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¿Es posible alargar la vida de los seres humanos?

¿Es posible alargar la vida de los seres humanos?  



El secreto de Adaline es una película de ciencia-ficción que narra la historia de una mujer nacida en 1908 que se queda atrapada en una tormenta de nieve y muere congelada. Por fortuna, un rayo cae sobre ella y la revive. Este milagroso accidente altera su ADN y, como consecuencia, Adaline deja de envejecer. Por lo tanto ella sigue conservándose joven mientras las personas que la rodean envejecen. Pero este sorprendente hecho levanta rumores sobre ella, por lo que se ve obligada a irse de su ciudad. Debido a esta extraña situación, Adaline se aparta de la sociedad, por lo que la inmortalidad, en lugar de ser una bendición, pasa a ser una maldición para ella. Al cabo de un cierto tiempo la atropella un coche y muere a consecuencia del accidente. Pero una vez en una ambulancia, la descarga eléctrica del desfibrilador, además de revivirla, invierte los efectos genéticos del anterior rayo, y Adaline se vuelve normal, de lo que se alegra. No obstante, aunque Adaline terminó rechazando disfrutar de la inmortalidad, la ciencia actual está haciendo grandes avances en la comprensión del proceso de Envejecimiento. Los científicos dedicados a los viajes espaciales están interesados en esta investigación, ya que las enormes distancias en el espacio implican que para viajar a otra estrella una nave puede tardar muchísimos años en completar su viaje. Al respecto, el astrónomo británico Sir Martin Rees, profesor de Cosmología y Astrofísica de la Universidad de Cambridge, dice lo siguiente: «Los eones que se tardaría en atravesar la galaxia no intimidan a los seres inmortales«. El proceso de viajar y asentar colonias en planetas lejanos puede requerir varias generaciones. Supongamos que se ha descubierto un planeta similar a la Tierra, con una atmósfera de oxígeno, agua líquida, un núcleo rocoso y un tamaño parecido al de la Tierra. Pero este planeta está a cien años luz de la Tierra. Esto significa que una nave con propulsión de fusión nuclear o de antimateria, aún no disponible, necesitaría doscientos años de viaje. Pero hay otros diversos problemas que habría que afrontar para poder realizar ese viaje. Sin embargo, existe una posibilidad de eliminar muchos de estos problemas recurriendo a la animación suspendida. En la película 2001: una odisea del espacio, una tripulación de astronautas se mantiene congelada en cápsulas mientras su gigantesca nave se dirige a Júpiter. Pero ¿es esto posible? En el caso de los seres humanos, los científicos han experimentado con tipos de anticongelantes químicos para un proceso que llaman vitrificación, que consiste en utilizar una combinación de sustancias químicas para que el punto de congelación descienda, de manera que no se formen cristales de hielo. Pero, con frecuencia, la vitrificación tiene efectos secundarios adversos. No obstante, los científicos confían en que en el futuro se puedan resolver estas cuestiones técnicas.

Otra idea para colonizar la galaxia consistiría en enviar al espacio embriones con nuestro ADN que pudiesen ser activados algún día en algún planeta lejano. También se podría enviar el propio código del ADN con la finalidad de utilizarlo más adelante para clonar nuevos seres humanos. La principal ventaja sería que, en lugar de utilizar grandes astronaves con ambientes artificiales adaptados a los seres humanos, solo habría que transportar ADN. De hecho escritores de ciencia ficción ya han imaginado que esto ocurrió hace millones de años, cuando tal vez extraterrestres esparcieron su ADN por nuestro sector de la galaxia, posibilitando el origen de la humanidad. Y tal vez esto es lo que se hizo cuando se relata que Noé metió en el Arca a distintas especies de animales y plantas. Sin embargo, la tecnología todavía no está lo bastante avanzada para crear clones humanos, aunque se podría lograr en el futuro. Pero lo más importante es que, al revivir clones humanos, se podrían generar criaturas genéticamente idénticas a nosotros, pero que no tendrían nuestros recuerdos ni nuestra personalidad. Actualmente la capacidad de trasplantar la memoria y la personalidad de un ser humano a otro se encuentra fuera de nuestras posibilidades. Vemos que la búsqueda de la vida eterna es uno de los temas más antiguos de toda la literatura humana. La humanidad ha estado siempre obsesionada con la idea de la inmortalidad. En 1900, la esperanza de vida oficial en Estados Unidos era de 49 años. Pero dos revoluciones alargaron significativamente esta esperanza de vida. En primer lugar, los saneamientos mejoraron, por lo que el agua limpia y la eliminación de residuos contribuyeron a eliminar algunas de las peores epidemias, aumentando la esperanza de vida en unos 15 años. La siguiente revolución se produjo en la medicina. Después de la Segunda Guerra Mundial, antiguas enfermedades como tuberculosis, viruela, sarampión, poliomielitis, tos ferina, etc., fueron casi erradicadas mediante el uso de antibióticos y vacunas, con lo que se añadieron otros diez años a nuestra esperanza de vida. Y actualmente, ¿puede la ciencia moderna aumentar la esperanza de vida a un nivel casi ilimitado? Es una aspiración antigua, pero que ahora ha atraído la atención de algunas de las personas más ricas del planeta.

