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¿Qué sabemos de los antiguos toltecas?

¿Qué sabemos de los antiguos toltecas?


Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl (1568 —1648), fue un historiador mexicano, descendiente en línea directa de la casa gobernante en el señorío acolhua de Texcoco. Nacido castizo, descendiente de un abuelo indígena y 3 abuelos españoles, entre los años 1568 y 1580, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl fue llamado así en memoria del conquistador de Tenochtitlan, Hernán Cortés. Hijo de Juan de Navas Pérez de Peraleda y de Ana Cortés Ixtlilxóchitl, fue descendiente directo de los reyes de Acolhuacan y de Tenochtitlan, último tlatoani de Texcoco, también llamado Ixtlilxóchitl II, hijo de Yacotzin ; por lo tanto tataranieto de Nezahualcoyotl, y de Beatriz Papatzin, hija ésta de Cuitláhuac, antiguo señor de Iztapalapa y último tlatoani de los mexicas en la época de la invasión española, período en que expulsó a los conquistadores en el episodio conocido como la Noche Triste. Por mediación del Arzobispo de México, Fray García Guerra, su familia fue nombrada noble y se les dio un pequeño señorío hereditario. Fue un distinguido alumno del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, fundado por órdenes del Fraile Juan de Zumárraga, primer obispo de México. En este sitio fue educado en la lengua náhuatl y en el idioma castellano. Por un tiempo vivió en San Juan Teotihuacan, entre 1600 y 1604. Ocho años más tarde, en 1612, fue nombrado gobernador indígena de Texcoco, y al año siguiente del pueblo de Tlalmanalco. Fue el hermano mayor de Bartolomé de Alva Ixtlilxóchitl. Fue comisionado por los virreyes españoles de Nueva España para escribir la historia de los pueblos indígenas de México. Su Relación histórica de la nación tulteca —llamada usualmente Relación— fue escrita entre 1600 y 1608. Este texto es un conjunto de relatos acerca de sucesos ocurridos en la Nueva España y de la historia del pueblo tolteca. La Relación y muchos otros textos de Ixtlilxóchitl contienen fragmentos de la literatura y la lírica nahua prehispánica. Proporcionan un detallado informe de la importancia de la actuación de su padre, Fernando Ixtlilxóchitl, en la conquista de México y la pacificación de los indígenas en el Valle de México.

Posteriormente, de 1610 a 1640, Ixtlilxóchitl escribió la Historia chichimeca, que refiere a los mismos eventos que la Relación, aunque con una organización más adecuada. El título original de la obra es desconocido, y éste con el que se conoce le fue impuesto por Carlos de Sigüenza y Góngora cuando el manuscrito pasó a su poder. Lorenzo Boturini, propietario del mismo texto unos años después, los llamó Historia general de la Nueva España. Hay evidencia de que la Historia chichimeca formó parte de un trabajo más amplio cuyas partes faltantes están perdidas, o bien, no fue concluido. El capítulo final de la Historia de Ixtlilxóchitl es el Sitio de Tenochtitlan, al que el autor le impone una versión texcocana de la Conquista, en contraste con Hernando de Alvarado Tezozómoc, autor de ascendencia tenochca cuya obra proporciona una visión más próxima a los mexicas. La Historia chichimeca es considerada el mejor trabajo de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. William Prescott, historiador e hispanista norteamericano, decía lo siguiente respecto al príncipe Ixtlilxóchitl:  «Era un descendiente de la familia real tezkukaní, que descolló en el siglo de la conquista. Aprovechaba cualquier ocasión para instruirse, y era hombre de mucha aplicación y capacidad. El relato por él escrito muestra el brillante colorido de una figura histórica, de un hombre empeñado en reanimar la desaparecida gloria de una casa ilustre venida a menos, hundida casi entre escombros; todos han alabado su sinceridad y lealtad, y los escritores españoles que pudieron estudiar sus manuscritos se han dejado guiar por él sin desconfianza». De muy distinto modo ha juzgado a este príncipe el mundo científico en los años posteriores a Prescott. El «siglo de la crítica de las fuentes» vio en él a un romántico narrador de historia, una especie de vate épico, y lo miró con cierta comprensión y benevolencia al leer en su relato hechos sublimes de su pueblo, pero no se le creyó ni una palabra. Efectivamente, era asombroso y hasta increíble lo que contaba. Sólo dos investigadores de las antiguas civilizaciones de México, seguramente los más destacados, los alemanes Eduard Seler y Walter Lehmann, empezaron a creer muy tarde que tales relatos tenían un fondo histórico.

