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Esperando el (a la) Milagro

Las medidas suenan del todo acertadas porque significan, de hecho, aquello que se esperó del gobierno de Alberto Fernández desde un primer momento: un shock re-distributivo que permitiera al pueblo comenzar a recuperar lo perdido, en términos de poder adquisitivo, durante el gobierno de Mauricio Macri. No obstante, suponer que la batería de anuncios es extemporánea no es un ejercicio carente de fundamentos.

Me refiero, por supuesto, a todo lo hecho por el Ministro de Economía y candidato a presidente por Unidos por la Patria Sergio Massa tras las elecciones PASO y, fundamentalmente, tras la devaluación del 20% del valor del peso posterior a ese primer turno Electoral, exigencia del FMI en el marco de los condicionamientos que ya sabemos. La eliminación por ley de la cuarta categoría del conocido como “impuesto a las ganancias”, devolución del IVA a la compra de productos de la canasta básica, léase alimentos, y el refuerzo de ingresos que apunta fundamentalmente a las personas sin trabajo o sin ingresos que permitan alcanzar el costo de la canasta básica, además del impulso al incremento salarial del 32%, aumento de jubilaciones y bonos, programas para PyMES, etc.

Es inevitable pensar que de haber accionado el gobierno del Frente de Todos en ese sentido desde el principio de la gestión, el panorama social sería sustancialmente diferente. Ni hablar el electoral. Se sabe que sectores del frente gobernante le endilgaron al tándem Alberto Fernández-Martín Guzmán la derrota electoral de las pasadas en las legislativas del 2021 por “ahorrarse un IFE” que, en tiempos de pandemia-cuarentena fue de ayuda para millones de personas, pero a la vez fue de corto alcance.

En su análisis político-social, el recordado Mario Wainfeld, sobre quien en la nota del pasado domingo escribí en extenso impactado y entristecido por su intempestiva partida, sostenía que el gobierno de Fernández resulta una rareza en tanto es un gobierno peronista que no generó ninguna nueva institución, ningún nuevo derecho, cosa que otros, concretamente los de Néstor y Cristina Kirchner y el primigenio peronismo (el menemismo fue otra cosa) consiguieron con creces.

Pero lo hecho, hecho está y lo no hecho es el abundante alimento de la columna del debe. Hoy día, el impacto positivo de las medidas es innegable y el dato en clave electoral es que el frente gobernante en general, y su candidato a presidente en particular, recuperaron la centralidad de la acción política y el debate con acciones que sirven no solo para atender todo lo antes desatendido, sino para poner en evidencia la naturaleza estrictamente electoral de las prácticas opositoras lo que se notó con particular intensidad respecto del tema ganancias.

En tiempos de la campaña electoral 2015 Macri prometió quitar ese impuesto pero como presidente, sobre el final de su mandato, “logró” que lo pagara el doble de gente. Más aún: cuando Massa anunció la medida, el bloque de “Juntos por el Cambio” lo desafió a enviar el proyecto de Ley al Congreso para aprobarlo con celeridad. El proyecto fue y se aprobó, solo que ellos votaron en contra.

A la vez, integrantes de “Juntos” tanto como de “La Libertad Avanza” del autopercibido como libertario Javier Milei, cuestionan muchas de las medidas aduciendo que se trata de acciones electoralistas que aumentarán la inflación y aumentarán el gasto público. Estos sectores, paralelamente, atentan en su diatriba contra la soberanía nacional proponiendo eliminar la moneda nacional para reemplazarla por otra, desconocen la posición del Estado Nacional respecto de Malvinas y en el medio de todo ese merengue (con perdón de la dulce preparación a base de claras de huevo y azúcar), aparece en primer plano la reivindicación de la dictadura coronando un discurso abiertamente estigmatizante de los sectores populares y por supuesto, represivo.

¿A qué vamos con todo esto? A que no por obvio, es inevitable señalar, una vez más, que la disputa electoral es entre un proyecto político que con sus fallas, contradicciones, tensiones y expectativas incumplidas, insiste en pensar al país en términos de desarrollo soberano, inclusivo e independiente, mientras que del otro lado lo que se promete es destrucción, represión y dependencia.