En efecto, muchos multimillonarios del sector tecnológico están obsesionados con prolongar la vida humana, muy probablemente la de ellos mismos. Entre ellos está Jeff Bezos, antiguo CEO de Amazon y hombre más rico del mundo, que está invirtiendo en distintas compañías que se han propuesto ese objetivo. La última se llama Altos Labs y entre su equipo destacan un premio Nobel y dos de los biólogos españoles más reconocidos internacionalmente. Altos Labs tiene como objetivo la reprogramación biológica, una forma de rejuvenecer las células del cuerpo que algunos científicos creen que podría usarse para retrasar el reloj biológico de organismos enteros y prolongar así la vida humana. La empresa está constituida en Estados Unidos y en el Reino Unido y tiene como objetivo crear varios institutos en distintos lugares. Según afirma el Technology Review del MIT, Altos Labs está atrayendo a un gran número de científicos, ofreciéndoles sueldos estratosféricos, participación en la empresa y la promesa de que podrán dedicarse a su investigación sin restricciones. Entre esos prestigiosos investigadores están los españoles Juan Carlos Izpisúa Belmonte, biólogo español del Instituto Salk, en California, y Manuel Serrano, del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona. Manuel Serrano fue uno de los primeros científicos en modificar genéticamente ratones para que produjeran los factores Yamanaka. Sus estudios llevaron a la conclusión de que se puede revertir el tiempo en un animal vivo. Según Serrano: «Se introducen los factores y ellos hacen la magia. Es muy sencillo experimentalmente, aunque no se entienda«. Pero el método ahora no es seguro y requiere de más investigación. Devolver las células en ratones a su estado embrionario provocó que todas desarrollaran tumores cancerígenos. Y Serrano añade: «Para mí, los factores de Yamanaka no son viables para su uso en clínica. Implican la introducción de genes, algunos de los cuales son oncogénicos. Esto es difícil de pasar por el filtro de las agencias reguladoras«. Según cuenta la revista del MIT, Altos Labs también va a trabajar en un biomarcador de envejecimiento que sirva para medir el efecto de cualquier tipo de tratamiento de longevidad y antienvejecimiento que se desarrollen en el futuro. En los últimos tiempos los científicos han desvelado algunos de los más oscuros secretos del proceso de envejecimiento. Tras siglos de intentos fallidos, ahora contamos con unas cuantas teorías fiables que parecen prometedoras. Tienen que ver básicamente con la restricción calórica, la Telomerasa y los genes de la edad.

Pero, de momento, solo la restricción calórica ha demostrado que puede prolongar la vida de los animales, incluso duplicando su duración. Consiste en reducir drásticamente la ingesta de calorías en la dieta de los animales. Por término medio, los animales que ingieren un 30% menos de calorías viven un 30% más. Esto se ha demostrado en levaduras, gusanos, insectos, ratones, perros, gatos y primates. De hecho, es el único método universalmente aceptado por los científicos para alterar la duración de la vida de todos los animales con los que se ha ensayado hasta ahora. Al dar a los animales menos comida se desencadena una respuesta biológica, por lo que viven más tiempo. Pero un problema de la restricción calórica es que estos animales quedan aletargados. Además, la mayoría de los seres humanos se negaría a ingerir un 30% menos de calorías de manera voluntaria. Recientemente se ha aislado un prometedor compuesto químico llamado resveratrol y que se encuentra en el vino tinto. Este compuesto ayuda a activar la molécula de la sirtuina, que retarda el proceso de oxidación, uno de los principales factores del envejecimiento. Otra causa del envejecimiento podría estar vinculada a la telomerasa, que ayuda a regular nuestro reloj biológico. Cada vez que una célula se divide, los extremos de los cromosomas, llamados telómeros, se acortan. Con el tiempo, después de unas cincuenta o más divisiones celulares, los telómeros se han acortado tanto que desaparecen. Ello causa que el cromosoma empiece a deshacerse, haciendo que la célula entre en un estado de envejecimiento y deje de funcionar correctamente. Por lo tanto, vemos que hay un límite en el número de veces que una célula se puede dividir llamado «límite de Hayflick», en honor del doctor Leonard Hayflick, profesor de anatomía en la Facultad de medicina de la UCSF y profesor de microbiología médica en la Facultad de medicina de la Universidad de Stanford. El doctor Leonard Hayflick se percató que este límite biológico es fundamental para el proceso de envejecimiento, pero opina que sus consecuencias todavía se están estudiando. Y dado que el envejecimiento es un proceso bioquímico complejo todavía no podemos alterar ese límite en los seres humanos. Elizabeth Blackburn, bioquímica australiana, descubridora de la telomerasa y ganadora del premio Nobel, dice: «Todo indica, incluida la genética, que existe alguna causalidad entre los telómeros y las cosas feas que ocurren al envejecer. El acortamiento de los telómeros parece estar en el origen de los riesgos de enfermedades que te matan […] enfermedades cardiacas, diabetes, cáncer, incluso el alzheimer».

Durante los últimos tiempos diversos investigadores han estado experimentando con la telomerasa, la enzima descubierta por Elizabeth Blackburn y sus colaboradores, que impide el acortamiento de los telómeros, lo que es equivalente supuestamente a «parar el reloj del envejecimiento». Cuando se bañan en telomerasa, las células de la piel pueden dividirse de forma indefinida, mucho más allá del límite de Hayflick. El doctor Michael D. West, que experimentó con telomerasa, asegura que puede «inmortalizar» una célula de la piel en el laboratorio, de manera que viva para siempre. En sus experimentos el doctor West ha conseguido que las células epiteliales se puedan dividir cientos de veces. Pero la telomerasa debe utilizarse con precaución, ya que las células cancerosas también son inmortales gracias a la telomerasa. De hecho, uno de los signos distintivos de las células cancerosas con respecto a las normales es que son inmortales y pueden reproducirse sin límites, creando de esta manera los tumores cancerígenos. Dicho con otras palabras, el cáncer puede ser una consecuencia indeseada de la telomerasa. Sin embargo, otra posibilidad para anular el envejecimiento es la manipulación génica, ya que es evidente que el envejecimiento está influido por nuestros genes. El tiempo de vida de distintas especies animales es muy variada, desde determinadas mariposas, que solo viven unos pocos días, hasta el tiburón de Groenlandia que vive por término medio 272 años. Vemos pues que la esperanza de vida varía mucho en diferentes especies con distintas características genéticas. Por esta razón, si el envejecimiento está parcialmente gobernado por los genes, la solución parece estar en aislar los genes que controlan el envejecimiento. Se sabe que los «motores» de una célula son las mitocondrias, en donde se oxidan los azúcares para extraer energía. Un detallado análisis del ADN mitocondrial indica que allí es donde se concentran los signos del envejecimiento. Tal vez en un futuro próximo los científicos puedan utilizar los mecanismos de reparación de las propias células para invertir la acumulación de errores en las mitocondrias y, de esta manera, prolongar la vida útil de las células.

