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Los virus, este misterioso enemigo invisible

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Los virus, este misterioso enemigo invisible




El sorprendente descubrimiento del ADN del Virus de la viruela en el cuerpo momificado de un niño, que murió en el siglo XVII, podría ayudar a los científicos a rastrear la misteriosa historia de este agente patógeno mortal. Especímenes de este virus existen solamente en congeladores protegidos en algunos laboratorios secretos, después de la erradicación de la infección a fines de la década de 1970. Pero los orígenes de este virus permanecen desconocidos, por lo que el descubrimiento del ADN viral en la piel de un cuerpo momificado, encontrado en una cripta bajo una iglesia de Lituania, podría ayudar a conocer los orígenes de esta enfermedad infecciosa. Este hallazgo fue publicado en la revista científica estadounidense Current Biology, que es una revista científica que cubre todas las áreas de la biología, especialmente biología molecular, biología celular, genética, neurobiología, ecología y biología evolutiva. La secuencia del ADN de este antiguo agente patógeno indicaría, entre otras cosas, que la infección apareció entre los humanos más recientemente de lo que se pensaba, además de revelar también que ese virus ha sufrido varias mutaciones. "Hay indicios de que momias egipcias de 3.000 a 4.000 años de antigüedad tenían marcas que parecían de pieles dañadas, interpretadas como resultantes de pústulas características de la viruela. Este último descubrimiento cuestiona verdaderamente esta interpretación y hace pensar que la historia de la viruela en poblaciones humanas podría ser inexacta", explicó la bióloga y doctora en genética evolutiva, Ana T. Duggan, de la Universidad McMaster, de Canadá, principal autora del trabajo.

Unos científicos reconstituyeron el genoma completo de la cepa encontrada en el cuerpo momificado y lo compararon con aquellas muestras del virus de la viruela que datan de mediados del siglo XIX, así como con el periodo precedente a la erradicación de la infección, a fines de la década de 1970. Los científicos concluyeron que estos virus tenían un ancestro viral común que apareció entre 1588 y 1645, lo que coincide con un periodo de viajes de exploración, de migraciones y de colonización, que podrían haber contribuido a la propagación de la viruela en el mundo. Por lo tanto, según los científicos, los egipcios de la época de Ramsés quizás no sufrieron la viruela, sino solamente la varicela o el sarampión. Además, la reconstitución del genoma de este antiguo virus del siglo XVII aportó una datación más precisa para la evolución de la enfermedad. Los investigadores pudieron, de este modo, identificar distintos periodos de evolución del virus. De este modo, citan un ejemplo claro que se produjo hacia la época en que Edward Jenner (1749 – 1823), físico y científico inglés, que fue el pionero de la vacuna contra la viruela, produjo la primera vacuna del mundo. Creó su vacuna contra la viruela en el siglo XVIII. Durante ese periodo, el virus aparentemente se dividió en dos cepas, lo que sugiere que la vacunación pudo ejercer una presión sobre el agente patógeno, a fin de que pudiera adaptarse.

¿Podrían los microorganismos como virus o bacterias ser inteligencias extraterrestres? Si fuera así, ellos serían realmente los que gobernarían la Tierra. El investigador en inteligencia artificial, Hugo De Garis, ha planteado que, tal vez, antiguas civilizaciones de otros mundos pudieron haber aprovechado los poderes computacionales de la materia subatómica diseminándose en los elementos para formar una compleja red de tecnología viviente, la cual sería mucho más eficiente que una hipotética colonización de planetas usando naves espaciales. A esta idea, De Garis la describe como "tecnología extraterrestre atómica" y piensa que es una solución a la llamada Paradoja de Fermi sobre dónde están todas las civilizaciones no-humanas. La Paradoja de Fermi es la aparente contradicción que hay entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes en el universo observable, y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones. Según De Garis es posible que los alienígenas no estén viviendo en planetas, sino en el interior de los átomos: "Tal vez deberíamos de estar buscando dentro de las partículas elementales, ya que estas criaturas activadas a estas escalas diminutas operarían mucho más rápido, con mayor densidad y con niveles de desempeño superiores. Quizás necesitamos cambiar de paradigma, del espacio exterior al espacio interior. Las hiperinteligencias que tienen miles de millones de años más que nosotros en nuestro universo, probablemente se han reducido para alcanzar mayores niveles de rendimiento. Civilizaciones enteras podrían estar viviendo dentro de volúmenes del tamaño de un nucleón o más pequeños". Nuestra actual nanotecnología tal vez nos muestra lo que hicieron seres extraterrestres en otro tiempo. Y los virus podrían ser un ejemplo de ello.

El origen de los virus que provocan algunas terribles epidemias podría estar en el espacio exterior. Ésta es la original hipótesis que plantearon dos prestigiosos astrónomos, el británico Fred Hoyle y el británico de origen cingalés Chandra Wickramasinghe. Se basaba en la más que curiosa coincidencia entre los ciclos solares, que duran once años, y la aparición de algunas epidemias víricas. Según estos investigadores, las epidemias más fuertes de gripe se producen tras los momentos de mayor actividad solar. La explicación a esta aparentemente absurda correlación sería, a juicio de Hoyle y Wickramasinghe, que en torno a la Tierra se concentran restos procedentes de los cometas, entre los que habría compuestos orgánicos, incluidos los propios virus. En los momentos de mayor actividad del Sol, la radiación de partículas cargadas procedentes del mismo, el llamado viento solar, sería mas intensa y arrastraría hasta las capas altas de la atmósfera terrestre ese polvo cósmico, cargado de virus. Los autores de esta singular teoría, que sigue suscitando controversia entre los científicos, aventuran que la famosa epidemia de gripe de 1918 podía ser un buen ejemplo de esta lluvia cósmica, pues los primeros casos aparecieron de forma prácticamente simultánea en lugares tan alejados como la India y Boston, en Estados Unidos.