 

Los primeros habitantes de México, acerca de los cuales la historia conoce algo, fueron los toltecas. Se supone que vinieron del norte y se cree que entraron al valle del Anáhuac en el séptimo siglo después de Cristo. Se les acredita, también, la construcción de algunas de las grandes ciudades, cuyas ruinas aun existen en América central, donde se esparcieron durante el siglo XI. En este caso, deben haber sido los escultores de los jeroglíficos tallados en algunos monumentos. Entonces, ¿por qué el sistema pictórico de escritura de México no provee, aún, ninguna clave interpretativa para los jeroglíficos de Palenque, Copán y Perú? Además, ¿quiénes eran y de dónde. procedían, estos civilizados toltecas? ¿Quiénes eran los aztecas que les sucedieron? Entre los sistemas jeroglíficos de México existen algunos que permanecen indescifrables. Estamos hablando de jeroglíficos que se consideran simplemente como algo puramente figurativo y simbólico: "cuyo uso era limitado a los sacerdotes y los vates, que además poseían un significado esotérico".  Muchos jeroglíficos en los monolitos de Palenque y Copán tienen el mismo carácter. Pero los sacerdotes y los vates fueron diezmados por los conquistadores españoles y, por lo tanto, el secreto murió con ellos. Casi todos los terraplenes americanos siguen una conformación de terraza y ascienden mediante amplios escalones, a veces cuadrados, a menudo hexagonales, octagonales o truncos. Sin embargo se parecen, en todos los aspectos, a los teocallis mexicanos y a los topes indos. Visto que, en la India, estos últimos se atribuyen al trabajo de los cinco Pandus de la Raza Lunar, del mismo modo los monumentos y los monolitos ciclópeos de las riberas del Lago Titicaca se atribuyen a gigantes, los cinco hermanos desterrados procedentes de "más allá de las montañas". Adoraban a la Luna y antecedieron a los "Hijos y a las Vírgenes del Sol". Es obvio que la tradición aria se interconecta con la americana, en cuanto a las razas lunares y solares: Sûrya Vansa y Chandra Vansa, vuelven a aparecer en América. Entre 1 687 y 1 689, Núñez de la Vega formó las Constituciones diocesanas del obispado de Chiapa, México. Núñez de la Vega estaba anheloso en identificar a los mexicanos con los bíblicos adoradores del sol y de la serpiente. Al respecto hubiera podido consultar las Crónicas del virreinato de Guatemala, de Fuentes, y el Manuscrito, de Juan Torres, nieto del último rey de los quichés. Este último documento estuvo en manos del lugarteniente general de Pedro Alvarado, conquistador español que participó en la conquista de Cuba, en la exploración por Juan de Grijalva de las costas de Yucatán y del Golfo de México, y en la conquista de México dirigida por Hernán Cortés. Y en dicho documento se dice que los toltecas descendían de los israelitas que, abandonados por Moisés luego del paso del mar Rojo, cayeron en la idolatría. Y bajo la dirección de su caudillo Tanub anduvieron errantes hasta llegar al punto llamado de las Siete Cavernas, en tierras de México, donde fundaron la famosa ciudad de Tula.

En las reliquias del lago Titicaca, en Bolivia, se observan dos tipos arquitectónicos distintos. Por ejemplo: las ruinas de la isla de Coati son muy parecidas a las de Tiahuanaco. Lo mismo ocurre con amplios bloques de piedra elaboradamente esculpidos, algunos de los cuales, según los reportes de los investigadores, en 1846: "tienen 1 metro de alto, 5,5 de ancho y 1,8 de profundidad". Mientras en algunas de las islas del Titicaca existen monumentos muy extensos, "se cree que aquellos de auténtico estilo peruano, son los restos de los templos destruidos por los españoles". El famoso santuario que contiene una figura humana pertenece a la primera categoría. Su entrada tiene 3 metros de alto, 4 de ancho, con una apertura de 2 metros por 1 metro, que se talló en una sola piedra. "La parte oriental tiene una cornisa en cuyo centro se encuentra una figura humana de forma extraña, coronada de rayos intercalados por serpientes con cabezas crestadas. A cada lado de esta figura se extienden tres filas de secciones cuadradas llenas de imágenes humanas y de otro género, cuyo diseño es, aparentemente, simbólico […]".  Si este templo se encontrara en la India se atribuiría, indudablemente, a Shiva. Pero está en los antípodas, donde, según se sabe, ningún Shiva ni Naga incursionó jamás, aunque los mexicanos indígenas tienen su Nagal (Nagual) o brujo principal y adorador de la serpiente. "La creencia según la cual, estas ruinas que se elevan en un punto alto, anteceden cualquier otra conocida en América es corroborada, entre otros hechos, por las huellas que el agua dejó a su alrededor, dando la impresión de haber sido, anteriormente, una isla en el lago Titicaca. Además, el nivel actual del lago ha bajado 41 metros y sus orillas distan 19 kilómetros". Por lo tanto, todas estas reliquias se atribuyen a la misma "población desconocida y misteriosa que antecedió a los peruanos, así como los tulhuatecas o toltecas, antecedieron a los aztecas. Parece haber sido el centro de la civilización más elevada y antigua de Sudamérica y de un pueblo que ha dejado los monumentos más gigantescos que reflejaban su poder y capacidad". Además, todos ellos o son Dracontias, templos consagrados a la Serpiente o dedicados al Sol.

