Hay un villancico que dice “la Malvada Mula, con su fino diente, le comió la paja, al Niño inocente”… y yo pienso que nosotros, a veces, hacemos igual. ¡No te rías que no es broma! ¡Nosotros hacemos lo mismo!

Fíjate, Monseñor Luis Augusto* decía que Esa Malvada Mula (bueno, él hablaba de una burra, pero yo siempre he imaginado el pesebre con una mula y un buey)… que esa malvada mula ni se dio cuenta de que allí había un Niño. ¡Pero cómo iba a darse cuenta si tenía su mirada y su atención puesta en la paja!

Ahora dime, ¿no te parece que nosotros hacemos lo mismo? Dedicamos mucha atención a la paja y poca al Niño en la Navidad. Ponemos nuestro interés en lo accesorio, en las decoraciones y las fiestas y las luces y las comilonas y, claro, ¡en los regalos!!! Cuando deberíamos poner todo nuestro ser—toda nuestra alma, toda nuestra mente y todo nuestro corazón—en lo único que verdaderamente importa: en Jesús.

Dedica estos días que faltan a preparar el pesebre de tu corazón. Límpialo con una buena confesión. Saca tiempo para alguna lectura espiritual. Ora, dedica un rato cada día para hablar con Dios. Ve a Misa, recuerda que no hay nada más grande que puedas hacer aquí en la tierra que participar de la Eucaristía.

Según se acerca la Nochebuena piensa que esa noche celebramos el día que Dios dejó su cielo para venir a vivir en medio de nosotros. No sé cómo tú lo veas, pero yo creo que es algo maravilloso. Pensar que Dios quiso nacer en un pequeño establo en Belén… solamente eso es suficiente para abrirle mi corazón de par en par y pedirle que vuelva a nacer en él.