Samuel Sánchez, investigador catalán del instituto Max Planck, nos dice: "Hemos creado nanorobots que podrían combatir el cáncer desde dentro del cuerpo. Los nanorobots son diminutos artilugios que se mueven por sí mismos en un fluido, que pueden reaccionar a estímulos, que podemos dirigir, pero que una vez que lleguen donde tengan que llegar la idea es que puedan hacer algo provechoso, porque si no, no servirían de nada. Ahora mismo podemos, in vitro, dirigirlos a células cancerígenas, podemos mover otro tipo de células y sacarlas de donde estén, mover fármacos. Hemos creado nanorobots que podrían combatir el cáncer desde dentro del cuerpo…. Personalmente, creo que en 3 ó 5 años deberíamos empezar a hacer estudios, no todavía en humanos, pero sí en, por ejemplo, animales, algo más real. Pero si hablamos de cuánto tarda un producto farmacéutico en llegar al mercado, pues son veinte años mínimo. Hay que tener paciencia…. Los nanorobots son tan pequeños como las bacterias, miden entre cinco y diez micras. Ahora estamos haciendo algunos tan diminutos como los virus, que son del tamaño de decenas de nanómetros. Para hacer los de tamaño de micras, utilizamos fotolitografía, deposición de capas finas y una técnica que llamamos enrollado de capas finas". Si nosotros ya estamos iniciando la investigación de nanorobots del tamaño de un virus, ¿no podemos pensar que inteligencias mucho más evolucionadas no pudieron en el pasado haber creado los virus? Tal vez los mismos que crearon a los seres vivos, entre los que nos contamos. Quizás sirve como un mecanismo a activar cuando se desee controlar la vida en la Tierra.

En el mundo de los microorganismos, los virus se cuentan entre los especímenes más interesantes, pues existen en el límite entre la que consideramos materia viva y la materia no viva. Estos virus son autosuficientes sólo parcialmente y están vivos sólo en un sentido limitado. Uno de los misterios más interesantes en nuestro mundo tienen que ver con el surgimiento de la vida y la capacidad de un espécimen, antes inerte, de comenzar un proceso de replicación acelerada que, mediante la evolución, llevaría a las características actuales del mundo. Pero, ¿qué entendemos por vida? El término vida, desde el punto de vista biológico, hace referencia a aquello que distingue a los reinos animal, vegetal, hongos, protistas, arqueas y bacterias del resto de realidades naturales. Implica las capacidades de nacer, crecer, metabolizar, responder a estímulos externos, reproducirse y morir. Pero existen innumerables cantidades de especímenes a medio camino entre lo que llamaríamos "vida" y los minerales inertes. Y estas entidades, pese a presentar algunas características "vivas", parecen más bien una especie de robots, de máquinas inertes pensadas para cumplir una función determinada, para luego desaparecer. Los principales exponentes de esta extraña categoría son los virus, que consisten en un paquete de información genética, rodeado una proteína, que no "vive" en el sentido ordinario de la palabra, ya que no se mueve, no respira, y no metaboliza. Es más bien una misteriosa partícula de polvo flotando en el aire, esperando la oportunidad para despertar.

No se comprenden del todo las causas por las que los virus despiertan de su letargo. Pese a no tener organelos, como las bacterias, algo les permite detectar cuando han entrado en un huésped viable y entonces comienzan su labor. Un organelo es una unidad que forma parte de un organismo unicelular o de una célula. Dichas unidades cumplen diversas funciones y confieren de una cierta estructura al organismo en cuestión. Los organelos se hallan dentro del citoplasma y son más frecuentes en las células eucariotas que en las procariotas. La capa proteica del virus, hasta entonces inerte, activa algunos receptores que asocian el virus a la célula. Su material genético entra entonces en contacto con el del huésped y, mediante un proceso desconocido, lo "manipula" para generar réplicas de sí mismo, las cuales a su vez se liberan en el torrente sanguíneo e infectan. Aquellos que abandonan el cuerpo, continúan con su vida nómada, como motas inertes esperando que un nuevo huésped les abra la puerta. Los virus son un ejemplo interesante, pero no el más dramático, de esta existencia automatizada, que incluso  podríamos decir "inexistente", en espera de un huésped viable. Los llamados viroides son un buen ejemplo de ello. Al igual que los virus, poseen algo de material genético, en este caso ARN,  pero no tienen proteínas, lípidos ni otras sustancias complejas. Es decir, son literalmente pedazos de material genético que van por ahí, esperando una célula en la cual puedan replicarse. Y al igual que en el caso de los virus, no "realizan" ninguna actividad a lo largo de su vida, pues es la célula infectada la que le permite replicarse.

Según el National Geographic, un equipo de científicos de la Universidad de Marsella, en Francia, descubrió un virus, en Siberia, que había permanecido 30.000 años bajo el permafrost, parte profunda y permanentemente helada de las regiones frías. El virus estaba en buen estado, algo de por sí ya sorprendente. Pero el equipo de científicos no se quedó ahí, sino que intentó revivirlo, y lo consiguió. El nuevo, aunque antiguo, virus se conoce por el nombre científico de Pithovirus sibericum, y su lugar de procedencia no es su única característica destacable. Para empezar, se trata de un virus gigante con respecto al resto de virus. Los pandora virus eran hasta ahora los mas grandes conocidos y solo miden 1 micrómetro de largo y 0.5 micrómetros de ancho, mientras que el Pithovirus sibericum mide 1.5 micrómetros de largo y 0.5 micrómetros de ancho. Por tanto es posible verlo con un microscopio óptico tradicional. También es mas complejo en su estructura genética, con 500 genes. Como referencia tenemos que el virus del VIH cuenta con solo 12 genes. Estas características han posibilitado que el virus sobreviva a las duras condiciones siberianas durante miles de años, y que fuese revivido por los científicos que lo usaron para infectar amebas y probar sus efectos. Afortunadamente el Pithovirus sibericum parece que no afecta a animales, incluidos los seres humanos, así que aparentemente no corremos peligro de epidemia. Sin embargo, este descubrimiento sí que es un recordatorio de que en los glaciares se encuentran virus y bacterias muy antiguos que podrían volver a ser una amenaza que pudiese proliferar gracias al calentamiento global.