El doctor Thomas Perls, de la Universidad de Boston, experto en epidemiología y genética del envejecimiento, analizó los genes de diversas personas centenarias para averiguar si algunas de ellas estaban genéticamente programadas para vivir durante más tiempo. Identificó 281 marcadores génicos que parecían retardar el proceso de envejecimiento y, por lo tanto, hacían a estos centenarios menos vulnerables a las enfermedades. Poco a poco se va revelando el mecanismo génico del envejecimiento. Las investigaciones indican que, al parecer, hacerse viejo es el resultado de la acumulación de errores en nuestro ADN y en nuestras células, por lo que tal vez pronto podamos detener e incluso invertir este deterioro celular. Así pues, es indiscutible que nuestros genes desempeñan un importante papel en la duración de nuestras vidas. Lo que hay que hacer es identificar los genes que participan en este proceso y modificarlos. Uno de los mitos más antiguos acerca del envejecimiento es que se puede llegar a la juventud eterna bebiendo la sangre de los jóvenes, tal como leemos en las leyendas sobre vampiros, como si se pudiera transferir la juventud de una persona a otra. Sorprendentemente, investigaciones actuales indican que podría haber algo de verdad en este mito. En 1956, el bioquímico, nutricionista y gerontólogo estadounidense Clive M. McKay, de la Universidad Cornell, cosió los vasos sanguíneos de dos ratas, una vieja y decrépita y la otra joven y vigorosa. Para su gran sorpresa descubrió que la rata vieja empezaba a parecer más joven, mientras que la joven envejecía. Algún tiempo más tarde, en 2014, Amy Wagers, profesora de células madre y biología regenerativa en la Universidad de Harvard, volvió a examinar el experimento de Clive M. McKay, observando el mismo efecto en los ratones. Posteriormente aisló una proteína llamada GDF11, que parece influir en este proceso. Pero sigue sin estar claro si la proteína GDF11 será eficaz en la lucha contra el envejecimiento. Actualmente está naciendo la biogerontología, una nueva disciplina que pretende descubrir el secreto del proceso de envejecimiento. En los últimos tiempos ha habido una explosión de actividad en este campo, y se están analizando multitud de genes, proteínas, procesos y sustancias químicas muy prometedores. En la actualidad, la búsqueda de la fuente de la juventud está interesando a los mejores científicos del mundo, que ya pueden prolongar la vida de algunos animales, pero está por verse si eso se puede trasladar a los seres humanos. Puede que con el tiempo se encuentre una manera de retardar e incluso detener el envejecimiento, utilizando una combinación de varios de estos métodos. Gerald Sussman, catedrático de Ingeniería Eléctrica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, dice las siguientes sorprendentes palabras: «No creo que sea aún el momento, pero está cerca. Por desgracia, temo que la mía es la última generación que morirá».

Vemos pues, que a través de la historia, los seres humanos hemos tenido siempre el deseo de alargar la vida. Esa ansia humana ha creado el concepto de inmortalidad y constituye la principal razón de ser de las distintas religiones. La Epopeya de Gilgamesh, escrita entre los siglos XXV y XXII a. C., es muchísimo más antigua que la Ilíada y la Odisea. Cuenta las hazañas de un rey, Gilgamesh, de Uruk, una ciudad sumeria que quizá dio nombre al actual Irak. Su argumento se divide en doce tablillas, que podemos considerar capítulos de una misma historia. Gilgamesh, aterrorizado por la perspectiva de enfrentarse al mismo destino que Enkidu, su amigo muerto, decide ir en busca de Utnapishtim, equivalente al Noé bíblico, el hombre que sobrevivió al diluvio y que ahora era inmortal. Tras contarle la historia del diluvio, Utnapishtim le cuenta a Gilgamesh cómo puede lograr la inmortalidad. Se sabe que uno de los requisitos es permanecer despierto durante siete días con sus noches. Gilgamesh no lo consigue y la inmortalidad se le escapa. Cuando todo parece perdido, la esposa de Utnapishtim le pide que ayude a Gilgamesh y que al menos le revele el secreto que le permitirá recuperar la juventud. Utnapishtim cede finalmente a sus ruegos y cuenta a Gilgamesh que existe una planta en lo más profundo del océano (tal vez un tipo de alga) que devuelve la juventud perdida. Gilgamesh se sumerge en el océano y regresa con la planta. En vez de disfrutar él solo de la planta de la juventud, Gilgamesh demuestra que ya no es el rey cruel y egoísta que era antes de conocer a Enkidu y decide llevarla a Uruk, se supone que para que los ancianos del consejo también recuperen la juventud: En el camino se detiene junto a una poza de agua fresca y dormita un momento. Es entonces cuando una serpiente sale del agua y le roba la planta de la juventud. Gilgamesh, desesperado, regresa a Uruk. El poema acaba como empezó, describiendo la grandeza de la ciudad de Uruk construida por el rey Gilgamesh. Este antigu relato reserva la muerte para su héroe, aunque al menos le queda el consuelo de ser más sabio. Actualmente crece cada vez más el número de laboratorios donde se investigan las causas del envejecimiento, así como los demógrafos discuten si la esperanza de vida seguirá aumentando, y además los grandes inversores se lanzan a buscar fármacos y terapias que prolonguen nuestras (o mejor sus) vidas. ¿De verdad todas estas empresas y personas creen que podremos vivir más y mejor?

