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Un alargue feliz

por Diego Kenis (*)

Hace un mes y cinco días, el 20 de noviembre, comenzaba el Mundial de Qatar 2022 y en El Ágora presentábamos la primera de la media decena de notas dominicales con que nos propusimos recorrer el desarrollo del certamen.

Seis domingos después se está cumpliendo una semana de una de las mayores alegrías futbolísticas de la historia albiceleste. Bajo el sol del último fin de semana de primavera, miles de personas regaron su felicidad en las calles de Bahía Blanca y cifras equivalentes lo hicieron en cada punto de encuentro de la región.

Durante los cinco domingos de Mundial, esta columna invitó a recorrer la historia, el contexto local de esta cita que –por su particular periodicidad y su indudable arraigo en la cultura popular- sirve como mojón para fijar las épocas de la memoria. Aprovechar la oportunidad para recuperar capítulos olvidados, a veces obligatoriamente silenciados, parecía desde el vamos un modo nutritivo de entretener la espera y acompañar las ilusiones.

Hoy la alegría vuelca el tintero para una nueva y última nota, un pequeño tiempo extra que prolongue el mes compartido. Va en forma de reflexiones algo sueltas, porque todavía la distancia no es la suficiente como para clarificar el exacto lugar que este Mundial habrá logrado en nuestros corazones, con aquello que sea inolvidable y lo que no conviene dejar que se diluya entre los brillos.

El ciudadano ilustre

Es curioso que la misma ciudad que declara ciudadanos ilustres a los campeones Lautaro Martínez y Germán Pezzella considere obra cumbre a la película que bajo ese título se burla con cinismo de las muestras de afecto que hacia los ídolos tributan los pueblos que los engendraron. Humor con forzada soberbia urbana, desprecio por los amores identitarios de pago chico, desde una ciudad estancada demográficamente desde hace varias décadas: mucho más cerca de ser mirada que de mirar con la sorna que propone el director, y todavía acomplejada por el título de una publicación (¿real, o leyenda urbana?) que la catalogó como chacra asfaltada. Un detalle reciente, corroborable: la revista que el diario Olé dedicó a los campeones asigna a la Bahía de Pezzella y Martínez 285 mil habitantes.

Sin embargo, llega Lautaro y no se lo paseará en autobomba pero se abre el Teatro Municipal, y el intendente y funcionarios y periodistas y cholulos hacen fila y pelan codos, colándose en las alturas del ídolo para mirar a la marea excluida en las afueras. Recuerdo una foto del pequeño y anónimo Torito trepado al alambrado gritando por su Liniers, en 2012, y pienso que cualquiera de estos nenes que no alcanzan a ver nada podría ser el próximo prodigio, por qué no. Pero el mensaje institucionalizado es que solo serán coronados si además de salir en la tele consiguen el título del mundo, como si esa empresa fuera tan fácil y no hubiera demorado 36 años. Por el momento, a los futuros Lautaritos nadie les hará notas, ni les pedirá autógrafos ni los distinguirá con una ciudadanía VIP.

¿Bahía Blanca se burla de sí misma con la película que celebra? ¿O, por el contrario, cine y realidad expresan una triste coherencia? Tal vez pueda responderse conforme el tiempo ofrezca algo de distancia.

En principio, parece natural que nuestras vidas domésticas concurran al encuentro de alguien que les dio no sólo una alegría, sino también un lugar identificable en el mapa o algunos píxeles en una foto destacada de la historia. Hay nombres que permiten a nuestra módica cotidianeidad no parecer tan divorciada de los arquetipos universales.

No está mal, siempre que el champagne del exitismo no nos distraiga de alimentar al próximo Lautaro. Porque un tercio de la ciudad es pobre y no sería extraño que el posible talento de mañana no tenga para comer hoy más que ilusiones.

Finales

Bahía Blanca también tiene un nombre muy simbólico para ser tenido en cuenta en estas fechas. Rodrigo Palacio, surgido de Bella Vista e hijo de una leyenda de Olimpo, fue uno de los mejores delanteros de la Selección argentina en las últimas décadas.

El destino quiso que en 2014 no pudiera controlar del todo una pelota difícil que lo dejó cara a cara con el arquero alemán, en la Final del Mundial de Brasil. El equipo argentino mereció ganar ese partido, y Palacio Pudo Ser quien cortase la racha de –hasta entonces- 28 años sin obtener un Mundial.

No se dio, como tantas veces no se da en el fútbol y en otros deportes. Pero para 2014 ya existían las redes sociales y su competencia de obviedades, muchas veces trepadas a una observación errónea.

A Palacio se lo crucificó en forma de latiguillo, emergieron de pronto miles de expertos en definiciones frente a portentos germánicos: “era por abajo”, lo educaron.

La Joya no jugó en 2014 en menor nivel que el Toro o Pezzella, pero lo que coronó como ejemplo la Bahía Blanca institucional es que la diferencia la hace la esfera, a veces pecosa y siempre caprichosa: si decide entrar, o no.

Quienes atan sus felicitaciones o reproches al resultado final de una maniobra nunca jugaron, o ya lo han olvidado: nadie opta por errar un gol y la decisión de cómo definir se toma en una fracción de segundo tan pero tan fina que siempre acaba pareciéndose mucho al azar. Por eso el mismísimo Diego Maradona se persignaba antes de los partidos y, al narrar sus inolvidables goles, prologaba el relato con un sincero “tuve suerte”.

Gracias a D10S, está la revancha de los libros, que continúan escribiéndose cuando los partidos terminan y las luces se apagan. Nicolás Guglielmetti, también ex futbolista de Bella Vista, regaló para este Mundial una obra que combina ciencia ficción y sátira de teorías conspiranoicas. Con la novela, transforma en hecho creativo la tristeza por el destino esquivo de su ex compañero Palacio, aquel Teatro Municipal que en 2014 no pudo ser. Modesta recomendación: no se la pierdan.

Pitazo final. Gracias a El Ágora por la invitación mundialista y a quienes tuvieron la paciencia de compartir estos seis domingos. A Messi y su pandilla, por haber intentado siempre. Al Pelusa de Fiorito, por los recuerdos. Y a cada pibe y piba que juega a la pelota, extendiendo en su infancia la de todos y todas.

Feliz Navidad.


(*) Diego Kenis es periodista. Escribe regularmente en el semanario digital El Cohete a la Luna y participa del proyecto de periodismo militante de la Agencia Paco Urondo.

Un alargue feliz es una publicación original de El Ágora Digital.



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