Como si se tratase del argumento de una película de ciencia ficción, ha sido descubierto un nuevo virus que podría tratarse del virus más grande encontrado en la Tierra. Este misterioso virus ha sido apodado como Pandora virus, y solamente el 6% de sus genes tiene algo en común con el resto de la vida de este planeta, lo que ha llevado a los investigadores a creer que ha permanecido en su estado original desde hace millones de años, o incluso que es de origen extraterrestre. Según publicó el medio de comunicación Daily Mail, el Pandora virus es de un micrómetro de longitud, por lo que es 10 veces más grande que cualquier otro virus conocido, lo que puede ser claramente visible bajo un microscopio común. Pero el misterio no acaba aquí, el virus ha sido descubierto en dos lugares diferentes hasta el momento, en la costa de Chile y en un estanque en Australia. "Creemos que estos nuevos Pandora virus han surgido de un tipo nuevo de célula ancestral que ya no existe", dijo el Dr. Jean-Michel Claverie, de la Universidad Aix-Marsella, a los medios de comunicación. El Dr. Claverie también dijo que inicialmente confundió el virus con una pequeña bacteria, debido a su forma única. Se cree que el Pandora virus es diferente en la forma que cualquier otro virus conocido y cuenta con un código genético dos veces superior al tamaño de la Megavirus, el virus más grande conocido previamente, con un tamaño de 440 nanómetros. Algunos expertos han afirmado que este descubrimiento es un verdadero peligro para la humanidad, ya que sus efectos podrían ser realmente devastadores. Sin embargo, los científicos responsables de los descubrimientos se han apresurado a advertir que el nuevo virus no representa ninguna amenaza para la humanidad. "Este virus no va a causar ningún tipo de enfermedad, epidemia o algo generalizado y agudo", dijo Eugene Koonin, especialista en virus y biólogo evolutivo del Instituto Nacional de Salud.

La búsqueda de los Pandora virus comenzó después de que los científicos tomaron diversas muestras en localidades de Chile y Australia. Estos se mezclaron con antibióticos para eliminar las bacterias y las muestras restantes fueron expuestas a las amebas. Los experimentos dieron lugar a las amebas infectadas que, a su vez, dieron lugar al Pandora virus. Hasta el momento los científicos no tienen conocimiento alguno sobre el origen de este virus, lo que ha abierto la posibilidad de que el virus sea de origen extraterrestre. Es a partir de este momento donde se abren multitud de posibles explicaciones, que incluyen la evolución de una forma celular como parte de una estrategia de supervivencia y desarrollo tangencial, después de recoger el material genético de huéspedes desconocidos. Lo primero que los científicos quieren hacer es identificar la función de este virus en la naturaleza. Actualmente el virus se encuentra en ecosistemas de agua dulce y salada, lo que significa que podría ser un catalizador de origen desconocido. Cuando las enfermedades como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), la enfermedad de las vacas locas y la viruela del simio infectan masivamente a los seres humanos, aparecen en las portadas de los medios de comunicación. Es de suponer el efecto que se produciría si se encontraran patógenos potencialmente infecciosos de origen desconocido en la Tierra. Una de las preguntas que podemos plantearnos es si estos virus supuestamente extraterrestres podrían infectar a la humanidad causando grabes estragos. Christopher F. Chyba, profesor de ciencias astrofísicas y asuntos internacionales en la Universidad de Princeton, además de experto en el Estudio de la Vida en el Universo en el Instituto SETI, dice que hay dos tipos de potenciales de patógenos extraterrestres: los tóxicos y los infecciosos. Los patógenos tóxicos actúan como un veneno en otros organismos, mientras que los patógenos infecciosos son virus o bacterias que se transmiten entre organismos, causando la enfermedad.

Algunos virus y microbios están especializados en sistemas biológicos específicos con el fin de replicar e infectar a su huésped, por lo que no todos los agentes patógenos afectan a todos los organismos de la misma manera. Podría darse el caso que un virus extraterrestre pudiese penetrar en el cuerpo humano, pero probablemente sería neutralizado al no ser compatible con la fisiología humana. Pero los patógenos infecciosos evolucionarían en base a las reacciones de sus anfitriones. Como el anfitrión desarrollaría defensas contra un patógeno depredador, el patógeno tendrá que idear nuevos medios para su propio sustento en el huésped, a riesgo de su propia extinción. Hay teorías que sugieren que la vida en la Tierra y la vida extraterrestre podría estar estrechamente relacionada, ya que la vida original presumiblemente habría evolucionado. Pero el ataque de un virus de origen desconocido podría llegar a afectar a toda la vida en la Tierra, teniendo graves repercusiones para la salud y el medio ambiente de nuestro planeta. Los astro biólogos están especialmente preocupados por este tema, ya que una pandemia de origen extraterrestre tal vez representaría el fin de nuestra civilización.