Christian Bär, biólogo y genetista en la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, quería explorar una enzima que convertía en inmortales las células tumorales. Bär quería explorar la posibilidad de bloquearlas como estrategia para combatir el cáncer. El cáncer esta provocado por células que han perdido la capacidad de morirse y proliferan anárquicas, no respondiendo al autocontrol. Eliminar la inmortalidad de las células cancerígenas bloqueando la enzima que aportaba tal habilidad parecía una táctica adecuada. Por otro lado tenemos a María Blasco, una bióloga molecular española especializada en el estudio de los telómeros y la telomerasa, que dirige en España el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Cuando Christian Bär se enteró de los resultados del grupo de Maria Blasco en el CNIO, dio un nuevo enfoque a sus investigaciones. En efecto, la enzima que interesaba a Christian Bär se llama telomerasa y en el grupo de Maria Blasco se trabajaba con ella. La telomerasa es una enzima formada por un complejo proteína-ácido ribonucleico con actividad polimerasa que está presente en células de la línea germinal, en tejidos fetales y en ciertas células madre poco diferenciadas, que replica el ADN en los extremos de los cromosomas eucarióticos y permite el alargamiento de los telómeros. También se encuentra presente en organismos eucariotas unicelulares. La telomerasa es reprimida en las células somáticas maduras después del nacimiento, produciéndose un acortamiento del telómero después de cada división celular. Además de bloquear la telomerasa como forma de combatir el cáncer, también se promovía su expresión. Y al hacerlo se observaba que los ratones vivían más tiempo, además con energía, con salud y sin cáncer. Ello implicaba que la telomerasa posibilitaba rejuvenecer a los ratones y prolongar su vida en buenas condiciones. Era sorprendente observar como una enzima clave para que las células se conviertan en cancerígenas podía asimismo funcionar como fuente de eterna juventud para el organismo de ratones. Tal vez la planta de la juventud de Gilgamesh contuviese telomerasa. De hecho tenemos el caso del astrágalo, una planta procedente del norte de China que se recolecta a partir de los cuatro o siete años. Lo que la convierte en maravillosa es su raíz, porque activa la telomerasa. Una enzima que protege, repara y alarga la longitud de los telómeros cortos, pero también impidiendo que los largos no se acorten, retrasando el envejecimiento celular.

Christian Bär ha utilizado la telomerasa para tratar el infarto de miocardio en ratones, una de las principales causas de muerte en nuestro mundo desarrollado. Según Christian Bär: «Con este trabajo queríamos saber si se puede tratar el infarto haciendo que las células del tejido cardíaco tengan telomerasa. No ha sido nada fácil. Primero, tratamos a los ratones con telomerasa. Después, provocamos un infarto a los animales, algo bastante complicado porque el corazón de los ratones es más pequeño que un guisante y late unas quinientas veces por segundo. La técnica que trabaja con nuestro grupo, Rosa Serrano, conseguía con una destreza asombrosa ligar la arteria coronaria de los ratones para cortar el flujo sanguíneo y provocarles así el infarto. Operaba a seis ratones al día. Y lo hicimos en más de un centenar». Lo que es evidente es que la telomerasa rejuvenece el tejido cardíaco de los ratones y, como consecuencia, la supervivencia de los ratones tras el infarto aumenta en un significativo 17%. En un artículo publicado en diciembre de 2014 en Nature Communications, Christian Bär y otros colaboradores, dicen lo siguiente: «Hemos descubierto que tras un infarto de miocardio los corazones que expresan telomerasa muestran menos dilatación cardíaca, mejor función ventricular y cicatrices más pequeñas debidas al infarto […]. Nuestro trabajo sugiere que la activación de la telomerasa podría ser una estrategia terapéutica para prevenir el fallo cardíaco tras el infarto de miocardio». Este nuevo trabajo muestra que la telomerasa, de cuya capacidad rejuvenecedora ya había indicios, serviría específicamente para tratar el infarto. Christian Bär está dedicado a la investigación de los procesos que intervienen en el envejecimiento humano, así como la manera de combatirlos. Y enfermedades como el cáncer, las cardiovasculares y otras relacionadas con la edad tienen que ver con el envejecimiento. Si el envejecimiento se puede tratar con telomerasa, se supone que también las enfermedades relacionadas con el envejecimiento podrían ser tratadas con telomerasa. En relativamente poco tiempo, el envejecimiento ha empezado a ser visto como un fenómeno sobre el que se puede actuar. Muchos investigadores ya comienzan a pensar en el envejecimiento como en una enfermedad especialmente poderosa, porque de ella derivan muchas otras.

