Por: Ricardo Buitrago C.
No pretendo justificar, ni alabar, la publicación de la Periodista Vicky Dávila de la conversación privada entre un alto funcionario del gobierno, el viceministro del Interior Carlos Ferro, y su amigo afín en preferencias sexuales que ocasionaron su salida del noticiero que dirigía.
El meollo del asunto es que la sociedad y los medios arbitrariamente están determinando, en valoraciones puramente subjetivas, cuando son graves esas violaciones y cuando no. Cuando se justifican, se alaban, y se toleran y cuando se censuran y rechazan.
Publicaciones de grabaciones de conversaciones privadas, en este país, ha habido muchas. Muy pocos medios periodísticos pueden declararse exentos de haber difundido alguna. Y todas, absolutamente todas, han violado la Intimidad de los intervinientes en ellas. La medición del grado de afectación que hayan sufrido los involucrados solo ellos podrán determinarla y no necesariamente va ligada a que la intimidad develada sea sexual o de otro tipo.
Vistas así las cosas no puede existir categorización de la violación. La gravedad del asunto la determina la vulneración de la intimidad y no el contenido divulgado. De ninguna forma esos hechos pueden permitirse como en el país a diario se ha venido haciendo. Y es ahí por esa permisividad y tolerancia rampante que riñe con lo que ahora ha acontecido es en donde surge el interrogante:
¿Por qué no se ha forzado la renuncia entonces, por ejemplo, de Sánchez Cristo, Jorge Cura, o Coronel, para citar algunos de los protagonistas de sonados casos de divulgación de grabaciones y si la de la Periodista Vicky Dávila?
¿La foto del defensor del Pueblo, que publico Coronel, mostrando su miembro, tiene alguna diferencia con el video de Vicky?
No nos digamos mentiras. Vicky hizo una clara trasgresión de la ética periodística que obliga el respeto a la intimidad de las personas, eso es indudable, pero la intimidad en este país ha estado complacientemente pisoteada y vulnerada como para creer que la presión a la periodista fue un acto reflexivo y no de encubrimiento a una corrupción y abuso de poder de la policía, que ella valientemente había destapado y denunciado.
Es triste que la periodista salga después de una encomiable labor investigativa que esperemos, no obstante las indudables interferencias que hay, tenga sus frutos. Pero es más triste que para forzar su salida se haya recurrido a una intolerable caracterización y particularización de la violación a la intimidad.
No pretendamos circunstanciar el asunto, tampoco, con la máscara del “libre” desarrollo de las personalidades de los involucrados que, entre otras, no era tan libre pues la mantenían oculta, ni en las repercusiones que en la vida familiar del viceministro Ferro la divulgación del suceso tenga. La violación es genérica y no particularizada.
Es triste que se haya tenido que hacer una transgresión a la intimidad, divulgando el video sexual, para romper la indiferencia y debelar la complicidad que ha venido frenando las acciones de los organismos del Estado para que las evidendencias sobre el eventual proxenetismo en la Policía, y todo un prontuario de corrupción, no queden archivados en los anaqueles de una negligente fiscalía convertidos en un cuento fabulesco que una periodista se inventó. ¡Qué tristeza por una gran periodista y porque la violación a la intimidad se haya caracterizado!