 

Las pirámides de Teotihuacan y los monolitos de Palenque y Copán presentan el mismo carácter. Las primeras distan algunas millas de la Ciudad de México, en el valle de Otumla, y se consideran como las más antiguas en este territorio. Las dos principales se dedicaron al Sol y a la Luna. Se construyeron con piedra cuadrada tallada. Constan de cuatro niveles y una área llana en la cumbre. La más amplia, la del Sol, tiene 67 metros de altura y su base mide 63.174 metros cuadrados. Por lo tanto, es equiparable a la gran pirámide de Keops. Según Humboldt, la pirámide de Cholula, que supera la altura de la de Teotihuacan en 3 metros, tiene una base de 130 metros cuadrados y cubre un área de 18 hectáreas. Es interesante leer lo que escribieron los primeros autores, los historiadores que las vieron durante la primera conquista, así como constatar lo que dijeron sobre algunos de los edificios más modernos, entre los cuales se encuentra el gran templo de México. Uno relata que consta de una inmensa área cuadrada: "rodeada por una muralla de piedra y cal, cuyo espesor mide 2,5 metros. La esmaltan almenas y adornos de muchas figuras de piedra en forma de serpiente". Cortés muestra que su recinto podría fácilmente contener 500 casas. La pavimentación consistía de piedras pulidas, tan lisas que los caballos de los españoles no podían moverse sin resbalar, tal como relata Bernal Díaz. Debemos recordar que no fueron los españoles quienes conquistaron a los nativos de México; sino sus caballos. Este animal no se conocía en América. Entonces, cuando los españoles desembarcaron en la costa, las poblaciones oriundas, aunque excesivamente intrépidas, "se quedaron atónitas ante la presencia de los caballos y el estruendo de la artillería". Así, dedujeron que los españoles eran dioses y les enviaron seres humanos como sacrificios. Este pánico supersticioso basta para explicar el hecho de como un pequeño puñado de hombres pudo vencer fácilmente a un enorme número de guerreros. Según Francisco López de Gómara, eclesiástico e historiador español que destacó como cronista de la conquista española de México, las cuatro paredes del recinto del templo corresponden con los puntos cardinales. En el centro de esta área gigantesca se elevaba el gran templo, una inmensa estructura piramidal de ocho niveles en piedra. La base mide 28 metros cuadrados y todo el edificio se eleva a lo largo de 36,5 metros, donde un nivel llano lo secciona. Allí se yerguen dos torres, los santuarios de las divinidades a quienes se había consagrado: Tezcat1ipoca y Huitzilopochtli. Esta era el área destinada a los sacrificios y donde se mantenía el fuego eterno.

Francisco Xavier Clavijero, jesuita y autor de la Historia Antigua de México, nos comunica que, además de esta gran pirámide, existían otras cuarenta estructuras similares consagradas a varias divinidades. Una se llamaba Tezcacalli, "la Casa de los Espejos Brillantes", consagrada a Tezcatlipoca, el Dios de la Luz." Las habitaciones de los sacerdotes, que, según Zárate, eran unas 8 mil, los seminarios y las escuelas, eran todas circunvecinas. Había una profusión de estanques, fuentes, arboledas y jardines donde las flores y las hierbas aromáticas se cultivaban para usarlas en los ritos sagrados y las decoraciones del altar. Además, el jardín interno era tan amplio que 8 mil o 10 mil personas podían cómodamente danzar durante sus festividades solemnes", dice Antonio de Solís y Rivadeneyra, autor de Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional, conocida con el nombre de Nueva España (1684). Fray Juan de Torquemada, eclesiástico franciscano e historiador español, autor de obras en su mayoría relacionadas con la cultura antigua de México y del siglo XVI, estima que, en México existían 40 mil templos. Sin embargo, para Clavijero, que habla del majestuoso Teocalli mexicano, rebasan esta cifra. Los aspectos semejantes que se destacan entre los santuarios de civilizaciones antiguas en todo el mundo, son tan maravillosos que dejan a Humboldt casi enmudecido: "¡Qué analogías sorprendentes existen entre los monumentos de los antiguos continentes y los de los toltecas, los artífices de estas estructuras colosales, pirámides truncas divididas por secciones, como el templo de Belus en Babilonia! ¿De dónde tomaron el modelo de estos edificios?". El eminente naturalista Humboldt podía haberse también preguntado: ¿de dónde habían sacado los mexicanos sus creencias tan similares a las cristianas? William Prescott, historiador e hispanista norteamericano, nos dice que: "el código de los aztecas suscita un profundo respeto merced a sus grandes principios morales, cuya percepción es tan clara como la que encontramos en las naciones más civilizadas".

 