Algunas de las maldiciones más famosas relacionadas con antiguas momias tienen que ver con los virus. Las momias han estado, desde tiempos inmemoriales, rodeadas de misterio y de leyendas. Desde la maldición de la tumba de Tutankamón hasta las historias peruanas sobre los fardos funerarios, grandes bultos formados por muchas piezas textiles que envuelven a una persona o en algunos casos a dos, un adulto y un niño en posición fetal, las momias dejan a su paso un reguero de miedo y muerte. Howard Carter fue aquel arqueólogo inglés que, en noviembre de 1922, halló la momia del joven faraón Tutankamon y sus tesoros intactos en el Valle de los Reyes. Fue un acontecimiento que cautivó al mundo. En 1935 la cifra total de muertos relacionados con Tutankamón sumaba veintiuno. En las décadas posteriores, más personas relacionadas de manera distinta con la momia, murieron o sufrieron accidentes en circunstancias extrañas. Un egiptólogo afirmó, por aquel entonces, haber descifrado la inscripción que había sobre la entrada de la tumba: "La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba". La famosa inscripción jamás pudo ser encontrada nuevamente, ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared en la que se supone estaba escrita. En un principio, todos estos fatales desenlaces se fueron relacionando con el hallazgo de la tumba y con una posible maldición del joven faraón Tutankamon. Pero con el tiempo esta teoría sobrenatural de la maldición de Tuntakamón ha quedado en la leyenda. No hay aparente explicación científica para las misteriosas muertes que azotaron a los relacionados con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon.  Sin embargo, en 1962 aparecía publicado que: "Un profesor de medicina y biología de la Universidad de El Cairo, el Dr. Ezzedine Taha, convocó el 3 de noviembre de 1962 a un grupo de periodistas para decirles que había resuelto el enigma de la maldición faraónica. Había caído en la cuenta de que gran parte de los arqueólogos y empleados del Museo de El Cairo sufrían trastornos respiratorios ocasionales, acompañados de fiebre. Descubrió que las inflamaciones eran producidas por cierto hongo llamado "Aspergillus niger", que posee extraordinarias propiedades, como poder sobrevivir a las condiciones más adversas, durante siglos y hasta milenios, en el interior de las tumbas y en el cuerpo de los faraones momificados. Pero poco después de hacer estas declaraciones, el Dr. Ezzedine Taha moría en extrañas circunstancias en un accidente con su automóvil".

La momia de Ramsés V había sido descubierta en 1898, más de 3000 años después de su sepelio. Podría ser que su tío y sucesor Ramsés VI hubiera urdido un control para destronarlo. Pero tal vez la súbita aparición de la viruela hizo innecesario el complot. Porque el examen inicial de la momia pronto habían evidenciado las señales de una enfermedad cutánea parecida a la viruela. Según el Dr. C.W. Dixon: "Ramsés había muerto de una enfermedad aguda a los 40 años de edad". El patólogo y bacteriólogo anglo-alemán Marc Armand Ruffer y A. R. Ferguson ya habían diagnosticado viruela en otra momia, y encontraron que las lesiones eran idénticas en el examen de la momia de Ramsés V. Posteriormente se han realizado diversos estudios con el microscopio electrónico en momias egipcias, que han suministrado valiosos datos paleo-patológicos. En 1989, un permiso especial del presidente Anuar El Sadat autorizó a un equipo, encabezado por el Dr. Donald R. Hopkins a comprobar si las lesiones de la piel de Ramsés V eran propiamente de viruela. Pero se trataba de una de las momias mejor conservadas y no se permitió tomar una muestra directamente de la piel de la momia, sino solamente analizar los fragmentos de piel que habían quedado adheridos al vendaje. Por este motivo no pudieron detectarse virus, pero los datos histológicos que arrojó su estudio, parecen demostrar que efectivamente la enfermedad que afectó al faraón fue la viruela. El primer caso conocido de una enfermedad que oficialmente se erradicó del planeta en 1977. Un virus de 3000 años de edad, y que es totalmente diferente al que se combatió en generaciones anteriores, podría generar una pandemia para la que no estamos preparados.

En momias indígenas del norte de Chile, a las que se calculan más de mil años de edad, se encontraron virus semejantes a los que en la actualidad afectan a muchos japoneses. Todo hace suponer que estos virus asociados con cuadros de leucemia y linfomas, habrían llegado al Nuevo Mundo junto con los primeros habitantes, que viniendo del norte de Asia cruzaron el estrecho de Bering, hace unos 12.000 o más años. Se trata de los virus humanos de las células T-linfotrópicas tipo 1 (HTLV-1), que causa leucemias en el 3% de los infectados. Estos virus son frecuentes en el sur del Japón, donde en la actualidad infectan al 4% de la población. También han sido aislados en muestras tomadas de la población de Colombia y Chile. Pero en este último caso no se sabe si son los que llegaron con los primeros habitantes de América, o si fueron traídos por los conquistadores españoles. Un equipo de investigadores japoneses y chilenos, liderados por el epidemiólogo Hasuo Tajima, del Aichi Cancer Center Research Instituto, en Kanokoden, Japón, examinaron 104 momias, enterradas y muy bien preservadas durante unos 1500 años, debido a la gran sequedad del desierto de Atacama. Según Nature Genetics, en dos de ellas pudieron obtener una muestra de su ADN, encontrando en los huesos de una momia algunos fragmentos del virus HTLV-1. La secuenciación de este fragmento coincidía perfectamente con la del virus HTLV-1, que actualmente infecta a algunos japoneses. "Este hallazgo confirma que estos virus, originarios de Asia, llegaron a América antes que llegaran los españoles", señala Kenneth Kidd de la Universidad de Yale.

