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Qué es la persona

¿Qué es un individuo? ¿Qué es un sujeto? ¿Qué es una persona?

Según el Diccionario de la lengua española:

Del lat. persōna ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, ‘personalidad’, ‘persona’, este del etrusco φersu, y este del gr. πρόσωπον (prósōpon).

1. f. Individuo de la especie humana.

2. f. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite.

3. f. Hombre o mujer distinguidos en la vida pública.

4. f. Hombre o mujer de prendas, capacidad, disposición y prudencia.

5. f. Personaje que toma parte en la acción de una obra literaria.

6. f. Der. Sujeto de derecho.

7. f. Fil. Supuesto inteligente.

8. f. Gram. Categoría gramatical inherente en algunos pronombres, manifestada especialmente en la concordancia verbal, y que se refiere a los participantes implicados en el acto comunicativo. En español hay tres personas gramaticales.

9. f. Gram. Forma del paradigma de la conjugación verbal que corresponde a una persona gramatical. La primera persona del singular del presente de ir es irregular.

10. f. Rel. En la doctrina cristiana, el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo, consideradas tres personas distintas con una misma esencia.

El Ser Humano en la Antigüedad

Para los antiguos, el ser Humano forma parte del cosmos y está sometido a sus leyes. Su destino está predeterminado y no depende de la voluntad. Como dice Homero (s. VIII a. C.) en la Ilíada,

nada hay en parte alguna

más miserable que el ser humano

de entre todos los seres que alientan

y se arrastran sobre la Tierra.

Tras los presocráticos, con el giro antropológico de Sócrates y los sofistas se cuestiona por primera vez la naturaleza o carácter del ser humano. El sofista Protágoras (490 – 420 a. C.) sostiene que «el hombre es la medida de todas las cosas», es decir, que no existen la verdad y el bien objetivos, sino que dependen de cada sujeto. Para Sócrates sí existen un bien y una verdad objetivos que trascienden al ser humano, por lo que nuestra tarea ha de consistir en conocerlos y practicarlos.

Más tarde, el discípulo de Sócrates, Platón (427/428 a. C. – 347 a. C.), recogerá un dualismo antropológico de raíces pitagóricas según el cual el hombre es un compuesto de alma (que es inmaterial, pertenece al mundo de las Ideas y su naturaleza le impulsa a conocerlas) y cuerpo (material, corruptible y perteneciente al mundo sensible). Para Platón la unión alma-cuerpo es accidental y antinatural. También distingue tres tipos o partes del alma:

    • racional:
      • inmortal
      • en la cabeza
      • dedicada a contemplar el mundo de las Ideas
      • ha de ser guía de las otras dos [razón]
      • tiene que purificarse de las otras dos
    • irascible
      • perecedera
      • se sitúa en el pecho
      • fuente de las pasiones nobles [valor]
    • concupiscible
      • perecedera
      • se sitúa en el bajo vientre
      • fuente de las bajas pasiones [apetitos]

Para Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.), discípulo de Platón, la unión entre alma y cuerpo (hilemórfica o de materia y forma) es perfectamente natural y esencial, pues constituye al viviente. Ambas están unidas, de manera que si muere una, muere la otra. Aristóteles entiende el alma como el principio interno de movimiento de todos los vivientes. En el alma de los seres vivos, defiende, coinciden la causa eficiente, formal y final de su movimiento. La causa formal se refiere a la esencia y naturaleza del movimiento de los vivientes. Es decir, el alma es lo que hace que cada viviente sea lo que es, determinando su forma, pero también su comportamiento y actividad. La causa eficiente se refiere al origen causal del movimiento. Que en el alma de los vivientes esté la causa eficiente de su movimiento significa que ella es el origen, el agente de sus movimientos. Por último, la causa final remite a la finalidad del movimiento. Según Aristóteles, todas nuestras acciones y comportamientos están dirigidas a un objetivo prefijado por nuestra alma. Ese fin teleológico es, precisamente, su perfección. Por otra parte, Aristóteles distingue tres facultades del alma:

    • nutritiva: propia de las plantas, los animales y los hombres

    • sensitiva (percepción y cambio local): propia de los animales y los hombres

    • intelectiva (conocimiento científico y voluntad): propia exclusivamente de los hombres

Como hemos visto, los filósofos griegos se centran en describir las características de los seres humanos a nivel individual, pero no distinguen entre ser humano y persona. Será en el derecho romano donde surgirá esa distinción. Los juristas romanos llaman homo (hombre) a todo aquel que pertenece biológicamente a la especie humana y llaman persona a quien, además de ser hombre, tiene el estatus jurídico y social de ciudadano romano libre. Por lo tanto, aunque los esclavos son seres humanos, no son personas, porque no son sujetos de derecho, esto es, no tienen voz ni voto respecto a los asuntos de la vida pública.

La persona en el pensamiento medieval

Es en el pensamiento cristiano medieval donde surge el concepto actual de persona como ser dotado de dignidad propia. Hay varias razones para ello. En primer lugar, la vida de Jesús de Nazaret interpretada como la acción de Dios en la tierra en la forma de un hombre que nace, se desarrolla y muere liga al ser humano con la trascendencia. Esto no solo significa que los seres humanos somos un animal especialmente inteligente o con características superiores, sino que se reconoce nuestra naturaleza divina y creadora. En segundo lugar, ese aspecto subraya las características que el dogma cristiano atribuye al ser humano como hijo de Dios y directamente creado por Él a su imagen y semejanza. En tercer lugar, el debate teológico sobre la Trinidad se resolvió desde la categoría de persona.

En el Concilio de Nicea (325) una de las cuestiones fundamentales que se discutieron versó sobre la naturaleza de Cristo. ¿Fue Cristo un hombre, el mismo Dios o una mezcla de los dos? El dogma decidido en Nicea establece que Cristo tiene una doble naturaleza, divina y humana, pero tiene solo una persona, la cual es única e indivisible. De esta forma, el concepto de persona permitió ligar las distintas naturalezas, humana y divina, en la figura de Cristo, así como distinguirlo de las otras dos personas divinas: Dios Padre y el Espíritu Santo.

Desarrollando el dogma establecido en el Concilio de Nicea, el más importante Padre de la Iglesia, San Agustín (354 – 430), subrayó que las personas divinas no podían ser consideradas como simples substancias, en el sentido clásico del término substancia (aquello que no necesita de otra cosa para ser), sino que además son personas. Para caracterizar a las personas humanas, San Agustín recoge elementos platónicos, integrándolos en el dogma cristiano. Defiende que el hombre es la unión de alma y cuerpo. El alma es simple, lo que significa que no se puede descomponer. Además es inmortal y no eterna como creían los griegos. Por su parte, el cuerpo es mortal, terrestre, esto es, compuesto, y es un instrumento del alma. San Agustín distingue tres facultades del alma:

    • memoria: preserva la identidad, el yo de cada uno

    • inteligencia: sirve para conocer

      • razón inferior: conocimiento científico (de las realidades mutables y sensibles)

      • razón superior: sabiduría (conocimiento de las Ideas de Dios)

    • voluntad: sirve para querer, amar

Con Santo Tomás (1225 – 1274) llega el culmen de la Escolástica. Manifiesta que la individualidad se refiere a la substancia, pero que hay ciertos individuos que tienen la facultad de actuar libremente, por sí mismos, gracias a su naturaleza racional. Esta clase de individuos es diferente al resto de substancias y por eso los llamamos personas. A la hora de caracterizar a las personas humanas, Santo Tomás trata de integrar el dogma cristiano con la filosofía aristotélica. Por eso defiende que el hombre es una unión sustancial (esencial, potencial) de alma inmaterial y cuerpo material, de manera que no se pueden dar el uno sin el otro. También distingue tres facultades del alma:

    • vegetativa: nutrición, crecimiento, reproducción

    • sensitiva: sensaciones y percepciones

    • racional: entendimiento y voluntad

El sujeto en la Modernidad

En el Renacimiento y la Modernidad se hacen avances y descubrimientos (la llamada Revolución científica) que provocan un giro en la concepción del hombre. Por una parte, con el descubrimiento de América y sus habitantes se puso en discusión el estatus de los seres humanos como sujetos políticos de derecho. El fraile dominico Bartolomé de las Casas (1474 – 1566) defendió los derechos inalienables de los aborígenes frente al esclavismo. En su Sermón de adviento declara que