Algunos principios morales muestran cierta similitud con la ética evangélica. Uno dice: "Aquél que mira a una mujer con demasiada curiosidad, comete adulterio con la mirada". Otro declara: "Mantén paz con todo; sobrelleven las injurias con humildad; Dios, que lo ve todo, les vindicará". Reconocían un solo Poder Supremo en la Naturaleza, al cual se dirigían como la deidad: "por la cual vivimos, Omnipresente, conoce todos los pensamientos y brinda todas las capacidades. Sin ésta el ser humano es nada. La deidad es invisible, incorpórea, perfecta y pura. Sus alas nos deparan descanso y una protección segura". Edward King, Visconde de Kingsborough, llamado Lord Kingsborough, fue un anticuario irlandés que pretendió demostrar que los aborígenes de América eran una de las diez tribus perdidas de Israel. Reunió y rescató numerosa bibliografía y documentación facsimilar conteniendo los reportes de los primeros exploradores de Mesoamérica y de las ruinas mayas precolombinas. En 1831, Lord Kingsborough publicó el primer volumen de Antiquities of Mexico, una colección de copias de diversos Códices prehispánicos de Mesoamérica que incluía la primera publicación completa del Códice de Dresde. El costo exorbitante de las reproducciones incluidas lo pusieron en bancarrota y fue encarcelado por sus deudas. La sofisticada publicación fue una de las primeras que se hicieron sobre el tema de las culturas mesoamericanas y tuvo como consecuencia despertar el interés de investigadores y exploradores que más tarde se dedicaron al estudio de esas cuestiones, como John Lloyd Stephens y Charles Étienne Brasseur de Bourbourg hacia la segunda mitad del siglo XIX. A partir de la publicación se elaboraron muchas teorías y mitos acerca del origen no indígena de los nativos de América. Lord Kingsborough fue llevado a prisión en donde murió de tifo el 27 de febrero de 1837, antes de heredar el título nobiliario de su padre. Los últimos dos volúmenes de Antiquities of Mexico fueron publicados por sus herederos de manera póstuma. Se llamó posteriormente Códice Kingsborough al conjunto de documentos facsimilares y de copias de los manuscritos precolombinos mesoamericanos que incluyó Lord Kingsborough en su publicación, titulada originalmente Antiquities of Mexico. Lord Kingsborough nos dice que, al momento de dar nombre a los niños: "usaban una ceremonia profundamente similar al rito cristiano del bautismo. Los labios y el pecho del recién nacido se rociaban con agua y el Señor imploraba que se limpiara el pecado con el cual se marcó antes de la fundación del mundo, así que el niño podía nacer nuevamente". También dice que "sus leyes eran perfectas; la justicia, la satisfacción y la paz imperaban en el reino de estos paganos", cuando los soldados y eclesiásticos de Cortés desembarcaron en Tabasco. Un siglo de penalidades, robos y conversión forzada, bastaron con trasformar negativamente esta población tranquila, inofensiva y sabia.

Las antiquísimas ruinas de México planteaban muchos interrogantes. De repente, uno tras otro, fueron sucediéndose nuevos descubrimientos. Algunos de aquellos extraordinarios testimonios de la cultura de la América precolombina no distaban de la capital de México más de una hora en ferrocarril, e incluso algunos de ellos radicaban en la misma periferia de la ciudad. Ixtlilxóchitl era un príncipe convertido al cristianismo, amigo de los españoles, muy culto y poseedor de extensos conocimientos sobre los sacerdotes. Pasada la época de las guerras, se dedicó a recopilar la historia de su pueblo. Su guía era la tradición, y su relato, que nadie quería creer, arranca de las tinieblas de la era primitiva con la fundación de la ciudad de Tula, o Toltan, hoy día, en el Estado de Hidalgo, por los toltecas. Hace historia de las grandes hazañas de este pueblo que conoció la escritura, los números, el calendario y levantó templos y palacios. Los toltecas no solamente gobernaron como príncipes en Tula, sino que eran muy sabios, y las leyes que dictaron fueron justas para todos. Su religión era benévola y libre de las crueldades que surgieron más tarde. Cuenta que su principado, que duró unos cinco siglos, sobrellevó hambres, guerras civiles y querellas dinásticas, hasta que otro pueblo, los chichimecas, ocupó el país. Los toltecas supervivientes emigraron y se establecieron primero en Tabasco y después en Yucatán. Los dioses de antaño, de los que los textos nahuatlacas contaban relatos legendarios eran descritos como hombres barbados, como correspondería a los antepasados del barbudo Quetzalcóatl. Al igual que en las teogonias mesopotámicas y egipcias, había relatos de parejas divinas y de hermanos que se casaban con sus propias hermanas. De interés prioritario y directo para los aztecas eran los cuatro hermanos divinos, Tlatlauhqui, Tezcatlipoca-Yáotl, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, según su orden de nacimiento. Ellos representaban a los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos primarios: Tierra, Viento, Fuego, Agua, un concepto de la «raíz de todas las cosas» bien conocido en el Viejo Mundo de uno a otro confín. Estos cuatro dioses representaban también los colores rojo, negro, blanco y azul, y las cuatro razas de la humanidad, a las que se representaba a menudo, como en la primera página del Códice Fejervary-Mayer, con los colores correspondientes, junto con sus símbolos, árboles y animales.

 

Huitzilopochtli fue la principal deidad de los mexicas. También fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y ha sido asociado con el sol. A la llegada de los españoles a Mesoamérica, era la deidad más adorada en el Altiplano Central por imposición de los mexicas. Los conquistadores lo llamaron Huichilobos. Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada con una bola de plumas o algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer para ocultar la supuesta deshonra, pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos, le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol.  Aztlán significa en náhuatl «lugar de la blancura» o «lugar de garzas» y la leyenda dice que al dejar esta mítica isla, situada en el interior de un lago del Norte, vagaron años hasta que en el Sur se establecieron en Coatepec cerca de Tula. Pero más tarde los seguidores de Huitzilopochtli pensaron irse, mientras los de su hermana Coyolxauhqui querían quedarse. Se libró una batalla en la que los seguidores de Huitzilopochtli se comenzaron a llamar mexicas (mēxihcah, en náhuatl) en honor a Mextli, un dios guerrero. Según la leyenda dejaron de llamarse aztecas cuando se les apareció en sueños a cuatro sacerdotes en el cerro de Chapultepec. Entonces siguieron hacia el Sur, hasta que Huitzilopochtli les indicó donde fundar la nueva capital, México, Tenochtitlan, en el valle del Anáhuac al medio del lago de Texcoco, una ciudad llena de canales. Señor de una civilización dedicada a la guerra, Huitzilopochtli era un dios eminentemente guerrero; cuando los aztecas tomaron los dioses de las otras culturas nahuas, como la Tolteca, elevaron su dios al nivel de los grandes dioses de Mesoamérica, como Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. En el centro de su ciudad, Tenochtitlan, construyeron un templo con dos altares, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitzilopochtli. Sobre el templo, cada 52 años se la añadía otra construcción, cada vez más grande, convirtiéndolo en una imponente edificación del mundo antiguo. En las ruinas actuales se pueden ver las distintas etapas de construcción.

