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Esa muerte lenta y dolorosa…


por Marco Saldaña Hidalgo*

Mi madre tenía 47 años cuando la detectaron diabetes. Al parecer, ya convivía con el mal desde hacía algunos años atrás, pero seguía su camino sin tomarla en cuenta. Por aquellos tiempos, no era muy común acudir a un médico, no por ignorancia o terquedad, sino porque resultaba inaccesible, además los sanitarios cumplían muy buena labor y resolvían muchas emergencias con unas cuantas ampollas. Y la diabetes no era muy común y pensaba que esta era una enfermedad propia de los adinerados. Es más, muchas personas no le atribuían a la diabetes el carácter de enfermedad.
Sin embargo, cuando perdió peso considerable, fatiga, sed y ganas de orinar constantes tuvo que asistir a un consultorio médico donde luego de pruebas de laboratorio le confirmaron que padecía de diabetes y que debía cambiar sus hábitos alimenticios y llevar una dieta rígida. Entonces comenzó un tratamiento con plantas y hierbas, primero con infusión de hojas de mango, luego jergón sacha, abuta, pasuchaca, noni, pan del árbol. Este último le dio buenos resultados por espacio de 5 años, en varios análisis los niveles de azúcar le salieron normales. Sin Embargo, algo falló y los síntomas de la enfermedad volvieron a manifestarse, pero esta vez con mayor rigor. Volvió a repetir el tratamiento con infusión de pan del árbol, mas esta ya no le hacía efecto alguno.

Después de esta experiencia tuvo que pasar por consultas médicas y recibir tratamiento con pastillas y controles mensuales de los niveles de azúcar y otros órganos: corazón, pulmón, riñones. Además de la dieta rígida en azucares y grasas. Por quince años estos comprimidos le fueron suficientes y logró convivir tranquilamente con la diabetes.
La diabetes, con el paso de los años y la soledad en que vivía, le ha ido debilitando su organismo y perdiendo resistencia. Acudió, por recomendación de un médico, a una endocrinóloga y esta la recetó insulina tres veces al día. Pero, al tercer día cayó en coma diabético, los niveles de azúcar en la sangre bajaron a 34 mgrs (los niveles normales están entre 70 – 110mgrs), es decir le provocó hipoglucemia. Recibió las atenciones de emergencia en el Centro de Salud de Cuñumbuqui; sin embargo, el problema era complejo y requería otros análisis y monitoreo especializado para estabilizarla, por lo que tuvo que ser derivada de emergencia al Hospital de Contingencia de la Banda de Shilcayo.

Su recuperación duró tres meses y tuve que acompañarla en todo este proceso. Sin embargo, el coma le dañó los nervios de todo el cuerpo, con mayor énfasis en los nervios de las piernas y los pies, lo que se llama neuropatía diabética. Por consiguiente, no pudo volver a la ‘normalidad’, tiene dificultad para caminar. Los dolores son constantes, en ocasiones los pies no tienen movimiento y siente como si llevara puesto unas botas, le pesan mucho y se pegan en el piso.

Mujer perseverante y luchadora acostumbrada a vivir de manera independiente y con mucha actividad, de pronto se sintió inútil. La depresión y la ansiedad están siempre latentes. Tuvo que pasar por varios consultorios médicos en busca de solución a su neuropatía, pues lo que más ansía es poder caminar y realizar sus acostumbradas labores de manera independiente. Pero todos los médicos la recetan medicinas para controlar los niveles de azúcar en la sangre y controlar los síntomas. Lamentablemente la neuropatía no se cura, por el contrario se agrava cada día y sus manifestaciones son dolores intensos y parálisis en las piernas y los pies.    
Su dependencia del mal hace que su vida se vaya apagando lentamente. Semanas antes de iniciar la cuarentena fue internada de emergencia en una clínica privada, pues su estado crítico de salud no le permitió hacer su cola para ser atendida en el hospital de referencia. En el establecimiento de salud lograron reanimarla un poco y luego de cuatro días fue dado de alta con un tratamiento a base de insulina, pastillas y dieta alimenticia.  

Desde entonces, me corresponde atenderla con las medicinas de rutina. Hay noches complicadas de insomnio y dolor y siento que la vida se le va, pero apoyándome en experimentos caseros logro reanimarla. Esta pandemia hace difícil recurrir a un nosocomio con una paciente muy vulnerable, representa al grupo de alto riesgo y aunque quiera por todos los medios regresar a su casa, no es posible y encuentro la forma de controlarla. Mi familia, en estas circunstancias es pieza fundamental, entonces no estoy solo y les agradezco mucho.  

*Marco Saldaña es docente de la Institución Educativa Virgen Dolorosa, con estudios en Políticas Educativas y Desarrollo Regional, Gestión Pública, Innovación Pedagógica y Gestión de Centros Educativos.




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