Sangre divinísima
que brotas para nosotros
de las venas del Dios humanado,
desciende cual rocío de redención
sobre la tierra contaminada
y sobre las almas a las que el pecado
las hace semejantes a los leprosos.
Heme aquí, yo te acojo,
Sangre de mi Jesús,
y te derramo sobre la Iglesia,
sobre el mundo,
sobre los pecadores,
sobre el Purgatorio.
Ayuda, conforta, limpia,
enciende, penetra y fecunda,
¡oh Jugo divinísimo de Vida!
Que la indiferencia y la culpa
no pongan obstáculos a tu fluir,
antes, por los pocos que te aman,
por los innumerables que mueren sin Ti,
acelera y difunde sobre todos
esta divinísima lluvia
para que se acerquen a Ti
confiados durante la vida,
sean por Ti perdonados en la muerte
y lleguen contigo a la gloria de tu Reino.
Así sea.
María Valtorta, escrito el 28 de junio de 1943
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