A estos dioses se les ofrecían sacrificios humanos. A Tláloc, niños varones enfermos, y a Huitzilopochtli cautivos de habla náhuatl, tomados en combate. Cuatro sacerdotes sostenían al cautivo de cada extremidad y un quinto hacia una incisión con un afilado cuchillo de obsidiana y extraía el corazón. El prisionero estaba completamente cubierto de gris, que era el color del sacrificio, y tal vez estaba drogado, pues los gritos se consideraban de mal gusto en el caso del sacrificio a Huitzilopochtli. El propósito de los sacrificios a Huitzilopochtli era darle vigor para que pudiera subsistir en su batalla diaria, y lograr así que el sol volviera a salir en el siguiente ciclo de 52 años. Según la tradición nahua, han transcurrido cuatro eras que terminaron en desastre, y vivimos en la quinta creación. Los mexicas pensaban que alimentando al sol, Huitzilopochtli, se podría posponer el fin al menos por otro ciclo. Ellos no pensaban que fuera necesario un sacrificio diario. La Fiesta en honor a Huitzilopochtli se celebraba una vez al año. Esta concepción no es común a los demás pueblos nahuas, y al parecer fue debida al poderoso Tlacaélel, quien además instituyó la costumbre de las «guerras floridas», a fin de que Huitzilopochtli pudiera disponer de cautivos de habla náhuatl. En la religión mexica, los guerreros que morían en batalla, los que morían sacrificados y las mujeres que morían en el parto estaban destinados al paraíso y quizás para renacer en esta tierra como mariposas. Por ello se consideraba un honor ser sacrificado a Huitzilopochtli.  A pesar de ser el dios más importante para la vida de los mexicas, no se han encontrado representaciones de Huitzilopochtli, excepto en algunos códices.  El reconocimiento de cuatro ramas separadas de la humanidad contrasta con el concepto bíblico-mesopotámico de la triple división asiática, africana y europea surgida del linaje de Noé, y formado por sus hijos Sem, Cam y Jafet. Las tribus nahuatlacas y los pueblos de las Américas habían añadido un cuarto pueblo, el pueblo de color rojo. Los relatos nahuatlacas hablan de conflictos e incluso de guerras entre los dioses. Entre éstos se incluye el incidente en que Huitzilopochtli derrotó a los cuatrocientos dioses menores, así como el combate entre Tezcatlipoca-Yáotl y Quetzalcóatl. Estas guerras por el dominio de la Tierra o de sus recursos se hallan también en los mitos de todos los pueblos de la antigüedad. Los relatos hititas e indoeuropeos de las guerras entre Teshub o Indra con sus hermanos llegaron a Grecia a través de Asia Menor.

Los semitas cananeos y fenicios también escribieron acerca de las guerras del dios Baal con sus hermanos, en el transcurso de las cuales Baal también mató a centenares de «hijos de los dioses» menores cuando se les atrajo con engaños al banquete de la victoria del dios. Y en las tierras de Cam, en África, los textos egipcios hablaban del desmembramiento de Osiris a manos de su hermano Set, y de la posterior guerra entre Set y Horus, hijo y vengador de Osiris. Tal vez  los dioses de los mexicanos eran los recuerdos de creencias y relatos comunes que tenían sus raíces en el antiguo Próximo Oriente. Según los relatos nahuatlacas de la creación y la prehistoria, nos encontramos con que el Creador de Todas las Cosas era un dios que «da la vida y la muerte, la buena y la mala fortuna». El cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, en su Historia general, comentaba que los indígenas «le invocan en sus tribulaciones, con la mirada puesta en el cielo, donde creen que está». Este dios creó primero el Cielo y la Tierra; después dio forma al hombre y a la mujer a partir del barro, pero no duraron mucho. Después de algunos esfuerzos más, se creó una pareja humana a partir de cenizas y metales, y con ellos se pobló el mundo. Pero todos estos hombres y mujeres fueron destruidos en una inundación, salvo cierto sacerdote y su mujer que, junto con semillas y animales, lograron flotar con la ayuda de un tronco ahuecado. El sacerdote descubrió tierra después de enviar unos pájaros. Según otro cronista, fray Gregorio García, la inundación duró un año y un día, durante los cuales toda la Tierra estuvo cubierta de agua y el mundo se sumió en el caos. Como vemos todo ello muy parecido al relato de Noé. Los acontecimientos primitivos relativos a la humanidad y a los progenitores de las tribus nahuatlacas se dividían en leyendas, representaciones pictóricas y grabados en piedra, como el Calendario de Piedra, que detalla cuatro eras o «soles». Los aztecas consideraban su época como la más reciente de cinco eras, la Era del Quinto Sol. Cada uno de los cuatro soles anteriores había terminado con una catástrofe. A veces una catástrofe aparentemente natural, como un diluvio, y a veces por una calamidad provocada por las guerras entre los dioses. Se cree que el gran Calendario de Piedra azteca  es la plasmación en piedra de las cinco eras. Los símbolos que circundan el panel central y la misma imagen central han sido objeto de numerosos estudios. El primer anillo interior representa, con toda claridad, los veinte signos de los veinte días del mes azteca. Los cuatro paneles rectangulares que rodean el rostro central se reconocen como los glifos que representan las cuatro eras anteriores, y la calamidad que terminó con cada una de ellas, tales como agua, viento, terremotos y tormentas, y el jaguar.