Este virus muy antiguo ha sido el hilo del que han tirado unos investigadores japoneses para intentar determinar de dónde salieron los primeros pobladores de la América andina. Su conclusión apoya la tesis de que los habitantes andinos tienen origen mongoloide, ya que pobladores de Asia migraron a América hace unos 20.000 años, aunque todavía no se conoce si hubo una o varias rutas y una o varias migraciones. El retrovirus HTLV-1, del mismo tipo que el virus del sida, está asociado a un tipo de leucemia y a otra enfermedad, y está demostrado que estas dolencias se dan sobre todo en una zona concreta de Japón y en América del Sur. Por eso los japoneses decidieron estudiar el virus en 104 momias de hace unos 1500 años, desenterradas en diversos yacimientos del norte de Chile, fronterizo con Perú, para ver si este virus ya estaba allí hace tanto tiempo y cómo ha evolucionado desde entonces. Los investigadores japoneses consiguieron encontrar material genético del virus antes de desarrollarse (el provirus) en la médula ósea de dos de las momias y pudieron interpretarlo  a partir de una de ellas. Publicaron en la revista Nature Genetics sus conclusiones, y éstas revelan que los antiguos pobladores de Mongolia se llevaron consigo a América el virus, que sigue siendo casi el mismo en las momias chilenas, en los japoneses actuales y en los pobladores andinos actuales. Existe otro virus similar, el HTLV-2, denominado del Orinoco, que también se encuentra en América, pero en otras zonas. Pero una misma persona no puede ser infectada por los dos virus. Así, los japoneses han resuelto un problema, pero les queda saber con qué pobladores llegó a América el otro virus.

A este respecto debemos anotar que la Cultura Paracas fue una importante sociedad en la historia del Perú muy conocidos por su arte textil, sus momias y por la trepanación craneana, se supone que a fin de poder curar fracturas y tumores en el cráneo. Surgieron aproximadamente entre el 700 a.C. y el 200 d.C., con un amplio conocimiento en cuestiones de riego y gestión del agua. La mayor parte de nuestra información sobre la vida de los habitantes de la Cultura Paracas proviene de las excavaciones en la necrópolis de Paracas, inicialmente investigados por el arqueólogo peruano Julio C. Tello durante la década de 1920. La necrópolis de Wari Kayan, que emplazado en la falda norte del Cerro Colorado, consistía en una multitud de grandes cámaras funerarias subterráneas, con una capacidad media de unas cuarenta momias. Se sugiere que cada cámara grande podría haber sido propiedad de una familia o de un clan específico, que eran utilizados para varias generaciones. Cada momia era atada con cable para mantenerla en su lugar, y luego envuelta en varias capas de tejidos ornamentales. Estos tejidos son ahora conocidos como algunos de los mejores jamás producidos por las sociedades precolombinas andinas, y son las principales obras de arte por las que la cultura Paracas es conocida. Las tumbas de esta cultura se encontraron en el Cerro Colorado, lugar situado a 18 kilómetros al sur de Pisco. Las cavernas están bajo la arena, a dos metros de profundidad, y tienen la forma de una copa invertida. Allí se hallaron momias envueltas con fardos, hechas con telas que eran rodeadas de ofrendas constituidas por alimentos, como maíz, yuca, frijoles, pallares, etc. La población de la zona se supone que fueron agricultores, guerreros y religiosos.

Las momias estudiadas por los investigadores japoneses están en los museos de San Miguel, en el valle de Azapa, y en el del Padre Le Paige, en el desierto de Atacama, y proceden de antiguos cementerios. La edad de cada momia fue determinada mediante datación con carbono 14 y su superficie fue estudiada detalladamente para excluir la contaminación de la momia. Se extrajeron muestras de médula ósea del fémur y el húmero de cada momia y se siguieron reglas de rigurosa asepsia para evitar la contaminación de las muestras antes de su estudio. El origen y el tiempo de llegada de los primeros pobladores de América se ha convertido en un tema de gran actualidad, porque nuevos estudios han echado por tierra la hipótesis de los arqueólogos estadounidenses, durante gran parte del siglo XX, según la cual los primeros habitantes fueron los de América del Norte, ya que llegaron y procedentes de Asia por el estrecho de Bering, que hace unos 11.500 años era transitable. Es decir, según estos arqueólogos norteamericanos, los primeros pobladores fueron los de Alaska y la primera cultura americana fue la de los indios de Clovis, en Nuevo México. Para explicar la presencia de restos en zonas muy distantes, los arqueólogos habían deducido que los Clovis se movieron rapidísimamente y en sólo 1.000 años colonizaron toda América. Sin embargo, hace ya varios años que las evidencias científicas han despojado a los Clovis de su etiqueta de cultura única y a los arqueólogos de su hipótesis. La colonización de América se presenta mucho más compleja.

Es probable que hubiera varias olas migratorias a lo largo de varias decenas de miles de años y que el origen no fuera siempre Asia, sino que también llegara gente de Europa, de Australia, o de las legendarias Atlántida y Mu. La navegación por el Pacífico, con las técnicas existentes hace miles de años, se ha demostrado viable mediante varias expediciones, entre ellas la famosa Kon-tiki de Thor Heyerdhal. Pero el descubrimiento que más ha aportado es el del yacimiento de Monte Verde, en Chile. Excavado por arqueólogos chilenos y estadounidenses, las dataciones de los restos indicaron reiteradamente que su antigüedad era de unos 12.500 años. Mucho tuvieron que correr los mongoles para llegar tan lejos tan pronto, ya que el corredor de las Rocosas, el camino de paso entre glaciares, no se abrió hasta hace unos 13.000 años. La cultura de Monte Verde, por otra parte, es muy distinta de la de Clovis. Y un nuevo dato se ha venido a sumar a la polémica. Lucía, el esqueleto de una mujer, encontrado en Brasil, que supuestamente data de hace 11.500 años, presenta rasgos negroides. Su origen podría ser Australia. En toda esta variedad arqueológica, la genética, con virus o sin ellos, tiene mucho que decir. Muchas de las momias son un caldo de cultivo de hongos y virus latentes que, de no trabajar con la debida precaución, pueden resultar mortales para los investigadores. Por ejemplo, el cuerpo de Ramsés II se radió en 1974 para matar las más de 370 colonias de hongos que habitaban en su cuerpo. Por otra parte, la maldición de un rey polaco está contrastada por los médicos. El rey Casimiro, cuyos restos descansan en Cracovia, mató a 12 de los 14 investigadores que estuvieron en contacto con esos huesos, por intoxicaciones. Una mutación del hongo que vivía entre los restos del rey Casimiro fue la causante de tantas muertes, pero no es la única. Esas momias, cápsulas del tiempo, guardan en su interior historias, leyendas, y también peligros reales.

