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En defensa del honor militar, por Frank Krklec Torres



Me siento sumamente indignado y decepcionado por las vergonzosas y patéticas declaraciones del señor ministro de Defensa, José Huerta Torres, y el señor Comandante General del Ejército, Jorge Orlando Céliz Kuong, defendiendo y apoyando la humillación pública que pasó el Ejército a manos de la ministra de la Mujer.

Es más chocante aún que esas sumisas e indignas declaraciones vengan de dos oficiales de carrera. Y que tengan la sinvergüencería y desfachatez de decir que los reglamentos militares si se pueden violar, y que los soldados encima del uniforme pueden usar otros artefactos. Hoy son mandiles rosas, ¿mañana qué sigue? ¿Faldas, pelucas, tacones o lápiz de labios para ridiculizar a nuestros soldados y mantener contentos a políticos mediocres y pusilánimes que no tienen idea de lo que es el honor y la dignidad militar? ¿Dónde queda la disciplina, la mística y los valores institucionales que aprendieron como cadetes en la histórica Escuela Militar de Chorrillos?

Es una vergüenza que esos señores hayan deshonrando su uniforme y preferido sus temporales cargos a defender los principios y valores de una institución centenaria como el Ejército Peruano. No representan para nada a la gran mayoría de señores oficiales, suboficiales y soldados que han arriesgado y arriesgan su vida en defensa de todos nosotros, que han luchado en Costa, Sierra y Selva contra invasores extranjeros, que ayudan a nuestros compatriotas en caso de catástrofes naturales y que derrotaron limpiamente al genocida y cobarde terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA.

No, no todos los oficiales son así. Y le agradezco a Dios que desde niño he tenido el ejemplo de un oficial ejemplar en mi hogar, hablo de mi Padre, el señor Coronel EP (R) Frank Krklec Cappelletti, quien desde que tengo memoria lo he visto despertarse 5 de la mañana, para ponerse su impecable uniforme e ir a trabajar a su institución.

En nuestra familia muchas veces no pudimos contar con su presencia, especialmente de niño, él se encontraba en zonas de emergencia, alejado del hogar, luchando contra el enemigo terrorista. Mi madre me contaba que incluso en algún momento por casi un año no pudo verlo.

Después, cuando pudimos acompañarlo toda la familia vivió junto con él las dificultades de la vida militar, que involucra muchos cambios de hogar, con los consecuentes cambios de colegio y obviamente de amigos. He tenido 13 cambios de colegio en toda mi vida. La economía familiar no sobraba para tener lujos, pero reconozco que por el esfuerzo de mis padres nunca nos faltó nada en el hogar, y siempre tuvimos todo lo necesario para salir adelante.

Luego llegó la persecución política, por parte de los terroristas perdedores de la guerra militar y sus cómplices organizaciones que dicen defender derechos humanos, pero a las que jamás se les ha visto defender a una víctima de esos criminales. El 2004, el Ministerio Público y el Poder Judicial en base a mentiras y calumnias acusaron a mi padre y otro grupo de militares por supuesto homicidio, les dictaron orden de captura como si fuera un vulgar delincuente, orden que se mantuvo vigente por 5 años. Dicho juicio además de frustrar su carrera, a pesar de tener todos los méritos para llegar a lo más alto, afectó la tranquilidad familiar.   Lo que malos jueces jamás consideraron es que mi padre era miembro activo del Ejército, tenía un trabajo estable, domicilio conocido, una esposa, y tres hijos que estaban estudiando en el colegio. El 2009 cesó dicha orden, pero comenzó un largo juicio contra 41 miembros del Ejército por el mismo caso, en el cual luego de 5 años, se les sentenció a 19 años de prisión, prisión que luego fue revocada por la Corte Suprema de Justicia el 6 de enero de 2015, que lo declaró inocente de esa farsa judicial.

Quince largos meses que nadie los podrá devolver jamás, mi padre estuvo privado de su libertad en base a mentiras y difamaciones promovidos por los defensores de terroristas. Quinces meses en los que vi a mi madre diariamente prepararle su comida a las 7 de la mañana para poder llevársela temprano donde estaba, ya que ella no iba a permitir jamás que coma alimentos de un penal. Y durante todo ese tiempo cuando lo iba a ver siempre estaba impasible, calmado, sonriente y tranquilo. Era la templanza de quien tiene la conciencia tranquila al saber que nunca hizo nada mala, y que lo único que hizo fue cumplir su deber como soldado, en defensa de la Democracia y la nación. Y el tiempo le dio la razón, finalmente la Corte Suprema de la República hizo justicia, y declaró que no había ningún motivo para haber estado privado de la libertad. Ahora está en su hogar, en situación de retiro, con la conciencia tranquila, la satisfacción del deber cumplido y pudiendo compartir tranquilo con sus nietos, mis hijos.

Ahora que soy padre de una linda niña y un bebé comprendo mejor a mi padre, comprendo mejor su actitud. A nosotros sus hijos, no nos ha heredado riquezas ni lujos, pero nos ha dado algo mucho mejor, su ejemplo moral y personal y el orgullo de ser descendientes de un héroe de la patria, un soldado con una trayectoria intachable y honrada, que puso el pecho por el país en sus horas más oscuras, y que jamás se humilló ante nada ni nadie por favores ni prebendas políticas.

Gracias papá por demostrarme que el honor militar existe, tu ejemplo de vida se lo transmitiré siempre y con mucho orgullo a mis hijos y a quienes vengan después de ellos. Porque la satisfacción del deber cumplido con el país, y de haber honrado el uniforme que te otorgó la nación vale más que nada en el mundo. Gracias a los valientes soldados de antaño y de ahora que ofrendaron su vida, aún a costa de su familia, para hacer un mejor país para todos nosotros. Como peruanos siempre honraremos su memoria, los tendremos presente y defenderemos su institución. Si algo tenemos claro es que los ministros y comandancias generales pasan, la institución queda. 


¡Que viva el glorioso Ejército Peruano!

!Siempre de pie, jamás de rodillas!





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