Cuentan las antiguas escrituras que hubo una época en que la inmortalidad estaba al alcance de la humanidad. Era una edad de oro, en la que se dice que los primeros humanos, Adán y Eva, vivían con su Creador en el Jardín del Edén. Se cuenta que el dios Yahvé hizo crecer toda clase de árboles hermosos de ver y con frutos buenos de comer, entre los que se distinguían el Árbol de la Vida, en medio del jardín, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Un río nacía en el Edén y, después de regar el jardín, se dividía formando cuatro brazos: El primero se llamaba Fison; el segundo río se llamaba Geon; el tercer río se llamaba Tigris; y el cuarto río era el Eufrates. Adán y Eva tenían permiso para comer los frutos de todos los árboles, con excepción del fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Cuando, tentados por la serpiente, desobedecieron la orden, Yahvé se quedó preocupado por el tema de la inmortalidad. Y Yahvé dijo: "Si el hombre ya es como uno de nosotros (notar el uso del plural), versado en el bien y en el mal, que ahora él no extienda la mano y coseche también del Árbol de la Vida, y coma y viva para siempre". Y Yahvé los expulsó del Jardín del Edén y colocó, delante del Jardín, unos querubines con una espada flameante para guardar el camino del Árbol de la Vida. De esta manera el hombre fue expulsado del lugar en donde podía gozar de la vida eterna. Y, aunque expulsado del Edén, jamás cesó de recordar, ansiar e intentar alcanzar la perdida inmortalidad. ¿Qué tipo de planta o fruto tenía el Árbol de la Vida? ¿Contenía tal vez telomerasa? Desde la expulsión del paraíso, los héroes mitológicos no han cesado de viajar hasta los confines de la Tierra en su búsqueda de la inmortalidad. A algunos pocos elegidos les fue permitido encontrarla; otros simplemente afirmaron haberla conseguido por casualidad. Y con el transcurrir de los tiempos, la búsqueda del paraíso fue algo que quedó como un anhelo en el subconsciente de cada persona. Sin embargo, durante la época del "descubrimiento" de América, esta búsqueda se convirtió en una campaña oficial organizada por reinos poderosos.

Según la Historia oficial, el Nuevo Mundo fue descubierto cuando los exploradores buscaban una nueva ruta marítima para llegar a la India en búsqueda de riquezas. Eso es verdad, pero sólo parcialmente, puesto que lo que Fernando e Isabel, los reyes de España en aquella época, realmente buscaban era la Fuente de la Eterna Juventud, una fuente de poderes mágicos, que se decía brotaba de un pozo del paraíso, y cuyas aguas rejuvenecían a los viejos y mantenían a las personas eternamente jóvenes. Cuando Cristóbal Colón y sus hombres desembarcaron en las llamadas «Indias Occidentales«, su objetivo no era solo la explotación de las nuevas tierras, sino también la búsqueda de la legendaria Fuente de la Eterna Juventud, cuyas aguas «hacían a los viejos nuevamente jóvenes«. ¿Contenía esta agua telomerasa? Los españoles interrogaron y torturaron a los nativos capturados para que les revelaran la secreta localización de la mítica fuente. Y quién más destacó en esas investigaciones fue Juan Ponce de León. La Historia nos explica que Juan Ponce de León fue el conquistador español de Puerto Rico y descubridor de Florida. De ascendencia noble, fue paje en la corte de Fernando el Católico y combatió en la conquista del reino de Granada. Se duda si su primer viaje a América lo hizo con Cristóbal Colón en 1493, o con Ovando en 1502. En todo caso, colaboró con éste en la conquista de isla de La Española y recibió de él el encargo de conquistar la cercana isla de San Juan Bautista o Borinquén (Puerto Rico) en 1508. A pesar de la oposición de Diego Colón, gracias a su buena relación con el rey Fernando consiguió ser nombrado gobernador en 1510. La isla se sometió sin dificultad, merced a la conversión del cacique Agüeybaná; Ponce de León pudo dedicarse a la fundación de ciudades y a la explotación de oro. Pero, tras la muerte del cacique, los amerindios se sublevaron contra la dominación española y el régimen de encomiendas durante el que se les había sometido a trabajos forzados. Tras una dura lucha, Ponce de León se impuso a los nativos y tomó sangrientas represalias. Más tarde descubrió una zona al norte a la que llamó La Florida, ya que fue descubierta el día de Domingo de Resurrección, llamado en España «Pascua Florida», por caer siempre al principio de la primavera. Se pasó el resto de su vida buscando la fuente de la eterna juventud, que según una leyenda se encontraba en ese lugar.

En 1511, Ponce de León asistió al interrogatorio de algunos indios prisioneros. Al describir la isla que habitaban, los nativos hablaron de sus perlas y otras riquezas, y enaltecieron las maravillosas virtudes de sus aguas. Contaron que existía una fuente donde un isleño «gravemente oprimido por la vejez» fue a beber. Después de hacerlo «él recuperó su fuerza varonil y practicaba todos los desempeños viriles, habiendo nuevamente tomado una esposa y generado hijos«. Oyendo este relato con creciente entusiasmo, Ponce de León, que tenía más de 50 años, se convenció de que los indios describían la mítica fuente de las aguas rejuvenecedoras. La observación de los nativos, relacionando el agua de la fuente con temas vinculados con relaciones sexuales y amorosas, le pareció la parte más notable del relato, pues en la corte de España, así como en toda Europa, abundaban los cuadros pintados por los mejores artistas, en que se mostraban escenas de amor o alegorías sexuales, y en los que se incluía una fuente en el escenario. Unos de los más famosos cuadros es "el Amor Sagrado y el Amor Profano", de Ticiano, en el que se insinúa que las aguas de una fuente hacían posibles «todos los desempeños viriles» en un estado de  eterna juventud. El informe de Ponce de León al rey Fernando aparece en los registros mantenidos por el historiador oficial de la corte, Pietro Martire di Anghiera, de origen italiano. Relata, en su obra Décadas del Nuevo Mundo, que los indios procedentes de las islas Lucaias (Bahamas), revelaron que «hay una isla donde existe una fuente perenne de agua corriente de tal excelsa virtud que ingerida, quien sabe si acompañada de alguna dieta, hace a los viejos nuevamente jóvenes«. Hay otras obras, como la Fuente de la Juventud de Ponce de León: Historia de un Mito Geográfico, de Leonardo Olschki, en que se explica que "la Fuente de la Juventud era la más popular y característica expresión de las emociones y expectativas que agitaron a los conquistadores del Nuevo Mundo«.

