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Con el susto no hacemos nada

Repasaba mi nota del 6 de agosto, una semana anterior a las elecciones PASO que fueron cubiertas de manera notable por El Ágora Digital.

Decía allí que “el campo nacional y popular hoy se ve deficientemente representado e inmerso en un debate peligrosamente simplificado por algunos actores al plantear que la disconformidad y la desilusión son funcionales a la derecha. A lo mejor, por un lado, esos actores debieran parar las orejas para escuchar la verdadera naturaleza de esa sensación que corrió como reguero de pólvora al momento de definirse las candidaturas y por otro lado, debieran evitar subestimar al sector descontento, que no por descontento es suicida”.

Luego agregaba que “tal vez se está exigiendo demasiado de las bases. Las urgencias de hoy son las de siempre, pero profundizadas. La demanda es por una épica que ponga al pueblo como sujeto central de la política y que no lo deje a un costado como espectador de un proceso de toma de decisiones que hace tiempo parece estar desconectado de la realidad”.

Finalmente, decía en ese tramo que “casa, trabajo, salud, educación y oportunidades es lo que se reclama. El Estado hoy no garantiza el ejercicio de esos derechos y eso es indicativo de una sola cosa: no se necesita menos, se necesita más Estado. Más políticas de inclusión e igualación. Mas cultura, sentido de pertenencia y construcción ciudadana.”

Hoy se cumple una semana de la realización de las Primarias con el resultado harto conocido: el candidato más votado fue el neofascista Milei, seguido de Sergio Massa y Patricia Bullrich. La diferencia entre primero y tercera es exigua, no obstante, el propio candidato en esfuerzo compartido con los medios de comunicación de la derecha y replicado hasta el infinito en las redes sociales instaló un clima triunfal que contiene sentencias del tipo “estoy listo para asumir ya mismo”, acompañado de un coro que augura (otra vez) que el gobierno no llegará a término.

Posteriormente, se manifestó en contra del Conicet, es decir, de la ciencia y técnica argentina, de la educación y de la salud públicas profundizando su propuesta, que más bien tiene tufillo a promesa de imposición, de otorgar “vouchers” que son no otra cosa que una especie de crédito que luego el “beneficiario” deberá pagar porque claro, las cosas deben pagarse. A este respecto, el argumento del economista ultraliberal es que las universidades, para garantizar la calidad de su propuesta educativa deben competir entre sí para atraer a la mayor cantidad de estudiantes y con ellos, su supervivencia.

La que rápidamente respondió fue la Universidad de San Juan, que a través de una nota publicada en su web y que fue recogida entre otros por Ámbito Financiero, explicó que una carrera costaría anualmente a cada estudiante entre 1.500.000 y 2.000.000 de pesos.

Los dichos de Milei sobre el Conicet y la “voucherización” de la educación y la salud son solo dos botones de muestra de lo que trae como promesa de tempestad y a estos dos ejemplos debemos agregar un tercero esencial: el ex economista en jefe de Máxima AFJP señaló que para un gobierno suyo el Fondo Monetario no será un problema porque el parte de una hipótesis de recorte y ajuste mucho mayor que la que exige el organismo.

No hace falta estar especialmente iluminado por los dioses de la erudición para entender que ese ajuste del que habla el candidato recaerá, porque además lo dice, sobre todo el espectro de políticas sociales e inclusivas con lo que los verdaderos afectados serán los de siempre: los pobres, pero eso sí, edulcorado todo con esa promesa máxima, la de la dolarización de la economía que no será, de concretarse, otra cosa que la entrega definitiva dela economía argentina a fuerzas que nada tienen que ver con el interés nacional.

No obstante todo lo anterior, es bien conocido el sentido de todo el planteo de Milei: dolarización, extranjerización de la economía por la vía de la apertura a los capitales especulativos y de la apertura indiscriminada de importaciones con la consiguiente destrucción del entramado productivo y la reprimarización dela economía soltándole piola al “campo”, pero no al de la producción familiar, el de las quintas que producen lo que comemos cada día, sino a ese campo fundamentalmente sojero que vive especulando para sacar la mayor tajada posible. No es antojadizo lo que digo: a su forma, el mismo lo manifiesta y, por otra parte, nada distinto puede esperarse de un reivindicador de Ménem, Macri y Cavallo.

Sin embargo, acaso el aspecto más notable del discurso de Milei es la profusión de odio que emana de sus dichos.

Con la descalificación constante del kirchnerismo y de la llamada “casta”, encuentra y construye, en un escenario de legítimo descontento social, al enemigo sobre el que hay que operar, al que hay que eliminar para que finalmente, de su mano, llegue la salvación.