Los relatos de las cuatro eras son valiosos por la información relativa al tiempo transcurrido en cada una de las eras y a sus principales acontecimientos. Aunque las versiones varían, lo cual sugiere una larga tradición oral previa a los registros escritos, todas coinciden en que la primera era llegó a su fin con un diluvio, una gran inundación que arrasó la Tierra. La humanidad sobrevivió gracias a una pareja, Nene y su mujer, Tata, que se las ingeniaron para salvarse en un tronco vaciado. O bien esta primera era o bien la segunda fue la era de los Gigantes de Cabellos Blancos. El Segundo Sol se recordó como «Tzoncuztique», la «Era Dorada»;que terminó a causa de la Serpiente del Viento. El Tercer Sol estaba presidido por la Serpiente de Fuego, y fue la era de la Gente de Cabello Rojo. Como curiosidad tenemos que en 1911 se hallaron diversos restos humanos momificados de cabello pelirrojo en la cueva Lovelock, situada a unas 70 millas al noreste de la ciudad de Reno, en el estado de Nevada, Estados Unidos. En total, se hallaron unos 60 cuerpos, muchos de ellos momificados  y gran cantidad de esculturas de piedra, hueso y madera, que se consideran de los más antiguos encontrados en el Nuevo Mundo. Sorprende entre los hallazgos unos mocasines y sandalias enormes. Según el cronista Ixtlilxochitl, éstos fueron los supervivientes de la segunda era, que llegaron en barco desde el este hasta el Nuevo Mundo, asentándose en la región de Botonchán. Allí se encontraron con gigantes, los Gigantes de Cabellos Blancos, que habían sobrevivido a la segunda era, y fueron esclavizados por éstos. El Cuarto Sol fue la era de la Gente de Cabeza Negra. Fue durante esta era cuando Quetzalcóatl apareció en México. Quetzalcóatl era alto de estatura, de luminoso semblante, con barba, y vestía una larga túnica. Su báculo, con forma de serpiente, estaba pintado de negro, blanco y rojo; llevaba piedras preciosas engarzadas y estaba adornado con seis estrellas. Quizá no sea casualidad que el báculo del obispo Zumárraga, el primer obispo de México, se hiciera muy parecido al de Quetzalcóatl. Fue durante esta era cuando se construyó Tollan, la capital tolteca. Quetzalcóatl, señor de la sabiduría y el conocimiento, introdujo la enseñanza, los oficios, las leyes y el cálculo del tiempo en base al ciclo de 52 años. Hacia el final del Cuarto Sol tuvo lugar una serie de guerras entre los dioses. Quetzalcóatl partió, de vuelta hacia el Este, hacia el lugar de donde había venido. Las guerras de los dioses causaron estragos en el país y los animales salvajes, representados por el jaguar, diezmaron a la humanidad, por lo que Tollan quedó abandonada.

 

Más tarde llegaron los pueblos chichimecas, o aztecas; y dio comienzo el Quinto Sol, la era azteca y todavía la era actual. ¿Por qué se les llamó «soles» a las eras y cuánto duraron? En el Códice Vaticano-Latino 3738 se dice que el primer Sol duró 4.008 años, el segundo 4.010 y el tercero 4.081. El Cuarto Sol «comenzó hace 5.042 años», pero no se especifica el momento de su final. Sea como sea, tenemos aquí un relato de los acontecimientos que se remonta a 17.141 años a partir del momento en que los relatos se anotaron. Es un lapso de tiempo demasiado largo como para creer que la gente pueda recordar algo. Y los expertos, aunque aceptan que los acontecimientos del Cuarto Sol contienen elementos históricos, tienden a desechar lo relativo a eras anteriores como meros mitos. ¿Cómo explicar entonces los relatos de Adán y Eva, den un Diluvio Universal y la supervivencia de una pareja?. Son episodios que, según H. B. Alexander, en su obra Latin-American Mythology, son «sorprendentemente evocadores del relato de la creación del Génesis y de la cosmogonía babilónica». Algunos expertos sugieren que los textos nahuatlacas reflejan de algún modo lo que los indígenas ya habían escuchado en los sermones bíblicos de los españoles. Pero, dado que no todos los códices son posteriores a la Conquista, las similitudes bíblico-mesopotámicas sólo se pueden explicar si se admite que las tribus mexicanas tenían lazos ancestrales comunes con la antigua Mesopotamia. Además, la cronología mexica-náhuatl se correlaciona con acontecimientos y momentos con una precisión científica e histórica que debería llevar a más de uno a detenerse y reflexionar. La fecha el Diluvio, al final del Primer Sol, se data en unos 13.133 años antes del momento en que se escribió el códice; es decir, hacia el 11.600 a.C. Y resulta que se estima que el Diluvio bíblico, confirmado por el relato de Platón en relación al hundimiento de la Atlántida,  arrasó la Tierra hacia el 11.000 a.C; por lo que las coincidencias sugieren que hay algo más que un mito en los relatos aztecas. También es intrigante la afirmación de los relatos de que la cuarta era fue la época de la «gente de cabeza negra», mientras que las anteriores eras se distinguían por los gigantes de cabello blanco y la gente de cabello rojo. Y éste, «gente de cabeza negra», es precisamente el término por el cual se nombraba a  los sumerios en sus textos. ¿Acaso los relatos aztecas sostienen que la era del Cuarto Sol fue la época en la que los sumerios aparecieron en escena? La civilización sumeria se calcula que comenzó hacia el 3600 a.C; y no debería sorprendernos que, datando el comienzo de la Cuarta Era en 5.026 años antes de su propia época, los aztecas lo situaban ciertamente en los alrededores del 3500 a.C. -lo cual coincide sorprendentemente con el inicio de la era de la «gente de cabeza negra».