En biología, un virus («toxina» o «veneno») es un agente infeccioso microscópico acelular, o sin células, que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Los virus infectan todos los tipos de organismos, desde animales y plantas, hasta bacterias y arqueas, un grupo de microorganismos unicelulares, pero distintos a las bacterias. También infectan a otros virus, en cuyo caso reciben el nombre de virófagos. Los virus son demasiado pequeños para poder ser observados con la ayuda de un microscopio óptico, por lo que se dice que son sub microscópicos, aunque existen excepciones entre los virus núcleo citoplasmáticos, con ADN de gran tamaño, tales como el Megavirus chilensis, que es posible ver a través de u microscopio óptico. El primer virus conocido, el virus del mosaico del tabaco, fue descubierto por Martinus Beijerinck en 1899, y actualmente se han descrito más de 5000 virus, si bien algunos autores opinan que podrían existir millones de tipos diferentes. Los virus se hallan en casi todos los ecosistemas de la Tierra y son el tipo de entidad biológica más abundante. El estudio de los virus recibe el nombre de virología, una rama de la microbiología. A diferencia de los priones y viroides, los virus se componen de material genético, que porta la información hereditaria, que puede ser ADN o ARN, así como una cubierta proteica que protege a estos genes, llamada cápside,y en algunos también se puede encontrar una bicapa lipídica que los rodea cuando se encuentran fuera de la célula, denominada envoltura vírica. Los virus varían en su forma, desde simples helicoides o icosaedros hasta estructuras más complejas. El origen evolutivo de los virus aún es incierto. Algunos podrían haber evolucionado a partir de plásmidos, o fragmentos de ADN que se mueven entre las células, mientras que otros podrían haberse originado a partir de bacterias. Además, desde el punto de vista de la evolución de otras especies, los virus son un medio importante de transferencia horizontal de genes, lo cual incrementa la diversidad genética.

Los virus se diseminan de muchas maneras diferentes y cada tipo de virus tiene un método distinto de transmisión. Entre estos métodos se encuentran los vectores de transmisión, que son otros organismos que los transmiten entre portadores. Los virus vegetales se propagan frecuentemente mediante insectos que se alimentan de su savia, mientras que los virus animales se suelen propagar por medio de insectos hematófagos. Por otro lado, otros virus no precisan de vectores, como el virus de la gripe o el resfriado común, sino que se propagan por el aire a través de los estornudos y la tos, así como los norovirus, que son transmitidos por vía fecal-oral, o a través de las manos, alimentos y agua contaminados. Los rotavirus se extienden a menudo por contacto directo con niños infectados. El VIH es uno de los muchos virus que se transmiten por contacto sexual o por exposición a sangre infectada. No todos los virus provocan enfermedades, ya que muchos virus se reproducen sin causar ningún daño al organismo infectado. Algunos virus, como el VIH, pueden producir infecciones permanentes o crónicas cuando el virus continúa multiplicándose en el cuerpo evadiendo los mecanismos de defensa del huésped. En los animales, sin embargo, es frecuente que las infecciones víricas produzcan una respuesta inmunitaria que confiere una inmunidad permanente a la infección. Los microorganismos, como las bacterias, también poseen defensas contra las infecciones víricas, conocidas como sistemas de restricción-modificación. Los antibióticos no tienen efecto sobre los virus, pero se han desarrollado medicamentos antivirales para tratar infecciones potencialmente mortales.

La Tierra no orbita por el espacio dentro de una burbuja hermética, sino que convive con otros cuerpos celestes, cuya capacidad para contener vida aún no conocemos con exactitud. Planetas, meteoritos y cometas, podrían cobijar microorganismos cuyo contacto con los seres humanos causaría enfermedades infecciosas de fatales consecuencias. Para algunos investigadores, estos impactos exobiológicos, además de ser una amenaza real, ya habrían provocado en el pasado algunas de las epidemias más mortíferas para la humanidad, como la peste negra, peste bubónica o muerte negra, que se refiere a la pandemia de peste más devastadora en la historia de la humanidad. Afectó a Europa en el siglo XIV y que alcanzó un punto máximo entre 1346 y 1361, matando a un tercio de la población continental. La escritora estadounidense Diane Zahler va más allá y estima que la mortalidad superó quizás el 60 % de los europeos, lo que implicaría que hubiesen muerto 50 de los 80 millones de habitantes europeos. Se estima que también fue causa de la muerte de aproximadamente 50 a 75 millones de personas entre Mongolia (1328) y la Rusia Europea (1353). Afectó devastadoramente Europa, China, India, Medio Oriente y el Norte de África. Pero no afectó el África subsahariana ni al continente americano. La teoría aceptada sobre el origen de la peste explica que fue un brote causado por una variante de la bacteria Yersinia pestis. Apareció hacia 1320 en el desierto de Gobi y en 1331-1334 llegó a China, un año después de que grandes inundaciones devastaran extensas regiones del país. Ello sucedió después de arrasar Birmania en 1330, llegando a India en 1342, a algunas regiones de la actual Rusia en 1338, y a Europa en 1346. Según crónicas de 1353, desde 1331 murió un tercio de la población china, y entre esa fecha y 1393 su población cayó de 125 a 90 millones. Es común que la palabra «peste» se utilice como sinónimo de «muerte negra», aún cuando aquella deriva del latín «pestis», es decir, «epidemia», y no del agente patógeno.