[t]odos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, y sean bautizados, oigan misa y guarden las fiestas y los domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en esta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto que, en el estado en que estáis, no os podéis más salvar, que los moros y turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

De las Casas defendió que las leyes naturales que nos enseña la religión católica están por encima de las leyes positivas del Estado, que no existen diferencias raciales a los ojos de Dios, que la esclavitud y la servidumbre son ilegítimas desde las leyes naturales y que se debía restituir a los indios su libertad y bienes. Estos principios sirvieron a la siguiente redacción de las Leyes de indias, que sería la primera proclamación de unos derechos humanos.

Por otra parte, los descubrimientos astronómicos dan al traste con la interpretación geocéntrica del sistema solar y la Tierra pasa a ser un planeta más que orbita alrededor de Sol como muchos otros planetas giran alrededor de otros soles en un espacio infinito. Esto, por un lado, aleja al ser humano de una posición central, de privilegio, en la creación de Dios. No obstante, por otro lado, los hombres ilustrados de la época ensalzan la racionalidad y creatividad del ser humano por ser capaz de hacer descubrimientos y creaciones tan asombrosas. Así, equiparan nuestra capacidad de conocer y crear cosas nuevas con las capacidades de Dios.

René Descartes (1596 – 1650), el padre de la Modernidad, entiende al ser humano como la composición de dos substancias. Aunque, según él, solo hay una substancia en sentido estricto, Dios, pues es el único que puede existir por sí mismo (causa sui), Descartes distingue otras dos substancias: la res cogitans y la res extensa. La res cogitans (cosa pensante) sería el alma inextensa e inmaterial. Su naturaleza es el pensamiento y las formas en que tal pensamiento se dan son la imaginación, la voluntad, la memoria, etc. La res extensa (cosa que tiene extensión) sería aquello que ocupa un lugar y que, por lo tanto, se puede medir su profundidad, anchura y longitud. Las maneras como se da esa extensión son, por ejemplo, la figura o el tamaño. Pues bien, el ser humano estaría compuesto de una res cogitans que dirige una res extensa, comunicándose a través de la glándula pineal. Para Descartes, el alma humana se concentra en un yo pensante racional (cogito) que es capaz de conocer absolutamente todo de la misma manera que Dios.

Pero el dualismo cartesiano es muy criticado por lo inverosímil de que algo inextenso pueda relacionarse de algún modo con algo extenso. Una de las principales críticas del yo cartesiano proviene del filósofo escocés David Hume (1711 – 1776), para quien el yo, nuestra identidad personal, no existe tal y como dice Descartes. Hume defiende que nunca percibimos algo así como el yo, pues nuestras impresiones o percepciones siempre son concretas y variables, mientras que el yo nos lo representamos como algo permanente a lo largo del tiempo. Por eso argumenta que el yo no es más que la yuxtaposición o reunión de las actuaciones que percibimos que nosotros realizamos. Sería la memoria la que reúne todas esas percepciones haciéndonos creer en el yo como agente racional.

El debate entre el racionalismo cartesiano y el empirismo de Hume recibe la síntesis del pensador Immanuel Kant (1724 – 1804). Para Kant, desde la perspectiva científica o razón teórica, los individuos somos entidades físicas determinados como cualquier otra cosa del universo. Pero, desde el punto de vista ético o de la razón práctica, somos agentes libres y autónomos. Por lo tanto, nuestra razón nos permite vernos de dos maneras diferentes. Por decirlo así, desde fuera y desde dentro, respectivamente. Kant considera que es en nuestra razón donde reside la dignidad del ser humano y desde donde podemos decirnos persona. Las personas siempre son un fin en sí mismo y no pueden ser tratadas como medio para conseguir otra cosa. Con ello, Kant sienta las bases del posterior desarrollo y reconocimiento de los Derechos Humanos.



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