Terminar con la “casta” y como dijo en su discurso del pasado domingo, con “esa aberración” que es la idea de la justicia social, esa idea que el economista comparte con el Vicepresidente de la Corte Suprema Carlos Rosenkranzt, quien dijo este año en una conferencia en la Universidad de Chile que “hay una afirmación que yo veo como un síntoma innegable de fe populista y en mi país se escucha con frecuencia, según la cual detrás de cada necesidad debe haber un derecho. Obviamente un mundo donde todas las necesidades son satisfechas es deseado por todos, pero no existe. Si existiera, no tendría ningún sentido la discusión política y moral”.

Y si, es que de acuerdo con esa perspectiva un derecho es un gasto, y alguien tiene que pagarlo.

Entonces, la operación de sentido tiene una culminación evidente: si un derecho es un gasto, si los recursos son finitos, entonces aquel que goza de un derecho garantizado por el Estado es el beneficiario último de un robo (según lo define el propio Milei) perpetrado por el mismo Estado.

Siendo así, la culpa del malestar de la Nación es, en definitiva, del pobre “planero”, de las familias que cobran la AUH, de quien se educa de manera gratuita en una escuela o universidad, de quien hace uso del sistema público de salud, de quien utiliza un sistema de transporte subsidiado.

Cuando ampliamos la mirada, resulta que los ladrones somos todos y por supuesto, el perjudicado, es el “hombre de bien”. En otras palabras, el empresariado o el millonario que paga impuestos y que, si no los paga y evade, lo hace “en defensa propia”.

La síntesis es más o menos así: los políticos malos y corruptos roban a través de un estado sobredimensionado al pobre sector privado para darle derechos a los pobres, o a cualquiera que habite el suelo de la Nación Argentina.

De esta manera, lo necesario para que la “libertad” avance es terminar con la “casta”, achicar el Estado y al que se oponga… que se agarre, porque en lo único en lo que parece piensa invertir el economista es en las fuerzas de seguridad y todes sabemos a dónde termina eso. Nos lo enseña la historia y para que nadie dude, no está de más recordar que su candidata a vice, Victoria Villarroel, es una negacionista reivindicadora del terrorismo de Estado.

Entre el enojo, el miedo y la ternura

El resultado de las PASO, más allá de lo ajustado, lanzó sobre la realidad argentina la concreta sombra que significa la mera posibilidad de un nuevo desembarco del neoliberalismo.

Un neoliberalismo en fase furibunda que blandiendo promesas de aplicación de cortes con “motosierra” en el entramado social, político, económico y cultural, a la vez que entre los seguidores a ultranza del líder carismático genera excitación, en quienes tienen una mirada más emparentada con las necesidades del prójimo y las propias lo que generó es pavor.

Un miedo insondable ante una chance (una mas) de destrucción de las posibilidades de desarrollo del país.

No está mal enojarse con esa posibilidad, y fundamentalmente con la realidad que nos atraviesa como un rayo (que no es misterioso).

La política tradicional, en la deriva de un gobierno neoliberal como el de Macri y uno pretendidamente peronista como el del Frente de Todos con Alberto Fernández a la cabeza no ha sido capaz de satisfacer necesidades tales como el acceso masivo a la vivienda, al crédito, al trabajo en condiciones dignas.

Del gobierno del PRO era esperable. La debacle, en cambio, del gobierno de Fernández es una puñalada.

De esta manera, y aquí sin importar bajo que bandera uno marche, el padeciente es el conjunto del pueblo argentino. Es el a esta altura famoso concepto de “insatisfacción democrática”.

El pibe (y digo pibe porque mayormente son hombres los votantes de Milei, y eso dice bastante) que se desloma todo el día laburando de cadete para una App, como el pobre de toda pobreza que la ve pasar invariablemente, tienen razones para, primero, sentir enojo y frustración y segundo, verse seducido por un discurso que, aunque construido sobre una vigorosa malversación de variados conceptos, toca teclas clave de la sensibilidad social e individual.

Enojarse, hay que enojarse. Con la realidad, con las promesas incumplidas y con los discursos de odio devenidos en prácticas repudiables pero, creo, al que tenemos al lado hay que mirarlo con ternura, porque sufre los mismos males que las grandes mayorías.

Es imprescindible evitar el desembarco de esa expresión protofascista a la conducción del Estado, y es aún más imprescindible parar la oreja, afinar las antenas para poder desde allí construir. Y la dirigencia tendrá que entender de una buena vez que el sujeto histórico a defender, sin dobleces, es el pueblo.

Con el susto no hacemos nada es una publicación original de El Ágora Digital.



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