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Dejar ir. Te

Y, después de todo, como dice un sabio persa, 
el amor es una enfermedad 
de la cual nadie quiere librarse. 
El que ha sido atacado por ella 
no intenta restablecerse, 
"Un día, por culpa de una mujer, hice una larga peregrinación para encontrarme con mi sueño.
Muchos años después, esa misma mujer me obligaba a andar de nuevo, esta vez para encon-
trarme con el hombre que se había perdido en el camino.

Ahora pienso en todo, menos en cosas importantes: canto mentalmente una canción, me pre-
gunto a mí mismo por qué no hay coches aparcados, noto que el zapato me lastima y que el
reloj de pulsera todavía marca la hora europea. 

Todo eso porque la mujer, mi mujer, mi guía y el amor de mi vida, ahora está tan sólo a unos pasos de distancia; cualquier asunto me ayuda a huir de la realidad que tanto he buscado pero a la que tengo miedo de enfrentarme.

Me siento en uno de los peldaños de la escalera de la casa, fumo un cigarrillo. Pienso en vol-
ver a Francia; ya he llegado a donde quería, ¿por qué seguir adelante? Me levanto, las piernas me tiemblan. En vez de emprender el camino de vuelta, me sacudo lo mejor posible la arena de la ropa y de la cara, pongo la mano en el pomo de la puerta y entro.

Aunque sepa que tal vez haya perdido para siempre a la mujer que amo, tengo que esforzarme
para vivir todas las gracias que Dios me ha concedido hoy. 

La gracia no puede ser economizada. No hay un banco donde pueda depositarla para utilizarla de nuevo cuando esté en paz conmigo mismo. Si no disfruto de estas bendiciones, las perderé irremediablemente.

Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un martillo para esculpir, otro día pinceles y tinta para pintar un cuadro, o papel y lápiz para escribir. Pero nunca seré capaz de usar
martillos en telas, ni pinceles en esculturas. 

Así que, a pesar de ser difícil, tengo que aceptar las pequeñas bendiciones de hoy, que me parecen maldiciones porque sufro y el día es bonito, el sol brilla, los niños cantan en la calle. Sólo así conseguiré salir de mi dolor y reconstruir mi vida.

El sitio estaba inundado de luz. Ella levantó los ojos cuando entré, sonrió, y siguió leyendo. (...) 

Sentí un nudo en la garganta, me controlé para no llorar, y a partir de ahí ya no sentí nada
más. Simplemente me quedé mirando aquella escena, escuchando mis palabras en sus labios,
rodeado de colores, de luz, de gente totalmente concentrada en lo que estaba haciendo.
 

Y, después de todo, como dice un sabio persa, el amor es una enfermedad de la cual nadie
quiere librarse. El que ha sido atacado por ella no intenta restablecerse, y quien sufre no desea
ser curado.


Esther cerró el libro. (...) Te estaba esperando ­me respondió ella. La abracé, apoyé la cabeza en su hombro y empecé a llorar. Ella acariciaba mi pelo y, por la manera de tocarme, yo iba comprendiendo lo que no quería comprender, aceptando lo que no quería aceptar.


­He esperado de muchas maneras ­dijo ella, al ver que las lágrimas iban disminuyendo­. Como la mujer desesperada que sabe que su marido jamás comprendió sus pasos y que nunca vendrá hasta aquí, por lo que tendrá que coger un avión y volver, para marcharse otra vez en la próxima crisis, y volver, y marcharse, y volver...


El viento había disminuido de intensidad, los árboles escuchaban lo que ella me decía. ­Esperé como Penélope esperaba a Ulises, como Romeo esperaba a Julieta, como Beatriz esperaba a Dante para que la rescatase. El vacío de la estepa estaba lleno de tus recuerdos, de los momentos que pasamos juntos, de los países que hemos visitado, de nuestras alegrías, de nuestras peleas. Entonces, miré hacia atrás, hacia el camino que mis pasos habían dejado, y no te vi.


»Sufrí mucho. Entendí que había hecho un camino sin retorno, y cuando reaccionamos así,
sólo podemos seguir adelante. Fui a ver al nómada que había conocido, le pedí que me ense-
ñase a olvidar mi historia personal, que me abriese al amor que está presente en todos los lu-
gares. (...)


Estaba muy dolida, no podía creer que fuese posible volver a amar otra vez. Él no me dijo
mucho, sólo me enseñó a hablar ruso, y me contaba que en las estepas siempre usan la palabra
«azul» para describir el cielo, aunque esté gris, porque saben que encima de las nubes sigue
siendo azul. Me cogió de la mano y me ayudó a atravesar las nubes. Me enseñó a amar antes
de amarlo. Me demostró que mi corazón estaba a mi servicio y al servicio de Dios, y no al
servicio de los demás.


»Dijo que mi pasado me acompañaría siempre, pero que cuanto más me liberase de los hechos
y me concentrase sólo en las emociones, entendería que en el presente hay siempre un espacio
tan grande como la estepa para llenarlo con más amor y más alegría de vivir.


«Finalmente, me explicó que el sufrimiento nace cuando esperamos que los demás nos amen
de la manera que imaginamos y no de la manera con la que el amor debe manifestarse: libre,
sin control, guiándonos con su fuerza, impidiéndonos parar."



EL ZAHIR
PAULO COELHO



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