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HISTORIA DE LA MISION DEL PERU - XII y XIII


TERCERA PARTE

 


 


 


CONTINÚA LA HISTORIA DE LA MISION PERUANA

DESDE SETIEMBRE DEL 73 A SETIEMBRE DEL 75

 


CAPITULO I (XII)

 


RESIDENCIA DE LIMA

 


Aunque las prevenciones contra la Compañía están muy arraigadas en Lima, se van no obstante calmando de día en día por el desengaño.  Como después de un siglo apenas había quedado en Lima memoria de nuestros PP. Si no eran por las noticias que daban de ellos o los oficiales de Carlos III, o los malos libros que corrían entre los incautos; hallábase la Compañía del todo desfigurada entre la gente del pueblo.  Era necesario ver a los hijos de la Compañía para desmentir las calumnias de los unos y quitar las cataratas de los ojos de los otros.

El Judío errante que tuvo su tiempo de moda por estas tierras [2], con otros libros no menos malignos, ha sido el oráculo que se ha escuchado para describir a la Compañía de Jesús.  Lástima grande que no haya habido personal de nuestra familia en tiempo oportuno para desmentir a la malignidad; pues solo su presencia hubiera bastado para derribar a los adversarios en una tierra tan religiosa como la del Perú.

Mas este vacío no se llenó y hoy se comienza a cubrir lentamente y con paciencia. Ahora van conociendo por fin los incautos que los jesuitas no son los que pinta el fabuloso libro del Judío errante, ni tienen aspecto ni talento de falsos, astutos, ambiciosos o falsificadores de moneda.

Hasta aquí hemos vivido en Lima como escondidos: mas ahora vamos avanzando en libertad y tomando posesión de la tolerancia de los contrarios y de la confianza de los buenos.

Acaban de dar nuestros PP. una misión en esta capital, exhibiéndose al público con sus nombres y sin negar la familia a que pertenecen.  Es cierto que con motivo del Jubileo  Santo se han multiplicado las misiones por diversos barrios de esta ciudad, por lo cual no ha sido tan estrepitosa la nuestra; mas Dios N. S. dispuso que fuese una de las más celebres por haberse dado en el Santuario de Sta. Rosa y en preparación a su fiesta.  Se acostumbra celebrar la novena de la Santa con solemnidad, y este año se ha querido darle más realce uniéndola con la misión, para lo cual se fijaron en nuestros PP. suplicándonos hiciésemos esta obra en obsequio de la Santa.  Por lo cual no pudimos negarnos y emprendimos la misión el 19 de Agosto para concluirla en la fiesta de la Santa.  Todo salió bien, con el auxilio de Dios: el templo se llenaba de gente y la comunión general estuvo concurrida.  Mas lo principal ha sido habernos dado a conocer como hijos de la Compañía de Jesús, sin queja ni contradicción de los intolerantes.

 


[2] Se refiere a la novela por entregas de Eugéne Sue.

 


 


 


CAPITULO II (XIII)

 


RESIDENCIA DE HUANUCO

 


En Huánuco no ha faltado este año ejercicio de paciencia: muchos son los contratiempos y trabajos que hemos sufrido, regalos de Dios que comúnmente acompañan a todas sus obras.

Ya quedó iniciada el año anterior la borrasca que se levantó contra la Casa que edificamos para nuestra residencia.  El autor principal contra ella fue el mismo Prefecto que como acérrimo enemigo de los Padres salió por último con su intento.  Para conseguirlo no se contentó con instar una y otra vez al Gobierno, sino que informo también según se presume de su manifiesto, al Fiscal, otro enemigo el más adversario nuestro y más tremendo, por su posición en el Perú. Este dio su dictamen y se publicó por la prensa en Febrero 1874, instando al Gobierno a la observancia de las leyes y quejándose amargamente del atropello que se hacía de ellas por el Obispo de Huánuco, edificando convento para los profesores de su Seminario sin licencia de la autoridad. Entonces el Presidente [Manuel Pardo], para declinar este instancia, quiso que nosotros mismos abandonásemos la casa, para evitarle cualquiera otra medida coercitiva y dejar contentos a nuestros enemigos.

Mas este paso no pareció conveniente ni al Sr. Obispo ni a los nuestros por lo cual se le dio por respuesta en 3 de Mayo de 1874 que nosotros no podíamos abandonar la casa, por no ser conforme a espíritu de Dios cortarse a sí mismo la mano o el pie, como lo expresó el Señor cuando al diablo se le sugería  se arrojase del pináculo del templo, le respondió: No tentaras al Señor tu Dios.  Con esta respuesta se creería el Sr. Presidente con la puerta abierta para pronunciar la sentencia a su voluntad, como en efecto lo hizo el 23 de Julio siguiente, decretando que se desocupase la casa, y en caso de resistencia, que saliesen del Departamento los jesuitas.

Este Decreto, publicado sin demora en los diarios, causó por lo general, una impresión desagradable aun entre los mismos liberales, considerándole como bárbaro e indigno de la presente ilustración, por lo cual los diarios católicos justos apreciadores de la causa religiosa, clamaron contra este abuso de la autoridad, entre los cuales se distinguió “La Sociedad” de Lima, felicitando en su persecución a los perseguidos; y “La Verdad” de Arequipa, abriéndoles las puertas de la ciudad y llamándolos a su hospedaje.

Publicado ya el Decreto por la prensa, todavía no se nos comunico a nosotros, oficialmente; lo que nos hacia concebir alguna esperanza de que no se llevase a la ejecución; pero pronto nos desengañamos, pues llegó el infausto día 16 de Setiembre cuando se comunicó el Decreto por el nuevo Prefecto que acababa de llegar y se les intimó a los PP. la deserción de la casa en el mismo día.  Obedecieron al punto los inocentes al mandato injusto, y abandonando su pobre casita se acogieron a su antigua residencia, el Palacio Episcopal.

Se hallaba el Ilmo. Sr. Valle ausente en la visita de su Diócesis, y al día siguiente entró en Huánuco apresurado por los tristes acontecimientos que acababan de realizarse.  Llegada providencial y dispuesta por Dios para que no se perdiese la casa para siempre, pues apenas se había aposentado en su palacio este insigne Prelado cuando se suscitó nueva cuestión con el Prefecto, a saber, a quien pertenecía el despojo hecho a los Padres.  El Prefecto decía que pertenecía al Gobierno y pedía las llaves de la casa; y el Prelado se opuso y no quiso entregarlas. En esta diferencia de pareceres y pretensiones la cuestión se llevo por el mismo Prelado al Supremo Gobierno, el cual convino en que la casa fuese ocupada por el Sr. Obispo para cosas sagradas, y que los profesores pudiesen vivir en otra bajo el amparo de la ley, lo mismo que los Lazaristas viven en Lima.

 



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