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El Cuadro (cuento breve)

Cuando comencé a retocar esta imagen, era solo un paisaje rural de Catriel en otoño. De pronto la eliminación de algunos objetos molestos. La modificación de algunos tonos y la incorporación de algunas tramas, fue abriendo mi recuerdo hacia un viejo Cuadro que colgaba descuidadamente en la pared de mi casa de la infancia y en el que yo sabia perderme con la imaginación…de pronto muchas cosas vinieron a la mente y fue así que nació este breve cuento



EL CUADRO


Siempre le habían gustado esos días lluviosos de invierno; representaban la ocasión ideal para regresar de la escuela pisando en los charcos de agua con sus botas de goma nuevas. Además sabia que llegaría a su casa y sentiría el olor a la polenta con que su madre lo esperaba para el almuerzo.
Llegar y ver los cristales empañados por el vapor de la cocina le proporcionaba un inusitado placer, tanto como le molestaba quitarse las botas de goma. Cuando las tenía puestas se sentía igual a todos los demás niños de su edad. Era distinto a cuando debía ir con sus viejos zapatos remendados y ya sin color. Las botas de goma lo hacían sentir simplemente un niño como todos.
Todo el hechizo de los charcos, las botas, el vapor en los vidrios y la comida caliente duraban lo que un espejismo. Enseguida comenzaban las eternas discusiones entre sus padres. Gritos, amenazas, hasta alguna vez que se cruzaban golpes y se arrojaban con lo que tenían a mano. Allí lo invadía la impotencia, el miedo, la soledad…unas enormes ganas de encontrar un refugio, un rincón donde todo pudiese ser distinto.
Fue así, que una tarde lo descubrió. Realmente no tenia idea desde cuando estaba allí, pero de pronto, estaba delante de sus ojos. Era un cuadro, una estampa sin nombre, que alguien habría comprado en algún bazar de la zona, o quizás era producto de algún regalo de esos que se hacen por obligación. La imagen no era compleja. Representaba un crepúsculo campestre, con un riacho pequeño que discurría entre piedras y moría en la oscuridad de un breve bosque; junto a este, una casita humilde, con techo a dos aguas, en el que resaltaba el amarillo de las luces encendidas del interior; desde allí, nacía un camino que se perdía en la oscuridad del horizonte. Por el camino, un labriego retornaba al hogar con un pequeño atadito en su mano, en donde seguramente venían las sobras de su frugal almuerzo. Toda la pintura estaba realizada en ocres, marrones, verdes muy oscuros y negros.
Cuando la descubrió, se quedo extasiado mirándola y, poco a poco, los gritos y los insultos que le rodeaban fueron desapareciendo. Su mente (o talvez su corazón), estaban en ese cuadro, donde adivinaba paz, sencillez y armonía.
Desde ese día, la imagen se convirtió en un mundo paralelo; un mundo al que podía ingresar cada vez que el propio parecía caerse a pedazos. Podía imaginar, cada vez con mas facilidad, el ruido de los pasos, el ultimo murmullo de las aves, el silbido del labriego en el camino, el ladrido de los perros a lo lejos, hasta podía imaginarse con sus botas de goma haciendo dibujos en el barro de la orilla; pero, lo que mas gustaba de imaginar era el interior de la casa, su calidez acogedora.
El tiempo paso y un buen día, decidió que debía buscar nuevos caminos. Con sus 18 años a cuestas, cargo unas pocas ropas, algunos libros y el viejo y descolorido cuadro y marcho a los caminos.
Su destino no fue muy diferente del de tantos; ni bueno ni malo. Se enamoro, formo una familia y construyo su casa ladrillo sobre ladrillo.
Cuando termino la primera habitación, como acto inaugural, colgó en una de las paredes el viejo cuadro. Como antes volvió a ser refugio de penas y alegrías. Ante el se detuvo cuando nacieron los hijos y también cuando ya crecidos, salieron como el a buscar caminos. Ante el se detuvo, el día que su compañera de vida marcho de este mundo para siempre.
La casa se hacia grande para tanta soledad y las horas frente al cuadro fueron aumentando…ya había allí personajes con nombres y con historias que, de a poco, pasaron a formar parte de vida cotidiana. Una vez se había desprendido del oxidado clavo y el vidrio se había roto, por lo que la imagen estaba sucia y deslucida, pero, a sus ojos mantenía el brillo de siempre.
Sus ojos se posaron sobre el, la tarde que, cerro los ojos en soledad y sus pasos dejaron de resonar por la casona vacía.
Luego de su velatorio y entierro, acompañados con las lágrimas y comentarios de rigor, sobrevino la rapiña.
“la casa tenemos que venderla, por que yo preciso dinero” “Con el perro y los dos gatos que hacemos?” “yo me llevo el televisor para la pieza de los chicos”…
Los muebles fueron a parar a una compra venta, la querida biblioteca se desperdigo entre muchos y el resto en una librería de canje.
Todo lo que no era vendible fue a parar a la basura y entre ella el viejo cuadro.
…………………………………………………………………………………………….

Martín salía todas las tarde noche con sus padres y hermanos a cartonear. Había tenido que dejar la escuela para ayudar en su casa, y con sus 8 años, ya era diestro en eso de buscar en la basura. La tarea no era sencilla y lo que juntaban apenas si alcanzaba…llegaba a la casilla donde vivían totalmente extenuado y como si fuera poco debía soportar el vino amargo de tristeza de su padre.
A sus 8 años, la vida le delia y mucho.
Ese día fue una fiesta encontrar tantas cosas en la vereda; podría cargar su carro de una sola vez y con suerte regresar temprano.
Con su ojo entrenado, resultaba fácil seleccionar e ir cargando. Entre todas las cosas distinguió una vieja lámina y casi sin mirarla la puso a parte.
No se había equivocado, esa noche terminaron más temprano. Con su lámina debajo de la ropa se fue a dormir. Antes de cerrar los ojos, se puso a mirarla con detenimiento. Unos metros mas allá su padre ya había comenzado con su rosario de palabrotas mojadas de vino tinto.
Con cuidado extendió la lámina y la sujeto junto a su cama con un par de tachuelas. Se recostó y se quedo largo rato mirándola…cuanto mas la miraba, mas lejanos se hacían los improperios del padre…sin entender nada de pintura, se daba cuenta que no era gran cosa… Era un cuadro, una estampa sin nombre, que alguien habría comprado en algún bazar de la zona, o quizás era producto de algún regalo de esos que se hacen por obligación. La imagen no era compleja. Representaba un crepúsculo campestre, con un riacho pequeño que discurría entre piedras y moría en la oscuridad de un breve bosque; junto a este, una casita humilde, con techo a dos aguas, en el que resaltaba el amarillo de las luces encendidas del interior; desde allí, nacía un camino que se perdía en la oscuridad del horizonte. Por el camino, un labriego retornaba al hogar con un pequeño atadito en su mano, en donde seguramente venían las sobras de su frugal almuerzo. Toda la pintura estaba realizada en ocres, marrones, verdes muy oscuros y negros.
El tiempo había hecho su trabajo y las figuras eran bastante indefinidas a excepción de las calidas luces en las ventanas de la casa y del extraño niño con botas de goma, que se acercaba saltando por el camino.


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