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Transparencia y calificación de riesgos de corrupción en Barranquilla son subjetivos pero... "aja"

Por: Ricardo Buitrago C.

Me temo que Transparencia, ética, recato y Riesgo de corrupción, en Barranquilla, ya no poseen denominadores comunes para su medición. Son sopesados con criterios puramente subjetivos. Calidades y éxitos de los administradores trastocan la objetividad de los analistas para calificarlos.

Lo digo porque en la edición final del año 2015 el diario El Heraldo resaltó diferentes evaluaciones a la administración distrital ponderando, entre ellas, la de la Corporación Transparencia por Colombia, que destaca a la ciudad como “la de Menor Riesgo de corrupción en el país”.

Aclaro, antes de que grandes amigos afectos o participes en la administración se resientan, que, como dijo un filósofo de Buga, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. El riesgo es una potencialidad negativa que se genera antes de que la adversidad pudiere materializarse por lo que es bien diferente que haya en Barranquilla mayor o menor riesgo de corrupción a que esta se pudiere haber concretado.

No tengo elementos de juicio para afirmar que exista ese parámetro negativo, pero si para dudar que sea la ciudad con menor riesgo de caer en él.

Las dos últimas administraciones, regentadas por funcionarios revestidos de las más altas calidades, Han Sido las mejores en los últimos tiempos. Pero ello no es óbice para que por las omisiones de los entes de control y la pasividad de los estamentos ciudadanos se les haya otorgado un poder omnímodo que lleva inserto un perverso, pero tolerado, maridaje entre sectores políticos y privados que no constituye precisamente el mejor escenario para ejercer transparencia.

¿No constituye falta de transparencia y alto riesgo de corrupción la adjudicación de grandes Obras públicas mediante licitaciones entre dos y seis proponentes que son casi siempre los mismos? Uno o dos clichés –o el elemento sustituto que la modernidad impone- facilitaría la labor de los diarios al informar adjudicaciones.

¿Que el concejo distrital renuncie a hacer control político y análisis sesudo de los proyectos distritales y los pase como por dentro de un tubo hacia su aprobación, no crea una gran contingencia?  

¿No es factor de peligro el que se impongan a la machota y sin claras explicaciones -no pedidas ni dadas- sobre su justificación y destino gravámenes e impuestos que, rayanos en la ilegalidad, golpean a la ciudadanía?.

¿No crea resquemores el que de una anunciada intervención a onerosas y cuestionadas concesiones se haya pasado a una pasividad absoluta sobre su manejo, al acrecentamiento de las mismas y a la concentración de unas en determinados dueños?

A la suspicacia de la mente humana no se le puede detener y ella, en la ciudad, está desbordada en su maledicencia  suponiendo, por ejemplo, que las licitaciones, parafraseando a Caicedo Ferrer, se “confeccionan al mejor estilo de un sastre exclusivo para que su diseño solo pueda lucirlo quien hace el encargo a la medida de sus intereses”

Pero esa agudeza mental se pervierte ipso facto cuando se le antepone el  trastrocamiento moral de unos valores cada vez más relativos y se escucha: “Sí, eso pudiere ser cierto, pero ahora las obras se hacen y aja”. “Anteriormente no se veían ni las obras ni la plata”. “Mientras las obras se hagan… aja”


Muy buenas administraciones han sido las recientes pero, no nos digamos mentiras, el riesgo de corrupción ha estado “in crescendo”, pero mimetizado por su interpretación acomodaticia y subjetiva, y si no se ha materializado y salido a la luz pública es porque “aja”. 



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