del problema ahora es que nos cuesta muchísimo imaginar una alternativa al patriarcado.

Hace unos días, teníamos el debate sobre si abrir más horas las escuelas y vemos cómo se centra todo en una única medida. Todo el debate consiste en decir si estás a favor o en contra, y eso es un reduccionismo brutal. ¿Y si hablamos de qué van a hacer en las escuelas los niños a las siete de la mañana? ¿O quién va a cambiar los pañales a los niños de tres años? ¿O de si van a estar viendo películas de vídeo en el comedor, que es lo que hacen? Yo creo que se reduce todo eso a si estás a favor o en contra porque nos cuesta un montón imaginar otras posibilidades. 

Lo hablaba con Diana Oliver en Twitter: nos cuesta imaginar que las criaturas puedan comer en casa. Si tiras de ese hilo tienes que preguntarte quiénes hacen la comida y qué comida están comiendo en los comedores escolares. De todos esos hilos hay que tirar y hay que ver qué pasa, y para eso es necesaria la narrativa, o sea, la posibilidad de imaginar otros mundos, y otras crianzas. ¿Qué otros modelos existen? ¿Cómo han sido sus maternidades de la gente migrante? ¿Cómo transitan la gente de otras culturas las interrupciones de embarazo, las maternidades más jóvenes o más mayores?

Parece que señalas al sistema como responsable de esos límites, pero el feminismo también ha dado muestras de tener un conflicto con cómo encajar la maternidad. Como feminista que escribe, ¿qué conflictos has tenido?

Sintiéndome desde muy niña muy feminista, mi sorpresa fue sentirme más discriminada como madre de lo que nunca me había sentido como mujer. Cuando realmente en mi vida me empecé a sentir muy discriminada fue cuando intenté ir a los sitios con un bebé encima y eso sigue pasando a día de hoy. La maternidad, por supuesto, tiene que ser elegida. Eso es una reivindicación absoluta e incuestionable. Pero además de elegida tendría que ser necesariamente gozosa. Tenemos que pensar cómo hacer para que la maternidad sea gozosa y con el valor social que tiene, que es enorme. 

La maternidad cumple una función social inmensa, central, diría yo, y tiene que haber un reconocimiento. Por eso digo que necesitamos imaginar otros modelos. Yo creo que ni nos los podemos imaginar, porque venimos de tanta herida, venimos todos y todas tan dañados que es difícil imaginarlo, pero yo creo que la maternidad gozosa tiene que ser una reivindicación. Eso pasa también por plantearte que desde el gozo y el deseo puedas elegir ser madre con 18 años igual que estamos reivindicando que lo puedas elegir con 45. Y, por supuesto, con quien quieras y como quieras. Pero teniendo presente las necesidades de las criaturas, que siempre van a estar ahí. El problema gordo para mí es no meter eso en la ecuación, no nombrar lo que las criaturas necesitan, que parece que eso sea intercambiable o que parece que eso sea un bien de consumo más. 

Acabas de decir “intercambiable” que es una palabra clave en tu trayectoria. Porque tú defiendes que un padre no es lo mismo que una madre, no son “intercambiables”. ¿Por qué?

Cualquiera que haya visto un bebé de una semana lo tiene claro. Hay una potencia biológica brutal en todo el proceso de la reproducción humana. Somos las que gestamos y las que parimos. Todos los seres humanos hemos nacido, me atrevo a decir, esperando una madre feliz y que nos ame. Luego todos hemos tenido más o menos de eso, pero es lo que esperan todos los recién nacidos. Eso es pura neurociencia perinatal. Las mujeres atravesamos una transformación brutal biológica en nuestro cuerpo, cada embarazo está preparándonos para que esa crianza sea gozosa y placentera, no para que sea un sacrificio y una agonía y un horror. El programa de base con el que venimos es para que esto sea bonito y sencillo y para que la madre sea una figura central. Por supuesto que es muy importante para mí insistir en esto, pero también insistir que la naturaleza no contempla la madre sola, es decir, con su bebé sola en un entorno de desconocidos. Lo que la naturaleza contempla es que esa madre esté sostenida por una comunidad, en la que haya vínculos muy fuertes y muy estrechos también con ese bebé. O sea que no es la madre o los demás, es la madre con los demás. Pero el papel de la madre es distinto. Y luego las otras funciones son superrelevantes también. Pero si la criatura no tiene a la madre, el comienzo es muy hostil. 

