The eyes of the kids that we have in Giasnogor are eloquent. Most times they say more than their lips. They speak of innocence and candor, of suffering and effort, of desire to leave and fear of leaving. In their short life they have lived in a world that I cannot even suspect. They have a nostalgia for something that has not happened to them yet, what we normally call hope. And a good part of that hope lies in our hands or on our shoulders. Doing what we can to make the dream of a child of a tea plantation come true is a sacred mission. I do not want that by dint of seeing every day the painful circumstances in which they live, the flame of faith is extinguished in me. I would like to feed their nostalgia for something that has not yet happened, their hope that change is possible.

Los ojos de los chavales que tenemos en Giasnogor son elocuentes. La mayoría de las veces dicen más que sus labios. Hablan de inocencia y candor, de sufrimiento y esfuerzo, de ganas de salir y de miedo a salir. En su corta vida han vivido un mundo que yo no puedo ni sospechar. Tienen como una nostalgia de algo que aún no les ha sucedido, eso que normalmente llamamos esperanza. Y una buena parte de esa esperanza está depositada en nuestras manos o encima de nuestros hombros. Hacer lo que podamos por que el sueño de un niño o una niña de una plantación de té se haga realidad es una misión sagrada. No quisiera que a fuerza de ver cada día las penosas circunstancias en las que viven se apagase en mí la llamita de la fe. Quisiera alimentar su nostalgia de algo que aún no ha pasado, su esperanza de que cambiar es posible.