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El fantasma del Molino de Pérez - Leyenda urbana.

 El fantasma del Molino de Pérez - Leyenda urbana.
Por Héctor “Tito” López
“Según la historia conocida, la construcción que antecedió al molino, se realizó entre los años 1780 y 1790. Si bien J. M. Pérez adquirió los campos aproximadamente en el año 1836, el molino recién comenzó a trabajar como tal en el año 1840”.
A fines del año 1843 en el Molino de Pérez ocurrió un trágico hecho, que por interesadas razones se decidió no divulgar. Si bien el tiempo lo relegó al olvido, muchos años después, el albur y viejos papeles lo sacaron a luz. Quienes los examinaron, aseveran que en ellos se relata cómo ocurrió la tragedia, concluyendo que la misma, tendría relación con el largo período de inactividad del edificio.
Dando vida a lo escrito, deducen que todo sucedió de la siguiente manera…
Aunque recién promediaba la tarde, los nubarrones de una fuerte tormenta, oscurecía el cielo de tal modo que ya parecía noche. En la costa, el vendaval batía con sus olas los cercanos arenales, derramando lluvia sobre los campos y barrancas que flanquean al Molino de Pérez. Por ello la cañada del molino, ya con pretensiones de río, derramaba un mar de agua por los vertederos del dique.
A todo esto la recia construcción del molino, con sus puertas y ventanas bien trancadas, enfrentaba inmutable la tormenta.  A su abrigo cuatro hombres, y varios perros echados en su entorno, aguardaban junto al fuego que el tiempo mejorara. El círculo de llamas agitando sombras en las paredes, coloreaba vivamente los rostros del viejo Efraín, los hermanos Rodríguez y de Esteban el maestro molinero. Este, mirando con desdén a los paisanos que disfrutaban mateando, maldijo por enésima vez al temporal que le impedía continuar con su trabajo. Sacudió la cabeza, le dio un pico a su porrón de ginebra y sentenció para sí:
— ¡Que manga de inútiles! Pueden pasar todo el día al cuete y tan campantes.
Esteban estaba allí, contratado por el administrador del molino, que debía ausentarse por un tiempo, para poner a punto el molino antes del inicio de la zafra. Había llegado unos días atrás con sus herramientas, en una carreta que traía provisiones, sacos para embolsar la harina, y otros avíos para el trabajo de molienda.
Mientras se acercaban bordeando el arroyo, al lago y al dique que le contenía, le asombró  la extensión de los arenales, el alargado edificio en piedra y ladrillo que les enfrentaba y las barrancas que se habrían a la playa y al mar.
Sin embargo lo inusitado del paisaje no impidió que extrañara la falta de gente para recibirlos.
Los que sí salieron y de muy mal modo fueron los perros, que ladridos mediante trajeron a escena al viejo Efraín, acompañado por los hermanos Rodríguez.
Esteban saltó a tierra y su figura fuerte casi arrogante, contrastó de inmediato con la de los rollizos hermanos y la del encorvado anciano. El molinero apreciando la vivaz mirada del viejo, supo de inmediato, que era con él que debía hablar.
Tras los saludos de rigor, los hermanos comenzaron a descargar la carreta, mientras el viejo, enteraba a Esteban que de momento para ayudarle, contaba solo con el desalentador terceto que le diera la bienvenida. La noticia no le cayó nada bien al molinero que de muy mala manera ordenó a Efraín que le acompañara a conocer las instalaciones
Diestro en su oficio, examinó el estado de la rueda hidráulica, los canales, compuertas, el dique y el arroyo que ese día llegaba bastante crecido al embalse. En el taller de molienda revisó las muelas de piedra y la maquinaria. Encontrando todo en orden, recién se preocupó de la comida y de un lugar para dormir.
En los días que siguieron a pesar que comenzó a llover, el maestro molinero con la ayuda de los hermanos, fue llevando adelante sin problemas los trabajos previstos. Pero ya con una de las muelas giratorias ajustada, el temporal le impedía controlarla funcionando.
El silencio se hacía espeso y Esteban al que el alcohol volvía locuaz, conociendo lo supersticioso que suelen ser los paisanos, decidió burlarse de ellos inventando un cuento de fantasmas.
Le dio un trago a su porrón y como zonceando comentó:
—De donde vengo, los molinos están como aquí en lugares solitarios… donde no va nadie si no es tiempo de molienda.  Por eso no es raro que en ellos pasen cosas terribles. — Se detuvo y al verlos asentir con la cabeza continuó— y después la gente ve cosas que hacen temblar al más guapo.
Efraín pasó el mate y preguntó.
— ¿Quiere decir, que se les aparecen fantasmas?
— ¡Sí!.., fantasmas, espíritus y todas esas cosas.
— ¿A usted le pasó?
—Ya lo creo… me pasó un par de veces en el mismo sitio.
— ¡Ahaá!… ¿y se puede saber cómo fue?
Y sin hacerse rogar Esteban se despachó a gusto con una tenebrosa historia inventada por él.
A medida que la narración avanzaba, la lluvia y el viento parecían agigantar el misterio del relato. Los crédulos hermanos, miraban de reojo las sombras que parecían agitarse en los rincones e instintivamente se acercaron más al fuego.
Cuando Esteban contento por el éxito de su broma culminó el relato, Efraín le ahogó el gozo, al decir con fingido asombro no exento de malicia.
—De veras que lo suyo fue una experiencia muy mala, pero aquí mismo… —se detuvo y con sus manos abarcó el lugar— ¡también hay un alma en pena!
