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Último atardecer en Lisboa por A. M. Irún

Como todo el mundo sabe, pasar una entrevista de trabajo no es Algo sencillo ni tampoco simple. De hecho, las posibilidades de meter la pata son prácticamente infinitas, como lo son también las de quedarse sin el ansiado puesto por cualquier tontería. Sin embargo, a veces, por extraño que parezca, una metedura de pata del calibre diez termina, por pura paradoja, estableciendo la diferencia y determinando la obtención del objetivo.

Helena, niña de buena familia, con posibles y con dinero (lo que siempre se ha llamado una niña-bien), tiene ciertos problemas. Resulta que lo de ser una niña-bien no es demasiado rentable, puesto que su adinerada familia está de ella hasta el gorro. En concreto, el problema nació cuando sus progenitores se percataron de su lesbianidad, refulgente y poco discreta: Helena tiene un éxito con las mujeres fuera de lo normal y probablemente podría tirarse a todas y cada una de las hembras del planeta con sólo mirarlas con algo de intención (viene a ser algo parecido a Shane, valga como recordatorio de nuestra añorada “The L Word”).

Pues bien, esta falta de apego familiar conlleva de forma correlativa una escasez de fondos endémica que, por supuesto, Helena está dispuesta a solucionar trabajando. El problema es precisamente ese: los dos meses de alquiler que ya debe son la señal de que necesita un trabajo con urgencia o, incluso, con emergencia.

Cuando Helena se ve frente a frente con su entrevistadora y futura jefa, si pasa la entrevista, sólo busca diferenciarse de las demás candidatas. Y lo consigue, vaya que sí.

Resulta que el día antes había estado intercambiando confidencias con su amante, Daniela. Esta chica se acuesta ocasionalmente con Helena y se caracteriza por tener un cerebro que produce ideas, por así decirlo, originales. Cuando Helena pregunta qué puede hacer para resultar distinta de sus competidoras en la entrevista de trabajo, Daniela sugiere algo de lo más peculiar: aludir directamente a lo que sin duda es la mayor habilidad conocida de la aspirante al puesto, el cunnilingus.

La alta reputación de que goza Helena como amante proviene, principalmente, de su destreza en comer coños. Es, sin duda alguna, una maestra absoluta en el noble arte del sexo oral. Lo hace a las mil maravillas, con una técnica depurada, sin haber recibido ninguna queja por parte de las múltiples receptoras de sus atenciones a lo largo de su prolongada trayectoria amatoria. ¿Y qué hace Helena en mitad de la entrevista? Algo que en el plano objetivo es una completa estupidez: mencionar su mejor habilidad, siguiendo el consejo de su amante. Helena, no sabe por qué, a la pregunta de cuál es su mejor destreza, responde sin pensar: “Mi amante dice que hago buenos cunnilingus”. Una cagada tan enorme no había sido reseñada jamás en los anales de las entrevistas de trabajo. La candidata, en cuanto se da cuenta del alcance de sus espontáneas palabras, se larga a su casa, presa del convencimiento de que no será contratada nunca, ni en esa empresa, ni en ninguna otra del mismísimo Nepal.

Pero ocurre la paradoja: Vero (que así se llama la entrevistadora y futura jefa) la ha seleccionado. No sabemos si porque no ha dado importancia al desliz o…por todo lo contrario.

Vero es una mujer casada con un hombre. Tiene un niño pequeño y su vida parece un cuento de hadas relatado por un cuentista-de-hadas tradicional. Supuestamente es feliz. De hecho, pensándolo fríamente, lo lógico es que sea feliz. Su marido es un buen tipo, simpático, la quiere, le da sexo abundante, tienen una buena relación…El niño es un encanto, tienen una casa hermosísima…todo parece sonreírle. Debería, por tanto, ser feliz obligatoriamente.

Y en términos generales, lo es…más o menos. Pero nota que le falta algo.

Cuando se le presenta su gran oportunidad profesional, Vero sabe que va a tener que echar el resto y que su nueva y sorprendentemente eficaz asistente va a jugar un papel importante. A pesar de sus poco prudentes manifestaciones acerca de sus habilidades sexuales, Helena da muestras de una gran perspicacia y competencia profesional.

Vero y Helena tienen que cerrar un negocio importantísimo en Lisboa. Y es allí donde también deberán enfrentarse a la creciente inquietud que ambas sienten cuando comparten tiempo y trozos de vida. Lisboa será la ciudad donde disfrutar de su mutua compañía, donde encontrarse y aclararse.

La novela está estructurada a base del cruce de las narraciones alternantes en primera persona de Vero y Helena. Está técnica permite ver en modo directo las sensaciones y sentimientos de ambas protagonistas.

La trama plantea el nacimiento de una historia de amor un tanto conflictiva, porque exhibe la confusión de una persona con la vida familiar ya resuelta y que, de forma sorpresiva, ve cómo lo construido tenía los cimientos algo flojos. La otra parte de la relación, por su lado, descubre que, contra todo lo previsto, hay alguien capaz de llevarla a sentar la cabeza.

El estilo es fresco, pero elaborado. A veces te topas con frases verdaderamente notables. Valga de ejemplo la siguiente: “…mientras la luz de la vela temblaba en su piel”.

Lisboa es una ciudad magnífica, muy bonita, muy romántica y plena de cosas que ver, descubrir y sentir. El marco perfecto para una historia de amor, sin lugar a dudas. Por ello, la ambientación de la novela es un punto fuerte en su atractivo y una buena razón para animaros a leer el libro. Que lo disfrutéis, si os apetece.

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El post Último atardecer en Lisboa por A. M. Irún fue publicado originalmente en Lesbicanarias. por Carmen Sánchez



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