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Mi Amigo Poncho




Siempre tuve la duda sobre cual sería el mejor método anticonceptivo que me permitiera sentir intensamente Durante el coito sin tener que asustarme porque mis muchachos llegaran a hacer algo que no quiero todavía: Un calato. Condones, pastillas, la T, inyección... No es que no haya intentado de todo pero siempre es mejor consultar con el especialista y no limitarse a leer el libro de la Rampolla. Me explico. Llamaremos desde ahora a la señorita en cuestión: "J" (de jodida).

J finalmente decidió darme acceso a su zona VIP, y yo que andaba esperando un par de meses a que me den el carnet de acceso a VIP, me abastecí con furia. Compré paquetes de Durex, que a razón de US$2.20 por paquete, acabaron con mi solvencia económica. Pasaron los meses y seguíamos en el vaivén de las invenciones, posiciones, inserciones, recreaciones, y ¿por qué no decirlo? sendas actuaciones (con todo y disfraz).

Luego que la relación pasó al plano de la formalidad, llegó la conversación sobre utilizar un método menos engorroso que el de nuestro querido amigo Poncho. Porque si bien es un gran aliado para nuestras aventuras pasionales, no se puede negar lo desagradable que resulta tener que levantarse de la cama, coger a nuestro gelatinoso amigo, extraerlo de nuestra agradecida y muchas veces adolorida pieza, hacerle un nudo de globo de agua, y botarlo a la basura/suelo/water apenas instantes después del maravilloso y placentero clímax (ver el post Odio Usar Condón). Y es que en ese momento, cuando todavía tengo los ojos medio volteados y la lengua afuera, lo único que quiero es quedarme adentro de la cama, bien abrigado hasta agarrar sueño.

Tras explicarle detenidamente la tortura que me resultaba la escena recientemente contada, J accedió a cambiar, agregando su comentario personal de:

a pelo es mejor

¡Y claro que lo es! Pero si le explicas que por eso es que quieres cambiar el método, créanme, les van a cerrar el caño por un tiempo.

Y vino el cambio.

¿Pero cuál? ¿Ahora qué uso?

preguntó J, así que nos decidimos a probar sin consultar con un profesional que, con un par de exámenes, me hubiera evitado tantos líos, problemas y noches completas en compañía de mi fiel mano, la misma que me acompañó durante la adolescencia mientras hacía zapping entre La Serie Rosa y Venus. Pero esa es otra historia.


Sin más conocimiento que las ganas de hacerlo sin obstáculos, le sugerí usar la T. Me dijo que no, que no iba a meterse esa webada ahí porque una amiga le había dicho que a su prima le había pasado algo horrible con la T y que se le infectó todo y no sé cuántos detalles más que provocaron en mí masivas arcadas de sólo imaginar que te podrían prohibir la entrada a tu zona VIP un par de meses porque está contaminada con cuestiones pútridas y viscosas como pus y demás secreciones humanas además de estar fumigándose. Por mi bien y el de mi muchacho, decidimos descartar la T y continuamos pensando.

Las inyecciones fueron rápidamente sacadas de la lista debido al grosero terror que ambos tenemos a las agujas. Sé que suena estúpido pero J me amenazó con que si acercaban la aguja a menos de un metro suyo, yo tampoco podría acercarme a picharla ni un poco. Descartado. Fue así que por fin decidimos darle oportunidad a las pastillas. Tan pequeñas y de pinta tan inofensiva que pensamos que era la solución perfecta. Sí señores, las pastillas son tus amigas, no molestan a nadie, dije.

¡¡¡¡¡ERROR!!!!!

Tras la aparente careta de delicadeza que tienen las pequeñas pastillas son una Bomba de Hormonas. Algún incauto dirá que algo tan pequeño e inofensivo no puede volverse la causa de guerras nucleares dentro del hogar. Prueben con una pequeña gotita de sangre en una pecera llena de pirañas y díganme qué pasa. ¡¡¡¡Esto es peorrrrrrr!!!! Tomó las pastillas durante sólo un mes y sólo la vi 3 días.

El humor le cambió de tal manera que hizo parecer a Hitler como un budista amante de la paz.

Por la Sarita que no quería llegar a la casa, me daba miedo entrar al cuarto, mientras me sacaba la ropa me miraba con cara de "si te sacas mal el calzoncillo te arranco el derecho de una mordida".

Venían los "te amo" y los "uhmmm te quiero" y POBRE DE TI HUEVÓN QUE NO ME CONTESTES DE VUELTA.

Carajo, de tanto miedo, quería darla rápido y salir corriendo con alguna excusa, pero era imposible porque sabía que me perseguiría por la calle hasta cortarme el pájaro, mismo Lorena Bobbit.

Así que decidí optar por la poción inteligente: Me empecé a austentar de la casa. Llegaba tarde, cansado y siempre con dolor de cabeza. Actuación que fue digna de un Oscar, debo decir.

Así que, ese fatídico mes, durante una de mis tantas sesiones de cachetearme el pavo en el baño, tuve una larga charla con mi muchacho y me pidió que volviera a llamar a nuestro amigo Poncho. Hoy, con el conocimiento de un veterano de guerra les confieso que si bien con Poncho no hay tanta sensación de placer durante el acto, prefiero acabar, levantarme, coger al gelatinoso, extraerlo, hacerle nudo de globo de agua, botarlo, regresar congelado a la cama, echarme y dormir... pero vivir para contarlo.

Imágenes: BillyFoxTrot, MajorBonnet


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