Establecido esto, y más allá del resultado electoral de las generales que naturalmente al día de hoy es una incógnita, nunca es tiempo de dejar de lado otra serie de cuestiones que van más allá de la evidente necesidad de acomodar la calidad material de vida de las personas, cuestiones que tienen que ver con el deber ser, con la construcción de la identidad respecto del cumplimento de ciertos imperativos categóricos y que, por otra parte, son una obligación ética. Lo simbólico (sin dejar de ser práctico), como parte de un relato que no debe permitirse ciertas licencias. La referencia, concretamente, es respecto de Milagro Sala.

Milagro es la primera presa política del macrismo y al día de hoy su situación es calamitosa. Perseguida, estigmatizada, enferma, con un hijo y su esposo fallecidos en el transcurso de este año, se celebra (¿celebra?) que en la semana que concluye la justica… perdón, el poder judicial jujeño, autorizó a la líder de la Tupac Amaru a salir de su provincia para atender su salud ante el severo riesgo de morir. Los análisis respecto de las razones por las que el poder judicial jujeño autoriza lo que antes negó son pertinentes, lo que no exime al gobierno nacional de su responsabilidad.

Alberto Fernández, sabemos, justificó/justifica su decisión de no indultar a Milagro porque el indulto, dice, “es una rémora monárquica”. Estará conforme el Presidente entonces con su decisión. Total, el costo lo paga el maltrecho cuerpo de Milagro y su espíritu magullado pero de enorme fortaleza. A todo esto, Sergio Massa fue uno de los que se subió al discursito estigmatizante, aquel de la culpabilidad de la dirigente social mujer, india, plebeya, de haber montado un estado paralelo en una Jujuy que ha hecho del olvido de sus hijos una constante.

Hoy la provincia norteña es sometida por el represivo poder del radical Gerardo Morales, quien armó un poder judicial a su gusto para perseguir a sus opositores, y quien en el tramo final de su mandato, antes de sumarse al rotundo fracaso de Horacio Rodríguez Larreta en su intentona presidencial, se terminó de cargar la institucionalidad de su provincia imponiendo una constitución inconsulta que desconoce derechos colectivos de docentes, trabajadores, estudiantes y fundamentalmente pueblos originarios. Le economía de la extracción, la entrega de los recursos naturales y el negociado a su propio beneficio solo se sostienen pegándole a la gente, torturándola, deteniéndola de manera arbitraria utilizando vehículos si identificar provistos por alguna empresa privada.


Entre tanta expectativa incumplida, es deseable aunque improbable que, en un acto de justicia, en el final de su mandato, Alberto Fernández indulte a Milagro y si no el, en caso de ganar las elecciones sea Massa quien lo haga, aunque parece difícil que el chancho vuele. Para peor, el pasado domingo en Salta en el marco de una firma de acuerdos por temas energéticos con gobernadores norteños llamó “querido amigo” a Gerardo Morales, carcelero de Milagro.

Pelotazo en contra

En lo que arrecian los males, en las últimas horas Martín Insaurralde renunció a su cargo de Jefe de Gabinete de Axel Kicillof tras conocerse imágenes suyas junto a una modelo en Europa, en Marbella concretamente, gozando de la vida en un lujoso yate. No está de más preguntarse si la publicación de esas imágenes son un golpe autoinflingido o si es una maniobra suya motivada vaya a saberse por qué a horas del debate presidencial pero, más importante aún, es preguntarse de donde obtiene el renunciado el dinero suficiente para asimilar un costo de 20 millones de pesos por su divorcio de Jesica Cirio, tanto como para darse la gran vida en el viejo continente.

Tranqui, Insaurralde, que la pobreza está “apenas” en el 40% y lo simbólico carece de importancia.

El golpe que esto significa para la campaña del oficialismo de dimensiones imposibles de predecir, pero sin dudas no es menor.

Insisto en que la disputa entre un modelo de país que defiende al menos márgenes de independencia, de soberanía y justicia social y otro de liso y llano sometimiento es absolutamente clara. Allí no hay discusión posible y sabemos con meridiana claridad que para el lado de la extrema derecha la cosa no debe ir por nada del mundo, pero saldada la disputa, hacia adentro del campo nacional y popular es mucho lo que hay que revolver, discutir, re-pensar y exigir a la dirigencia. Insaurralde es inadmisible. Todo él es inadmisible, y el caso de Milagro Sala es paradigmático: se prefirió la corrección política, si cabe, a la acción justa que era/es sacarla del calvario y, como símbolo, eso es terrible.

Esperando el (a la) Milagro es una publicación original de El Ágora Digital.



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