— ¡Aquí!.. ¡¿En este molino?!… No me lo imagino, pero ¡cuente… cuente! —dijo irónicamente Esteban, suponiendo que se trataba de alguna tonta historia de lobizones o algo por el estilo.
Efraín miró a los hermanos y como disculpándose por revelar un secreto, le confió al molinero que los detalles del hecho, le habían llegado gracias a su vinculación con la familia Pérez y a un viejo sacerdote amigo de ellos.
Efraín hizo cantar el mate y comenzó el relato.
—Antes que nada debe saber que la construcción original, la de piedra sobre la que después se edificó el molino, se empezó a construir mucho tiempo antes, allá por el año 1780.
El picapedrero a quien se encargó la obra resultó ser un hombre muy capaz, pero como se podrá ver, también muy duro y desalmado.
Artemio Cachón que así se llamaba y otros dos canteros se instalaron en un rancho que levantaron muy cerca de la obra. Día tras día cortaban y tallaban las piedras, que unidas con argamasa son las paredes que ahora nos rodean.
Periódicamente dejaban el lugar para ir en su carreta en busca de provisiones y materiales para la obra. Artemio rara vez iba con ellos y en una de esas solitarias ocasiones, se encontró en medio de un feroz temporal, cuyo viento barrió inclemente el mar y los arenales de la costa. Artemio agazapado en su rancho, superó el embate de la tempestad, que afortunadamente para él duró poco y se deshizo en mansa lluvia. Al bajar a la playa el mar aún oscuro y agitado, se retiraba arrastrando mar adentro un amasijo de maderos, cabos y lonas, que su furia nocturna trajera a la costa.
Cuando Artemio aún se preguntaba si serían restos de un naufragio, observó una serie de huellas que rodeaban una duna. tras la cual encontró un hombre cubierto por empapada ropa marinera, que le miraba fijamente. Su pálido rostro estaba cubierto por oscura barba y largas greñas de pelo. Con un visible esfuerzo atinó a farfullar algo, que Artemio no entendió. El hombre entonces, le dio a entender con señas que quería incorporarse.
Con desconfianza el picapedrero le tendió una mano, que él aferro con inusitada fuerza y tras un par de intentos logró sostenerse medianamente en pié.
El morral sujeto por correas que cruzaban el pecho y la cintura del extraño, llamó de inmediato la atención de Artemio. Su ávida mirada despertó la desconfianza de su dueño, que igualmente le siguió hasta el rancho. Sentado frente al fuego comió del ensopado que se le ofreció y poco a poco la lividez de su piel se fue desvaneciendo, aumentando la firmeza de sus movimientos.
Como el farfullar del náufrago le sonaba a francés, Artemio pensó que quizás era uno de los piratas de ese país, que cada tanto llegaban a estas costas, aumentando por ello el recelo que sentía hacia él.
El calor y la comida trajeron al naufrago el sueño postergado, que muy a su pesar comenzó a vencerle. Los ojos de águila de Artemio no dejaban de vigilar el morral y cuando el marino cayó dormido, tendió una mano para intentar abrirlo.
Su tanteo despertó al náufrago que advirtiendo la situación, con su cara transformada en una máscara de odio, se replegó abrió el morral, sacó un cuchillo y sin vacilar lanzando un ronco grito lo atacó. Pero Artemio estaba preparado y con una piqueta que escondía a su espalda, de un solo golpe le partió la cabeza. Antes que el náufrago expirara, le arrancó el morral de su cuerpo, lo abrió febrilmente y sus codiciosos ojos brillaron de alegría, al ver la cantidad de monedas de oro que en él había.
Por un momento fuera de sí, gritó a la soledad que le rodeaba.
— ¡Soy rico!… ¡Ricooo!…
—… ¿Pero y sus colegas?, —su mirada se endureció—, ellos también van a querer su parte.
— ¡De ninguna manera!… —afirmó refutando a su conciencia— aunque de para los tres, el oro es mío… ¡Solo mío!..
Luego más tranquilo y razonando que según sus cálculos, ellos podían estar llegando en el correr de esa tarde, decidió ante todo ocultar el cuerpo, para evitar preguntas.
Mientras pensaba donde y como ocultar su oro, arrastró el muerto hasta la obra y lo arrojó en una parte donde recién comenzaban la cimentación y prolijamente lo cubrió con piedras y argamasa.
Cuando finalizó el trabajo con más esfuerzo y tiempo y de lo que calculara, los perros que acompañaban la carreta, se hicieron oír a la distancia. Sus hombres regresaban.
Artemio no vaciló, colocó el morral con las monedas en el mismo cimiento y lo cubrió apenas con material para recuperarlo en la noche. Terminó poco antes que llegaran y cuando se felicitaba por ello, un extraño frío le hizo estremecer calándolo hasta los huesos.
La mañana siguiente lo encontró volando de fiebre y sin poder moverse vio contrariado, como sus hombres continuando el trabajo que él iniciara, agregaban más piedras sobre el muerto y su tesoro.
La fiebre aumentó tanto que lo llevaron al lugar más cercano que encontraron, un convento franciscano. Allí deliró varios días y expiró no sin antes confesar sus tropelías incluyendo la última.
El monje que lo asistió preguntó a sus amigos si habían visto restos de un naufragio y como ellos lo negaran, concluyó que aquella historia era solo producto del delirio y dejó el asunto en paz.
Efraín ya dueño de la atención de todos tomó tranquilamente un mate y continuó.
— Los trabajos continuaron pero al año del suceso… ¡Apareció el fantasma!
Los que le vieron contaron que en plena oscuridad, apareció un horrible ser, blandiendo un cuchillo, que persiguió a cada uno de los que halló en el lugar.