Entonces yo creo que hay que darle un valor a eso y nombrar la biología, es tan importante como nombrarla en el tema de la ecología o del cambio climático. Por supuesto que luego está encima la cultura y todo lo que hemos montado en torno a esto, pero ese proceso —que yo he estudiado muy a fondo— es muy potente y hay mucha evidencia científica. Nacemos ávidos de piel con piel, es alucinante todo lo que pasa en ese momento y hasta qué punto el cerebro de una madre está previsto para responder muy rápido a las señales del bebé. 

Hay mucha evidencia científica en ese sentido y que sin embargo no se tiene lo suficientemente en cuenta porque van en contra del interés de que las madres nos reincorporemos cuanto antes a producir, a trabajar, como si estar criando no fuese un trabajo enorme. 

Hablas del potencial de la biología y acabas de poner en la ecuación lo común, lo colectivo. Pero, ¿no te da miedo que este discurso se interprete como determinista? ¿No crees que se puede identificar esa defensa de la biología con una defensa de que las mujeres puedan ser colocadas en su papel de madres como si fuera su único lugar natural?
Creo que hay que partir de una maternidad elegida y motivada por el deseo. A partir de ahí, habría que ser infinitamente más flexibles. Está el padre, la pareja y el resto de la sociedad y hay que compartir mucho más todo esto, pero yo creo que verlo como una carga ya es un sesgo que traemos.

Si la maternidad es pesada, es porque venimos de muchos siglos de verla como algo muy pesado. Pero es que, en realidad, sostenida de otra manera, podría ser un disfrute muy grande, algo muy gozoso, algo muy bonito y el problema es que ni nos lo imaginamos. Creo que muchos hombres que ahora sí que están mucho más implicados en las crianzas están diciendo: “Ostras, pero si es que en realidad me estoy dando cuenta que estoy disfrutando mucho más de estar presente aquí con mis pequeños que en el mundo laboral, donde he sufrido una burrada”. 

Si lo vemos como una carga, ya caemos en la trampa. Una carga no la quiere nadie, yo tampoco. Lo que estoy reivindicando es el placer de criar y para eso hay que imaginar otra sociedad, porque ahora mismo es impensable y la que consigue un poquito de placer es porque ya es bastante privilegiada.

Tú lo ves clarísimo. Y sin embargo, las medidas que se plantean parecen ir en sentido contrario. Estoy pensando en la propuesta del PSOE en la Comunidad de Madrid de abrir más horas los colegios, pero también en el Plan Corresponsables del Ministerio de Igualdad. ¿Tampoco es capaz de imaginar otra cosa el que se ha calificado como “el Gobierno más progresista de la historia”?
Falta una escucha, precisamente a la gente más necesitada y más precaria, a la hora de lanzar esas medidas. Yo estoy mucho más a favor de la renta básica que de todas estas otras medidas. Creo que hace falta escuchar a la gente que está criando en situaciones más desfavorables: a las que tienen hijos con discapacidad, a las que acaban de llegar —migrantes—, a las que no tienen papeles y a las que están en situaciones de mucha violencia. Y desde ahí empezar a pensar las medidas. Que se esté gastando tantísimo dinero en este país en permisos de paternidad para hombres que tienen buenos salarios, y que se gaste más en permisos de paternidad que de maternidad cuando todavía no hemos conseguido aumentar el permiso de maternidad al tiempo mínimo que se recomienda la lactancia exclusiva a mí me parece demencial. Se ha tirado de medidas que igual iban dirigidas a una clase progresista, elitista, privilegiada, y se ha olvidado a clases o situaciones mucho más desfavorecidas a las que ni siquiera se escucha.

En tu libro, a través de tu experiencia dibujas los primeros pasos del activismo de madres en España. ¿Cómo surgen esos grupos?

Quiero pensar que esos grupos siempre han existido. En España, empiezan a finales de los 80 y los 90 los primeros grupos de apoyo a la lactancia. Y empiezan precisamente por una necesidad enorme de algunas madres simplemente de poder amamantar. Veníamos de tres o cuatro décadas en las que se arrasó con la lactancia materna: se institucionalizó el biberón y las tasas de lactancia en los años 70, 80 y 90. Amamantar más allá de los tres meses pasó a ser anecdótico. 