De acuerdo con el conocimiento actual, la pandemia irrumpió en primer lugar en Asia, para después llegar a Europa, a través de las rutas comerciales. Introducida por marinos, la epidemia dio comienzo en Mesina. Mientras que algunas áreas quedaron despobladas, otras permanecieron libres de la enfermedad o solo fueron afectadas ligeramente. En Florencia, solamente sobrevivió un quinto de sus pobladores. En el territorio de la actual Alemania se estima que uno de cada diez habitantes perdió la vida a causa de la peste negra. Hamburgo, Colonia y Bremen fueron las ciudades en donde murió una mayor proporción de la población. No obstante, el número de muertes en el este de Alemania fue mucho menor. Las consecuencias sociales de la muerte negra llegaron muy lejos. Rápidamente se acusó a los judíos como los causantes de la epidemia por medio de la intoxicación y el envenenamiento de los pozos de agua. En consecuencia, en muchos lugares de Europa se iniciaron pogromos judíos y una extinción local de las comunidades judías. Aun cuando las autoridades trataron de impedir esta situación, la falta de autoridad debido a la agitación social, que a su vez era consecuencia de la gravedad de la epidemia, no pudieron evitarlo.

Michael Crichton, en su famosa novela titulada La amenaza de Andrómeda, nos explica que los militares norteamericanos desvían de su órbita un satélite militar, hasta precipitarlo contra la superficie terrestre. Es el procedimiento habitual, porque se trata de vehículos de análisis que toman muestras del aire existente en la atmósfera superior. El impacto tiene lugar cerca de una pequeña localidad de Nuevo México, donde a raíz del suceso, y en menos de 48 horas, fallece toda la población víctima de una misteriosa dolencia. Cuando llegan los expertos biológicos del ejército, enseguida comprenden que aquella sonda espacial portaba un desconocido microorganismo que resulta mortífero al contacto con los seres humanos. La epidemia comienza a extenderse con singular virulencia y los científicos no saben a lo que se enfrentan. Únicamente tienen la certeza de que aquella forma de vida microscópica no es terrestre. Flotaba libremente en el espacio cuando, por casualidad, fue atrapada como una muestra más por el satélite. Sin embargo, ¿se trata solo de ciencia-ficción? O, por el contrario, ¿puede algún agente patógeno extraterrestre provocar infecciones letales en nuestro mundo?  Desde hace varias décadas, numerosos científicos vienen defendiendo la posibilidad de que la «semilla» que dio origen a la vida en la Tierra pudiera provenir del espacio exterior. Esta hipótesis ha cobrado forma bajo el nombre de panspermia y, en alguna de sus variantes, plantea la idea de que unas cuantas bacterias extraterrestres podrían haber llegado a nuestro planeta transportadas por un meteorito. La pregunta entonces resulta obvia. Si la vida pudo introducirse en nuestro mundo por esa vía, ¿también podría hacerlo una epidemia causada por virus?

La atmósfera no sería un escudo suficiente para impedir su paso, porque, de hecho, se ha comprobado la supervivencia de microorganismos en sus capas más altas. En 2003, un equipo de astrobiólogos de las universidades de Cardiff y Sheffield recogieron muestras de aire a una altitud entre 20 y 41 km, con la ayuda de un globo aerostático. Así detectaron la presencia de células vivas a diferentes alturas y, aunque estos microorganismos presumiblemente eran de origen terrestre, lo cierto es que el estudio demostró la viabilidad de esta minúscula forma de vida en puntos extremos de nuestra estratosfera. También existen un buen número de bacterias denominadas extremófilas, capaces de sobrevivir en entornos muy exigentes a muy alta o muy baja temperatura. O bien en un medio pobre de recursos, donde el resto de los organismos vivos fracasan. Otra opción sería que esos gérmenes patógenos pudieran venir adheridos a la cola de un cometa. La futura misión de la NASA para transportar seres humanos hasta Marte está llevando a la agencia espacial estadounidense a considerar aspectos como qué hacer si un astronauta se pone enfermo durante el viaje de regreso y no se conoce si la infección se ha producido en el planeta rojo. Los expertos plantean que un virus extraterrestre pueden ser realmente peligroso, ya que podría desencadenar una plaga en la Tierra.

Por el momento, la NASA se plantea monitorizar meticulosamente la salud de los astronautas durante todas las fases de la misión con el fin de "poder justificar ante los habitantes de la Tierra que si un astronauta llega enfermo no se trata de algo desconocido de origen marciano, sino algo totalmente normal dentro de lo previsible", indicó Cassie Conley, de la Oficina de Protección Planetaria en la NASA. Por ejemplo, ya se sabe que estar confinados en ambientes pequeños durante cientos de día provoca congestión nasal y erupciones en la piel. Además, la NASA también trabaja en hacer todo lo posible para reducir al mínimo las posibilidades de que los astronautas puedan enfermar durante la misión. Por ejemplo, los exploradores humanos tendrán que alejarse de áreas en las que las condiciones permitirían a los microbios terrestres sobrevivir y reproducirse. Y tampoco van a poner un pie en un escenario marciano que no haya sido visitado y explorado en primer lugar por un robot. Estas y otras directrices forman parte de un protocolo de protección planetaria elaborado en 2008 por el Comité de Investigaciones Espaciales (COSPAR), integrado en el Consejo Internacional para la Ciencia. Tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea (ESA) se han comprometido a seguir este protocolo, cuya máxima prioridad es proteger a la Tierra de cualquier posible "contaminación posterior" de Marte.