La explicación de que los aztecas les contaron a los españoles lo que habían escuchado de los mismos españoles, no se sostiene en lo referente a los sumerios, ya que se descubrieron descubrió los restos y el legado de la gran civilización sumeria cuatro siglos después del descubrimiento de América. Ello nos lleva a la conclusión de que los pueblos nahuatlacas debían de conocer los relatos que aparecen en el Génesis a partir de sus propias fuentes ancestrales. Pero, ¿cómo tuvieron la misma información que la que sirvió `para escribir el Génesis? Esta misma pregunta desconcertó ya a los españoles. Asombrados de haber descubierto no sólo una civilización en el Nuevo Mundo, sino también «el gran número de personas que hay allí», estaban asimismo desconcertados por las conexiones bíblicas de los relatos aztecas. Intentando dar con una explicación, se les ocurrió una respuesta sencilla. Debían de ser los descendientes de las Tribus Perdidas de Israel, que fueron exiliadas por los asirios en el 722 a.C. y se desvanecieron sin dejar rastro . Lo que quedó del reino de Judea lo conservaron las tribus de Judá y de Benjamín. Pero ¿cuándo había sucedido todo aquello? Fue un francés, Désiré Charnay, el primero en confirmar los relatos de Ixtlilxóchitl mediante un hallazgo; a pesar de lo cual no consiguió que se prestara atención al relato de Ixtlilxóchitl. Ningún arqueólogo creía en la existencia de Tula, citada por el príncipe, ciudad que ha sido comparada con la fabulosa Thule, también identificado como Tile, Thula, Thila, o Thyïlea, que es un término usado en las fuentes clásicas para referirse a un lugar, generalmente una isla, en el norte lejano. A menudo se cree que pueden haber sido diversos lugares como Escandinavia. Otros creen que se localiza en Saaremaa en el mar Báltico. «Última Thule», en la geografía romana y medieval, puede también denotar cualquier lugar distante situado más allá de las «fronteras del mundo conocido». Fue mencionada por primera vez por el geógrafo y explorador griego Piteas de Massalia en el siglo IV a. C. Piteas dijo que Thule era el país más septentrional, seis días al norte de la isla de Gran Bretaña, y que el sol de pleno verano nunca se ponía allí. En la mitología griega Thule era la capital de Hiperbórea, reino de los Dioses. Para Procopio de Cesarea, Thule era una isla grande del norte habitada por 25 tribus. Se trata con toda probabilidad de Escandinavia, pues varias tribus son fácilmente identificables, tal como los gautas (Gautoi) y los saami (Scrithiphini). Procopio de Cesarea escribió también que al volver los hérulos, pasaron con los varni y los daneses cruzando el mar a Thule, donde se asentaron junto con los gautas.

 

