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Un calco vergonzoso

Por: Ricardo Buitrago C.

Los casos son similares y las porquerías, actitudes, e infamias también. El señalamiento y acusación al ex candidato presidencial, Oscar Iván Zuluaga, de espionaje a negociadores de paz del gobierno, y la posterior revelación de ausencia de pruebas, es un calco vergonzoso de lo ocurrido hace unos años con el maquiavélico complot armado al contralmirante, Gabriel Arango Bacci, a quien enredaron con la justicia por un montaje, develado por la Corte Suprema de Justicia, cuando ya habían arruinado su carrera.

Con dedos acusadores implacables y plumas periodísticas inmisericordes ambos personajes fueron puestos en la picota pública. Arango Bacci, a quien le imputaron vínculos con el narcotráfico basados en falsas pruebas, alcanzó a estar en la real. Zuluaga con argumentos jurídicos, y con la razón, venia luchando por librarse de tan perversa intentona.

Con el mismo desdén, como cuando con una ofensiva indiferencia rayana en el menosprecio el gobierno y los principales medios recibieron el fallo absolutorio del contralmirante, hoy, con su mutismo no solo  pretenden minimizar la ausencia de pruebas en contra de Zuluaga salidas a la luz pública por las declaraciones del ex director del CTI, Julián Quintana, sino tapar lo que de ellas se infiere; un supuesto complot urdido desde altas esferas gubernamentales para truncar las aspiraciones presidenciales del entonces aspirante.

Esas displicencias contrastantes con los grandes escándalos difundidos con toda la espectacularidad de medios de comunicación reflejan, en ambos casos, la adversidad a sus intereses. Claro, golpean, en diferentes épocas, a uno de los hijos mediáticos mimados: al entonces ex ministro Juan Manuel Santos, para el caso de Arango, quien implacable había acusado al oficial de narcotráfico, y al mismo Santos hoy revestido de investidura presidencial lograda, se dice, en base al desprestigio que con el escandalo prefabricado cayó sobre la campaña de su contrincante.

Así como Fujimori tuvo su Montesino y Nixon su Watergate, Juan Manuel Santos pareciera tener al almirante Álvaro Echandía, Jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia. Ese personaje fue el mismo que fue sindicado de crear también un expediente contra el almirante, Gabriel Arango Bacci y el que a decir de Quintana, se reunió con el secretamente y con el ex Fiscal, Luis Eduardo Montealegre, para entregarles pesquisas de una supuesta investigación documentada por la Dirección Nacional de Inteligencia, a cargo de Echandia, de la que surgió el proceso sustentado por fuentes amañadas e irregulares.

Fue ese Echandia quien citó a Quintana a su apartamento el pasado 5 de Noviembre para pedirle que en la diligencia que, cuatro días después, debería surtir ante la Corte Suprema se abstuviera de mencionarlo a él, a la DNI y de no  relacionar la entrega del escrito que les haba dado, como participes en el episodio del Hacker, al tiempo que le comunicó que el gobierno estaba pensando en nombrarlo en la dirección de la UIAF lo que se insinúa como el intento de comprar el silencio de Quintana.

Nadie pensó que una infamia como la que se le hizo a Arango Bacci podría repetirse. Que gran equivocación, la degradación moral en que ha caído el país soporta y coadyuva, con silencio cómplice e indiferencia, que esas actitudes criminales se repitan y con Zuluaga y el Centro Democrático volvieron a hacerlo.


Esa infamia no puede quedar así, impune, con silencio cómplice y sin que el almirante implicado y el gobierno que lo ha soportado le den la cara al país.




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