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De por qué no me gusta la navidad (Una razón ridícula)


Mi problema con las navidades radica desde hace exactamente 25 años. A partir de entonces, no recuerdo haber pasado esta fecha en otro lugar que no sea la Casa de mis abuelos, que ahora, es mi casa. Mis primeros recuerdos navideños se remontan a eso de 1990. Le estaba pidiendo al Niño Dios una vajilla, (¿?) una muñeca que hacía ula-ula y otra que se hacía llamar "trici baby". El árbol de Navidad era un chamizo sintético de no mas de 1.50 de alto, adornado con incandescentes bolas de vidrio con los colores mas corronchos y ordinarios que por esa época mandaban la parada en materia de decoración navideña. Mi abuela, pintaba pesebres en porcelana que vendía a los allegados y amigos de amigos a un alto precio. Paradójicamente en su casa -ésta- no había ni uno sólo.

A mi me parecía que el ambiente vespertino de la navidad y el año nuevo en sí, eran las mejores épocas del año porque el Niño Dios se acercaba al chamizo verde que a mí me parecía grandísimo y ponía los regalos envueltos en papeles con guirnaldas y muñecos de nieve que siempre eran lo que yo quería. No importaba que después de ese 24, los años siguientes siguieran siendo iguales: estaban los regalos a la espera de estar abiertos en el árbol y, al menos eran los que se pedían.

Pasó el tiempo, y las navidades parecían estancarse en el pasado, el mismo ambiente se hacía aburrido a medida que pasaba el tiempo. Los "grandes” se emborrachaban y bailaban como locos, creyendo tenernos contentos con darnos los regalos, mientras poco a poco mis primos y yo nos íbamos dando cuenta de quién era en realidad el tal Niño Dios, cuando veíamos por la ventana a mis papás y tios sacando bolsas negras gigantes, y luego se encerraban en un cuarto a donde misteriosamente no podíamos entrar. No niego que aún así, era emocionante tener esos juguetes que salían en la tele, pero el sin sabor comenzaba a apoderarse de mí cuando no notaba cambio alguno entre navidad y navidad y los juguetes comenzaron a escasear por darle paso a la adolescencia.

Las nochebuenas eran entonces, un día en que a diferencia de los otros del año se reunían algunos miembros de la familia a comer casi siempre los mismos jamones y enrumbarse a punta de equipo de sonido y vino blanco en la sala de la casa. Cotidianidades que paulatinamente ya no me estaban pareciendo graciosas, pues una vez se evadía la respectiva y ridícula bailada de las pegachentas canciones de temporada ni se reciben juguetes, la opción era jugar Rummy-Q o cartas, y entonces, el 24 y 31 ya eran en sí, largas torturas que por tradición tocaba celebrar allá (ahora acá).

Poco a poco algunos de los familiares cayeron en cuenta de que hacer siempre lo mismo con los mismos, resultaba aburrido hasta con los pobres chinos que para esa instancia ya hacían berrinche por ir allá (ahora acá), así recibieran regalos. Por eso algunos empezaron a buscar mejores lugares para pasar festividades, todos lo hicieron al menos una vez, todos menos unos: Mis adorables padres. Así fue que entonces, la casa de los abuelitos se convirtió en el escampadero decembrino, el lugar en donde los familiares que los había dejado el avión, se pelearon con la mujer o quienes no tenían dónde pasar estas fechas, iban a templar. A las 12 cada uno daba su feliz navidad sin tanto ímpetu como antes, y a la 1o 2 ya todos dormíamos.

Mis amigas del colegio comenzaban a contar sobre sus navidades y yo sentía que todo el mundo disfrutaba sus diciembres , pero en el fondo yo no. Nunca le eché cabeza al asunto, ni la culpa a nadie. Pensaba que a lo mejor tendría 365 días para buscar nuevas sensaciones, pero se llegaba la fecha y no encontraba nada que hacer mas que resignarme.

Hoy (Dios me perdone pero es la verdad) es complicado zafarse de las aburridas Nochebuenas de la casa de mis abuelitos. La sensibilidad de mi mamá se activa en el último mes de año, y cualquier ligera intención de irse con otras personas a pasar navidad o año nuevo, es un largo discurso de recriminación e ingratitud para con la familia, y un repetitivo "uno no sabe, qué tal ésta sea la última navidad".... Así que es imposible escabullirse.

Mientras todos van a disfrutar de su diciembre con alegría, para mi resulta una fecha patética y monótona. Ya no hay regalos, ni primos, no tengo vecinos, ni amigos. Y si así los tuviese es imposible pasar con ellos las festividades. Por eso decidí, como firme propósito para el 2010 (lo cual será el primer deseo de la uva que pida el 31) irme a viajar todo diciembre, el próximo año. Así me logro liberar de las celebraciones familiares que son aburridísimas y terminan de ser peor cuando la casa de los abuelitos, es ahora es mi casa. No sé, ahorraré todo el año y el 1 de diciembre empacaré maletas al Machu Pichu o algún país o departamento, con la excusa de que haré un largo viaje para que mi madre no recrimine mi mal papel de hija desalmada.

Pero ya qué. No hay lugar para sentimentalismos ni debilidades, a fin de cuentas para mí la navidad no tiene gracia, porque así lo fue desde niña. Nunca la he pasado lo suficientemente bien como para que se haya creado en mi un sentimiento de empatía con la época, así que aún cambiando de ambiente o de lugar de celebración, será tanto o igual que un día normal, y a la 1 o 2 de la mañana, como es costumbre me acostaré a dormir. En lo que respecta este año, agradezco al santísimo que exista esta maravilla a la que llamamos internet.


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