A veces se ha especulado con la conexión entre Thule y el mítico continente perdido de la Atlántida. La ubicación más probable de Thule se considera actualmente que pudiera ser la costa de Noruega. Un estudio del año 2007 realizado sobre el mapa de Claudio Ptolomeo por un equipo de investigadores de la Universidad Técnica de Berlín, dirigido por Eberhard Knobhel, Dieter Legelmann y Frank Neitzel, identifica Thule con la isla actualmente llamada Smøla, ubicada frente a la ciudad de Trondheim y sede de la realeza escandinava hacia el siglo I. Otros historiadores piensan que se trata de las islas Shetland, las Feroe, Islandia o Groenlandia. En la Edad media, el nombre se utilizó a veces para nombrar a Islandia. Por ejemplo, en la Gesta Hammaburgpor los obispos de la Iglesia de Hamburgo, se citan probablemente escritos más antiguos acerca de Thule. Asimismo los nazis buscaron por todo el mundo la Thule histórica, que ellos creyeron era la patria primigenia de la «raza aria». La organización esotérica alemana que más influenció al nazismo se llamaba la Sociedad Thule. El principal interés de la Sociedad Thule fue una reivindicación sobre los orígenes de la raza aria. «Thule» era un país situado por los geógrafos grecorromanos en el más lejano norte. La sociedad fue bautizada en honor a la Ultima Thule, mencionada por el poeta romano Virgilio en su poema épico Eneida. Era la porción más al norte de Thule y se suele asimilar a Escandinavia. La ariosofía la designó como capital de la Hiperbórea y situaron Ultima Thule en el extremo norte cercano a Groenlandia o Islandia. Los thulistas creían en la teoría intraterrestre. Entre sus metas, la Sociedad Thule incluyó el deseo de demostrar que la raza aria procedía de un continente perdido, quizás la Atlántida. La existencia real de la villa de Tula, al norte de la capital de México, no significaba para los investigadores ningún punto de partida, ya que en sus alrededores no había ninguna ruina que confirmara las indicaciones legendarias del príncipe historiador. Cuando el francés Désiré Charnay, allá por los años ochenta del siglo XX, empezó a excavar en una pirámide cerca de esta Tula, la arqueología no dedujo consecuencias de su trabajo. Fue durante la última guerra mundial cuando un grupo de investigadores mejicanos empezó a excavar en busca de antiguas ruinas en México. En 1940 los arqueólogos de todo el mundo tuvieron que dar la razón a Ixtlilxóchitl, como tuvo también que hacerse antaño con Homero, en que se baso Schliemann para descubrir Troya, o con la Biblia, que posibilitó los descubrimientos de Layard. Los incrédulos investigadores hubieron de rendirse a la evidencia de una antigua Tula, capital de los toltecas, cuando aparecieron, como testimonios incuestionables las pirámides del Sol y de la Luna.

Egon Erwin Kisch, periodista y emigrado alemán, que vivió algunos años en México, fue el primero que hizo un reportaje sobre la pirámide de la Luna. Seducido por la magia de los mundos que resurgían, anotó: «Mientras el reportero y la pirámide traban conversación, en lo alto de la plataforma superior asoman los pronunciados rasgos de la cara de un indio. Es Ixtlilxóchitl, que surgido en persona de la tierra como la pirámide, reivindica su honor científico tras una condena y destierro de casi cuatrocientos años». Una tras otra van apareciendo distintas culturas, y así surge la de los legendarios toltecas, derrotados por los aztecas. Sorprendentemente los habitantes de la capital de México han vivido centenares de años al lado de estos monumentos. Pasaban a su lado sin interesarse por ellos. Con sólo abrir bien los ojos se les hubiera revelado aquella pirámide. Pero ha sido el siglo XX el de los más impresionantes hallazgos. Al noroeste de la capital, los arqueólogos excavaron en 1925 la pirámide de las serpientes, comprobando que no se trataba de un monumento hecho de una sola vez, sino una original construcción a modo de una enorme cebolla de piedra, en la que se fue superponiendo una capa a otra. Por los calendarios indígenas se podía deducir que, probablemente, cada cincuenta y dos años tenía lugar la construcción de una nueva capa, por lo que se estuvo trabajando durante más de cuatrocientos años. Para hallar algo similar hemos de referirnos a la construcción de catedrales de la Europa occidental. En el subsuelo de la ciudad de México se buscaron los restos del gran teocalli, o pirámide mesoamericana coronada por un templo, que Cortés hizo destruir por completo. Y se hallaron los cimientos de piedra. Hemos de señalar que en la antigua lengua azteca teo significa dios, curiosamente lo mismo que en griego. Esta zona de ruinas se extiende nada menos que en un área de diecisiete kilómetros cuadrados. Esta ciudad fue probablemente cubierta por capas de tierra de varios metros de espesor por los propios habitantes antes de emprender la fuga. Fue una  labor de protección tan gigantesca como la ciudad misma, pues las pirámides escalonadas más altas, con sus características escalinatas, alcanzan hasta sesenta metros de altura. Más tarde, los arqueólogos exploraron otras zonas, y Eduard Seler fue el primero en descubrir la pirámide fortificada de Xochicalco, ochenta kilómetros al sur de la capital. También excavaron en Cholula. Allí donde antaño Cortés cometiera una de sus traiciones más vergonzosas. Y en el interior de la pirámide mayor, que cubría en su tiempo un espacio más vasto que la pirámide de Keops, los arqueólogos descubrieron un laberinto de galerías que se extendían kilómetros y kilómetros y llegaban más hacia el Sur.

La Batalla de Cholula fue un ataque realizado por las fuerzas del conquistador español Hernán Cortés en su trayectoria a la ciudad de México-Tenochtitlan en 1519. De acuerdo a los cronistas y al propio Hernán Cortés, se trató de una acción preventiva por la sospecha de una posible emboscada dentro de la ciudad de Cholula donde habían sido recibidos. Los cholultecas habían sido fieles tributarios de los mexicas, después de la acción militar, fueron sometidos y se volvieron aliados de los conquistadores españoles. De acuerdo a la crónica de Díaz del Castillo, Moctezuma había enviado un escuadrón de 20 000 guerreros mexicas a las proximidades de la ciudad para realizar una emboscada. La ciudad de Cholula era devota del dios Quetzalcóatl y se suponía que los cholultecas tomarían por sorpresa a una veintena de españoles para sacrificarlos en el teocalli pr



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¿Qué sabemos de los antiguos toltecas?

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