Como la aparición se repitió año tras año se hizo difícil mantener la continuidad de la obra, la que finalmente en el año 1790 se abandonó definitivamente.
En el año1836 Juan M, Pérez compró estos campos y decidido a utilizar lo construido, envió trabajadores para ampliarlo con miras de instalar un molino.
Y otra vez en su fecha, el fantasma apareció y asustó a los trabajadores. Pasado el alboroto se reiniciaron las tareas pero al año, cuando el espectro regresó todo volvió a detenerse. Buscando ayuda don Pérez consultó el problema con un monje amigo. Quiso la casualidad que él perteneciera a la misma congregación del que confesara a Artemio. Su historia era aun recordada, pero para los buenos monjes, todo aquello seguía siendo obra de la fiebre de un pecador arrepentido. En son de broma le aconsejaron que para evitar problemas en esa fecha abandonaran el lugar.
A don Pérez no le pareció mala la idea y de ahí en más así se hizo.
Los trabajos se terminaron sin novedad y el molino en el año 1840 comenzó a trabajar, como lo sigue haciendo hasta hoy, concluyó Fermín.
Esteban que se había dejado atrapar por el relato, reaccionó diciendo.
— ¡Hombre!, es la historia de fantasmas más rara que he oído —agregando con sorna — ¿y cual es la fecha en que aparece por aquí ese fantasma?
— ¡Esta es su noche! —apuntó tranquilamente Efraín.
La respuesta sorprendió e hizo reír a Esteban, hasta que el viejo agregó sombríamente.
— ¿Porque cree usted que el encargado su familia y sirvientes no están aquí?
La risa murió en los labios del molinero, al recordar cuanto le había extrañado la falta de gente al llegar, especialmente de mujeres y niños.
Cuando las dudas nublaban su rostro, una súbita claridad se esparció por el exterior. La lluvia había cesado y en el poniente un rasgón en las nubes, dejaba pasar la dorada claridad del sol.
Aquello rompió el hechizo del relato y le dio a Esteban aliento para preguntar:
— ¿Y entonces porqué se quedaron ustedes?
—Por dinero —contestó Efraín— el patrón nos pagó muy bien para que le hiciéramos compañía.
El molinero sacudió incrédulo la cabeza y lo mandó accionar las compuertas, para poner en marcha la rueda hidráulica y probar la piedra antes que oscureciera.
Poco después la maquinaria se ponía en movimiento y con ella, la muela comenzó a girar pero aunque lo hacía perfectamente equilibrada, iba más rápido de lo deseado
El molinero gritó a voz en cuello:
— ¡Efraín cerrá un poco la compuerta!… pero pasaba el tiempo y la piedra seguía girando.
El grito de Esteban volvió a resonar en el taller.
— ¡Efraín cerrá rápido la compuerta maldita sea!… Pero la piedra giraba cada vez más rápido.
Esteban movió la palanca del regulador separando al máximo las muelas y con los ojos brillando de rabia, dándose a todos los diablos corrió al exterior.
La rueda hidráulica, impulsada por el torrente que desbordaba el canal, giraba como loca, y frente a las compuertas, Efraín miraba embelesado el agua que bullía a su alrededor.
Sin gastar tiempo en insultarlo, el molinero se apresuró a situar correctamente las compuertas.
Cuando terminó, Efraín había desaparecido y la noche llegaba ya para quedarse.
Cada vez mas enojado el molinero regresó al taller
— ¡Efraín!… ¡Efraín… donde carajo te has metido!, —gritó dispuesto a molerlo a palos. Pero ni el viejo ni los hermanos aparecieron. Maldiciéndoles soezmente recorrió el penumbroso edificio sin encontrarlos en parte alguna, cayendo recién en cuenta que ni siquiera estaban los perros.
—Parece —pensó riendo— que se creyeron su propio cuento y se marcharon. No importa, de todos modos no voy a dejar de dormir por eso. Avivó el fuego y a la luz del candil se zampó una abundante cena. Se reconfortó con unos buenos tragos de ginebra y arrebujándose en un poncho se durmió junto al fuego, no sin antes armar su pistola dejándola a mano.
Así preparado se durmió profundamente.
Un extraño aullido le despertó alarmado. Lidiando con el sueño dio una ojeada a su alrededor tratando de ver qué lo causaba y a la agonizante luz del candil, descubrió que la maquinaria estaba de nuevo en movimiento y las piedras rozando entre sí causaban el ululante ruido.
— ¿Pero quién abrió de nuevo las compuertas? —se preguntó asombrado.
La respuesta solo podía ser una, el maldito Efraín y los hermanos.
La furia le dio bríos se levantó y tomó su arma dispuesto a agujerearles el pellejo a tiros.
Cuando manoteó el candil para avivarlo la llama se extinguió.
Ahogando la maldición que iba a proferir, una figura armada con un cuchillo apareció en medio del taller. Se movía como buscando algo y cuando vio a Esteban, sus ojos refulgieron como ascuas y su boca se deformó en un inaudible grito. Aguardó un instante como esperando la huída del molinero, luego con el pelo flotando sobre su atormentado rostro, avanzó hacia él.
Esteban seguro que era un engaño alzó su pistola y exclamó furioso.
— ¡Aquí terminan tus gansadas!—y apretó el gatillo.
El fogonazo lo cegó un instante y al aclararse su mirada, aquel helado ente ya apoyaba el cuchillo en su pecho. Cuando el acero se hundió en su cuerpo y el dolor desorbitó sus ojos, Esteban aun incrédulo se derrumbó sin un gemido.
Al otro día la carreta rodeada por los perros llegó al patio del molino.
Efraín y los hermanos entraron al taller y no se asombraron al ver exánime el cuerpo del maestro molinero.
Efraín se acercó a mirarlo.
Las voces de los Rodríguez se oyeron al unísono.
— ¡Esta muerto!… ¿No?— ¡Muerto y sin heridas!…