Parece seguro que el rey Fernando era uno de los que esperaban ansiosamente la confirmación del hallazgo de la fuente maravillosa. Por esta razón, cuando llegó la carta de Ponce de León, el rey no perdió tiempo y concedió de inmediato a Ponce, a 23 de febrero de 1512, una autorización real especial para la organización de una expedición desde la isla de Española en dirección al Norte. Las autoridades españolas en el continente americano recibieron la orden de auxiliar a Ponce de León y darle las mejores embarcaciones y marineros, con los cuales tal vez descubriría sin tardanza la isla de Bimini, en la parte más occidental de las Bahamas, relacionada con la legendaria Atlántida. El rey dejó bien explícita su instrucción: «Después de que hayas alcanzado la isla y que sepas lo que existe en ella, tú me mandarás un informe«. En marzo de 1513, Ponce de León partió hacia el norte con el objetivo de encontrar la isla de Bimini. La razón oficial del viaje era que se trataba de una expedición para «buscar oro y otros metales«. Pero la verdadera razón era encontrar la Fuente de la Eterna Juventud. Sin embargo, no encontraron sólo una isla, sino centenares de ellas: las Bahamas. Al desembarcar en una tras otra, los marineros recibieron instrucciones de que no buscaran oro, sino una fuente de agua.  Se probaron aguas de distintos riachuelos sin aparentes efectos. Y el Domingo de Pascua fue avistado un largo litoral al que Ponce de León llamó la isla de Florida. Navegaron a lo largo de la costa y desembarcaron en distintos lugares, explorando las florestas y bebiendo el agua de innumerables fuentes. Sin embargo, ninguna de ellas produjo el anhelado milagro. No obstante, el fracaso de la misión no consiguió desacreditar la convicción de que existía dicha fuente en el Nuevo Mundo. Sólo se necesitaba descubrirla y para ello fueron interrogados más nativos. Y se observó que algunos aparentaban mucha menos edad de la que realmente afirmaban que tenían, mientras que otros repitieron leyendas que confirmaban la existencia de la fuente milagrosa. En los Mitos de la Creación de la América Primitiva, de J. Curtin, se relata  que cuando Olelbis, «aquel que está sentado en lo alto«, estaba a punto de crear la humanidad, mandó dos emisarios a la Tierra para que construyeran una escalera que conectara el Cielo y la Tierra. A medio camino deberían instalar un lugar para el reposo, en donde habría una laguna con la más pura agua potable. Y en la cima de la escalera se crearían dos fuentes, una para beber y la otra para bañarse. Olelbis era el dios de la creación en la mitología Wintun, que es el nombre dado generalmente a un grupo de las tribus americanas nativas que vivieron en el norte de California. Incluía las tribus Wintu, Nomlaki y Patwin. Y su ubicación estaba localizada entre el lago Shasta hasta la  Bahía de San Francisco, a lo largo del lado occidental del Río de Sacramento.

Cada uno de estas tribus hablaba uno de los conocidos como idiomas de Wintun. Y J. Curtin sigue explicando que Olelbis dijo: «Cuando un hombre o una mujer envejezcan, déjenlo subir a esa cumbre, beber y bañarse. Con eso, su juventud será restaurada«. Era tan fuerte la convicción de que existía  dicha  fuente en algún lugar de aquellas islas que, un año después de la expedición de Ponce de León, Pietro Martire escribió (según se indica en su segunda Década) al papa León X informándole de que: "a una distancia de 325 leguas de La Española, dicen, existe una isla llamada Boyuca, de hecho Ananeo, que, según aquellos que exploraron su interior, posee una fuente extraordinaria, cuyas aguas rejuvenecen a los viejos. Que Su Santidad no piense que eso esté siendo dicho liviana o irreflexivamente, pues ese hecho es considerado verdadero en la corte, y de una manera tan formal, que todos, aún aquellos cuya sabiduría o fortuna los distinguen de las personas comunes, lo aceptan como verdad". Ponce de León dedujo, después de varias investigaciones, que debería buscarse una fuente conectada a algún río, posiblemente a través de un túnel subterráneo. Entonces, si la fuente estaba en una isla, su manantial probablemente provendría de un río en Florida. En 1521, la Corona española ordenó a Ponce de León que organizara urna nueva expedición, esta vez concentrando la búsqueda en Florida. No existen dudas sobre el verdadero propósito de esa misión, ya que el historiador español Antonio de Herrera y Tordesillas afirmó, en su Historia General de las Indias, que: «Ponce de León salió en búsqueda de aquella fuente sagrada, tan afamada entre los indios, y del río cuyas aguas rejuvenecían a los viejos«. El objetivo de la expedición era descubrir la fuente en la isla de Bimini y el río en la Florida, donde, según afirmaban los indios, «los viejos que en él se bañaban se hacían jóvenes de nuevo«. Pero, desgraciadamente, Ponce de León encontró la muerte en lugar a la eterna juventud al ser alcanzado por una flecha de los indios caraibes. De esta manera finalizó oficialmente la búsqueda organizada, bajo el patrocinio real. Pero, ¿fue inútil esta búsqueda? Los reyes Fernando e Isabel, Ponce de León y todos los que navegaron y murieron buscando la Fuente de la Eterna Juventud, ¿eran sólo unos ingenuos que creían en cuentos de hadas? Todos ellos entendían que las Sagradas Escrituras, así como leyendas y relatos de exploradores, indicaban que realmente existía un lugar cuya agua (o tal vez el néctar de unos frutos, o la telomerasa) podía otorgar la inmortalidad, manteniendo a las personas eternamente jóvenes.

