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La independencia de Cataluña, la huelga general del 14-N y el fútbol.

La guerra civil estalló porque los grupitos que en los años treinta detentaban el poder en Hispania no querían compartirlo con los que habían ido surgiendo desde fines del siglo anterior. La república perdió la guerra civil porque nunca existió como tal. Frente al bando nacional, rápidamente sometido a un mando único bajo férrea disciplina, la república nunca dejó de ser un amasijo de obediencias partidistas y lealtades dudosas sin un objetivo común, ni siquiera ganar la guerra.

Si los líderes republicanos hubieran servido al interés nacional en vez de servir al interés particular de su facción, el alzamiento ni siquiera se habría producido porque los generales que lo dirigieron habrían sido fusilados antes del 18 de julio: todo el mundo sabía quiénes eran y lo que estaban tramando, pero nadie hizo nada por pararlos.

Como sabemos, no se los fusiló, y pasó lo que pasó. Pasó que en el bando republicano cada uno siguió con su política de camarillas intentando mandar en lugar de los que mandaban antes o, por lo menos, mandar más que los demás de su bando, mientras la gente moría en el campo de batalla y en la retaguardia, hasta el desastre final. En un momento dado, la república se dividió en tres estados: Gobierno central, Cataluña y Euskadi (cuatro, si contamos la parte de Aragón controlada por los anarquistas), que se ponían zancadillas entre sí. Para cuando se recuperó algo de control, el PNV ya había rendido Euskadi antes de huir dejando en bragas a Santander y Asturias y entregando a Franco miles de prisioneros para fusilar. Los comunistas intentaban controlarlo todo, mientras los socialistas y anarquistas naufragaban en peleas internas y los trotskistas eran exterminados. Durante la batalla del Ebro, el ejército más eficaz que había conseguido formar la república, fue aniquilado en una batalla de desgaste mientras los generales que mandaban las fuerzas de Levante (en cuyo beneficio se había montado al operación) y Extremadura desobedecían las órdenes y súplicas de Rojo para avanzar en sus frentes tal como habían planeado. Por su parte, mientras las mejores tropas de la república española morían defendiendo Cataluña, Azaña y Besteiro trapicheaban con el enemigo en Londres, a espaldas del Gobierno, para rendirse. En fin, eso: un desastre.

Aconsejados por el Departamento de Estado y el partido social demócrata alemán -gente seria y mayor- los herederos de los años 30 aprendieron la lección y, así, la transición unió a los sucesores del franquismo y de la república en una sola casta política capaz de atender adecuadamente las necesidades de los poderosos del mundo. Metafóricamente, considero la constitución de 1978 como el Decreto de Unificación de los grupúsculos de ambos bandos para, por fin, volver a un sistema racional de partidos turnantes (de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas) libre de las veleidades revolucionarias surgidas en el siglo XIX, para mejor servir a los que importan, que son, como siempre han sido, los amos de la pasta, dentro y fuera de Hispania.

Desde entonces se han dedicado a entretenernos, haciendo cada facción lo que le tocaba sin que la gente se levantase más de la cuenta: reconversión industrial, decreto Boyer (que, junto con la falta de actualización de rentas desde el 73, es el origen remoto de la burbuja inmobiliaria), contratos basura, malbaratamiento de las empresas y la banca pública, supresión del derecho de los ciudadanos a aprender a manejar un CETME… en un encadenamiento que nos lleva a la situación actual, cuya finalidad parece ser acojonarnos lo suficiente como para que no nos sublevemos cuando entreguen a empresas privadas la Sanidad y la Seguridad Social, que son los últimos grandes negocios en manos del “Estado”.

Para ello, por cierto, también se admitió a los sindicatos en el reparto del pastel: son muy útiles para desmovilizar a la gente, como han venido haciendo desde que se inició el actual desastre. Desmovilizar el día a día y, de vez en cuando, cuando la tensión parece desbordarse, convocar un paro testimonial, para que la gente se desfogue un poco, tenga la impresión de estar haciendo algo, y no los mande definitivamente a tomar por culo.

¿Cómo puede estar pasando todo esto sin que estalle una insurrección? Pues porque los ciudadanos somos gilipollas y nos dejamos distraer con cualquier cosa. Nos distraemos como se distraen los niños pequeños o los chimpancés. Y así, aparte de llenar cada quince días el Bernabeu o el Camp Nou en vez de llenar la calle pidiendo cabezas, por los mismos motivos zoológicos que llenamos estadios, nos dejamos enfrentar por banderitas. Aunque los que enarbolan las banderitas son los mismos que nos están jodiendo hasta límites que jamás habríamos sospechado: la llamada de la tribu activa los reflejos más atávicos. Ante eso, nada puede la razón.

Los jefes aprendieron que están todos en el mismo barco, que los del antiguo régimen tenían que hacer un poco de sitio a los nuevos y que tienen que llevarse todos bien si quieren seguir viviendo a nuestra costa.

Nosotros, es evidente que no hemos aprendido nada. Así nos va.

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P.S.- Me han dicho que doy por supuesto que la gente sabe ciertas cosas, así que, con miedo de ofender a mis lectores, aclaro:

a) Partidos turnantes: sistema político establecido en el llamado régimen de la Restauración, instaurado tras el golpe de Estado militar que derrocó a la primera república (que tampoco se merecía otra cosa, dicho sea de paso) y devolvió a los Borbones a Hispania. Consistía en alternar el Gobierno entre conservadores (Cánovas) y liberales (Sagasta) mediante elecciones fraudulentas, para conseguir un resultado análogo al de PP y PSOE. Bien descrito por Galdós y Valle Inclán.

b) Decreto de Unificación de 1937. Invento de Serrano Súñer, el cuñado de Franco, para crear un partido único en el bando nacional unificando la Falange y el Requeté en algo denominado: “Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista”, que pretendía ser algo como el partido nazi alemán o el partido fascista italiano, Aparentemente, resultó algo mucho más cutre, pero el caso es que sobrevivió muchísimo más tiempo que sus modelos. Hasta ahora. Es que los españoles somos la leche, oiga.





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