La desgastada muela aún seguía girando. . .

Publicación hecha en el Diario Vecinos al que agradezco por permitir su reproducción en esta web. Recomiendo visitar la Web del Diario Vecinos, está realmente
buena y con noticias variadas.
En la página GhostBusters encontré este video, parece que por la zona también ronda el fantasma de una dama antigua. Presten atención a la cámara lenta.



El Molino de Pérez hoy

Tal como se puede ver en las fotos que saqué el 25 de Agosto de este año el molino de Pérez luce bastante descuidado, sucio y venido a menos.
Es una verdadera lástima ya que al estar ubicado en una zona tan hermosa podría ser un punto de interés turístico realmente interesante.
Igual debo decir que en el parque que lo rodea había muchas familias con niños disfrutando de la tarde. 




Una carreta peligrosamente destartalada es centro de atracción de los niños que se trepan y juegan en ella sin reparar en el peligro que representa subirse a la misma. 
Y en la parte interior del patio....

Como podrán ver esto es un verdadero basurero, lleno de mugre, jeringuillas descartables, preservativos y heces humanas.
Costará mucho al Municipio de la zona limpiarlo y vallarlo para evitar los vándalos ?



En resumen EL MOLINO DE PÉREZ es un lugar hermoso, recomendable 100 % para ser visitado.
Eso si, vayan de día, porque de noche tiene pinta de ser un lugar peligroso.


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