El ambicioso objetivo de Christian Bär consistía en una solución común, un único tratamiento preventivo capaz de eliminar el cáncer, la diabetes, la osteoporosis, las enfermedades cardiovasculares y las neurodegenerativas, incluyendo el alzhéimer. Christian Bär quería atacar el cáncer y se encontró con una estrategia para combatir el cáncer y también muchas otras enfermedades; una estrategia prometedora en la investigación para tratar el envejecimiento. La telomerasa se descubrió en 1985 y desde entonces los avances en su estudio han sido rápidos y en paralelo con la investigación en el envejecimiento. En medio siglo, los hallazgos en biología han revolucionado lo que se sabía sobre cuestiones tales como por qué nos parecemos a nuestros padres, o qué son realmente muchas de las enfermedades que padecemos. En 1953, James D. Watson y Francis Crick descubrieron la estructura de la molécula de la vida, el ácido desoxiribonucleico, o ADN. A mediados de la década de 1960 se descifró el código por el que las piezas que componen la molécula de ADN, las llamadas bases, se traducen en piezas de proteínas, los aminoácidos. Y en la década de 1990 se empezó a secuenciar genomas de distintas especies, en especial los genomas humano y del ratón, completados a principios del siglo XXI. Actualmente ya se ha descifrado la información del ADN de miles de especies y se ha aprendido incluso a modificar dicha información, con técnicas como la de CRISPR, "Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats" (repeticiones palindrómicas cortas, agrupadas y regularmente interespaciadas), o sea, fragmentos de ADN repetitivos que las bacterias usan para defenderse de los virus invasores.. El CRISPR permite a los investigadores cortar y pegar secuencias de ADN. Primero, los científicos componen un conjunto de letras genéticas o "ARN guía" que, igual que los fragmentos originales del código viral, reconoce un tramo específico del ADN entre los millones de letras A, T, G y C del genoma. Luego, introducen en la célula diana esta secuencia guía junto con una enzima similar a Cas9, que reconocen el texto correspondiente y lo abren. Los científicos usan este mecanismo para borrar, mutar, insertar o reparar secuencias genómicas de ADN en células, animales y seres humanos. Los biólogos del siglo XXI están comprendiendo y llegando a hacer posible el control de las órdenes que dirigen la construcción y el funcionamiento de los seres vivos en el núcleo celular, a unas escalas tan pequeñas como las millonésimas de milímetro.

Y entre las decenas de miles de proteínas que integran el cuerpo humano encontramos la telomerasa, cuyas sorprendentes funciones en todo el engranaje del cuerpo humano se han ido desvelando a lo largo de treinta años. Parece que la clave está en que la telomerasa interfiere con una especie de reloj biológico que marca el envejecimiento de cada célula. Cada vez que las células se dividen deben duplicar su material genético, el ADN, que es empaquetado en los cromosomas. Pero el propio modo de funcionamiento del mecanismo de duplicación impide que el extremo de cada cromosoma sea copiado hasta el final y, por ello, en cada división el extremo del cromosoma se acorta. Lo que se acorta realmente es una estructura de ADN y proteínas llamada telómero, un tipo de capuchón protector que forma el extremo de cada cromosoma. Cuantas más divisiones celulares, más se acorta el telómero y, por lo tanto, más envejece la célula. El acortamiento de los telómeros nos cuenta el número de veces que se ha dividido la célula así como su edad. Lo que hace la telomerasa es ir en contra de este proceso de acortamiento del telomero. La telomerasa es la enzima que hace que vuelva a crecer el ADN de los telómeros, como el botón de stop del cronómetro. De ahí proviene su poder regenerador y por ello su relación con el proceso de envejecimiento no sólo de la célula, sino, posiblemente, según Maria Blasco, de todo el organismo. Vemos pues que la telomerasa representa un freno para el envejecimiento. Pero lo que sucede es que nuestro cuerpo no está generando constantemente telomerasa. En la mayoría de las células del organismo adulto el gen de la telomerasa no se activa y, como resultado, la telomerasa no se produce. Por eso las personas de más edad tienen normalmente los telómeros más cortos que las personas jóvenes, ya que sus células se han dividido más veces y, además, apenas tienen telomerasa que permita alargar los telómeros. Según Christian Bär: «Podemos medir los telómeros. Y podemos ver que los telómeros de las células del tejido cardíaco de los ratones con telomerasa son más largos, como los de una célula más joven, que se ha dividido menos. Por eso no tenemos duda alguna de que la telomerasa está haciendo bien su trabajo». Se sabe que un infarto de miocardio se produce cuando se obstruye una arteria coronaria y parte del tejido cardíaco muere por falta del necesario riego sanguíneo. Christian Bär, junto con Maria Blasco, querían conseguir que las células del corazón expresaran telomerasa antes del infarto, de forma que, una vez acontecido el infarto, se pudiese regenerar y recuperar el área necrótica. Normalmente, cuando se produce un infarto, el organismo intenta reparar la herida mediante una cicatriz formada por un tipo determinado de células, llamadas fibroblastos, que no se contraen y que, por ello, no pueden cumplir adecuadamente la función cardíaca. En realidad es como un parche, pero el cuerpo actúa de esta manera porque el tejido cardíaco adulto no se regenera, especialmente con el envejecimiento. Al promover la regeneración de las células contráctiles del músculo cardíaco mediante la telomerasa, el parche mediante fibroblastos ya no hace falta y el corazón puede seguir latiendo correctamente.