A mediados del siglo XIX, Louis Pasteur propuso la teoría germinal de las enfermedades, en la cual explicaba que todas las enfermedades eran causadas y propagadas por algún «tipo de vida diminuta» que se multiplicaba en el organismo enfermo, pasaba de éste a otro y lo hacía enfermar. Pasteur, sin embargo, se encontraba trabajando con la rabia, y descubrió que, aunque la enfermedad fuera contagiosa y ésta se contrajera por el mordisco de un animal rabioso, no se veía el germen por ningún lado. Pasteur concluyó que el germen sí se encontraba ahí, pero era demasiado pequeño como para poder observarse. En 1884, el microbiólogo francés Charles Chamberland inventó un filtro que tiene poros de tamaño inferior al de una bacteria. Así pues, podía hacer pasar por el filtro una solución con bacterias y eliminarlas completamente de ella. El biólogo ruso Dimitri Ivanovski utilizó este filtro para estudiar lo que actualmente se conoce como virus del mosaico del tabaco. Sus experimentos demostraron que los extractos de hojas molidas, de plantas infectadas de tabaco, seguían siendo infecciosos después de filtrarlos. Ivanovski sugirió que la infección podría ser causada por una toxina producida por las bacterias, pero no continuó apoyando esta idea. En aquella época se pensaba que todos los agentes infecciosos podían ser retenidos por filtros y, además, que podían ser cultivados en un medio con nutrientes. En 1899, el microbiólogo neerlandés Martinus Beijerinck repitió los experimentos de Ivanovski y quedó convencido de que se trataba de una nueva forma de agente infeccioso. Observó que el agente solo se multiplicaba dentro de células vivas en división. Pero como sus experimentos no mostraban que estuviera compuesto de partículas, lo llamó «germen viviente soluble», y reintrodujo el término «virus». Beijerinck mantenía que los virus eran de naturaleza líquida, una teoría más tarde descartada por Wendell Stanley, que demostró que eran particulados. En ese mismo año, en 1899, Friedrich Loeffler y Frosch pasaron el agente de la fiebre aftosa, el aftovirus, por un filtro similar y descartaron la posibilidad de que se tratara de una toxina, debido a la baja concentración, y llegaron a la conclusión de que el agente se podía multiplicar.

A principios del siglo XX, el bacteriólogo inglés Frederick Twort descubrió los virus que infectaban bacterias, que actualmente se denominan bacteriófagos. Por su lado, el microbiólogo franco Félix de Herelle describió un virus que, cuando se los añadía a bacterias cultivadas en agar, sustancia gelatinosa no animal de origen marino, producían zonas de bacterias muertas. Diluyó con precisión una suspensión de estos virus y descubrió que las diluciones más altas, en lugar de matar todas las bacterias, formaban zonas discretas de organismos muertos. Contando estas zonas, y multiplicándolas por el factor de dilución, Félix de Herelle pudo calcular el número de virus en dicha zona. A finales del siglo XIX, los virus se definían en función de su capacidad de infección, su capacidad de filtraje, y su necesidad de huéspedes vivientes. Los virus solo habían sido cultivados en plantas y animales. En 1906, Ross Granville Harrison inventó un método para cultivar tejidos en linfa, y, en 1913, E. Steinhardt y sus colaboradores utilizaron este método para cultivar el virus vaccinia en fragmentos de córnea de cobaya. En 1928, H. B. Maitland y M. C. Maitland cultivaron el mismo virus en suspensiones de riñones de gallina picados. Su método no fue adoptado ampliamente hasta 1950, cuando se empezó a cultivar poliovirus a gran escala para la producción de vacunas. Otro avance se produjo en 1931, cuando el patólogo estadounidense Ernest William Goodpasture cultivó el virus de la gripe y otros virus en huevos fertilizados de gallina. En 1949, John Franklin Enders, Thomas Weller y Frederick Robbins cultivaron virus de la polio en células cultivadas de embriones humanos, y ésta fue la primera vez que se cultivó un virus sin utilizar tejidos animales sólidos o huevos. Este trabajo permitió a Jonas Salk crear una vacuna efectiva contra la polio.

Con la invención de la microscopía electrónica en 1931 por parte de los ingenieros alemanes Ernst Ruska y Max Knoll, se obtuvieron las primeras imágenes de un virus. En 1935, el bioquímico y virólogo estadounidense Wendell Stanley examinó el virus del mosaico del tabaco y descubrió que estaba compuesto principalmente de proteínas. Poco tiempo después, el virus fue separado en sus partes de proteínas y de ARN. El virus del mosaico del tabaco fue uno de los primeros en ser cristalizados y, por tanto, la primera estructura que pudo ser observada en detalle. Las primeras imágenes por difracción de rayos X del virus cristalizado las obtuvieron los físicos ingleses J. D. Bernal and I. Fankuchen en 1941. Basándose en sus imágenes, la química y cristalógrafa inglesa Rosalind Franklin descubrió la estructura completa del virus en 1955. Este mismo año, el bioquímico Heinz Fraenkel-Conrat y el biofísico Robley Williams demostraron que el ARN purificado del virus del mosaico del tabaco y sus proteínas de envoltura pueden reproducirse por sí solos, formando virus funcionales, y sugirieron que éste debía de ser el modo en que los virus se reproducían en las células huéspedes. La segunda mitad del siglo XX fue la edad dorada de los descubrimientos de nuevos virus, y la mayoría de las 2000 especies reconocidas de virus animales, vegetales y bacterianos se descubrieron durante estos años. En 1957, se descubrieron el arterivirus equino y la causa de la diarrea vírica bovina, un pestivirus. En 1963 Baruch Blumberg, científico estadounidense que obtuvo el Premio Nobel en Medicina en 1976 por sus hallazgos sobre "el origen y diseminación de las enfermedades infecciosas", descubrió el virus de la hepatitis B, y en 1965 el genetista estadounidense Howard Temin describió el primer retrovirus. La transcriptasa inversa, enzima clave que utilizan los retrovirus para convertir su ARN en ADN, fue descrita originalmen



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Los virus, este misterioso enemigo invisible

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