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En defensa de la segunda vuelta

Iván Budinich Castro

El fujimorismo tiene que administrar con cuidado su hegemonía en el actual congreso. Ostentar la mayoría puede resultar perjudicial a los ojos de la opinión pública si se dejan llevar por el número y se diera el caso que rememorando episodios ingratos como las recordadas “interpretación auténtica” y la defenestración de los miembros del Tribunal Constitucional. El poder puede cegar y la ceguera del poder es conducente al abismo, la situación del líder histórico del movimiento fujimorista es una prueba concluyente de ello. 

Las declaraciones de la congresista fujimorista Patricia Donayre a propósito de la probable iniciativa de eliminar la Segunda Vuelta favoreciendo candidaturas que alcancen el umbral de 40%, trae a la memoria malos recuerdos de los peores momentos del fujimorismo y sienta un oscuro precedente en las relaciones entre la opinión pública y su movimiento. Es una propuesta que parece ir con nombre propio, así venga un congresista del partido aprista como Javier Velásquez que parece haber desempolvado la vieja escopeta de dos cañones de los compañeros de la Av. Alfonso Ugarte.

Cierto es que la Segunda Vuelta electoral es un gasto enorme para las arcas nacionales y digamos que en una votación de 49.9% de un candidato contra 30% de su rival más cercano casi hasta parecería un despilfarro inútil; pero esas son solo apariencias que engañan a los tontos, la utilidad de este mecanismo en nuestra vida institucional y su gobernabilidad es de lejos superior a sus costos.

¿Para qué sirve la segunda vuelta? La existencia de este mecanismo de segunda vuelta electoral, tiene entre sus fines fortalecer la gobernabilidad forzando a los actores políticos participantes en la carrera electoral a construir alianzas que aseguren la gestión del próximo periodo. Una crítica inteligente podría sugerir que la eliminación de la primera vuelta llevaría a que estas alianzas se creen desde antes del proceso electoral. La respuesta es sí y no. Las alianzas ya se crean en nuestro sistema desde antes de la segunda vuelta y no son demostrativas necesariamente de una amplia convergencia. Ejemplos claros de ello han sido la izquierda unida, el Fredemo, el Frente de Centro, Unidad Nacional, Alianza Popular. El Frente Amplio. Todos ellos han agrupado ha fuerzas más o menos representativas del mismo espectro político en su momento, pero poco o ningún esfuerzo han sido por una concertación de mayor alcance.

Desde ese punto de partida, es donde se llegamos al segundo ítem, donde se demuestra que la verdadera utilidad de la segunda vuelta, esta es desactivar el potencial desestabilizador para la democracia de las iniciativas radicales. Esto se vio claramente en 2011 cuando el hecho de llegar a la segunda vuelta frente a una fuerza promercado como el fujimorismo, obligo a que el entonces candidato Ollanta Humala se encontrara en la necesidad de dejar de lado los elementos radicales de su primera alianza para forjar un acuerdo de mayor amplitud con el centro y la derecha antifujimoristas y dejar de lado el plan de la “Gran Transformación” de clara inspiración chavista para reemplazarlo por la más funcional y democrática “hoja de ruta.

Y por último, pero no menos importante está el hecho que la segunda vuelta otorga legitimidad al designado por las urnas ante la totalidad de la nación peruana. Podemos imaginarnos lo que le hubiera pasado a un Ollanta Humala y su camarilla ungidos por apenas un tercio del electorado tratando de aplicar gracias a su precaria mayoría congresal el programa de “La Gran Transformación”, pues el país se hubiera vuelto un caos con un gobierno gobernando de tal manera que dos tercios del país los tuviera en abierto desacato. Lo que paso con Salvador Allende en Chile es un ejemplo claro de lo que ocurre cuando un presidente no tiene la necesaria legitimidad otorgada por las mayorías durante una elección.

Esperemos por el bien del país que iniciativas desatinadas y con nombre propio no prosperen en este congreso mayoritariamente fujimorista, como tampoco deberían prosperar desde el ejecutivo.


Nos leemos.


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