Pero, ¿a qué se debe que la telomerasa favorezca la regeneración? Todo indica que al reparar los telómeros, la telomerasa consigue evitar que haya telómeros muy cortos en la célula. Se sabe que los telómeros muy cortos provocan daños importantes, que implican que la célula o bien deje de dividirse o bien opte por la apoptosis, que es una forma de muerte celular programada, o «suicidio celular«, que es diferente de la necrosis, en la cual las células mueren debido a lesiones. Tanto si la célula deja de dividirse como si se suicida, el tejido pierde su capacidad regenerativa. En un tejido joven, que está constituido por células con telómeros largos, si se ve afectado por un infarto la regeneración es mucho más fácil que en un tejido de células viejas. Los biólogos saben que el corazón de un ratón sí tiene la capacidad de regenerarse por completo, pero sólo hasta poco tiempo después de su nacimiento. Maria Blasco ha constatado que en esos primeros días de vida del ratón, en que se produce regeneración cardíaca, se genera mucha telomerasa en las células. Pero una vez transcurrida esa corta etapa comienza el proceso de acortamiento progresivo de los telómeros, porque el cuerpo ya deja de producir telomerasa en la mayor parte de sus células. Maria Blasco está convencida de que uno de los efectos del paso del tiempo en cualquier organismo es el acortamiento de los telómeros. Su tesis y la de otros investigadores es que con los daños acumulados a lo largo de los años, entre ellos el desgaste de los telómeros, los tejidos pierden su capacidad regenerativa. Pero este proceso de desgaste puede combatirse provocando que las células expresen telomerasa. María Blasco opina que: «Para mí no hay duda de que el acortamiento de los telómeros es uno de los mecanismos básicos del envejecimiento. Y este resultado es el primero que respalda la hipótesis de que curando el envejecimiento se curan también sus enfermedades; ésta es la primera vez que se trata una enfermedad de la edad con una estrategia dirigida a un proceso de la edad misma. Ahora que lo hemos hecho con el infarto, lo haremos también con el alzhéimer y con las demás. Lo que estamos tratando es el envejecimiento. Igual que la única manera de acabar con las enfermedades infecciosas ha sido identificar y matar los gérmenes, la única manera de tratar eficientemente las enfermedades que matan a nuestra sociedad será acabar con su germen, que no es otro que el proceso de envejecimiento». Si esta estrategia da resultado, según María Blasco: «Estaremos ayudando a prevenir y tratar eficazmente enfermedades asociadas a la edad, y ése es el objetivo principal de nuestra investigación: entender y curar enfermedades. Es un objetivo para ahora mismo, porque cada vez vivimos más, y tenemos que conseguir que esos años sean años de vida».

Y aquí volvemos a hacer referencia a antiguos relatos sobre el tema de la búsqueda de la eterna juventud. Hijo de la reina Olimpia y (supuestamente) de su marido, el rey Filipo II, Alejandro el Grande tuvo como maestro a Aristóteles, que le enseñó todo lo que necesitaba conocer de la antigua sabiduría. Después de una serie de disputas conyugales, Olimpia huyó de la corte con su hijo. Más tarde llegó la reconciliación, pero al cabo de poco tiempo Filipo fue asesinado y ello llevó a la coronación de Alejandro a sus 20 años de edad. A pesar de su corta existencia,  ya que murió a los 33 años, Alejandro el Grande tuvo una vida llena de conquistas y aventuras, así como una firme voluntad por alcanzar los llamados Confines de la Tierra y desvelar los misterios divinos. Las primeras expediciones militares del joven rey le llevaron hasta Delfos, sede del famoso oráculo, donde escuchó una profecía presagiándole la fama, pero una corta vida. Sin dejarse afectar por esta profecía, Alejandro partió, tal como harían los españoles 1.800 años más tarde. en busca del Agua de la Vida y de la Eterna Juventud. Para conseguirlo dirigió sus pasos hacia el Este, que era de donde habían venido los dioses, tales como Zeus, que salió de Tiro, atravesó el Mediterráneo a nado y llegó a la isla de Creta; Afrodita, que también llegó a la isla desde el mar; Poseidón, que vino desde Asia Menor, trayendo consigo el caballo; o Atenea, que trajo a Grecia el olivo originario de Asia occidental. Y según los historiadores griegos, que habían influido mucho en Alejandro, las Aguas de la Eterna Juventud se hallaban en Asia. Entre las obras que había leído figuraba la que se refería a la historia de Cambises, el hijo del rey Ciro de Persia, que atravesó Siria, Palestina y el desierto de Sinaí para atacar Egipto. Y después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con gran crueldad y profanó el templo del dios Amón. A continuación se dirigió hacia el Sur y atacó a los etíopes. Al describir esos eventos, el famosos historiador Herodoto escribió, un siglo antes de Alejandro: "Los espías de Cambises partieron para Etiopía bajo el pretexto de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si existía en aquel país aquello que es llamado como la Mesa del Sol«. Los emisarios persas interrogaron al rey etíope sobre la longevidad de su pueblo. Y confirmando los rumores:"El rey los llevó a una fuente donde, después de que se lavaron, notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un perfume como de violetas". Cuando regresaron, los emisarios le dijeron a Cambises que el agua era tan tenue que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias ligeras; en ella todo se hundía. Y Herodoto concluyó: "Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan longevos".

La leyenda de la Fuente de la Eterna Juventu



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¿Es posible alargar la vida de los seres humanos?

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