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Sin justicia y equidad no se construye la paz

Por: Ricardo Buitrago
Hay que aceptar que si bien la reincorporación a la civilidad y al proceso democrático de Quienes, con su accionar delictivo, han ofendido la dignidad nacional es un hecho antipático y repulsivo, forma parte de los costos ocultos e intangibles del anhelo de una pacífica convivencia. Y ello plantea además el debate entre los “derechos” que adquieren los desmovilizados y los que nosotros, como sociedad, estemos dispuestos a tolerar.
Y es allí en donde, en lo concerniente a este acuerdo que se acaba de firmar, la puerca tuerce el rabo. La sociedad, o por lo menos una gran parte de ella, si no tolera la inequidad en la aplicación de Justicia mucho menos acepta la ausencia de ella, o sea la impunidad. Tampoco ve con buenos ojos el ingreso triunfalista de los criminales agresores pisoteando el Estado de Derecho y gozando de privilegios, que afectan el marco institucional y democrático del país. Se ofende a la sociedad con el hecho de que fortunas adquiridas por la extorsión, el narcotráfico, y toda suerte de actividades ilegales entren, por la puerta abierta de la conexidad con el delito político, a la legalidad.
Pero ahora para justificar la no aplicación de la justicia, en ese para mi absurdo acuerdo, hay quienes como el excelente escritor William Ospina, de manera más romántica que realista afirma: “Después de una guerra de 50 años, es tarde para los tribunales” y remata “los dioses de la justicia tenían que estar al comienzo para impedir la guerra. Cuando aparecen al final, solo llegan para impedir la paz”. Es selectivo, como lo es el acuerdo, hasta para determinar quiénes son los protagonistas del conflicto y quienes los de la paz. Desconoce que la paz no se hace con un sector, sino con todo el conglomerado social.
No tienen en cuenta esos románticos de la paz y del perdón que en este rifirrafe de posiciones antagónicas en este país por ideología, conveniencia, vagabundería, o necesidad nacida de la búsqueda de supervivencia ante el abandono estatal, grandes núcleos de colombianos escamparon bajo diferentes paraguas –algunos con dualidad o alternancia- que terminaron siendo ofensivos de la dignidad nacional. Guerrilla y paramilitarismo, cada uno con nefandas derivaciones, fueron durante muchos años, con soterrada e hipócrita complacencia ciudadana y gubernamental, el pan de cada día en la convivencia nacional.
Pero para el desmonte de esas situaciones anómalas, al país lo dividieron los métodos propuestos y adoptados por diferentes sectores para alcanzar la sana convivencia. Y esa discrepancia creó diferentes ópticas y disímiles rasante de medición para juzgar las graves faltas de unos y otros dependiendo de la orilla en donde se produjeron y desde donde se juzgan. Y la justicia es una sola y el mal también.
Las violaciones a niños y mujeres, por ejemplo, son igual de grave si las hubiere cometido miembros de las AUC, las Farc, o cualquiera de los Garavitos o abusadores que un país, que ahora se devela desmemoriado e hipócrita, ha repudiado. Pero por cuenta de esa perversa rasante de medición para los primeros y los últimos se pide caiga sobre ellos todo el peso y severidad de la justicia, mientras que para las Farc, tan atroces criminales como los anteriores, solo basta que reconozcan sus crímenes para que no paguen un solo día de cárcel y hasta puedan ir al congreso. Así está contemplado en el acuerdo plagado de referencia a valores éticos y jurídicos universales pero con puertas muy concretas por donde transitará la impunidad de quienes han cometido crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Una justicia selectiva como la que ahora se está practicando y se ha extendido al mal llamado proceso de paz y reconciliación, va dejando el camino plagado de heridas y rencores que tarde que temprano, como ha ocurrido en el pasado, rebrotan.
¿No es acaso la violencia que hoy vivimos el retoño de los rencores nacidos de las cruentas luchas partidista pasada, nunca tratada desde sus orígenes y con correcta aplicación de justicia?
Sin justicia y equidad no se construye la paz y para definir la equidad bien podríamos aplicar ese dicho popular de “todos en la cama, o todos en el suelo”


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