Entonces estos grupos salen como un refugio para madres que percibían que, si querían amamantar más tiempo, estaba muy mal visto. Luego, ya con la llegada de internet, se pasa a un activismo creo que también muy movido por esto de la ayuda de madre a madre entre mujeres que atraviesan el puerperio muy solas y necesitan la ayuda de otras comadres. Yo lo que viví en Zaragoza era eso, que había muchas acciones destinadas a ayudar a una madre que está en el hospital y que una comadre ha llegado donde no llegan a veces ni los servicios sociales. Hay un montón de historias de ayudas de madres a otras madres, pura resistencia. 

Que se esté hablando de violencia obstétrica, con todo lo mal que se pueda estar hablando, es una victoria enorme

Gracias a esos activismos se está hablando como nunca de violencia obstétrica. Y no solo eso, sino que el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de la ONU se ha pronunciado dos veces pidiendo a España que tome medidas contra la violencia obstétrica.

Para mí, que se esté hablando de violencia obstétrica, con todo lo mal que se pueda estar hablando, es una victoria enorme. Que se esté reconociendo que hay un problema en la atención al parto me parece glorioso. Porque, cuando empezamos, éramos unas locas denunciando algo que nadie más quería ver y nos hemos sentido muy solas. Y sí que ha mejorado la atención. El maltrato verbal tan humillante y denigrante que había quiero pensar que no lo hay. También es verdad que ahora está más invisible el maltrato. Ahora, si en una clínica privada te hacen una cesárea en una habitación preciosa y nadie nombra que esa cesárea es absolutamente innecesaria y te han mentido es mucho más difícil visibilizar que eso es violencia obstétrica. 

El problema ahora es que cuando decimos violencia obstétrica muchos se sienten atacados y piensan que estamos diciendo que los obstetras son violentos: no es eso para nada. No sé qué otro término podríamos usar, pero yo creo que hay que entender que es algo estructural. El parto ha sido horrible y estaba tan normalizado que el parto tenía que ser horrible, que luego no hablabas de lo que te habían hecho. Pero claro que había un maltrato, venimos de ahí y a la mayoría de los que somos adultos ahora nos trataron así cuando nacimos y ni siquiera lo sabemos. 

Yo a la gente que niega la violencia obstétrica le preguntaría: ¿Qué le pasó a tu madre en tu parto? ¿Qué le pasó a tu madre en todos sus partos? ¿Dónde estuviste tú las primeras horas del día? ¿Estuviste abrazado a tu madre nada más nacer, sin que nadie os molestara o nadie sabe dónde? 

Una de las cosas que atraviesa tu trabajo y está también presente en tu libro es el interés en interseccionar la infancia con el feminismo. ¿Al feminismo le falta pensar en las infancias?

Absolutamente. Para mí pensar en la infancia es ir al origen del mundo. Yo lo llamo “la mirada perinatal”. Ponerte en el lugar del bebé te cambia la perspectiva de tantas cosas... Tenemos la mirada adultocéntrica tan normalizada que no la vemos. 

Desde los feminismos, casi no se ha nombrado todo este tema porque se ha percibido a veces como un conflicto. ¿Podemos hablar del derecho del bebé a ser amamantado, o eso es obligar a las madres amamantar? Entonces, yo creo que hay que hacer un análisis del patriarcado yendo al análisis de qué pasa con los bebés. Para mí eso es una clave feminista absoluta. Y sin embargo, más allá de Casilda Rodrigáñez y Victoria Sau, ha habido muy poco trabajo. No solo sobre los bebés, sino en todo el recorrido de la infancia. Y todo pasa por ahí y que puede hacerse desde el ecofeminismo, porque esas dos claves para mí son muy centrales: la ecología y el feminismo. 

Llegas a decir en tu libro que si un bebé se encuentra una madre gozosa después de nacer, habría menos violencia. ¿No es una afirmación muy atrevida?

