Las reinas del Carnaval, después de capotear esa ya inveterada costumbre de cuestionar y criticar su elección, se convierten en referente mediato de las carnestolendas, en parte del patrimonio que arropa la cultura popular de la ciudad, y en espejo de nuestra idiosincrasia Caribe. Por eso, consolidado su nombramiento, dejamos de lado intrigas y resquemores y las arropamos, las veneramos, las consentimos, las queremos y las cuidamos.
No se han salvado sin embargo, ninguna de ellas, de algunas críticas que Ahora, por la fuerza que la modernidad y la cibernética le ha otorgado a las redes sociales, traspasan el umbral de los murmullos de corrillos y salen a la luz pública de manera grotesca, burlona, y rayana en la perversidad del matoneo.
Pero lo que para algunos pudiera ser una adversidad para otros, en este caso para Marcela García Caballero, los ataques se convierten en oportunidad. Nuestra soberana, en la lectura del Bando y en la ceremonia preparada al efecto, demostró no solo lo equivocado que estaban quienes, groseramente, compararon su baile con los movimientos de un robot o con pasos de epiléptico sino la miopía que no les dejaba ver la grandeza, versatilidad, donaire, majestad, y alegría de mujer Caribe inserta en esos movimientos improvisados y particulares que nacen, convertidos en personalidad, cuando se conjuga ese natural desparpajo de las féminas de nuestro litoral con la inteligencia de la que ella está provista.
“Y a él o la que quiera, se los digo con esta ceja bien trepada, tiene permiso de desatar la gata interna que llevan atrapada, así que, Miau miau recontra miau lo digo hoy, porque entre ser y no ser, yo soy”. Esta frase inserta en uno de los artículos del bando dice mucho, o mejor todo, de lo que no fueron capaces de ver ni interpretar quienes la criticaron y que ahora se deben estar “mordiendo el codo”
Así empezó Marcela, dándole “sopa y seco” a quienes pretendieron opacar su reinado, a labrar su huella con un bando que tiene el sello característico de su personalidad y que fue claro, conciso, directo, alegre, y sobre todo inclusivo. Los hacedores del carnaval fueron, con justicia, grandes protagonistas.
Y si los ritmos que interpretó la reina fueron sin saber bailar, entonces que nunca aprenda porque yo la vi espectacular. ¡Habemus reina, y que reina!
Ricardo Buitrago C.
