Por: “El buitre”

El paso del tiempo trasfigura cuerpos y rostros. Eso es inexorable y se Hace por demás evidente cuando se propician encuentros, o más bien reencuentros, con quienes compartimos, hace ya bastantes años, una parte importante de Nuestras Vidas. Pero esas reuniones, como la que bajo la hospitalidad de Tico y Ade vivimos ayer, nos permiten volver a constatar, además, que dentro de esas anatomías transformadas permanecen intactos, e inclusive acrecentados, esos sentimientos de cariño y amistad que brotaron en la época escolar.

Ayer volvimos a hacer la tarea y a aprobar el examen que nos propusimos, en buena hora, repetir cada año. Ese que nos permitió comprobar que podrán haber pasado  muchísimos años pero los recuerdos de niñez y juventud que compartimos siguen intactos, que la piel con la que recubrimos los sentimientos que albergamos en el alma no se ha avejentado, que tenemos todavía un niño morando en nuestros corazones y que lo rumbos disimiles que tomamos en nuestras vidas no nos han distanciado.

Ayer no añoramos nada, al carajo con las añoranzas, no se añora lo que nunca se ha perdido y nosotros, lo volvimos a comprobar, seguimos siendo jóvenes pues la juventud -también descubrimos- es un estado del alma independiente de las apariencias del cuerpo.

Ah, se me olvidaba, son 46 años que cumplimos de habernos graduado. Como pasa el tiempo, dirán algunos, ¡que va!, no ha pasado, somos lo “mismitico”

Coletilla: Así con el apodo “el buitre” siguen llamando esos entrañables compañeros de grado escolar a quien hoy firma sus columnas como Ricardo Buitrago C.