Pues es que es la primera relación, el primer amor. En la relación con un cuerpo de la madre los bebés aprenden a diferenciar su cuerpo de otro, aprenden a amar, cuidar y respetar otro cuerpo. Las madres que hemos dado teta más tiempo sabemos que hay un momento en la lactancia, sobre todo si se alarga, en el que tienes que negociar con tu criatura y le tienes que decir no te quiero dar teta ahora, no me muerdas y ahora estoy cansada y ahora no te doy teta. Y un crío aprende a respetar el cuerpo humano, entiende y aprende. 

La relación con la madre es la primera relación amorosa que tenemos en nuestra vida y eso es el molde de las siguientes relaciones amorosas. Claro que vas a tener una relación amorosa también con el resto de personas que te cuiden —sean tus hermanos, la pareja, tu madre o tu abuela—. Pero eso va preparando el camino. No podemos pensar que el cómo nos relacionamos en la adolescencia o en la vida adulta no tiene nada que ver con cómo te han criado. Tiene todo que ver. 

Si has crecido en la carencia afectiva, esa carencia afectiva es lo que vas a poner en las relaciones íntimas entre adultos y, en vez del deseo de dar y recibir placer, te va a salir el deseo de hacer daño o recibir daño. Esto está analizado desde la psiquiatría y desde la neurobiología. Obviamente también está la cultura. Es muy complejo el tema, pero yo lo veo claro. 

Esto lo dice John Bowlby en su desarrollo de la teoría del apego, no lo digo yo. Bowlby explica muy bien cómo los niños de dos, tres años, cuando se sienten rechazados por sus padres, lo que sienten es ganas de hacer daño. A veces las conductas agresivas en esas edades tienen que ver con la frustración de ese deseo amoroso que tienen. He visto en urgencias como psiquiatra a muchos hombres destrozados por rupturas sentimentales, con intentos de suicidio. Tíos muy violentos y muy peligrosos. ¿Qué haces con este hombre? ¿Cómo deconstruyes eso? Creo que ahí hay que ofrecer o intentar buscar procesos de acompañamiento terapéutico, en los que puedas indagar en cómo te han amado a ti en tu vida y qué has vivido tú. 

¿Qué miedos has tenido que superar para llegar a publicar Palabra de madre?

El primero, el pudor. Vengo de una familia tradicional, soy navarra y allí no te expones tanto. Luego, el miedo a la crítica o a que duela a gente cercana. También tengo miedo de que no se entienda o que se tergiverse. Y me da un poco de rabia que alguien piense que este libro es un libro de autoayuda. Yo no quiero dar consejos a nadie. Yo estoy contando precisamente lo que yo considero son mis errores y los aprendizajes que me han traído hasta aquí. Luego hay otro tema en el que casi no he entrado, que también es muy doloroso, que tiene que ver con lo que para mí fue el divorcio y la custodia compartida. Ese tema casi no lo he nombrado y a la vez siento que alguien tendrá que hablar de todo esto. 

En los años 60 algunas feministas reivindicaron el orgasmo; para mí reivindicar el placer de la maternidad es algo parecido

En tu proceso de escritura ha habido mucha lectura de otras madres. ¿Crees que existe una escritura maternal?


A mí me ha gustado leer a otras madres escritoras, pero no solo escritoras, también me ha servido hablar con artistas que hablan de maternidad, con científicas que investigan la maternidad. Me ha servido ir a otras no solo escritoras, sino creadoras y también profesionales, porque yo siempre estaba buscando ver cómo han hecho ellas. La literatura ha sido muy importante, y siempre nombro a Adrienne Rich y a Jane Lazarre. Pero también ha sido muy importante saber cómo lo han hecho científicas muy buenas, o artistas, o fotógrafas.. 


El subtítulo de tu libro es “el poder de la maternidad”. ¿Eso es la maternidad?

Más que un superpoder, la maternidad me parece un misterio al mismo nivel que la muerte. Más que el poder, yo quiero reivindicar el placer. Yo quiero visibilizar que gestar, parir, amamantar y criar podrían ser experiencias súper placenteras. Ya sé que ahora mismo ese placer es excepcional. En los años 60 o 70 algunas feministas reivindicaron el orgasmo en entornos donde ni siquiera estaba contemplado el orgasmo de la mujer… pues para mí esto es un poco parecido. Yo quiero reivindicar el placer de la maternidad para que por lo menos lo imaginemos, lo soñemos, para que haya más placer en las siguientes generaciones.

Patricia Reguero Ríos
@Des_bordes
Fuente: El Salto


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