Por: Ricardo Buitrago C.

Iluso que es uno, bien iluso. Creía yo que, esas malas mañas de repartir espacios públicos era cosa del pasado, que del brutal cercenamiento del parque Once de Noviembre habíamos aprendido, que no volveríamos a ver una desmembración tan perjudicial como la del parque Bosques del Norte, que quitar un área publica para construir la sede de una Logia Masónica no se repetiría.

“Se nos apareció la virgen” escribí el 19 de febrero de 2013, en la columna que por entonces mantenía en El Heraldo bajo el título “Una directriz presidencial nos cae del cielo”. Me refería a la decisión del presidente Santos de trasladar una base militar asentada en el centro de Ipiales que, para exculpar una particularización, convirtió en directriz generalizada.

Era la oportunidad perfecta, quizás la última, de que Barranquilla pudiera tener una gran área de Zonas Verdes, como las grandes urbes del mundo. La ciudad tenía enclavada en sus entrañas un área de 51 hectáreas en las que están ubicados el Batallón de Policía Militar y el  controvertido Cantón Norte. Era el sitio perfecto que, ajustado a la directriz presidencial, al pie del majestuoso Rio Magdalena, serviría para construir el pulmón que le hace falta a la ciudad.

Sería una actitud demasiado egocéntrica el pensar que mi columna motivó al distrito a iniciar las acciones para recuperar ese importante espacio para la ciudad y sus zonas verdes. Ellos son agiles, aunque su rapidez mental a veces confunde. La semana anterior lo que era un proyecto con grandes expectativas de materialización, pero proyecto al fin, se convirtió en realidad. El Mindefensa, como culmen de la gestión distrital, cedió al Distrito ese gran terreno del Cantón Militar en Paraíso.

El alcalde cantó victoria, no era para menos, tenía luz verde para construirle a la ciudad el megaparque que todo el mundo ha venido anhelando y con bombos y platillos lo anunció.

Pero con el alborozado pregón salió a la luz pública un hecho funesto que se había mantenido silente y sigilosamente guardado. A esa aparición virginal, a que me referí en mi columna, se le colgaron varios que, fungiendo de devotos, agazapados tras la maña expoliadora de bienes comunitarios que, ahora confirmo, sigue vigente, lograron nuevamente espoliar espacios públicos para darle usos privados.

Mucho antes de la materialización de la cesión, o sea de la conversión en realidad, el predio que ahora se recibía había sido vilmente cercenado. Como quien va tajando un ponqué había sido repartido en porciones, algunas, de exquisita palatabilidad y otras de sabor agridulce.  Así, del privilegiado lote de 51 hectáreas de extensión, para parque y zonas verdes solo quedaron 25.

Edubar a finales del 2015 por “decreto” efectuó una convocatoria, para la construcción del parque, la que tuvo un solo proponente y allí hoy lo sabemos habrá, pública El Heraldo, de acuerdo a lo contratado, una gran área para el sector privado en donde se construirán 6000 apartamentos, instalaciones de comercio y servicios, otra área que denominan integral mixto, además de una iglesia y cuatro nuevas vías. ¡Qué horror! Antes de que el área fuera convertida en pública, con mayor agilidad de la del triste pasado, había sido vilmente esquilmada. Yo todavía no he podido entender cómo se contrató sobre un área cuya cesión, al distrito, no se había protocolizado.

No me imagino la congestión vehicular de esa área con ese atiborramiento de viviendas pero sí, a esos privilegiados apartamentos con un parque como área de su antejardín o traspatio.

Alcalde: eso que con el llamado Megaparque Paraíso está haciendo el Distrito, supera los desafueros pasados y no tiene perdón de Dios.